Me sentía como un insecto atrapado en su crisálida.
Escuchaba los comentarios a media voz, las órdenes, los diagnósticos y las risillas de las enfermeras contando sus aventuras amorosas con los nuevos internos; pero mi cuerpo no respondía a mi deseo de sacudirme esas pulgas y largarme del lugar.
La única voz que me daba calma era la de Víctor que me hablaba al oído y me decía que cada día me veía mejor. Sin saber a qué se refería con exactitud solo podía imaginar que mi cara estaba desfigurada y que tenía mutilada alguna parte de mi cuerpo.
Durante los días que estuve encerrado dentro de mi piel sin poder moverme ni hablar, adormecido por las drogas y alimentado por mangueras; recordé cada golpe, cada rasguño y cada insulto como si los estuviera viviendo en ese mismo instante.
Dentro de mi cabeza, dos guerreros poderosos luchaban sin parar porque una parte de mí quería olvidar ese maldito momento de dolor, pero otra quería recordarlo para convencerse a sí misma que los seres humanos somos unos verdaderos hijos de perra, capaces de hacer las peores atrocidades a otros seres humanos.
De ese ataque solo quedó la rabia atorada en mi pecho y las ganas de mandar todo a la mierda para quedar en paz. Extraña combinación que por instantes hacía estremecer mis nervaduras y por instantes convertían en un caldero el corazón.
No sé cómo ni porqué, de un momento a otro, todo fue quedando en silencio y en paz. Te juro que pensé que estaba muriendo. Ya sabes, esas personas que fueron declaradas muertas por algunos minutos dicen que se sienten tranquilos y felices frente a una luz y que a su alrededor todo es paz. Yo sentía lo mismo y lo único que me producía cierta preocupación era Potya.
Creo que ese fue un momento inspirador, casi como una llamada de regreso porque tan pronto pensé en mi gato me vi de pie en el umbral de la habitación y pude ver mi cuerpo tendido sobre la cama de ese hospital. Me acerqué de inmediato, me sentía tan ligero que no necesité caminar. Con solo pensarlo ya estaba junto a la cama y pude ver que tenía la cara hinchada, cardenales repartidos por toda mi piel al igual que innumerables rasguños.
Víctor estaba a mi lado, se había quedado dormido en una silla y apoyaba su cabeza a un costado de la cama. Estaba hecho un desastre con el cabello despeinado y esa gabardina gruesa de color marrón que nunca me gustó que su pusiera. Tenía una legaña en el ojo derecho y la boca abierta. Me puse a reír al verlo y cuando quise tocarlo para que despierte no lo pude hacer.
Fue en ese momento que me entró cierta sensación de pena porque creí que tal vez esos aparatos que tenía conectados dejarían de funcionar si yo salía de la habitación. De pronto me elevé por encima de la cama y de Víctor sin que pudiera evitarlo, intenté volver a ponerme en pie y no pude, la sensación era como un mandato profundo desde mi corazón que me elevó hasta topar con el techo de la habitación. En el preciso momento que mi cuerpo parecía fundirse con el techo me entró una súbita sensación de pánico y de inmediato caí.
¡Mierda!
Solo una maldita vez en mi vida había sentido ese vértigo cuando subí al Falcon’s Fury de Bush Gardens (*) y sentí que mi estómago se clavaba a mi garganta cuando en solo unos segundos caímos ciento dos metros de una sola vez. La sensación era similar y yo solo me limité a gritar porque pensé que me estrellaría contra mi cuerpo y contra Víctor.
Pero la caída duró más tiempo y todo se fue volviendo oscuro y denso. De pronto me sentí como atrapado por algo duro, resistente y pesado. Sentí que me ahogaba y que quería salir hacia la superficie para respirar. Fue una experiencia aterradora que jamás olvidaré. Había entrado en mi carne, pero no podía moverme, ni abrir los ojos, ni hablar.
Recuerdo también el día que recuperé el sentido. Muchas voces sonaban como una letanía dentro de mi cabeza y yo quería gritar que se callasen. El corazón latía en todas las direcciones y lo sentía derramarse por la habitación. El calor me ahogaba y me devolvía a mi estado de inconciencia una y otra vez.
No quería seguir durmiendo, no quería seguir repasando los mismos pensamientos una y otra vez, no quería tener esas imágenes continuas de ojos, labios o narices que me observaban con indiferencia, pena o preocupación. Necesitaba romper la cáscara y decir al mundo que ningún hijo de puta detendría mi furia y que estaba de vuelta para batallar y para patearles el culo a todos esos malditos que me habían golpeado como cobardes.
En medio de la desesperante realidad que vivía dentro de mí, sintiendo una tremenda angustia por mover el dedo meñique sin poder lograrlo y de mis ganas de tomar agua hubo una chispa que me señaló la salida. Fue un brillante estallido en mis oídos que yo seguí sin dudar hasta que por fin pude rasgar ese velo que me impedía manifestarme.
Era el tono del celular de mi hermano. Lo escuché a gran distancia y decidí ir por él para responder, imaginaba los detalles del aparato que conocía a la perfección, recordaba el fondo de pantalla con la fotografía de Makkachin durmiendo en su cama y recordaba la canción, una que nos gustaba a los dos y que Víctor decidió sería su identificador de llamadas importantes.
En mi mente corrí hacia el aparato, me moví con dificultad dentro de esa cúpula caliente, sin forma, oscura y con ciertos tonos rojizos en la periferia. Corrí tanto y rogué porque siguiera sonando para no perder la conexión que cuando sentí los últimos acordes me lancé, sentí que me lancé a la nada y caí aún con más fuerza.
De pronto me vi con los ojos abiertos intentando entender las borrosas imágenes que estaban concentradas a mi alrededor. En medio de esos cuerpos hechos de luz seguí buscando el celular que ya dejó de sonar y de inmediato escuché la voz de Víctor que conversaba en voz baja.
Las demás voces se hicieron conocidas, entrañables y me hicieron sentir que estaba rodeado de las personas que más amaba y me amaban. Reconocí el acento moscovita de Lilia que conversaba con Mila sobre un desfile que fue cancelado y le aseguraba que podrían mostrar los trajes en otro evento programado para ese fin de semana.
Escuché un murmullo grave y supe que Otabek también estaba allí, pensé que estaba tratando de llevar el ritmo de conversación de las dos y Víctor hablaba bajito en francés.
Cuando reconocí sus voces por fin mis ojos pudieron enfocar bien sus rostros. La gran dama lucía un moño alto y un traje azul añil que tenía grandes botones dorados en la parte frontal. Mila llevaba una camisa blanca, un jean ancho celeste y un pañolón negro en el cuello. Y el kazajo que estaba vestido con el buzo del equipo sostenía su casco entre las manos.
Los contemplé durante unos segundos sin moverme y aguanté la respiración porque quería conservar esa imagen, así si algo malo me volvía a pasar ese sería uno de los momentos que me llevaría de recuerdo. Los miré hasta que los ojos de Lilia se encontraron con los míos y, en una fracción de segundo, expresaron su sorpresa y felicidad.
—¡Yura! —Mi maestra se puso en pie, se acercó con la sonrisa abierta y los ojos llenitos de amor volvió a exclamar—. ¡Querido estás despierto!
—¡Yura! —Otabek y Mila pronunciaron mi nombre al mismo tiempo que se pusieron en pie y desde el sofá de la habitación me miraron con gran cariño. Luego ella escondió el rostro sobre el hombro del kazajo y éste levantó el pulgar en mi dirección. Esa bruja estaba llorando.
Intenté pedir agua porque la garganta me quemaba, pero no pude y fue en ese momento que el ensueño terminó y mi alma se enfrentó a la realidad que me esperaba en esa habitación. Un cuerpo adolorido. Me dolía el hombro, la espalda, los brazos y las manos. Me dolían los pómulos, el cuello, el pecho, mis costados, las piernas y los pies.
Me dolía respirar, me dolía mover el dedo meñique, me dolía cualquier movimiento que pudiera intentar, me dolía el reposo y me dolía los ojos que quemaban como las chispas de una fogata.
Lilia apenas si pudo poner la yema de sus delgados dedos sobre el dorso de mi mano, debía estar muy mal como para que no tocase mi cabeza y no me diera un beso en la frente como solía darme. Pensé que debía estar hecho un monstruo, me asusté por unos segundos con ese pensamiento, pero pronto me dije que no existía nada que no solucionara el bisturí y las manos expertas de un cirujano. Encontré consuelo.
Con mucha dificultad moví los ojos a mi costado izquierdo y encontré los ojos de mi hermano que, llenos de amor y de lágrimas, me dieron la bienvenida y se unieron a su bella y boba sonrisa de corazón.
—Yurachtka bienvenido. —Lo miré sin parpadear y, cuando me hundí en ese océano celeste y calmo, mis lágrimas corrieron sin que las pudiera detener.
—P…per… dón. — No encontré otra palabra para expresar mi miedo, mi dolor, mi rencor, mi angustia, mi decepción y todos esos sentimientos que fueron del blanco al negro en un segundo y me hicieron sentir estúpido y mortal.
No podía pronunciar bien las palabras porque mi garganta estaba seca y me dolía la mandíbula al hablar. Además, esa puta manguera que entraba por mi boca y atravesaba mi garganta me lo impedía.
Entendí que podía haber muerto, que un golpe más en la cabeza hubiera hecho la diferencia o que tal vez una patada más en la columna hubiera significado una completa discapacidad. Me había salvado por un hilo delgado, comprendí que fue un ángel, una corazonada o el destino el que llevó a Otabek esa noche a regresar a los vestidores con el corazón apretado y la sensación de haber notado algo extraño en los compañeros. Fue un impulso que el kazajo no supo explicar.
Las manos de Víctor corrieron mi cabello con suavidad, su mirada firme me hizo sentir protegido y su cadenciosa voz me dio el consuelo que necesitaba. Lloré como un niño pequeño sin temor y sin ninguna vergüenza porque frente a Lilia y su mirada adolorida, junto a Mila y sus sonrisas emocionadas, al lado de Otabek y su gesto de fortaleza, ante mi hermano y su cariño repartido en besos sobre mi cabeza, podía llorar.
Después de calmarme con sus palabras y sus sonrisas, Víctor llamó al médico de turno para que me revisara. Un hombre alto de escaso cabello rubio y ojos azules entró en la habitación y saludó a todos. Revisó los aparatos, apuntó mis ojos con una linterna delgada y anotó muchas cosas en la tableta que colgaba de un sujetador especial sobre la cabecera de esa cama.
Cuando terminó de revisar mi cabeza, ese tipo dijo que mi juventud me permitió recuperarme con más rapidez que otros pacientes y que mi buena condición física me ayudaría a superar mis heridas internas. Se despidió y pidió a la enfermera que me quitase la manguera de la boca.
Dos costillas rotas, la clavícula fracturada, la muñeca dislocada y la nariz rota, además de todos los golpes y laceraciones repartidas en mi cuerpo. Esa paliza no fue un asunto cualquiera. Me dejó heridas muy serias que tardaron en desaparecer.
—¿El equipo? —Al ver el uniforme de Otabek recordé que quedaban partidos por jugar.
—Librando la eliminación por muy poco —afirmó el kazajo y añadió resignado—. El coach hizo muchos cambios y ajustes y estoy jugando con los suplentes. Entraremos la próxima semana en los disputando la semifinal.
A pesar de ese inconveniente habían librado bien la eliminación. Si los entrenamientos más duros que había ajustado Popovich en sus agendas lograban consolidarlos más, estaba seguro que llegarían a obtener el trofeo; pero sentí al kazajo desmotivado. No pude ver en sus ojos la alegría por los encuentros y las ganas de darlo todo como siempre lo hacía. Después de unas semanas entendería bien por qué.
—¿Cómo van las cosas en Nefrit? —Esa se convirtió en mi principal preocupación desde ese momento, sabía que no regresaría al equipo en un buen tiempo por eso decidí que la empresa se convertiría en mi prioridad.
—Hemos sido elegidos la casa de modas innovadora de Rusia y eso nos está permitiendo darnos algunas libertades —comentó sonriente Mila y me mostró en su celular los diseños que habían preparado para presentar ese fin de mes en el festival de moda CPM de Moscú.
—No demasiadas libertades porque nuestra línea clásica ha repuntado en ventas gracias al convenio con los almacenes Al-watiri de Arabia Saudí. —Víctor mostró orgulloso la fotografía en la que daba la mano a un árabe gordo de copiosa barba y con una larga túnica blanca.
—Te extrañamos mucho Yura. —Lilia por fin se animó a acariciar mi cabeza.
—Puedo estar haciendo algo de diseño cuando me recupere. —Sonreí para no pensar que las horas en la clínica serían una perfecta tortura lo mejor que podía hacer era usar mi imaginación—. Menos mal no fue mi mano derecha la que jodieron esos malnacidos.
Media hora después que desperté ingresó la enfermera y pidió a todos que me dejaran descansar. Lilia se despidió con un beso pequeño en la frente, Mila me dejó la marca de su labial cerca de la ceja derecha, Otabek topó con mucho cuidado mi mano sana y mi hermano los acompañó. Esa noche Víctor se quedaría acompañándome para que no me sintiera solo.
Elevé el pulgar y con una dolorosa sonrisa les dije hasta mañana. Luego me dediqué a explorar esos aparatos que estaban a un costado de mi cama midiendo mis latidos, mi respiración y la estabilidad de mi cabeza. Observé la manguera que todavía no retiraron de mi nariz y las que estaban conectadas por agujas con mi brazo. Levanté la sábana y, ¡maldición!, allí estaba esa manguerita delgada que me provocaba cierto ardor en la polla, la enfermera me dijo que la retirarían al día siguiente y que no me aguantara las ganas de orinar. Fue extraño hacerlo allí tumbado en mi cama, pero quise comprobar cómo funcionaba la situación, fue incómodo y molesto así que rogué que ya fuese mañana.
Víctor retornó después de dos horas, había ido a cenar con Lillia y la dejó en casa, pasó por el departamento y dejó comida y agua fresca para mi gato. Luego, con las mismas ganas y el cuerpo cansado, retornó a la clínica para pasar la noche en la cama de junto.
Por la forma cómo me miró supe que teníamos mucho de qué hablar y que sería él quien hiciera las preguntas. Entonces me armé de paciencia porque muchas veces me era difícil entender a mi hermano cuando hablábamos muy en serio.
—¿Con quién comentaste que eres gay? —Víctor me hizo aterrizar con su primera pregunta.
—A nadie, nunca se lo diría a nadie —le dije y de inmediato recordé bien mi charla con Otabek y Mila—. Bueno Otabek y Mila lo saben, pero ellos son mis amigos.
—Lo sé y sé que Otabek jamás traicionaría tu confianza. —Víctor estaba muy serio y eso me ponía nervioso y tenso—. Fue él mismo quien dijo que hay un rumor en la escuela que tú has comentado sobre tus preferencias. Haz memoria por favor.
—No lo sé. Jamás hablaría de eso con ninguno de los imbéciles de la escuela. —Por más que quería recordar no podía hacerlo—. ¿Eso importa acaso? Ya me jodieron la participación en el equipo.
—Tu participación en el equipo es lo de menos Yuri. —Las cejas de Víctor se juntaron y con ese gesto supe que las cosas estaban feas—. Te estás jugando la expulsión en el colegio y esto sí va en serio, porque tus compañeros aseguran que alguien te escuchó decir que eres gay.
Podía ser imprudente e inmaduro, pero no era estúpido. Nunca revelaría un asunto tan sensible y mucho menos a unos desgraciados que se creían dueños de la verdad. No era que me avergonzase de mi homosexualidad, era cuestión de vivir en paz y sin que los demás me jodieran, jodieran a Víctor o a la empresa.
No pude decirle a Víctor de donde había partido la información y en ese momento me importaba un pito quien quería molestar con esa afirmación; pero luego que mi hermano me hizo ver las cosas tal como se presentaban en el futuro, supe que debía hacer un mayor esfuerzo por recordar.
Víctor me dijo que no solo podría merecer una expulsión y el rechazo de otros colegios para que terminase de estudiar. Eso era lo de menos pues podría terminar mis estudios en cualquier ciudad de Europa. Lo que se venía era un problema mayor, algo que yo no había imaginado que podía suceder.
—Yuri, siempre sospecharon que yo soy bisexual y siempre estuve en la mira de cierta comisión de ética del Estado que marca a todos los oligarcas, que no son afines al gobierno, en una lista especial que maneja el mismísimo líder para que sepa a quién aprieta las bolas y de qué manera lo puede hacer.
Víctor calló, se quitó el saco del terno y la camisa para ponerse de inmediato una remera de mangas largas que llevó como pijama.
—Esto puede hacer que esos malditos quieran ajustar las cuerdas con más impuestos o con alguna investigación que llegue al escándalo y desprestigio de Nefrit o de mi carrera como modelo. —Se quitó el pantalón y se puso uno de franela—. Podrían llevarte a un hogar temporal y hasta podrían llevarte a una prisión para menores de edad y créeme que no quiero que llegue el día en el que tengamos que salir huyendo del país.
Se sentó a un costado de mi cama y se puso sus delgados lentes de lectura para revisar su tableta y las redes sociales de Nefrit. Me mostró algunas reacciones de apoyo por la situación que estaba pasando y también los comentarios de odio que se habían filtrado en la página de la empresa. Me asusté porque yo esperaba que eso sucediera en mi página personal.
—En diez días te darán de alta y los directivos del colegio nos han citado para hacer el descargo de nuestra versión sobre el ataque. —Aclaró la garganta y la idea—. Ahora quiero que me escuches porque cuando te pregunten si dijiste en algún momento que eras gay, quiero que lo confirmes y que digas que solo fue en broma, quiero que digas que no eres gay, que te gustan las chicas y que nombres a alguna mujer que te guste o interese como un amor platónico o imposible.
Me reí de él. Víctor había planificado mis respuestas y no solo me pedía que niegue mi versión sino mi forma de ser. Desde que tengo recuerdos claros sobre mi vida sé que soy gay, desde niño me gustaron los hombres, pero callé siempre para no preocupar al abuelo. En ese momento me sentí ofendido al ver que mi hermano retrocedía en un asunto tan vital.
—No soy cobarde Víctor. No voy a decir mentiras sobre quien soy o qué soy o como me identifico o lo que en verdad me motiva. —Me sentía traicionado por mi hermano. Él debía ser quien me respaldase y a él le gustaban los hombres como a mí; pero estaba actuando como un perro asustado—. Soy gay y no me siento mal por ello.
—No es cuestión de orgullo gay, Yuri. Verás; si tú dices que eres gay de inmediato te expulsarán del colegio, la oficina de familia me abrirá un proceso de investigación y encontrando ciertos antecedentes de mi vida privada dirán que fue mi influencia y me harán un juicio por inducirte a esa “práctica indecente”. —Hizo un gesto de comillas con sus dedos y quedó en silencio por unos segundos en los que lo vi tragar con cierta dificultad la saliva; pero prosiguió—. Además, si entre los terribles interrogatorios a los que nos someterán tú revelas nuestra relación, me juzgarán como un monstruo… y yo podría tragarme todo eso rollo, podría sufrir la cárcel o la persecución; pero no quiero que hagan lo mismo contigo y créeme que lo que harán será desaparecernos sin dar explicación a nuestros familiares y amigos y nos enviarán a un campo de concentración en Chechenia donde sin duda nos matarán. Seremos un buen ejemplo de cómo se combate la inmoralidad y la indecencia en Rusia.
Víctor calló y mi estómago quedó suspendido en el aire. Todo lo que dijo era verdad pues meses atrás habían hecho lo mismo con un cantante muy conocido que vivía en Krasnoyarks, quien se atrevió a decir que era gay y después desapareció por un tiempo hasta que su madre comunicó que había sido ejecutado en Chechenia en una prisión especial para gente gay.
Algunos activistas dijeron que lo mataron a golpes y otros que lo habían torturado varios días antes de morir. Incluso el representante de la Alianza de Héteros y LGBT, una organización que trabaja por los derechos de la comunidad en mi país, dijo que él ingresó a ver su autopsia y observó que además de los golpes le habían arrancado las uñas y le faltaban los testículos que le habían sido arrancados al igual que sus ojos.
Víctor me hizo recordar el caso y, dejando su lado creepy, la verdad es que Alexander Ileiv (*) estaba muerto y su muerte se produjo luego de un largo juicio que lo condenó a esa cárcel de Chechenia donde lo mataron por decir que era gay.
Su madre también tuvo que salir huyendo a Alemania porque no se atrevió a repudiar a su hijo frente a los sacerdotes y los miembros de su comunidad.
No quería tener miedo, no era un cobarde; pero no solo se trataba de mi vida o de mi integridad; también era la vida de mi hermano, la de Lilia, la de Mila y la de Otabek que estaban en juego, así como el destino de Nefrit y de mucha gente que colaboraba con nosotros.
Debía mentir y decir que fue una maldita broma, que quise deshacerme de alguna situación y que no era gay, que me gustaban las mujeres que era tan hetero que ya había tenido muchas chicas a las que usé una noche y luego no volví a ver más, como hacen los machotes que se dicen ser “normales” en Rusia y en cualquier parte de este maldito mundo.
Estaba muy molesto y me costaba respirar. La oscuridad de la habitación no ayudaba a que me sintiera mejor. Imaginaba las caras y los gestos de la directora y la plana docente, además de los directivos de la junta de padres.
Me hervía la cabeza de la rabia, no era hipócrita y jamás lo fui, pero esa circunstancia me obligaba a mentir por salvar el pellejo de quienes más amaba, así que para las autoridades del colegio San Marcos sería un hetero que solo dijo una estúpida broma y no midió las consecuencias. Sería Yuri el padrote de todas esas estúpidas chicas que quería follar conmigo.
Cerré los ojos pensando en las compañeras que me molestaban siempre y que intentaban acercarse a mí para salir por ahí o para que las lleve en mi moto a dar una vuelta. Esas chicas que querían ir de compras esperanzadas en que les regale algún objeto lujoso, les pague su cena y una habitación en un hotel. Mis compañeras eran las clásicas mujeres que pagan con sexo lo que han comido.
Estaba tan molesto que así las veía yo en ese momento, aunque a algunas de ellas las sigo viendo igual ahora. La ira llenaba mis ojos hinchados cuando de pronto llegó a mi mente un recuerdo y la imagen de ese momento fue tan clara que no me quedó duda alguna en la cabeza.
Recordé por fin quien fue la persona a quien me atreví a decirle que soy gay.

Notas de autor:
-Falcon’s Fury de Bush Gardens: se trata de la torre de caída más alta de América del Norte con una altura máxima de 102 m. Las personas que se suben a esta atracción son capaces de experimentar casi cinco segundos de caída libre a una velocidad de 100 km/h.
-Alexander Ileiv: ese es un nombre que inventé para el fic, pero la historia de la que tomé referencia es la de Zelimján Jusaínovich Bakáyev, también conocido como Zelim Bakáyev, cantante checheno ruso que desapareció el 8 de agosto de 2017 y fue torturado por las autoridades chechenas como parte de la purga antihomosexual en Chechenia. Según algunos medios de comunicación, ha fallecido como resultado de las torturas.