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Un evento trágico


El invierno se hizo presente sobre los prados, los árboles y el lago. Todo parecía apacible bajo su blancura y la casa se fue vistiendo de fiesta ante la cercanía del fin de año y las navidades.

Había nevado lo suficiente como para que Víctor recibiera la aprobación paterna —previa comprobación por parte de los empleados de la casa—, para ir a patinar al congelado lago.

Esa mañana de domingo tardó más de una hora en suplicar a Yuuri que lo acompañara a patinar. Desde la ventana le mostró el cielo que lucía tranquilo sin nubes de tormenta, le juró que le daría lo que fuera si iba junto a él, le prometió que se divertirían y le dijo que estaría hasta tarde después de la cena en el depósito; pero por alguna extraña razón Yuuri no quiso ir.

El pequeño sentía una inexplicable reserva que le impedía acompañar a Víctor y, sí que era extraña, pues durante la última semana del otoño y cuando los primeros copos de nieve se hacían parte de la campiña, Yuuri se mostró más callado y por momentos desaparecía en los rincones y solo se mostraba en el espejo.

Víctor no pudo rogar más y le dijo que lo estaría esperando por si cambiaba de parecer. Salió a prisa para ganar el tiempo perdido y llamó a Makkachin que lo esperaba en el jardín delantero. Junto a su mascota, el chiquillo caminó con dificultad sobre la nieve y los tres se movieron con cierta lentitud buscando el camino correcto para llegar al lago.

Era un lago apacible de medianas proporciones, ubicado a quince minutos al Este de la casa y cercano a un bosque donde los cedros competían con los abedules y lucían sus esqueléticas ramas cubiertas de nieve.

En la habitación de juegos Yuuri siguió viendo el álbum de fotos junto a su perro de felpa. Le era difícil levantar las fojas pues aún no dominaba la concentración de su energía para mover a su antojo las cosas; mas, pesar de la dificultad, no perdió el entusiasmo y se puso a revisar las imágenes de un álbum con tapa roja y borde azul.

Era extraño para él mirar esas imágenes y ver su rostro en ellas, pero se detuvo en una especial. Una que le habían sacado junto a un niño muy bien vestido, con peluquín y una capa azul con tres botones dorados a un costado.

Yuuri quiso recordar y se concentró en el momento que esa fotografía fue tomada. Viendo la pared que tenían detrás recordó que ese era el salón de música, aunque el piano negro de cola todavía no había sido puesto en su lugar. Los dos estaban muy juntos y hacía frío, él tenía miedo de las cámaras, de los flashes y de moverse antes que ese hombre de bigotes retorcidos y mirada de águila les diera el permiso.

Yuuri se fijó en el detalle de su traje y recordó la voz de su madre que le decía claramente que no se moviera y que si se quedaba muy quietecito ese bonito prendedor que sujetaba su capa sería suyo. Tras recordar con claridad la voz de mamá, los recuerdos comenzaron a llegar a su mente como una cascada de imágenes, sonidos, gestos, olores, palabras, sabores, voces, risas y llanto.

Recordó que una mañana de invierno en la que el sol se había compadecido de los hombres y decidió salir, junto a ese pequeño niño, tan pequeño como él; salieron de la casa sin avisar. La nieve esparcía su aroma puro y fresco, adentro de la casa la gente corría de un lado a otro porque celebraban algo. Su amigo le sujetaba con fuerza de la mano y sin hacer ruido se alejaron siguiendo el camino de piedra que conducía al lago.

Cuando llegaron se detuvieron en la orilla vieron que todo estaba congelado, hacía mucho frío y comenzaron a juntar la nieve. Yuuri rememoró que un momento después, aburridos al no poder hacer un muñeco grande con la nieve, su amiguito le dijo que entrara al lago y él temeroso se negó. Entonces él le dijo que sí era valiente y caminó varios pasos sobre el hielo, se detuvo haciendo equilibrio para no caerse y, moviendo sus manos, lo llamó. 

Con mucho miedo Yuuri avanzó por la orilla y puso un pie sobre el agua congelada, resbaló y se cayó. Los dos rieron y luego puso las manos sobre el hielo y sintió una fuerte punzada en la piel que recorrió hasta los hombros comprobando que estaba muy frío. De inmediato se puso en pie y con mucho cuidado avanzó arrastrando sus menudos pies hasta alcanzar al otro niño. Caminaron tomados de la mano y Yuuri sintió un ligero chasquido, miró el rostro risueño de su amigo y un segundo después el piso firme desapareció bajo sus pies.

La oscuridad, la asfixia, el dolor, el terror, el intenso frío, la voz ahogada, el llanto, el cansancio, la caída eterna y el silencio. Al final solo una imagen: ¡mamá!

Aquella vez el ropero era parte del dormitorio de sus padres, que parecían ser persona muy importantes en esa casa y por eso es que tras llorar su muerte convirtieron ese espacio personal en un pequeño altar donde colocaron su fotografía, prendieron inciensos, elevaron sus plegarias, dejaron su llanto y se rindieron ante el dolor.

Con el paso de los años Yuuri se acostumbró a vivir en el ropero y cuando una enfermedad se llevó a casi todos los habitantes de esa región, se vio solo en una casa abandonada. A fuerza de llorar y repetir el nombre de su madre una noche un ángel se compadeció y abrió esa puerta y le implantó la idea de buscar el camino hacia su nuevo hogar.

Yuuri mantenía la mirada fija en la fotografía, pero desde hacía mucho rato había dejado de verla porque los dolorosos recuerdos de su corta vida atravesaban su alma. De pronto una lágrima cayó sobre la fotografía y los ladridos de Makkachin le dijeron que debía regresar. Con un nudo en la garganta, el temblor de su pequeño cuerpo y el corazón apretujado dentro del pecho, Yuuri corrió a la ventana y vio que, alegre, Víctor patinaba sobre el gran espejo de agua.

Yuuri volvió a sentir la angustia a flor de piel y temiendo por la seguridad de Víctor literalmente voló sobre las huellas dejadas en la nieve por su amigo y por el caniche que no paraba de ladrar. La distancia le pareció más larga y el tiempo interminable; pero todo el gran esfuerzo que hizo le permitió estar solo pocos segundos en la orilla del lago. Era algo que en circunstancias regulares jamás se habría animado a hacer.

Desde la orilla Yuuri miró las huellas que las cuchillas de los patines de Víctor dejaban sobre el hielo y notó que en dos sectores del lago el hielo aún era muy delgado. Sintió que una fuerza invisible le apretaba el pecho y aterrado levantó los brazos para llamar la atención de un Víctor que parecía volar como las aves sobre el hielo.

Víctor por supuesto siguió patinando en la creencia que Yuuri llegó para acompañarlo y para aplaudir cada una de sus piruetas y, sonriendo, se alejó de la orilla hasta llegar muy cerca de la región prohibida, la zona central.

De lejos Miroslav lo observaba porque una cosa era que Víctor hubiera patinado junto a él en algún parque de la isla Yelaguin o de la isla Kerstovsky; pero era distinto hacer tantos juegos sobre una salvaje geografía.

—¡Víctor ven! —gritó Yuuri agitando sus pequeñas manos y no sabía con qué palabras explicar que se pusiera a salvo, que con sus ojos espirituales veía el peligro y que no quería que le sucediera algo malo como a él le había pasado.

Makkachin también ladraba y quería bajar al lago junto a Víctor, movía sus patitas desesperado y las orejas las llevaba de atrás hacia adelante mientras gemía sin parar; pero se abstenía de entrar para proteger a ese niño regordete que gritaba a su lado y que parecía necesitar más cuidado.

—¡No Yuuri, ven tú! —Víctor se mostraba eufórico al sentir tremenda libertad—. ¡Patina junto conmigo!

Yuuri suplicó muchas veces y Víctor solo se dejó llevar por el momento de alegría y abriendo los brazos volvió a alejarse de la orilla. El pequeño observó una vez más el hielo y atisbó una delgada rajadura que con cada repaso de los patines se hacía más grande. Adivinando lo que eso significaba, Yuuri hizo lo que todo niño pequeño de cinco años hace para que le presten atención.

Se puso a llorar a gritos.

Víctor paró su frenética danza sobre el hielo y contempló a Yuuri. Lo había visto llorar varias veces, pero no como esa mañana. Pensó que había hecho algo mal y temiendo que su amigo desapareciera como en el pasado comenzó el camino de regreso.

Al mismo tiempo el hielo que sus patines cuarteaban y el peso de su cuerpo provocaron que la rajadura fuera creciendo y conforme Víctor se movía hacia la orilla, la gran raya que se bifurcaba a los costados como un rayo en el horizonte fue siguiéndolo.

Makkachin se puso a ladrar con fuerza y es que su agudo oído sentía el sonido seco del hielo que se rompía bajo los pies de Víctor. Yuuri no dejaba de llorar gritando y el viento de la mañana formó un pequeño remolino.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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