—Víctor disculpa que insista, pero necesitamos que firmes la autorización para la cirugía. —Yakov no se había separado de mi hermano durante las primeras horas que comenzaron a medicarlo en la clínica—. Un mensajero llegará al hospital y con el mismo el documento retornará y podrán intervenir a Yuri veinticuatro horas después.
—Darán de alta a mi madre en cinco días. —Con el piso moviéndose bajo mis pies y el estómago sumido en la nada traté de llevar la conversación tranquilamente para no alterar a mi madre que descansaba en su habitación—. Cuando la deje en su mansión volaré allá de inmediato. —Prometí y mi corazón siguió latiendo con desesperación.
La cúpula de cristal que había construido alrededor de Yuri se había quebrado y cada una de sus esquirlas eran finos puñales que se introducían en mi alma llenándome de pensamientos lóbregos que en vano intenté dejar de lado.
No podía creer que mi hermano estuviera en una clínica y que el responsable del equipo médico hubiera ordenado inducir el coma para que pudiera recuperarse de un ataque de odio. Pero la realidad socavó en unos cuantos minutos los cimientos de mi mundo perfecto y éste se derrumbó frente a mis ojos mostrando la cara asquerosa y macabra de este mundo.
Eran rostros de muchachos de dieciséis y diecisiete que con furia golpearon al chico distinto, aquel que no encajaba con sus patrones y sus normas de conducta. El chico que tal vez en un arranque de ira se atrevió a revelar su más importante y peligroso secreto.
Miré por una ventana de la clínica en dirección a mi ciudad natal y cuando mi imaginación no pudo llegar junto a mi hermano sentí que mi corazón se arrugaba como una hoja de papel. Estaba muerto de temor, de dolor y de impotencia.
No pude proteger a mi hermano, la vida me puso en un lugar distinto en el momento en que Yuri más me necesitaba dejando. Mis venas se llenaron con la amarga pócima del terror cada vez que imaginaba terror los gritos y golpes que Yakov describió, como los principales protagonistas del ataque que había sufrido mi hermano la noche anterior.
Entré al baño común de esa sección y cargué mis puños contra la pared varias veces para no gritar mi temor. Si algo en ese momento era claro dentro de todas las explicaciones extrañas que el viejo Feltsman me dio, es que Yuri sufrió un el ataque de odio vinculado a la homofobia.
Entonces pensé que Yuri tal vez algún mensaje entre los dos se había filtrado y sus compañeros al saber sus verdaderos deseos desataron sus temores en forma de odio, desataron sus miedos por el diferente en forma de repudio y decidieron castigar al que se atrevió a amar a otro hombre.
En escasos minutos mi mente caminó por mil escenarios. La condena social, el rechazo, la burla, la expulsión, la investigación, la persecución, los tribunales, la cárcel, la ignominia, el desarraigo, los ultrajes, el descrédito, las amenazas, la muerte…
Por primera vez en todo ese tiempo que vivimos juntos fui consciente que nuestro amor nos ponía en peligro y que mi hermano era el más vulnerable de los dos. Por primera vez en todo ese tiempo me arrepentí de mi debilidad frente a su gran belleza y su arrolladora personalidad.
Con el dolor ardiendo bajo el esternón, la piel erizada y el temor desatado en mis poros regresé a la habitación de mi madre y la contemplé dormida. Para ella la experiencia de la quimioterapia fue demasiado extenuante. En poco más de dos semanas la vi bajar de peso en forma considerable y durante casi todo el día presentaba una ligera fiebre recurrente.
Un tratamiento moderno y experimental fue el que los médicos administraron a mi madre ante su propio pedido y consentimiento. Dijeron que era el mejor y que no le provocaría tantas reacciones adversas como suele hacer el tratamiento tradicional que se suministra a los pacientes atacados por esta cruel enfermedad y que mata células cancerígenas como células sanas.
Aun con esa alternativa médica recorriendo su cuerpo, mi madre sufrió las consecuencias y durante los primeros días de recuperación deliró hasta que de alguna manera su organismo se adaptó a la ingesta de una docena de cápsulas diarias y la puesta de un cóctel de drogas que le permitían mitigar el dolor.
Vi a mi madre pequeña, delgada y frágil. La vi tal como era, un simple ser humano desvalido transitando entre el límite de la muerte y la vida. Mi madre luchaba por respirar e intentaba conciliar el sueño; pero las amargas sensaciones en sus ojos, su boca, sus pulmones, sus venas y su vientre no la dejaron descansar.
“Todo me quema”, les juraba a los doctores y ellos solo asentían y decían tantas cosas inútiles que nadie podía entender. Todo lo que hablaban como grandes conocedores no servía a Angélica Vólkova para calmar por un momento el ardor de su cuerpo, porque si de algo se quejaba más, era de sentirse como si tuviera la piel desollada y llena de ampollas desde la coronilla hasta la punta de los pies.
Por supuesto que sabíamos bien que eran los efectos de los químicos que estaban combatiendo los residuos de la neoplastia en el bajo vientre y la posibilidad de la aparición de células cancerígenas en otras partes del cuerpo.
Después del cóctel de pastillas que le suministraban a las siete de la mañana, ella deliraba como si fuera una enferma mental. Luego se calmaba y dormía por dos horas. Despertaba con otro cóctel de pastillas que intentaban contrarrestar los efectos de las primeras y en ese momento su grado de lucidez le avisaba de los espantosos sofocones y la presión que decía sentir en sus músculos y hasta en sus huesos.
—Es como si todo fuera a estallar de un momento a otro en mi cuerpo —me decía con lágrimas en los ojos y yo solo me limitaba a enjugarlas y besar sus delgadas manos.
Había vivido durante esas semanas la horrible realidad de un paciente operado del cáncer y puedo dar testimonio que tan doloroso como estar en la situación de quien intenta expulsar el cáncer de su cuerpo, es observar el padecimiento del paciente sin poder hacer nada por él.
Después de hablar con Yakov la sensación de pérdida se convirtió en una roca gigantesca que me aplastaba. Era tanta mi angustia que comencé a sentir la falta de aire y caminé por ese largo y solitario pasillo buscando una ventana abierta. Cuando la encontré aspiré tantas veces como pude el pesado aire de París; pero mi pecho siguió aplastado.
Tardé varios minutos en regresar a la habitación de mi madre porque deseaba ocultar el problema de mi hermano todo lo que pudiera. Sabía que mi madre no se angustiaría por Yuri, pero temía que me dijera “te lo advertí” y que yo tuviera que admitir que ella tenía la razón.
Ingresé a la habitación y me acomodé sobre la cama. No tenía ganas de dormir a pesar que los ojos me pesaban toneladas, no quería cerrarlos porque a todo el dolor que sentía para ayudar a cargar la cruz de mi madre se sumó el peso de un dolor nuevo y distinto. Un dolor que con vocecilla de duende me decía que Yuri y yo corríamos peligro en Rusia.
Revisé todas las publicaciones que pude en mi celular, respondí algunas preguntas de Lilia y pregunté muchas cosas más a Mila, sobre todo porque su enamorado era el amigo de Yuri y fue él quien lo rescató de un peor final.
Mila me contó que esa tarde, un día después del ataque, los chicos del equipo fueron suspendidos luego de que Georgi ingresara un pedido a la mesa de partes del colegio. Me dijo que la directora del San Marcos se había hecho presente en la clínica y que también lo hicieron algunos profesores.
Comentó que la directora estaba muy asustada por los hechos y las consecuencias; pero no especificó qué consecuencias le asustaban más a la correcta señora Komarova, si tener un chico gay entre sus alumnos y sentir la presión social de los padres o tener que afrontar alguna responsabilidad sobre el ataque a mi hermano.
Mila también me comentó que Otabek había sido blanco de algunos insultos por haber defendido a mi hermano y que sus padres fueron citados para el día siguiente en la dirección del colegio. La forma cómo trataban estos temas en tan prestigiosa institución era obvia: la víctima era lo que menos importaba y sus derechos estaban por debajo de la reputación, las normas éticas y los dogmas religiosos.
Mila también me dijo que ella se encargó de atender al gato de Yuri y quedó con la señora que se encargaba del aseo en el departamento para que pudiera dejarle más comida y agua que fueron a comprar junto con su enamorado.
Lilia por su parte me informó que solo se ausentó de la clínica para ir a cambiarse y que todos los asuntos de Nefrit los manejaba a través del celular. Estaba pendiente de Yuri y por el momento los doctores dejaban a su cargo algunas decisiones; pero estaban esperando mi retorno para poder operar a mi hermano.
Me informó que el asunto ya había trascendido en las redes y que algunos de sus propios compañeros habían filtrado imágenes del ataque, pero que las autoridades del colegio se encargaron de hacerlas borrar bajo amenaza de expulsión. Sin embargo, la noticia ya había trascendido a la prensa local y ella estaba evadiendo como podía el asedio de los periodistas.
Ninguna de sus informaciones me dio tranquilidad. Quería estar junto a Yuri y ocuparme de cada detalle tanto en su cuidado, su protección y la forma cómo buscaría justicia para mi hermano.
Tenía la mirada fija en la ventana por mucho tiempo y no me había dado cuenta que mi madre hacía rato que contemplaba mi temor, mi rabia y mis ganas de patear y sacudir a todos los que se habían atrevido a tocar a mi niño.
Como toda buena madre a la que no le importa las circunstancias en las que se encuentra, ella recurrió a ese sentido que le dice que su cachorro no está bien. Con voz delgada y un suspiro profundo me preguntó.
—¿Quieres contarme qué está pasando Vitya? —La miré y sus ojos también tenían un rastro de pena en su brillante nitidez.
Me acerqué al costado de su cama, caí de rodillas en el suelo y hundí mi rostro en las cobijas arrugadas. Ella acarició mi cabeza y sin decir una sola palabra escuchó mi llanto y mi historia, esa historia que era un cuchillo al rojo vivo atizando mis entrañas.
No me reservé ningún detalle de los que pude conocer durante todo ese largo y frío día, no quería ni podía mentirle. Abrí mi pecho como se abre una flor en la mañana, sin temores y con todos los matices de mi angustia.
Podía sentir sus afiebrados dedos tocar mis manos y mi rostro mojado, podía sentir cómo pasaba la saliva con dificultad con cada lágrima y en cada quiebre de mi voz. Mi madre estaba allí una vez más intentado, sin éxito, alejar el sufrimiento de mi lado; pero haciendo la labor que todas las benditas madres hacen, proteger a sus hijos incluso de lo imposible, aunque fuera por unos cuantos minutos.
El momento que terminé de relatar los hechos y mis sospechas, lloraba como niño en su regazo. Sus manos repasaron mi cabello y acomodaron mi flequillo, tomó una toalla húmeda de su mesa de noche y me limpió la nariz que también me escurría. Mi madre volvía a hacerme sentir que ella podía defenderme de los monstruos que caminan en este mundo.
—¿Cómo está Yuri? —preguntó con su tenue timbre de voz.
—En coma inducida y en verdad no sé qué maldición es eso. —Tenía miedo que no despertase nunca más.
—¿Necesitas viajar de inmediato a San Petersburgo? —Levantó mi rostro para saber si seguía haciéndome el valiente.
—Voy a viajar cuando estés en casa mamá. —Ella también me necesitaba, por la mañana había vuelto a arrojar todo el desayuno y yo tuve que ayudarla a pararse en el baño, como ella hizo conmigo cuando de niño me enfermaba.
—Pediré al doctor que adelante… —Sabía bien qué iba a sugerir.
—No mamá —le dije con firmeza—. En unas horas firmaré un documento autorizando la operación de mi hermano así que no es necesaria mi presencia, él estará dormido y no se dará cuenta que yo estoy ausente. —Tomé su mano en la mía y la apreté para que supiera que no la dejaría.
Durante unos minutos mantuvimos ese vínculo en silencio, como si de manera tácita estuviéramos hablando y nos dijéramos todo lo que necesitábamos saber. Mi mente voló de nuevo donde estaba Yuri y solo se me ocurría pensar en estar junto a él para darle mi mano y decirle que todo iba a pasar.
Las fotografías que Yakov le tomó mostraban el grado de ensañamiento que habían tenido con él, por lo menos fueron unos diez golpes de puño que le habían dejado la carne morada y rota por dentro. No podía ver la forma de uno de sus ojos porque el párpado estaba demasiado inflamado. Sus labios presentaban un par de laceraciones, sus pómulos también. Tenía la frente cortada con algo que parecía ser una cremallera o la cadena de un reloj. Su pequeña nariz estaba a torcida a un costado y su ceja estaba partida.
Le mostré las fotos a mi madre y ella se llevó la mano a la boca mientras miraba con mucho reparo cada una de las fotos que servirían como evidencia para la denuncia que Yakov había presentado ante las autoridades del colegio y para el momento que hiciera la denuncia del ataque ante la policía.
Yo no confiaba en que denuncia prosperase, porque sabía bien que las autoridades de mi país pasan por alto este tipo de ataques de odio y dudaba mucho que hicieran algo por mi hermano. Para el ochenta por ciento de la población de mi país, un chico que declara ser gay se merece esas cosas y muchas peores. Las autoridades rusas también comparten el mismo pensamiento y sentimiento y en lugar de proteger a los muchachos, los cazan como si fueran perros rabiosos o ratas con peste.
—De eso era de lo que estaba hablando cariño —dijo mi madre y me devolvió el celular—. No siempre vas a estar junto a tu hermano y no siempre tendrás la oportunidad de protegerlo.
Entonces volví a sentir la mirada acusadora de Angélica Vólkova sobre la mía y mi corazón volvió a sentir que otra fibra se desgarraba en su interior. Mi madre estaba dándome la lección de cómo las cosas se salen de las manos y nos golpean donde más nos duele.
—Hasta ahora no sabes por qué se ha vinculado a Yuri con la homofobia, pero ¿te has puesto a pensar si cuando llegues a Rusia te está esperando una acusación de abuso de menores o incesto? —Mamá me miró con severidad y sus palabras estallaron en mis oídos—. ¿Cómo llegarías a proteger a tu hermano si fuera así?
—Hace un tiempo atrás Yuri tuvo una relación con un chico de su colegio, tal vez fue eso lo que desató este ataque mamá y no te preocupes porque no van a acusarme de nada porque nada ha pasado con Yuri. —No iba a dar mi brazo a torcer. Jamás confesaría mi pecado ante mi madre—. ¡Por dios mamá, Yuri es mi hermano! —Me fingí indignado.
—Por eso mismo te digo que en cuanto pase todo este mal trago, pienses bien qué es lo que vas a hacer para protegerlo de verdad. —Mamá no dijo nada más y yo preferí callar para que dejara de ahondar en el tema con sus preguntas y sus conjeturas.
Seis días después dejaba a mi madre en su mansión a las afueras de Lion y con en la buena compañía de su asistente personal, quien se comprometió a ayudarle y llevar un poco su agenda que, según mamá, ya estaba hecha un desastre. Antes de partir mi madre volvió a sentenciar:
—Víctor debes pensar con la cabeza fría —dijo antes de darme el beso de despedida—. Esto es solo un llamado de alerta que dios te está haciendo y si lo dejas pasar podría ser peor en el futuro.
Negué en silencio y sonreí, la besé en la frente y salí a prisa rumbo al Charles de Gaulle.
Volé a San Petersburgo en el primer avión que encontré y lo primero que hice al aterrizar fue asegurarme de no estar siendo vigilado o que un equipo de la policía estuviera esperando por mí para arrestarme. Hasta ese momento no tenía idea en verdad qué fue lo que vinculó a mi hermano con ese ataque homofóbico y, como dijo mi madre, Yuri en uno de sus arrebatos podría haber confesado algo sobre nuestra relación.
Cuando llegué a la clínica mi hermano aún estaba en observación para aliviar la conmoción cerebral antes de la intervención de su clavícula, necesitaban desinflamar bien el cerebro para evitar cualquier consecuencia fatal durante la operación y necesitaría aún un par de días más para drenar el líquido que se había acumulado entre la corteza cerebral y el cráneo.
Mi otro temor se hacía presente. Había la posibilidad que Yuri siguiera en coma por un tiempo que nadie podía determinar. Era posible que al despertar Yuri no volviera a ser como antes. Si el ataque dejaba en él alguna consecuencia o daño neuronal ya no podría jugar en el hielo de nuevo, no podría aprender, caminar, hablar o estudiar.
Con todos esos temores dentro de mi corazón, hablé con los doctores y como siempre ellos no dieron respuestas fijas y certeras, me pareció que estaban jugando a las adivinanzas y la probabilística como si la salud de mi hermano fuera un gran juego de lotería.
Al verme, Lilia me abrazó y luego me dijo que tenía que ir a Nefrit para disponer algunas medidas de emergencia con los diseñadores. La noté muy cansada y es que, según Mila, ella había sido la que más horas hizo guardia frente a la habitación de mi hermano y si no era por la insistencia de Yakov, de ella o de alguna amiga íntima, no se hubiera movido de ese sillón.
Le agradecí y comprendí que esa mujer triunfadora, de cierto aire arrogante y con mirada de diosa del mal, era la madre que mi hermano necesitaba, pues solo una madre vigila de esa manera al pie de la cama de su hijo, se pelea con los médicos por una atención más oportuna y llora de la manera como ella lloró la suerte de Yuri.
Cuando Alexei Vasíliev, jefe del equipo médico que se encargaba de mi hermano, me aseguró que la intervención se realizaría en dos días sin más dilaciones, entonces pude caminar por el amplio corredor de paredes beige y pisos en tono verde piedra que a esa hora de la tarde recibía la directa luz del sol.
Por fin me desocupé de todas esas responsabilidades como Víctor, como presidente de Nefrit y como tutor de Yuri, por fin podía ser solo su hermano y su amado que caminaba con firmeza para darle mi mano, mis palabras, mi aliento, mi calor y mi amor.
Mila comentó haber leído que las persona en coma muchas veces escuchan en forma clara lo que sucede a su alrededor y que incluso algunos de ellos dijeron que vieron a sus seres queridos mientras estaban dormidos.
Con esa esperanza que se mecía entre la fantasía y la realidad, entré en su habitación y pedí que me dejaran un momento a solas con él, la enfermera de turno cerró la puerta tras de ella y yo acorté la distancia entre mi amado niño y mis manos.
Tenía una manguera metida por la boca y otra por la nariz. Su bello rostro lucia los diferentes tonos violáceos desde los más oscuros a los más claros, los golpes habían crecido en sus mejillas de seda y observé raspaduras serias en sus brazos.
Con el mayor de los cuidados toqué el dorso de su mano, desde la punta de sus dedos hasta la muñeca, pude ver las cicatrices de sus nudillos y evité tocarlas, mi mirada contemplaba con espanto cada herida por pequeña que fuera y en un intento vano por hacer mío su dolor, alimentaba la imaginación con la sensación que cada golpe produjo en él.
Acariciando su cabello sudoroso y sus cejas rubias me llené de ira. Tocando con el cuidado de los pétalos sus labios heridos hice carne de mi indignación. Observando las venas hinchadas de sus párpados me alimenté de venganza. Escuchando su lenta respiración que por instantes parecía inexistente me atiborré de dolor y cuando mis entrañas quemantes se mezclaron con el sentimiento de culpa e impotencia, sentí una gran furia asesina.
Habían tocado a mi niño y lo habían hecho con el deseo de destruirlo. Se habían atrevido a romper sus sueños. Tuvieron el coraje de arrebatarle la paz. Quisieron verlo humillado y temeroso y como Yuri era un gran soldado, lo único que se les ocurrió fue elaborar un ataque cobarde.
Me precio de ser un hombre calmado y que intenta resolver por la vía de la negociación cualquier conflicto, pero el momento que contemplé a mi hermano herido no quise entender razones y lo único que hice fue jurar que todos aquellos malditos que se habían dado el trabajo de aplastar la vida y la seguridad de Yuri conocerían lo que puede significar la venganza y sabía que el mejor aliado para devolver cada golpe, cada insulto y cada mirada de odio de esos maldito mocosos que lo golpearon de manera tan salvaje verían de lo que soy capaz. Tenía muchas ganas de poner a todos en el lugar que les correspondía y para ello debía elaborar un buen plan.
Con mucho cuidado besé la frente de Yuri y le dije al oído que estaba allí y no lo dejaría, que se recuperase pronto pues quería ver su sonrisa. Salí de la habitación y de inmediato busqué un único nombre entre los contactos de mi celular.
El teléfono timbró solo dos veces y mi interlocutor me respondió.
—Yakov… quiero justicia.
—Estoy en eso Vitya.
