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Un fantasma travieso


Los siguientes tres días Víctor retomó su vida sin mayores sobresaltos. Se dedicó a jugar con Makkachin y explorar los jardines donde las flores regalaban sus últimos perfumes y se desvanecían anunciando el otoño.

Makkachin era un buen perro y olfateaba todo lo que Víctor le pedía. Juntos corrían por las veredas que separaban los jardines, jugaban en el patio delantero, el caniche ladraba mientras Víctor se balanceaba sobre el columpio o subía al grueso tronco del árbol.

Salían a explorar el prado y como buenos niños se detenían en el puente mirando el discurrir del arroyo que avanzaba hacia el lago. Víctor tenía prohibido ir más allá porque el suelo podía ser llano; pero el lago era otra cosa. Ese gran espejo de agua que reflejaba paciente las nubes de setiembre podía ser bello, pero guardaba un gran misterio y algunas historias que daban miedo.

Víctor había escuchado a los trabajadores de la casa decir que ese lago no tenía fondo y que en el pasado hubo personas que se ahogaron y nadie pudo encontrar sus cuerpos.

El padre de Víctor le había dicho que solo iría a orillas del lago con toda la familia en un día especial, pero que no se atreviera a ir solo si no quería que el pobre Makkachin desapareciera en sus oscuras aguas.

Víctor no quería que eso le pasara a su fiel amigo, así que dejó a un lado sus ganas de ir más allá del puente y prefirió explorar otros lugares de la casa.

Y no encontró otro lugar más interesante que el misterioso pasaje que llevaba al sótano de la casa, allí donde solo los más valientes se atrevían a entrar, entre ellos Georgi, el encargado de las caballerizas a quien Víctor vio entrar y salir algunas veces, con el lamparín en una mano y una o dos botellas de vino en la otra.

Una mañana cerca del mediodía, Víctor aprovechó que su maestro Yakov viajó al pueblo con el mayordomo y se acercó a Georgi.

—Señor Popovich —le dijo muy resuelto—. Quisiera conocer el sótano. Ahora cuando saque un vino ¿me puede guiar?

—Me gustaría mucho señorito —respondió el muchacho mientras encendía el lamparín—. Una buena compañía como la suya me ayudaría a entrar sin temor en ese lugar.

El joven invitó a Víctor a que lo acompañara y juntos bajaron las escaleras de piedra hasta llegar al fondo. Víctor comprobó admirado que el sótano era un pasaje ancho y largo donde las botellas, los toneles de vino y otros tragos dormían bajo el frío ambiente, desde el pie de la escalera hasta el borde de una pared, donde el callejón se dividía en dos puertas de vieja madera, una frente a la otra.

—¿Qué es ese lugar? —Víctor señaló el fondo del pasaje y caminó un buen tramo en dirección a la pesada puerta de la derecha.

—Yo no entraría allí, señorito —dijo el muchacho—. Ese es un lugar donde guardamos las cosas que ya no sirven, pero también es un lugar donde viven los fantasmas de la casa.

—¿Fantasmas? —Víctor abrió los ojos de par en par.

—Eso fue lo que dijo el señor Nazarov. Él es un hombre que ha vivido más años en esta casa y conoce bien todas las historias. —El delgado joven encontró una botella de vino rosado y comenzó a quitarle el polvo con un trapo húmedo—. Pero nunca habla de este lugar porque dice que aquí viven las almas de personas que no encontraron su camino al cielo y están en el limbo.

—¿El limbo? —el chiquillo no recordaba dónde escuchó esa palabra.

—Sí señorito, es el lugar donde van los espíritus que no entran al cielo ni son condenados al terrible infierno —Georgi respondió haciendo un gesto macabro con los ojos.  

—¿Hay muchos fantasmas? —Víctor retrocedió alterado por las palabras del muchacho.

—No lo sé, señorito; pero a veces en las tardes o en las noches hemos escuchado algunos ruidos. —Georgi tomó la lámpara dispuesto a regresar—. La señora Sharapova insiste que son ratas; pero yo lo dudo pues siempre he puesto muchas trampas y veneno para acabarlas. Además, las ratas hacen ruidos agudos y dejan huellas en los muebles. —Georgi se acercó a Víctor y en tono de confianza le habló al oído—. A veces cuando bajo a este lugar escucho sus voces. Tal vez el niño que usted vio el otro día es uno de ellos.

—¿Un niño fantasma? —Víctor pensó que eso podía explicar por qué el niño desapareció; pero a la vez se negaba a creerlo porque un fantasma es una cosa rara, transparente y flota en el aire con una cara pálida y ojos salientes y es semejante a una calavera. En cambio, ese niño que había perseguido hacia unos días atrás parecía ser real.

—Sí, señorito —le dijo Georgi invitándolo a salir con un movimiento de su brazo—. Pero por favor no le diga a su papá que yo le hablé de esto.

Víctor se quedó pasmado escuchando esa historia y subió a prisa la escalera sintiendo la tensión que el miedo provocó en sus músculos. Durante el resto del día se mantuvo callado pensando en los fantasmas y cuando terminó la lección de piano volvió a la biblioteca y entre los cientos de libros que el gigantesco estante poseía buscó alguno que hablara de fantasmas; pero no lo encontró.


Los siguientes dos días Víctor pensó en lo que Georgi le dijo y no sabía cómo resolver ese misterio, pues por las noches volvió a sentir esa corriente de aire que le helaba los huesos.

Pensando en los fantasmas de la casa ingresó a su habitación y buscó los soldados de plomo que estaban guardados en un cajón del gran estante y los tomó todos para ordenarlos uno tras de otro como si estuvieran desfilando. Con mucho cuidado los acomodó y tras los soldados con uniforme de gala acomodó algunos sobre sus caballos.

El tiempo pasó hasta que lo llamaron para cenar. Movido por el hambre dejó todo como estaba y decidió que ordenaría todo antes de dormir. Como siempre cenó con la pulcritud que desde muy pequeño le habían enseñado y se mantuvo callado hasta la sobremesa.

Cuando todos comenzaron la tertulia que por lo general duraba media hora, Víctor pidió permiso para hablar.

—Papá ¿tenemos algún libro de fantasmas?

Miroslav, Yakov y Lilia intercambiaron miradas y como Víctor esperaba la respuesta, su padre se vio obligado a hablar.

—¿Para qué quieres un libro de fantasmas, Vitya? —Miroslav tomaba un suave licor de menta.

Víctor recordó que Georgi le había pedido que no hablara de la historia, así que con cierto rubor en el rostro tuvo que mentirle a papá—. Es solo curiosidad.

—No hay libros de fantasmas en la biblioteca, hijo. —Miroslav estaba sorprendido porque por primera vez sentía que Víctor le ocultaba algo—. Y será mejor que no pienses en ellos si no quieres que te vengan a molestar.

Víctor pasó con dificultad el último sorbo de té y casi de inmediato pidió permiso para retirarse de la mesa e ir a la habitación de mamá.

Junto a su madre no tardó mucho porque ella estaba muy dormida por las medicinas, así que solo la acompañó unos minutos, le dio un beso pequeño en la mejilla y volvió a su dormitorio.

Cuando entró en el cuarto de juegos tuvo que encender nuevamente el lamparín de la pared, se dispuso a dejar a los soldados en su estante y guardar los caballos; pero cuando se acercó al mueble vio que algunos soldaditos estaban tirados en el suelo y otros habían sido ordenados detrás de los caballos.

Víctor se estremeció y con natural temor volteó la cabeza hacia la puerta, no vio a nadie tras de ella; pero sí escuchó cerrarse la puerta de su habitación.

Lentamente caminó alrededor de la mesa y miró que el tren que había dejado con las puertas cerradas, las tenía abiertas y cuando revisó los juguetes del estante mayor comprobó que éstos habían sido retirados unos centímetros más atrás de donde él los ubicó.


Al día siguiente Víctor terminó su lección de piano tocando sin interrupciones ni dudas una hermosa pieza de Chopin y Lilia lo felicitó. Subió a su habitación sin hacer ruido y al ver la puerta entreabierta ingresó en silencio. Se aproximó a la puerta del cuarto de juegos y a través de las rendijas miró al interior.

Víctor no vio una sombra, no.

Víctor observó a un pequeño niño que subido en la silla empinaba su cuerpecito e intentaba alcanzar los niveles más altos del estante de juguetes vacíos; pero no lo lograba y se subía en los anaqueles y aun así no podía alcanzar ese objetivo que parecía importante para él.

Víctor pensó que ese niño no era un fantasma, se veía muy real, tanto como era él. Podía distinguir su extraño traje azul, sus manos pequeñas y rellenas, sus pies que sobresalían del ancho pantalón que vestía y los cortos mechones de su negro cabello que caían desordenados hasta la nuca.

El chiquillo no aguantó las ganas de mostrar a todos que no se había equivocado, que un niño estaba intentado tomar algo del estante de juguetes y que si seguía con ese afán se iba a caer. Abrió la puerta de inmediato y con la voz llena de emoción le saludó.

—¡Hola!

El niño se detuvo, volteó la cabeza con lentitud, miró de reojo a Víctor, resbaló del estante, cayó junto con la silla al suelo y frente a los asombrados ojos de Víctor se desvaneció.

—Fan… tas… ma…

Víctor no tenía más dudas.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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