Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar

Una sombra fugitiva


La noche cubría de oscuridad y silencio la mansión y mientras todos dormían tranquilos en sus habitaciones una ligera corriente de aire muy frío despertó a Víctor.

La oscuridad que reinaba en su habitación le confirmó que aún era de madrugada y que debía cubrirse bien con las mantas para volver a dormir; pero como el frío parecía colarse sin misericordia Víctor se vio obligado a sentarse en la cama y mirar las ventanas de su habitación para descubrir desde qué lugar llegaba la fría brisa.

Con cierto asombro comprobó que la puerta del cuarto de juegos estaba ligeramente abierta y que ese era el lugar desde el cual llegaba la helada sensación. Víctor recordaba que la maestra Lilia había cerrado muy bien la puerta antes de retirarse de su habitación y no pudo imaginar por qué motivo estaba abierta.

«Tal vez es el viento de la noche», se dijo y, pensando que no había cerrado bien alguna ventana del lugar más bonito de la casa, se puso en pie.

Caminó descalzo hasta ingresar al enorme cuarto y mientras buscaba con la mirada la dichosa ventana para cerrarla comenzó a sentir que el ambiente se tornaba demasiado frío, casi helado.

Bajo la suave luz de una menguante luna, Víctor podía ver las blanquecinas volutas que formaba su aliento en el aire y su cuerpo comenzó a temblar bajo el camisón de los pijamas. Pero como nadie le interrumpiría en su misión se acercó a cada una de las ventanas hasta comprobar que los cerrojos estaban puestos en su lugar.

«¿De dónde viene el frío?», se preguntó en silencio mientras retrocedía con mucho cuidado para no topar ningún juguete. Lentamente dio una media vuelta hacia la derecha y con el rabillo del ojo vio que una pequeña sombra corrió desde el estante de juguetes antiguos hacia la puerta de salida y desapareció. 

Víctor se quedó inmóvil, no quería volver la vista, una extraña sensación de vacuidad apretó su corazón, los finos vellos de sus brazos se le erizaron y una delgada corriente helada corrió desde su cabeza hasta sus pies.

Con el mayor de los cuidados retrocedió topando los muebles y derrumbando algunos juguetes hasta que salió de la habitación de juegos y cerró la puerta, comprobó que la manija estuviera bien segura y se lanzó de un salto a la cama donde se cubrió con todas las cobijas durante largos minutos, esperando que amaneciera o que se quedara dormido otra vez; pero el miedo suspendía aún su estómago en una nada incomprensible y su corazón golpeaba dentro del pecho con mayor potencia y rapidez, evitando que pudiera volver al mundo de los sueños.

Fue un momento desesperante, una lucha titánica entre vencer el espanto y salir a respirar. Y, por más que procuró seguir acurrucado dentro de los cobertores, la carne venció a la voluntad y tuvo que abrir un pequeño espacio para dejar pasar el aire fresco. Cerró los párpados con mucha fuerza y en algún momento de esa tenebrosa noche se quedó dormido.

Al día siguiente Víctor se despertó con la voz de su institutriz y lo primero que hizo fue ver la puerta del cuarto de juegos. Tratando de pensar en forma racional, se dijo que todo había sido un sueño y no le prestó más atención al asunto. Y, durante las siguientes siete noches que durmió plácido y sin temores, olvidó la extraña experiencia que había vivido.

Cada día cumplió con su estricto horario. Durante las mañanas estudiaría botánica, historia, lengua, números y religión. Por las tardes se concentraría en las lecciones de piano y los fines de semana se dedicaría a cabalgar. Por su puesto que sus maestros no olvidaron acomodar un horario para que cumpliera sus deberes y para que pudiera distraerse y jugar con su querido Makkachin en el prado o divertirse en el cuarto de juegos.

Un atardecer mientras observaba los detalles del tren de acero, abría y cerraba sus pequeñas puertas, acomodaba unos muñecos de caucho dentro de sus minúsculos asientos y lo hacía rodar por los rieles montados en la gran mesa, Víctor sintió otra vez la misma sensación fría que había vivido días atrás y cuando levantó la vista automáticamente observó la puerta de la habitación que permanecía abierta y tras de ella volvió a ver la menuda sombra que le contemplaba sin hacer el menor ruido.

Víctor levantó la vista para ver quién lo miraba con tanta insistencia y notó un ligero movimiento tras la rendija. Pensó que tal vez era el hijo pequeño de algún trabajador de la casa que había ingresado a su habitación y quería entrar al cuarto de juegos.

A Víctor le pareció una buena idea invitarlo a jugar, así que bajó de la silla en la que estaba arrodillado, caminó unos tres o cuatro pasos hacia la puerta y cuando iba a llamarlo para que pasara vio que el niño corrió hacia el corredor.

Víctor pensó que había sido demasiado torpe y que el niño se había asustado, así que se propuso correr tras de él, detenerlo, pedirle disculpas e invitarlo a que jugara con él en esa enorme habitación. Después de todo había muchos juguetes para los dos y era triste jugar solo.

Cuando salió de su habitación, entre las luces y las sombras del atardecer, pudo ver que el pequeño bajaba las gradas con gran velocidad. Víctor se vio obligado a correr tras de él y en medio de las escaleras lo llamó a viva voz.

—¡Oye detente! —el chiquillo bajaba las gradas dando saltos inmensos para poder alcanzar al pequeño, pero veía con frustración que éste corría tan rápido que parecía volar—. ¡Espera! ¡No quiero hacerte algo malo!

Tras el pequeño y huidizo niño Víctor llegó hasta el comedor de diario, lo vio entrar en el salón de distribución, un lugar que era paso obligado para todos los habitantes de la casa pues comunicaba el comedor familiar, la cocina, el patio posterior y un largo corredor oscuro que se dirigía hacia el sótano donde se guardaban los vinos.

Víctor entró en el espacio y ya no vio al niño, en su lugar solo se encontró con todas esas puertas de conexión. Miró cada una e hizo lo que la lógica le obligó. Entró en la cocina y se encontró con la sorprendida mirada de una jovencita de rojos cabellos que horneaba los pasteles para la cena.

—Perdón —dijo Víctor cuando la muchacha se mostró impresionada con su incursión—. Solo quería saber si aquí entró ese niño pequeño que subió a mi habitación.

—Disculpe señorito, pero en esta casa no hay ningún niño —La joven juntó las cejas extrañada por las palabras del menor.

—Si hay un niño —insistió el muchachito y caminó hacia la ventana para ver si estaba escondido en el patio posterior—. Yo lo vi y creo que se asustó y corrió aquí abajo, pero cuando entró en el comedor de diario lo perdí y pensé que había entrado aquí. Tal vez se fue por la otra puerta.

Víctor no sabía explicar cómo es que la joven no pudo ver a un niño pequeño desde ese lugar. A su vez la muchacha se llevó la mano sobre el pecho y con enorme sigilo asomó su cabeza para ver afuera, con sus grandes ojos azules repasó el patio de rincón a rincón y no vio nada.

De pronto la maestra Lilia ingresó a la cocina atraída por la bulla que hacía Víctor y con severo rostro contempló a la joven y a su alumno.

—Víctor Miroslávovich Nikiforov, ¿qué se supone que es todo este escándalo?

Víctor la miró con cierto temor pues cada vez que ella o su madre lo llamaban de esa manera significaba que había roto alguna regla de las muchas que debía seguir para comportarse como el jovencito noble que era; sin embargo, la curiosidad era mayor y sin ningún reparo explicó su problema.

—Había un niño mirándome en la puerta del cuarto de juegos. —Víctor recordó lo poco que había visto sobre el pequeño—. Quise invitarlo a jugar conmigo, pero corrió hasta aquí. Tal vez se asustó. Pensé que era el hijo de alguna de las trabajadoras. Yo solo quería jugar con él…

Lilia miró a la muchacha, se acercó a la ventana de la cocina oteó hacia el oscurecido patio y apretó el entrecejo.

—Víctor en esta casa no vive otro niño, ninguna de las señoras del servicio tiene un hijo. —Lilia tampoco sabía cómo explicar a un convencido Víctor que lo que vio solo fue una ilusión—. Tal vez solo fue tu imaginación.

—¡No! ¡Yo lo vi! —Víctor reaccionó como nunca antes lo había hecho y cuando se dio cuenta que Lilia lo miraba con severidad bajó el tono de voz, agachó la cabeza y argumentó—: Quizá es un niño perdido que entró en la casa.

—El pueblo está muy lejos y no hay más familias en las otras mansiones, señorito —dijo la muchacha mientras se acercaba al horno y miraba la cocción del pastel—. Tal vez lo que vio fue un animalito.

La chica volvió a mirar a la maestra Lilia con cierto aire de complicidad y aplaudió feliz porque su delicioso pastel ya estaba a punto.

—Víctor sube a tu dormitorio y alístate para cenar —ordenó la dama señalando la puerta de la cocina—. Y la señorita Mila tiene razón, tal vez entró un animalito y corrió asustado. Ya no hablemos más de este asunto.

Víctor sabía que no podía quedarse a defender su posición. Él sabía lo que vio y es que ningún animalito espía detrás de las puertas y tampoco tiene el rostro regordete y el cabello oscuro, mucho menos corre sin hacer ruido y abre las puertas para escapar.

Resignado a callar aquello que vio, Víctor salió de la cocina y cuando se disponía a entrar en el comedor de diario miró hacia el pasadizo que llevaba al sótano, intentó adivinar qué había al fondo de ese oscuro lugar y cuando aguzó la mirada una fría brisa golpeó su rostro obligándolo a subir hasta su dormitorio sin volver la vista atrás.

Anuncio publicitario

Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

2 comentarios sobre “Una sombra fugitiva

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: