Jean había llevado a Yuri cargado todo el camino hasta una de las cabañas más externas del pueblo, la suya. Era impresionante que tuviera tanta fuerza como para llevar a otro hombre adulto en brazos a través de la nieve sin esfuerzo.
Una vez allí, colocó al herido en el sofá del salón antes de abandonarlo para ir a la habitación contigua. Si Yuri hubiera podido moverse, ese hubiera sido el momento perfecto para salir corriendo de allí.
—¡No tienes que encargarte de mí, puedo encontrar un médico por mi cuenta! —gritó desde su posición, aunque el otro tenía los sentidos lo suficientemente desarrollados para poder oírlo a más de un kilómetro de distancia.
—Lo dudo mucho—Jean había vuelto con un maletín de primeros auxilios—. Sólo hay un médico en este pueblo, y soy yo.
El moreno se agachó frente a él y Yuri trató de mirar hacia el techo mientras él desinfectaba sus heridas, pero sus ojos volvían automáticamente a las orejas lobunas que se movían inquietas acompañando las expresiones de concentración del mayor.
—Te pondré anestesia local antes de coser. También una dosis de inmunoglobulina, contra la rabia.
Yuri gruñó. Realmente odiaba las agujas, pero se dejó hacer.
—¿Voy a convertirme—tanteó con algo de ansiedad en la voz—…en un hombre lobo?
Que Jean soltara una carcajada hizo que sus mejillas enrojecieran de vergüenza y el miedo que antes había sentido cambió por enojo. Tiró de las hebras de cabello negro y ligeramente azuladas hasta que su dueño pronunció un «ouch» aunque no parecía que le hubiera hecho daño en absoluto.
—¡Perdón, perdón! Eso solo pasa en las películas, más bien es una condición genética.
Suspiró con alivio por la aclaración, pero su curiosidad le seguía picando.
—¿Cómo venciste a esos tipos? Eran tres contra uno.
—Eran betas, y yo soy un alfa. Por eso también puedo controlarme mejor.
Las manos del médico trabajaban cuidadosamente sobre su piel, prácticamente desnuda de no ser por la camisa estratégicamente colocada, intentando hacer una costura lo suficientemente fina para no dejar una cicatriz visible.
—Pero la luna te afecta también…Entonces, ¿quieres devorarme?
Jean levantó el rostro hacia él y pudo ver su cara con detenimiento por primera vez. Estaba ligeramente sudoroso, sus ojos azules brillaban y creía que podía sentir el latido de la vena de su cuello palpitando con fuerza.
—…No de la forma que crees.
Las mejillas de Yuri enrojecieron violentamente y su boca se secó sin permitirle decir palabras. Jean volvió a su trabajo con el mismo autocontrol que le había permitido coser sus heridas sin que su mano temblara. Cuando terminó de vendarlo, le ofreció un pijama ridículamente grande.
—Puedes comer lo que te apetezca y dormir en mi cama. Yo dormiré en el sofá y mañana prometo llevarte al pueblo sano y salvo—extrañamente sabía que no mentía, podía confiar en él.
Al día siguiente, Yuri se despertó lo suficientemente temprano para ver a Jean durmiendo sobre el sofá, con una mano en su estómago y roncando ligeramente. Había recuperado su aspecto humano, aunque seguía sin verse como un humano promedio. Con un cuerpo grande y fuerte que contrastaba con su expresión aniñada.
Abrió la puerta sin hacer ruido y huyó de allí antes de que despertara.