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Un salvador silencio


Durante el tiempo que compartió con Víctor, Yuuri jamás lo había visto llorar. Tal vez pudo ver un brillo especial en sus ojos y hasta juró que los vio humedecerse; pero ese momento y como nunca antes, contempló las largas gotas diamantinas que bajaban por sus suaves mejillas y la expresión de horror que llevaba en el rostro.

Con cuidado se movió por encima del bebé y se acomodó de rodillas junto a su amigo. Estiró el brazo y apartó el largo mechón plateado que cubría uno de sus ojos, lo miró fijamente y pudo sentir el intenso dolor que apretaba el corazón de Víctor.

Yuuri no se atrevía a preguntar por lo sucedido, imaginaba que los habían golpeado a todos. La huella lacerante en el rostro de Víctor era una muestra de la violencia que emplearon los soldados. Yuuri imaginó que los padres de Víctor, el abuelo y la mamá de Yuri y el pequeño Makkachin fueron llevados a la cárcel y no sabía qué era en verdad una cárcel.

Algo entumecido acomodó la espalda en la pared trasera y en silencio siguió contemplando la triste mirada y las lágrimas de Víctor.

—Mataron a Makkachin. —Con inmenso pesar, Víctor no pudo seguir guardando ese inmenso dolor que le aguijoneaba el pecho cada vez que recordaba las duras escenas que vivió desde que lo capturaron—. Un hombre le rompió el cuello y yo no pude hacer nada.

—¿Y tu papá? —Yuuri sintió que el dolor de Víctor atravesaba su cuerpo y abrazó sus propias rodillas.

—Luchó contra esos hombres malos y persiguió a uno que me seguía con una gran escopeta —Víctor jamás había visto un fusil de guerra, pero sí las carabinas que su abuelo usaba cuando salía de cacería—. También lo hirieron. —Cerró los ojos, ajustó los puños y se dejó vencer por el llanto—. Tengo miedo Yuuri.

Yuuri se aproximó y cerró sus cortos brazos alrededor del cuello de Víctor. Este lo apretó contra sí y siguió llorando. En su memoria se repetían una y otra vez las imágenes de su mascota temblando en las manos de ese soldado; volvía a ver el rostro de su madre pidiéndole que se alejara.

Volvía a escuchar la voz de su madre, las palabras del abuelo Nikolai, los gritos desgarradores de Ivanna, los gemidos de Makkachin y la voz de su padre que de lejos le alentaba a correr y alejarse más.

Siguió viendo los rostros enfurecidos de los soldados, el odio en los ojos esa mujer que había golpeado a su mamá. Volvía a sentir las manos fuertes de ese hombre que lo capturó, su aliento podrido, su risa estridente y su mirada de hielo.

—¡Víctor estás herido! —notó Yuuri con temor.

—No es tan grande la herida. —Víctor abrió la desgarrada camisa y mostró la herida que la bala había ocasionado al salir por su pecho. Tenía el mismo tamaño que el botón de un clavel y el mismo color—. Pero duele —dijo Víctor apretando la camisa, el saco y el abrigo en un intento por reducir el sangrado.

Yuuri pasó su mano sobre el hombro y notó que había otro agujero en la espalda de Víctor, uno más pequeño que también sangraba. Sin saber qué hacer para curarlo volvió a abrazarlo y cuando notó la incomodidad de su amigo se sentó junto a él y comenzó a jugar con los dedos de sus manos.

—¿Por qué nos odian tanto? —preguntó Víctor y Yuuri movió su cabeza en negativa porque tampoco encontraba una razón.

—Tal vez se metieron muchos demonios en su cabeza —solo eso se le pudo ocurrir responder a Yuuri porque recordó que su hermana le contaba cuentos de miedo que hablaban de los malvados espíritus del bosque a quienes llamaba demonios.

—Debe ser eso, porque un hombre que golpeó a mi papá dijo que no creía en dios. —Víctor comenzó a sentir que hablar con su amigo le daba cierto alivio.

Cerró los ojos por un segundo en un intento por olvidar las duras imágenes; pero éstas daban vueltas y vueltas en su cabeza y lo seguían atormentando. Siguió viendo cómo su papá se arrastraba en la nieve, sujetando su estómago, cómo cayó rendido y cómo le pidió que siguiera adelante. Se arrepintió de haberlo dejado solo, apretó la mandíbula y temiendo lo peor volvió a llorar.

Aunque fuera más pequeño que Víctor, Yuuri se sentía responsable de hacer algo para consolarlo, durante un largo rato se quedó mirando las portezuelas de ese lugar secreto pensando qué podría decirle para que no llorara más y de pronto el rostro se le iluminó.

—Víctor —hablando a media voz intentó hacerse entender—. No llores. Si dispararon a tu papá, a tu mamá y a Makkachin, entonces… ellos son como yo.

Víctor miró a Yuuri y sintió que la esperanza se abría paso en su angustiado corazón. Él era la prueba irrefutable que existía un mundo espiritual y si ese niño del espejo podía seguir riendo, llorando, jugando y aprendiendo junto a él. entonces era posible que pudiera volver a ver a sus padres y a su querido caniche, aunque fuera a través de un espejo.

Ni la venganza, ni las ideologías de terror, ni la brutalidad y mucho menos el odio de los hombres, acabarían con ese sentimiento de amor que unía a los Nikiforov.

Yuuri posó una de sus manos sobre la cabeza de Víctor y nuevamente lo abrazó porque en medio de las lágrimas lo vio sonreír. Los niños se quedaron juntitos sintiendo que sus corazones latían igual durante un largo rato, sin saber que ya estaba amaneciendo.

De pronto el pequeño Yuri se movió y comenzó a balbucear. Yuuri volvió la cabeza y al ver que el bebé se removía entre sus mantitas soltó a Víctor y se acurrucó junto a él. Puso su mano sobre la cabeza del pequeño y lo hizo dormitar una vez más. Era un truco mágico que solo un espíritu como el de Yuuri podía ejecutar; pero era un truco que tenía un límite y si los mayores no se apuraban en retornar y no los sacaban del armario, podría dejar de funcionar.


El capitán caminaba enfurecido rumbo a la mansión.

El operativo no había sido lo exitoso que hubiera querido. Había perdido demasiados hombres así que, como compensación, dispuso que sus soldados saquearan la propiedad. Sin embargo, el hombrecillo calvo y con un parche en el ojo se opuso a sus planes y le recordó que el jefe de operaciones de esa región sería el encargado de determinar el destino de la propiedad y de las cosas en su interior.

—No creo que extrañe algunas joyas o los cubiertos de plata —comentó el capitán.

—Y si lo que encuentre en esta casa no coincide con el inventario que acabo de hacer ¿tú responderás? —el hombrecillo mostró la libreta donde horas antes había estado haciendo un recuento casi detallado de los tesoros que la casa Nikiforov poseía.

—Sabes muy bien que toda la riqueza es del pueblo y que si ahora nos repartimos estas cosas entonces estará bien hecho —argumentó la mujer delgada con rostro de piedra.

Como no se ponían de acuerdo y apremiado porque todos se vayan de una vez, Yakov les propuso una gran solución.

—Perdonen que me meta en vuestros asuntos, camaradas; pero tal vez podrían repartirse todas las cosas valiosas de menor tamaño de esta propiedad y juntar un diezmo para el jefe de operaciones en esta bolsa. —Yakov tenía la esperanza que esos hombres aceptaran su sugerencia y se largaran pronto—. Mi esposa puede ayudarles a revisar el inventario de objetos mayores que tiene la casa y todos habrán ganado.

Los hombres accedieron con un aplauso, el hombrecillo tuvo que resignarse a la presión de esos soldados recios pues si se seguía oponiendo podrían matarlo y decir que fue una víctima más del tiroteo.

Al primer lugar que el sargento entró, fue a las caballerizas donde hizo un recuento de los caballos y determinó que los finos corceles de los Nikiforov se convertirían en bestias de carga del ejército, porque hasta los caballos de los burgueses merecían ser degradados o morir.

Con gran rapidez los demás trabajadores de la casa juntaron los cofres llenos de joyas que estaban empacados en las maletas de la familia; los candelabros, servicios, marcos y adornos de plata, así como las estatuillas jade y ónix que poseía la familia.

Los libros de la biblioteca fueron quemados junto con el gran piano de cola pues, según dijo el capitán, para el jefe de la revolución “la música podía ser un medio para la rápida destrucción de la sociedad” *. El papel y la madera ardieron en la entrada de la casa tal como ardían los cuerpos de quienes se oponían al devastador régimen en los hornos y los calderos de las fábricas.

Lilia entregó los libros de inventario que cada año se renovaba en la casa y comprobaron con el hombrecillo el estado de cada cuadro, mueble, alfombra, lámparas, vajilla y otros enceres. El hombre dispuso que todo permaneciera en custodia y que las carrozas de los Nikiforov y los Plisetsky se queden para el servicio de su jefe. También dispuso que se quedaran cuatro caballos de los más fuertes.

Cuando llegaron al sótano Lilia comenzó a temblar; varios soldados sacaron las existencias de vino que dormían en los barriles y otros finos tragos. Se quedaron con herramientas y lamparines y dejaron vacío el ambiente. Finalmente, Lilia y el menudo jefe del pelotón de le obligó a ingresar al depósito. Encendieron los candiles y Lilia intentó hablar muy bajo para no despertar al bebé.

El hombre paseó por todo el lugar levantando los cobertores que protegían los muebles, revisando el estado de los sillones, sillas, mesas, camas y otros enceres que esperaban arrinconados.

—Son muebles viejos como podrá ver —comentó Lilia a media voz.

—Para mucha gente estos muebles viejos son un tesoro porque ellos no tienen muebles en sus casas. —El hombre presentaba sus irrefutables argumentos.

—¿Desea que los jóvenes de la casa los saquen? —Lilia disimulaba su angustia con una mirada calmada, pues el hombre se acercó al armario e iluminando con el lamparín comenzó a abrir las puertas y los cajones.

—Creo que no es necesario —el hombrecillo calvo acercó el lamparín al espacio inferior del mueble y con curiosos ojos revisó el marco de las portezuelas.

Lilia se aproximó con rapidez al mueble y con el fin de desviar la atención del revolucionario tomó un gran espejo con marco de plata que estaba dispuesto en la parte superior. Si el hombre seguía mirando el marco tal vez podría notar su verdadero uso o podría despertar a Yuri y, si el bebé comenzaba a llorar, todos estarían perdidos.

—Tal vez le interese esto señor —Lilia aproximó el espejo y el hombrecillo dejó su labor investigadora—, perteneció a la bisabuela del dueño de la mansión, estaba aquí porque nadie se dio el trabajo de cambiar el vidrio, pero podrá ver que lo más valioso es el marco y el mango.

El tipo revisó el espejo y se los devolvió.

—Quédeselo señora —El hombrecillo volvió a tomar el lamparín y se alejó con pasos cortos se alejó del armario—. Parece que para usted es muy valioso.

—Tal vez pueda cambiarlo por algo de comida cuando lleguemos a la ciudad natal de mi esposo— comentó Lilia apurando la salida del menudo hombre y mirando con angustia el gran armario. Al parecer todo estaba bien dentro de él, pero también le preocupaba que no hubiera un solo sonido.

Cerca del medio día culminó el saqueo de los valiosos objetos que alguna vez tuvieron un significado material y emocional para la familia Nikiforov y los hombres del ejército rojo subieron a sus caballos muy felices, cargados de joyas, dinero, ropa fina y otros objetos de valor.

Antes de partir el menudo hombrecillo de cabeza calva, bigotes y chiva en la barbilla, dispuso que se quedara un soldado en para cuidar la residencia, que las mujeres también se quedaran esperando al jefe de operaciones que en seis o siete días llegaría al lugar. Determinó que, si deseaban, los mayores podían quedarse hasta que terminara el invierno y se llevó a Georgi, el encargado de las caballerizas y Dima, el capataz, como miembros nuevos de las tropas.

Los jóvenes no pudieron negarse pues aquellos hombres que se rehusaban a pertenecer al ejército rojo eran apaleados, maniatados y arrojados vivos a un río. Antes de partir, Yakov los llamó a un costado y entregándoles cigarros los despidió con gran tristeza en el alma pues sabía bien que eran jóvenes honestos.

—Pase lo que pase, no pierdan su humanidad muchachos —les dijo y los despidió con una palmada en el hombro. Cuánto hubiera querido abrazarlos, pero los soldados rojos concebían que las muestras de afecto eran actitudes débiles que los miembros de las tropas no podían demostrar.


Dentro de la alacena Yuuri y Víctor se habían acomodado cabeza contra cabeza y aterrados escucharon la charla que Lilia sostenía con el hombrecillo revolucionario.

Yuuri sostenía al bebé y apaciguaba sus movimientos y su molestia intentando mantener esa energía que nacía de su corazón y lo adormecía; pero para ese momento el bebé ya estaba mojado y si esos hombres malos no se iban pronto seguramente lloraría.

A través de las rendijas, Víctor observaba la luz de la lámpara con temor y miraba los movimientos de las diminutas manos del bebé Yuri hacían provocándole pequeños saltitos. Víctor se puso a rezar y pidió que esas voces no despertaran al bebé, que ese hombre no descubriera el sonido vacío de la madera y que todo pasara rápidamente.

Cuando las voces se fueron alejando lentamente por el callejón y escucharon cerrarse la puerta del oscuro depósito, Yuuri dejó salir el aire en un prolongado suspiro y Víctor se quejó.

—¿Te duele mucho? —preguntó Yuuri recordando la herida en el hombro de Víctor.

—No mucho —dijo el chiquillo y acomodó su cuerpo de costado, en forma opuesta a la que estaba recostado Yuuri—. Solo tengo frío y mucho sueño, estoy muy cansado.

—Duerme —dijo Yuuri levantando la cabeza y juntó su frente con la de Víctor—. Yo te cuido y cuido a Yuri también.

Víctor sonrió y cubriéndose el cuerpo con una de las mantas cerró los ojos, se acurrucó bien para combatir el frío que comprimía sus músculos y, sintiendo el calor de Yuuri y la respiración pesada del bebé, se fue quedando dormido.

Notas:

*“La música puede ser un medio para la rápida destrucción de la sociedad”. Frase de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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