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Hombre Lobo


Sentía el terror colarse por cada fibra de su cuerpo. Debía de estar soñando porque las pesadillas no habitaban en el mundo real. 



Acababa de mudarse a un pueblo igual de frío que su ciudad natal, pero mucho más deshabitado. Las casas estaban construidas con madera o piedra y no debía haber más de cinco tiendas apelotonadas en la plaza central. La mayoría de comestibles.

Tampoco se veían muchos coches; nada de autos lujosos, ni deportivos, sino grandes camionetas y todoterrenos, más útiles para desplazarse por terrenos nevados.

Anochecía a las seis de la tarde, unos minutos antes. Entonces la gente corría a sus casas, cerraba las puertas y bajaba las persianas. Él no estaba listo para acostarse todavía, era el momento perfecto para correr y era una suerte poder hacerlo sin que nadie le molestara. En general, odiaba a las personas. 

Se colocó la ropa térmica y una sudadera negra por encima, recogió su cabello rubio en una cola de caballo alta y se puso los cascos conectados a su música favorita antes de empezar a correr. Días antes había descubierto una buena ruta, en el bosque que había al finalizar el pueblo: soledad, aire puro, buenas vistas y la luna llena alumbrando su camino.

Cuando escuchó los aullidos quiso correr de vuelta, pero era demasiado tarde. Al principio había pensado en perros-lobo, lobos auténticos en el peor de los casos. Nada le había preparado para ver a esas espantosas criaturas de apariencia antropomórfica, pero dientes afilados y ojos carmesí.

Sus bocas jadearon soltando saliva y espuma antes de correr tras de él, incluso cuando era un corredor preparado enseguida se vio atrapado, las poderosas uñas rasgaron su ropa y cerró los ojos esperando una muerte rápida que nunca llegó. Otro de esos seres había saltado, pero en lugar de hacerlo sobre él comenzó a pelear contra el resto de cánidos.

Eran uno contra tres, pero el grupo huyó al comprobar la fuerza de los primeros zarpazos que cruzaron. Luego, la misteriosa figura se dirigió hacia él que seguía aterrado, encogido contra un árbol y con la ropa hecha jirones, pero el hombre que le sonría de forma dulce no soltaba espuma por la boca, sus ojos tampoco eran color rojo sangre sino impresionantemente azules, aunque las orejas en forma de pico que nacían entre su cabello y la peluda cola le dejaban en claro que tampoco era humano.

—Tranquilo, controlo mejor mi maldición que esos tipos. Jamás te haría daño — se quitó su camisa para cubrir su cuerpo, reemplazando a los trozos de tela que habían quedado en el suelo —. Me llamo Jean Jacques Leroy, pero puedes llamarme JJ.

Yuri no quería saber como se llamaba ese jodido tipo, antes de que cambiara de idea y decidiera comerlo él pensaba correr por su vida. La adrenalina, sin embargo, había abandonado su cuerpo y un dolor punzante lo sacudió. La camisa blanca se había empezado a cubrir de sangre y el hombre moreno la abrió inmediatamente, sin importarle que debajo estuviera prácticamente desnudo. 

No lo había sentido en el momento porque el pánico lo había dejado más cerca de desmayarse que de notar cualquier otra cosa, pero habían clavado sus uñas en él y desgarrado su piel en heridas repartidas por todo su cuerpo.

—Cielos… no son tan profundas, pero hay que atenderlas de inmediato — Yuri vio sus ojos teñirse con preocupación antes de ser levantado sin permiso por los brazos de un hombre lobo. 


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