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Un gatito llorón


Hacía mucho tiempo que no los veían. Tal vez unos cinco o seis años desde que se despidieron en la puerta de la mansión y antes que comenzara la guerra. Eran sus parientes más cercanos y aunque la edad del conde Nikolai Plisetsky distaba mucho de la edad que tenía Angélica siempre fue considerado como el más agradable de sus primos políticos.

El conde había contraído matrimonio con la varonesa Sherémetev, prima en tercer grado de Angélica Nikiforov, las unía la sangre, las separaba la distancia y la edad; sin embargo desde que se conocieron en una reunión familiar nunca dejaron de escribirse cartas y de verse en las mejores fiestas que organizaba la aristocracia rusa. Comunicación que se vio interrumpida cuando la varonesa falleció.

El conde Plisetsky no llegó solo a la mansión, lo acompañaba su hija Ivanna. Ella era una jovencita muy hermosa, de largo cabello rubio, ojos color del musgo y finas facciones. Como toda joven de inicios del siglo XX, Ivanna ya mostraba un anillo matrimonial en el dedo, pero a su corta edad también tenía que mencionar el trágico apelativo de viuda. Su amado esposo Yuri Gorchakov, militar de alto rango, había fallecido a manos de los miembros de la cheka que no dudaron en ejecutar a toda su división aun cuando ya estaban rendidos.

Miroslav salió a recibirlos en las escaleras de la mansión, teniendo a Víctor a su diestra y a los esposos Feltsman a su izquierda. Pero fue Angélica la que más insistió en esperar a sus parientes en esa fría mañana de diciembre que llegaba cargada de ventisca. Llegaron en un coche de alquiler, algo vetusto y destartalado para una familia que se preciaba de tener un noble abolengo.

El primero en bajar del coche fue el conde Nikolai quien, con su sombrero de copa, su grueso abrigo gris, una bufanda de fina cachemira negra y los espejuelos redondos delante de los ojos miró con una gran sonrisa a esos rostros queridos, los únicos que quedaban en toda Rusia. Inmediatamente le siguió la hermosa Ivanna, que bajó con mucho cuidado y para sorpresa de los anfitriones llevaba en brazos y envuelto en una manta de color verde pastel al pequeño fruto de su amor.

Rápidamente subieron las escaleras y el abrazo cariñoso no se dejó esperar. Miroslav estrechó entre sus fuertes brazos la ancha figura de Nikolai y el conde apretó los antebrazos de su primo político con sincera emoción. Yakov le dio la mano y un par de palmada en el hombro, pues así de estrecha era la amistad que cultivaron entre los dos. Y Víctor… él saludó con una grácil venia que el anciano respondió levantando el sombrero.

Ivanna fue recibida con besos y halagos. Angélica la miró con notable cariño, pues era muy parecida a su querida prima y Lilia hizo una corta reverencia para darle la bienvenida, hacía mucho tiempo que la marquesa Nikiforov y la varonesa Baranovskaya no veían a la jovencita.

Pero quien se llevó la atención de la familia fue el pequeño que dormía plácido y calentito dentro de las mantas con las que su madre lo envolvió.

La ventisca apuro el ingreso de los recién llegados y los anfitriones, quienes de inmediato fueron conducidos a la sala de recepción para recibir las primeras atenciones. Tizanas calientes para reponerse del frío y una copa de vodka para alivianar el espíritu. El poco equipaje con el que viajaron fue conducido de inmediato a sus habitaciones y la marquesa ordenó que alistasen una de las cunas que estaban guardadas en el depósito para que el pequeño durmiese en ella.

La mansión se convirtió en un verdadero panal donde todos tenían algo que hacer para que los invitados pudieran disfrutar su estadía. Quien estaba quietecito, sentado con los pies colgando y al borde del barandal de madera era Yuuri, que al ver el pequeño bultito que la hermosa mujer cargaba en brazos sintió unas ganas irrefrenables de mirarlo. A pesar de estar dormida, esa criaturita emanaba haces de vida con gran intensidad y eso atrajo el corazón del pequeño japonesito.

—Es varón —dijo Ivanna con una gran sonrisa—. Tiene nueve meses y se llama como su padre, Yuri.

La sonrisa de Ivanna desapareció cuando pronunció el nombre de aquel hombre que decidido a luchar por la seguridad de su familia no dudó en enlistarse en el ejército blanco que organizaron los nobles.

—Mi yerno falleció luchando con los hombres que tenía a cargo —explicó el conde y agradeció la atención de Mila—. No pudo conocer a su hijo; pero yo juré que haría todo lo posible para alejarlo de la brutalidad del “terror rojo”.

Nikolai suspiró y todo se quedaron callados. Víctor no entendió la referencia así que siguió tomando una taza de té con deliciosos pastelillos, callado para escuchar a los mayores y mirando de reojo los movimientos que Yuuri hacía para acercarse al bebé.

—Este chiquitín es la causa de nuestro retraso, queridos tíos —añadió Ivanna mientras descubría el rostro del bebé y éste estiraba sus bracitos.

—Nos fue imposible salir antes, estuvimos ocultos en el negocio de la madre del profesor Ivanov. —La mirada del anciano revelaba el temor que experimentaron esos días de incertidumbre cuando cada golpe a la puerta del negocio de su antiguo colega era un desafío de vida o muerte para él, su hija y el bebé—. Ya les contaré todo lo que está sucediendo y lo que se viene del oeste. Todos están huyendo Miroslav y si no hacemos lo mismo condenaremos a estos pequeños a la brutal represión que el asesino rojo está imponiendo en las ciudades grandes.

El conde Plisetsky calló al ver el rostro del pequeño Víctor quien atento escuchaba cada palabra y cada novedad que los invitados trajeron desde Moscú. Siendo aún un niño ya tenía una idea de lo que podía suceder a los nobles; los llevarían a las cárceles y allí terminarían sus días, tristes y sin amor; eso era lo que pensaba Víctor, sin imaginar cómo eran en verdad las cárceles establecidas por los zares y cómo se estaban transformando con la nueva tiranía impuesta en su país.

Pero lo que causó más arrebato en el rostro de Víctor fue la palabra huir. Él pensaba que cuando llegase la primavera o tal vez en el verano retornarían a su gran casa en las afueras de San Petersburgo y volvería a ver a los amigos de su padre y a jugar con sus hijos y tal vez harían un viaje por Europa como lo prometió papá cuando acabase la Primera Guerra Mundial.

Escuchar que debían salir huyendo de su país, como si algo los persiguiera le provocó un nudo en el estómago y cuando sus ojos se fijaron en el rostro de Yuuri, que curioso se ponía en puntas de pie para ver al bebé de Ivanna, el rostro de Víctor se ruborizó. Huir significaba dejar a Yuuri.

Los mayores callaron y convinieron en hablar los asuntos vitales de su futuro cuando Víctor no estuviera presente. Terminaron de tomar el té y cuando el mayordomo anunció que la cuna para el bebé ya estaba lista se dispusieron a subir a las habitaciones que los anfitriones les asignaron.

De pronto unos balbuceos se dejaron escuchar y el pequeño dormilón abrió los ojos. Tiró con fuerza del gorrito que cubría su cabecita casi calva y observó con gesto agrio esos nuevos rostros que lo contemplaban sonriendo. Señaló a todos con los dedos estirados y miró sobre su cabeza para ver si era mamá quien lo sostenía.

—Parece un gatito —exclamó Víctor y se acercó a verlo mejor. Y Yuuri asintió junto a él.

Yuri estiró la mano y sujetó entre sus diminutos dedos la punta de la cola de Víctor y tiró con fuerza del mechón de plata, Víctor intentó aguantar el jalón; pero terminó quejándose.

Todos rieron.

El único que se mantuvo con la mirada firme fue el bebé quien, cuando Víctor logró soltar su cabello, formó un gran puchero con los labios bien arrugados y juntó el entrecejo; pero antes que comenzara a llorar Ivanna se excusó y subió a su dormitorio para cambiarlo y darle de mamar.


Tras un día agitado la casa entera descansaba del ajetreo. Hasta los caballos en los establos se habían alborotado y Makkachin no tenía permitido entrar en la casa así que se quedó mirando la puerta desde la caballeriza donde estaba más caliente.

La ventisca de la mañana había cesado y los habitantes de la mansión podían sentir la nieve caer lentamente. Todo era calma y paz cuando de pronto desde la habitación de invitados un llanto incesante interrumpió las oraciones y despertó a un adormecido Víctor.

«Ese bebé llora demasiado», pensó Víctor recordando las pálidas mejillas de su sobrino.

«Va a ser tan fuerte como su padre», concluyó Nikolai mientras sonreía al escuchar la voz de su nieto.

«El llanto de un niño después de tanto tiempo», Angélica suspiró mientras Miroslav acomodaba su almohada y le daba un beso de buenas noches antes de salir a su propia habitación.

«En momentos como este no me arrepiento de no haber tenido hijos», imaginó Yakov muy molesto con el continuo berreo.

«Cuánta vitalidad tiene ese pequeño. Parece que no va a callar», pensó Lilia y cerró el libro que leía a la luz de una vela que desfallecía en el candelabro.

Víctor levantó su almohada para cubrir su cabeza y no escuchar el llanto y de reojo observó la pequeña sombra de Yuuri saliendo del cuarto de juegos y deslizándose hacia el corredor y se preguntó si su curioso amiguito iría a espantar al bebé para que se quedara callado.

Cuando Yuuri entró al cuarto, Ivanna cambiaba al niño, estaba todo mojado y tenía una pequeña rosadura en las nalguitas. Durante el viaje fueron muchas las horas que no pudo atenderlo como era debido y ahora se notaban las consecuencias y a pesar que se esmeraba en llamar su atención para que no gritara, Yuri no dejaba de chillar.

Ivanna salió un momento para calentar la mamila. Lamentablemente ella tenía poca leche y debía preparar más, se había acostumbrado a hacerlo cuando con su padre vivieron ocultos en el sótano de otra casa durante la represión. Y no quiso molestar a los empleados de su tía Angélica, no debía acostumbrarse nuevamente a esas comodidades hasta llegar a vivir en un lugar seguro. Así que salió hacia la cocina a preparar la mamila y dejó al pequeño llorón en la cuna.

Yuri parecía no cansarse de gritar, aspiraba una buena cantidad de aire, inflaba sus menudos cachetes, arrugaba la frente y con toda la fuerza de sus pulmones soltaba sus gritos sin parar hasta ponerse tan colorado que parecía iba a estallar.

Con el sueño de todos interrumpido y cuando Angélica se disponía a levantarse de la cama para ayudar a su sobrina la calma volvió a la casa y el bebé dejó de gritar. Todos suspiraron aliviados pensando que la muchachita por fin pudo dar la leche al chiquitín; pero estaban muy lejos de la realidad.

Ivanna había preparado la mamila y la enfriaba en un cazo lleno de agua fría cuando sintió que su pequeño Yuri calló. Pensó que se había rendido y se quedó dormido, pero como toda madre primeriza también pensó que algo malo le estaba pasando, un ahogo o una caída. No podía ser que su padre Nikolai lo estuviera sosteniendo pues aún si lo hacía, Yuri seguiría llorando a todo pulmón.

Cuando comprobó que la leche estaba tibia secó la mamila con una toalla y salió de la cocina guiada por un lamparín. Caminó lentamente para no tropezar con algún mueble y subió los escalones contando cada uno.

Llegó a la habitación con la duda atenazando su pecho y cuando se asomó a la cuna descubrió que los tules estaban hechos a un lado y que Yuri estaba balbuceando. Atento fijaba sus verdes ojos en un punto a la derecha de la cuna, allí donde los tules estaban levantados y movía las manos como si quisiera alcanzar algo.

Yuri no había hecho eso antes. Solo ella podía calmarlo cuando se ahogaba en llanto. Solo ella podía poner fin a sus reclamos. Sin embargo, ante sus asombrados ojos se mostraba un Yuri calmado y curioso que parecía estar fascinado mirando la nada. Ivanna acercó con mucho cuidado el lamparín pensando que tal vez un bicho distraía la mirada de su hijo y de pronto sintió en medio de esa mediana penumbra que los tules volvían a caer.

Una sensación extraña invadió el corazón de Ivanna  que sin dudarlo dejó el lamparín en la mesa de noche y tomó a Yuri de inmediato, lo sujetó contra su pecho, le puso la mamila en la boca y de inmediato desvió la mirada a la puerta de su habitación porque creyó ver una pequeña sombra.

Una pequeña sombra que ingresó a prisa a la habitación de Víctor asustado porque notó que Ivanna lo vio, tal vez no con la nitidez que su amigo lo miraba; pero sí lo siguió con el corazón.

—Yuuri —Víctor cantó su nombre como siempre y el pequeño se detuvo en la puerta—. ¿Fuiste a ver a Yuri?

—¡¿Yuri?! —el pequeño quedó confundido y se puso a pensar en el nombre hasta que recordó que lo había escuchado durante la reunión de los mayores—. ¡Ah, el bebé también es Yuri!

—Sí —Víctor se acomodó sobre el espaldar de la cama—. ¿Cómo lo hiciste callar?

—Caras bobas. —Yuuri subió a la cama de Víctor y se sentó frente a él.

—¿Caras bobas? —Víctor lo miró con curiosidad.

Entonces Yuuri se puso a hacer sus “caras bobas”, jaló sus ojos con las manos, sacó la lengua varias veces, hizo pucheros extraños, torció los ojos, apretó su nariz y acompañó sus payasadas con voces raras.

Víctor lo imitó de inmediato y también hizo gestos tan tontos que provocaron la risa de Yuri. Una clara risa que se escuchó en toda la mansión.

Víctor se asustó y le cubrió la boca y tras unos segundos volvieron a reír reprimiendo el sonido con las almohadas y tirándose en la cama con las manos sobre los estómagos.

Ya sabían qué hacer para callar a ese gatito llorón.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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