Tras las lecciones de la mañana Víctor salió al patio posterior de la casa y se puso a jugar con Makkachin. Desde el accidente en el lago, su padre le había prohibido ir demasiado lejos de la casa así que los dos amigos tenían que conformarse con dar vueltas por el patio, la lavandería y el callejón de servicio.
Y como ya se le hizo costumbre Yuuri también los acompañó. Así de inseparables se habían convertido y el buen caniche ya se había acostumbrado a la energía del pequeño que parecía flotar. Mas, la nevada que comenzó a caer frustró todos los planes de los tres amigos y Lilia llamó de inmediato a Víctor.
Yuuri había desaparecido y su curiosidad lo llevó a entrar en la habitación donde el bebé Yuri dormía. Lo miró durante un largo rato y pensó que sería más lindo si durmiera de noche igual que dormía de día.
Luego de dejar a Makkachin en las caballerizas, Víctor ingresó a la casa por la puerta de servicio y decidió subir a cambiar su ropa mojada. Caminaba en silencio muy cerca de la biblioteca cuando escuchó las voces de su padre, su maestro Yakov y el tío Nikolai.
Víctor sabía que estaban hablando sobre ese tema que no quisieron comentar la mañana anterior y a él le interesaba mucho saber cómo estaban las cosas en las ciudades grandes y si ya era momento de volver. Él no quería hacerlo y por eso necesitaba saber qué les diría el anciano y qué medidas tomaría su padre.
Miró la puerta de la biblioteca entreabierta, observó que los adultos conversaban en el fondo mirando la nieve caer por la gran ventana y con la agilidad de un felino se deslizó hacia adentro para mantenerse agachado detrás de un estante.
—Jamás en toda mi vida hubiera imaginado que algo así sucedería. —Nikolai sujetaba con fuerza el mango de plata de su bastón—. Mirko, nos están matando. La cheka ha ejecutado a trescientos nobles entre ellos miembros del parlamento. Hace solo un mes han capturado a varios sacerdotes y literalmente los han hervido vivos en agua delante de la gente. Los Notovich que eran muy buenos amigos míos fueron muertos a pedradas en la puerta de su casa. A los soldados del batallón de mi yerno los mataron de las maneras más horrendas, algunos fueron obligados a tragar plomo fundido, unos fueron arrojados vivos a hornos, otros fueron desollados y luego fueron ejecutados. —Nikolai calló para tomar aliento y con la mirada encendida por el odio y la resignación confesó otro horror—. Uno de los hombres que sirvió junto a Yuri, me dijo que a mi yerno lo ataron a un árbol, lo desnudaron, lo golpearon, le castraron y finalmente lo decapitaron. A Ivanna tuve que decirle que murió luchando.
—¿Es cierto que ejecutaron a los Románov? —Miroslav guardaba la esperanza que la monarquía saldría de Rusia y haría los buenos oficios para ayudar a todos los nobles que estuvieron a su lado.
—Todos fueron encerrados en una habitación mi estimado Mirko. —Nikolai movía la cabeza negando y sostenía la mirada sobre la fría nieve del exterior—. Incluso las chicas y el niño fueron golpeados, apuñalados y finalmente fusilados por casi una decena de hombres. Hasta sus sirvientes más fieles fueron ejecutados.
—Ya decía yo que ese viaje a Ekaterinburgo era una trampa para la realeza —comentó Yakov mientras cerraba la mano sobre el brazo del sillón.
—Mirko debemos salir cuanto antes, este lugar ya no es seguro —afirmó el anciano con el corazón lleno de angustia pensando en librar de una muerte segura a su hermosa hija y su amado nieto—. Todos están viajando a Vladivostok y desde allí a la libertad. Los Skósyrev se fueron a Canadá y los Bekétov viven ahora en una sencilla casa de Boston.
—Solo los estábamos esperando Nikolai, no podíamos dejarlos atrás —Miroslav sintió crecer la angustia dentro de su pecho con tanta fuerza que casi no le permitía respirar—. Cuando llegue la primavera viajaremos…
—¡No Mirko! —Nikolai golpeó el suelo con su bastón, la angustia también lo vencía—. Debemos partir cuanto antes, no dejemos pasar mucho tiempo.
—Mirko, Koila tiene mucha razón —añadió el maestro Feltsman bastante preocupado por la situación—. Debemos salir en pleno invierno, cuando amainen un poco las tormentas. Lo mejor sería salir para fines de enero, pero no prolonguemos más la estadía.
Era tan difícil abandonar esa vida de lujo y comodidad, la única que Miroslav conoció desde que había nacido. Su vida y su mundo estaba destinada a vivir de los negocios que había aprendido a administrar junto a sus padres y tíos. Pero pensando en la salud de Angélica y la seguridad de Víctor debía dar ese salto y dejar todo lo que fue su mundo. Allá en América sería uno más, pero sabía trabajar y sabía llevar adelante una fábrica, una flota de barcos mercantes y una oficina de importación. Su experiencia y dedicación lo llevaría a conseguir en poco tiempo la prosperidad que su familia necesitaba para seguir adelante.
—Qué les parece si partimos el último domingo de enero —propuso a sus amigos y recibió gustoso su respaldo y aceptación.
Víctor escuchó la noticia y sintió que sus piernas perdían fuerza. Enero era una fecha muy cercana para partir. Ni siquiera esperarían a primavera y no sabía cómo hacer para no dejar a Yuuri en esa orfandad de cariño y protección.
Por los comentarios de los mayores sabía que la policía del estado estaba matando a las personas y por la forma como Nikolai describió los asesinatos, Víctor sabía que debían huir; pero Yuuri era una preocupación mayor.
Sintiendo que el corazón latía embravecido, Víctor regresó a su habitación y para aguantar el llanto cubrió su rostro con la almohada y gritó.
De inmediato Yuuri llegó a la habitación. Había sentido la presencia de Víctor y sabía que algo malo le estaba pasando. Se detuvo junto a su cama y lo vio abrazar las almohadas clavando las uñas en ellas en un intento por contener los suspiros y las lágrimas. Jamás pensó verlo tan angustiado, molesto y débil. Con mucho cuidado estiró su pequeña mano y acarició los plateados cabellos enredados.
Víctor lo sintió y al incorporarse lo estrechó con tanta fuerza entre sus brazos que había olvidado lo frágil que resultaba ser un alma y lo poco que soportaba una aparición. Yuuri desapareció entre sus manos y Víctor se quedó agitado hasta que nuevamente lo vio frente a él.
—Víctor ¿por qué estás tan enojado? —Yuuri estaba asustado de verlo así.
—Escuché a los mayores decir que dejaremos la casa el último domingo de enero. —El dolor que sentía en el corazón no permitió que Víctor midiera sus palabras.
Yuuri agachó la cabeza y de inmediato desapareció. Víctor se dio cuenta de su torpeza y corrió hacia el espejo, de alguna manera esperaba detenerlo. Se paró frente al brillante vidrio y no tuvo que esperar mucho para escuchar el llanto de su amigo.
Yuuri lloraba despacito, casi en forma imperceptible. Mientras abundantes lágrimas caían sobre sus rosada mejillas, su pecho saltaba por los suspiros y su redonda pancita se hinchaba sin parar. No sabía cuándo era enero, pero por las actitudes de Víctor sabía que sería muy pronto.
—Yuuri qué quieres que haga para que no llores más —preguntó un tímido Víctor.
—¡Solo quiero que te quedes a mi lado! —Yuuri se asomó con el rostro mojado, el cabello sudoroso y la nariz inflamada.
—Dime cómo puedo entrar al espejo —pidió Víctor y acarició la fría superficie—. Tal vez si entro puedo ayudarte a encontrar el camino que estás buscando.
—No puedes Víctor —Yuuri intentaba calmar sus hipos—. Tendrías que ser como yo para poder entrar.
Víctor reconoció sus propias palabras en la voz de Yuuri y sintió que la garganta le apretaba. Cerró los ojos un buen rato y de pronto el rostro se le iluminó.
—¡Yuuri! ¿Y si entro en mis sueños como la otra noche? —Víctor encontró la solución recordando el sueño tan vívido que había tenido días atrás—. ¡Solo tengo que imaginar con todas mis ganas que estoy en el espejo!
—¡Yo te puedo ayudar! —Yuuri salió del espejo limpiando sus lágrimas con el dorso de las manos—. ¡Cuando duermas te puedo buscar!
Yuuri abrazó a Víctor y apretó su cintura, hundió la cabeza sobre el estómago de su querido amigo y olvidando las lágrimas los dos saltaron felices por toda la habitación de juegos.
Desde su importante conversación, los tres hombres se encargarían de planificar el viaje, destinar los recursos para su movilización y buscar los contactos para salir de Rusia.
Uno de los primeros objetivos que se trazaron fue comprar pasajes en alguna empresa de sus antiguos colegas y amigos. Y aunque no conocía a nadie en Vladivostok, Miroslav confió en el señor Nazarov, su mayordomo, y dándole todos los recursos necesarios lo envió a la lejana ciudad portuaria para que adquiriese los boletos del viaje.
Tres boletos para la familia Seveliev, ese era el apellido que los Nikiforov usaron para salir de San Petersburgo. Dos boletos para el matrimonio Petrov, tal como había sido consignado en los registros el apellido que usarían Yakov y Lilia quienes pasaban como unos simples trabajadores de la casa y tres boletos para los Polyakov, un antiguo maestro de escuela, su hija y su pequeño nieto, tal como decían los papeles de los Plisetsky.
El mayordomo partió de inmediato y Miroslav dispuso en un testamento que todos sus sirvientes se repartieran aquellos objetos y bienes que no podrían llevar a América y lo guardó al final del registro de pagos del personal.
Antes de cerrar el grueso cuaderno, Miroslav llamó a Lilia y Yakov, les alcanzó el registro y les pidió firmar.
—¿Por qué esta medida Mirko? —preguntó intrigado el maestro Feltsman.
—Nunca se sabe qué puede pasar —respondió el marqués y alcanzó la pluma a Lilia.
Ella miró el nombre en el libro y al ver el cargo comentó con una ligera sonrisa—. Ahora soy el ama de llaves de esta casa, jamás lo habría imaginado Miroslav.
Los tres amigos rieron y el resto de la tarde se pusieron a planificar el viaje.
