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Tabú 44


Primer día de marzo y diecisiete jodidos años perseverando con mis problemas, con mis sueños, con mis gustos, con mis decisiones apresuradas, con mi carácter de mierda y con la vida misma.

Esa mañana al despertar sentí que estaba casi llegando al límite y no sabía qué estaba haciendo mal para no tener conmigo aquello que más anhelaba.

Víctor se había convertido en mi casi dueño. Me acariciaba, me besaba, me tocaba un poquito, lo sorprendía de vez en cuando mirándome con ganas de apretarme contra la pared; pero por más que me esforzaba, no se decidía. Era un verdadero marica.

Si era en la pista de hielo hacía cosas imposibles para ganar puntos y lucirme como un artista del hockey y, aunque eso molestaba a Otabek y los chicos, sentía que la mirada de aprobación de mi hermano era el mejor premio.

Si era en los estudios, felicitaciones y diplomas por algún concurso ganado representando al colegio, llovían en su escritorio. Si era con mi trabajo en Nefrit, me esforzaba lo suficiente como para entender al detalle las instrucciones de Lilia y los gustos especiales de Mila y las chicas, hasta me di tiempo de conversar con las madres de mis compañeras para tener nuevas ideas sobre sus preferencias y saber qué dibujar en el papel.

Mi dieta era perfecta y ya no comía porquerías grasientas, mis horas de sueño estaban bastante bien reguladas, el ejercicio físico extra no me molestaba pues pasar una hora en el gym del edificio junto a Víctor era un momento especial. Maldita sea, mis calificaciones eran muy buenas y hasta enseñé dos trucos más a Potya para que no hiciera travesuras en los sillones de la sala y se mantuviera quieto mientras cambiaba su arena.

Pero Víctor seguía tratándome como si fuera una novia virgen a la que se debía respetar hasta el día de la boda. Yo no soportaba más y estuve tentado de regalarme un enorme dildo de una sex shop virtual que me hiciera sentir muy satisfecho, contaba con lo mejor en tecnología, seis velocidades distintas y lo entregaban a domicilio. No sé por qué no lo pedí.

Víctor preparó el desayuno ese día, bueno en realidad recibió los paquetes de la pastelería en el recibidor del edificio y los sirvió con esmero en la vajilla mientras yo me duchaba.

—¿Qué quieres hacer hoy día? —Me dijo mientras me pasaba los sírniki con requesón extra—. ¿Tienes algún plan?

—Uuuum… Mila me va a llevar de compras y asaltaremos tiendas en la mañana. —Estaba bastante entusiasmado porque si algo sabía hacer Mila era volver locos a los dependientes de las boutiques y salir con muchos paquetes en la mano luego de haber dado mil vueltas en sus elecciones—. ¿Quieres acompañarnos? Tal vez sea divertido probarse ropa nueva y ver qué ha hecho la sucia competencia.

—Muy bien… iremos de tiendas y qué te parece pasar por Nefrit un rato, tengo que atender un par de asuntos muy puntuales. —El jugo de fresa estaba en su punto, era una de las pocas cosas que Víctor sabía hacer en la cocina—. Luego nos vamos a almorzar a algún lugar especial.

—¿Haremos todo lo que yo quiera? —le dije con un suspiro y puse cara de súplica. Era una gran tentación romper el régimen que me exigía el entrenador Popovich.

Víctor asintió y me sirvió algo más de leche fresca. Eso hubiera sido suficiente hasta la noche, pero yo quería tragar ese día. Si no podía llenarme con el cuerpo de Víctor con algo debía estar satisfecho.

Nos vimos con Mila en el Museo de Hermitage para bajar por todas las tiendas que a las once de la mañana ya estaban abiertas por completo a lo largo de la avenida Nevsky. Vento, D’ Carlo, Giordanno, Bush, Colosso y no recuerdo cuántas más se nos ocurrió entrar y probarnos todo lo que se encontraba en exhibición en los estantes y perchas.

Mila era la que tardaba demasiado, porque se probaba un mismo vestido con cien sacos y pañuelos encima, o una falda con cien blusas. Luego solo escogía una blusa y la pasaba por la caja.

Víctor era más selectivo y antes de pasar al vestidor observaba cada detalle, en especial si se trataba de alguna novedad. Luego salía hasta el espejo y no hacía falta que se pusiera cien sacos sobre la camisa para que aprobara una combinación. Lo que sí le costaba decidir era el tipo de lentes que usaría con la ropa.

Yo arrancaba todo lo que podía de los colgadores y entraba con una tonelada de ropa al vestidor, luego escogía casi la misma tonelada para llevar y mi hermano luego me discutía haciéndome ver los pros y los contras de cada combinación. Y aunque refunfuñaba y maldecía terminaba escuchando sus consejos porque en materia de ropa masculina era él quien tenía más experiencia.

Pero si se trataba de algo juvenil no podía dar mi brazo a torcer, no me importaba si él y Mila se quedaban con los ojos bien abiertos por cada remerita deshilachada o cada pantalón extra cadera que escogía.

Coincidíamos en la calidad de los calzados y no estábamos de acuerdo jamás en los accesorios. Mila me apoyaba cuando decidía usar mis diez aros completos en la oreja derecha, Víctor negaba con la cabeza y las cejas juntas; yo levantaba los hombros e igual me los ponía, como me ponía también esa docena de brazaletes y esa gargantilla apretada que parecía cadena de perro en el cuello. Víctor se puso en pie y me la quitó para luego ponerme una delgada cadena de oro con un jade real en el centro.

Él y Mila sonrieron aprobando la combinación.

En Praddy’s hicimos de las nuestras, pues las chicas reconocieron al muchacho que por lo general tenían en frente en los carteles y que lucía esas camisas sin nada más encima y claro que Víctor estuvo muy complacido de probarse toda la ropa que bajaron de los estantes y maniquíes y, modeló gratis frente a las alocadas mujeres.

Mila no se quedó atrás y ellas le felicitaron por las últimas colecciones, incluso una de las chicas le mostró que llevaba puesto uno de sus corsés bajo la blusa blanca con singulares líneas rojas en el cuello que la firma exigía se pusieran sus trabajadoras. Bajaron muchos vestidos casuales de la sección damas y pidieron por teléfono que las chicas de Gia llevaran zapatos de tacones muy altos.

Mila fue cien Milas esa mañana, con vestidos vaporosos, pegados, escotados, tacones puntiagudos, sandalias de colores y botas hasta los muslos. Ella es muy bella, cada vez que me llama veo su foto en mi celular y me encanta apreciar sus pecas. Esa mañana se veía tan feliz que cada vez que ella y Víctor salían de los vestidores y posaban juntos frente a mí que estaba sentado en un cómodo sillón rodeado de las chicas de la tienda y de una decena de clientas, parecían ser la pareja perfecta.

Y todo estaba bien hasta que a mi hermano se le ocurrió comentar.

—Yuri el cumpleañero eres tú y deberías ser quien se pruebe decenas de trajes. —Sonrió y tendió su mano.

Las chicas aplaudieron, comentaron y gritaron. Ruborizado mordí mi labio inferior, tomé la mano de mi hermano y me dirigí al vestidor donde las chicas me alcanzaron todo lo que pudieron para vestir de forma casual y elegante a un chico de diecisiete años. Era difícil alcanzar la combinación perfecta y que vaya con mis gustos.

Por eso sabiendo que no compraría mucho en ese lugar, decidí complacer al mujerío y jugar a ser galán en potencia. Aún no tenía la estatura adecuada para hacer desmayar a las mujeres con mi presencia como lo hacía Otabek o para hacer que se mojen allí abajo como lo hacía mi hermano.

Hice lo que pude pues era bastante duro para modelar y bastante huraño para sonreír como un profesional, por eso las dos primeras veces que salí del vestidor no sabía cómo caminar o mirar y claro las chicas aplaudían nada más. Entonces a Mila se le ocurrió algo especial.

—Yuri imagina que soy la mujer de tu vida, que recién me conoces y no puedes hacer nada más que babear por mí. —Sonrió mientras yo junté el entrecejo, la miraba y aunque la veía hermosa no sentía lo que me decía—. Enamórame.

—Sedúcela con todo lo que tengas Yuri. —Víctor me dio la clave porque, si bien estaba hablando de Mila, entendí a la perfección que en el fondo se refería a él.

Les sonreí a ambos y cuando volví a salir del vestidor hice lo mío.

Ya tenía el cuerpo atlético, no tan fornido como ahora; pero sí estaba muy bien definido gracias al trabajo doble de gimnasio y a los suplementos naturales que me daba Víctor. Así que decidí abrirme la camisa hasta la mitad el pecho y probarme las más ajustadas.

Sujeté en una coleta alta mi cabello dejando unos cuantos mechones sueltos, imité los pasos de mi hermano, aquellos que me sabía de memoria de tanto verlos. Esa forma de caminar ajustando las nalgas y abriendo un poco las piernas. Moví los hombros con los brazos a los costados y cuando caminé tenía los ojos puestos en Víctor.

Una de las chicas sugirió que posara como en las fotografías de revistas de moda y medio en broma y medio en serio comencé a jugar con la ropa, a quitarme más de lo que me ponía, hasta que salí con solo un jogger y unas sandalias de cuero que una de las dependientas me alcanzó. Les di las espaldas a mi hermano y a Mila que para ese momento había disparado como mil veces la cámara del celular y solté mi cabello el momento que miré para atrás.

El alboroto era tal que el administrador se hizo presente para saber el porqué de tanto desorden. Víctor se puso en pie y se saludaron con entusiasmo, eran viejos conocidos así que el hombre aceptó de inmediato las disculpas de mi hermano. Las chicas se apresuraron en ordenar toda la ropa que se hallaba tirada en los sillones y las mesas.

Mila escogió cuatro vestidos y dos pares de zapatos. Yo me quedé con una docena de camisas y media de pantalones stretch. Víctor tenía carta abierta para llevarse lo que quisiera del almacén, pero como era una visita sorpresiva lo único que hizo fue pasar la tarjeta por el POS y esperarnos que saliéramos de los vestidores mientras escuchaba los comentarios de las chicas que le pedían me animara a ser modelo como él.

—Cuánto quisiera que él siga mis pasos, pero mi hermano tiene sus propios planes señoritas. —Mi hermano sonreía con mucha amabilidad y accedía a tomarse fotos con ellas—.  Por ahora si quieren verlo más pueden alentar al equipo de Hockey de la escuela San Marcos Apóstol donde Yuri juega.

Bastó ese comentario para que las siguientes semanas tuviera un grupo de fanáticas de todas las edades coreando mi nombre, mandándose hacer camisetas e invitándome a participar de la inauguración de su club al que llamaron “Los ángeles de Yuri”. Y yo hubiera asesinado a Víctor si no lo amara tanto.

Para las dos de la tarde salimos con muchas bolsas en las manos, cansados, sedientos y hambrientos. Pero fuimos a Nefrit porque el asunto que tenía pendiente Víctor era urgente. Mila me dijo que aprovecharíamos para pedir algún delivery a la oficina y arreglar tanta ropa revuelta.

Las sorpresas comenzaron en ese momento porque tan solo bajar del carro y entrar al corredor de la casona me vi envuelto en papel picado de colores, globos y el aplauso de los trabajadores de todas las áreas de la empresa.

A algunos los conocía de nombre y otros solo de vista, pero recibí agradecido sus saludos y sus felicitaciones. Brindé con todos y compartimos un plato de varéniki en el comedor de los empleados, donde también compartimos torta y algo de champagne.

Fue una celebración sencilla que agradecí mucho porque hicieron algo que no pensé que pudieran, gracias a la magia de la edición digital develamos un cuadro en el que mi padre lucía sentado en el gran sillón de la oficina principal, con un terno en tono azul, su brazo derecho apoyado en una de los apoya brazos sosteniendo su mentón sobre el meñique, el anular y el pulgar y con el dedo índice y el medio estirados sobre el pómulo. A sus costados estábamos sus dos hijos en pie, sujetando el borde de madera tallada del sillón con las manos y vestidos con elegantes y oscuros trajes en tonos grises.

El artista que pintó el cuadro debió esmerarse mucho en hacerlo pues era bastante realista, tanto que parecía una verdadera fotografía.  

Al verlo con detenimiento sentí que se apoderaba de mí un extraño sentimiento de culpa. Víctor y yo flanqueábamos a Miroslav Nikiforov y por un momento me puse a pensar que, si los espíritus nos contemplan desde algún lugar, el hombre no debía estar muy contento con nuestra forma de amarnos.

Agradecí el regalo y con mi hermano coordinamos el lugar dónde podría estar ubicado. El salón de recepción de invitados, era un lugar muy vistoso en la casa, el más elegante y donde mejor se luciría la fotografía, alejado de nuestra vista cotidiana para que ninguno de los dos recordásemos en forma cotidiana nuestra fraternal relación.

—Yuri sígueme por favor tengo algo para ti. —Lilia me guió hasta el segundo nivel de la casa y abrió la puerta de la habitación que hasta ese momento era un almacén de los modelos originales.

El lugar había sido transformado en una moderna e iluminada oficina con vista hacia el patio central que separaba la casa de los talleres de producción. No estaba decorado más que con un hermoso par de patines dorados hechos en bronce con cobertura de oro en las cuchillas.

—Este es tu espacio personal Yuri, ya no tendrás que acomodarte en cualquier lugar del atelier porque te lo has ganado. —Lilia jamás actuaba a las locas, cada cosa que esa hermosa mujer hacía o decía era muy bien pensado y al ver la oficina con ese tablero de dibujo en madera clara hacia la ventana, el escritorio, los gabinetes y el sillón en tonos azulinos y blancos con sillones asimétricos tan locos como mi forma de ser sentí que era demasiados regalos para mí.

—Es… hermoso —le dije emocionado cuando mis ojos se llenaron de tanta belleza, un diseño único que lo hizo la propia Lilia y que yo agradecí con un abrazo y un beso en la mano como todo un caballero.

Las sorpresas siguieron por la tarde cuando mi kazajo amigo me recogió en su nueva motocicleta y pidió permiso a mi hermano por un par de horas. Víctor fue estricto e insistió que solo fueran dos horas y nada más porque de lo contrario perderíamos la reserva en un lugar exclusivo.

Otabek me llevó a los bolos en un lugar muy especial al que acudían con su padre y algunos amigos de éste los fines de semana. Fue la primera vez que jugué con las enormes bolas negras de acero. No me fue tan mal como pensé y acerté muchas veces; fue un momento divertido entre los dos porque cada vez que algo nos salía mal reíamos sin más como dos idiotas.

Comimos muchos bocadillos y antes que se cumplieran las dos horas tomamos una gran malteada con un sándwich de carne especial. No quería llenarme con mucha comida porque Víctor había insistido tanto que fuéramos a cenar. Así que al finalizar esa tarde Otabek me dejó, con solo cinco minutos de retraso, en la puerta del edificio donde vivíamos con Víctor y antes de irse sacó algo que había estado guardando camuflado a un costado de la moto.

Un paquete largo que yo abrí con rapidez para descubrir que era un nuevo stick para el juego, uno muy especial con filos dorados y mango personalizado con un diseño de rayas de tigre que me emocionó mucho.

Otabek sí que se estaba luciendo bastante y para mí estuvo muy buena la muestra de cariño del fortachón porque hasta hoy conservo ese regalo especial que me hace recordar lo mucho que él me quiere, así como soy y lo mucho que ha hecho y hace por este molesto y amargado moscovita internacional, como suele decirme él.

Nos dimos la mano haciendo sonar las palmas y chocamos los hombros mostrando de esa forma la alegría que sentimos por haber compartido ese momento tan inolvidable.

Pero como mi cumpleaños no había terminado subí con el tiempo justo para tomar una ducha ligera y cambiarme para ir al lugar exclusivo que me tenía reservado mi hermano.

No pude comer demasiado, una ensalada Olivie ligera y como plato de fondo un filete Stroganoff, desistí del postre y tomé poco vino. Me había excedido y me sentía lleno, así que al finalizar la cena tomamos nuestros abrigos y como todavía hacía frío en San Petersburgo, caminamos con calma hasta el departamento.

Caminar junto a Víctor, cruzar las avenidas y los puentes, escuchar sus pasos y su respiración, el aroma de su perfume mezclado con el tabaco del cigarrillo que estaba fumando, ver su perfil de reojo, hablar de cualquier cosa trivial de la escuela o la empresa, se convirtió en un momento de paz que apreciaré por siempre.

—Yuri sabes bien que me traes loco y solo quiero que sepas que tengo miles de soldados peleando una gran batalla dentro de mí. —Cuando Víctor abría su corazón yo optaba por escuchar cada detalle y palabra para que no se me pasara por alto nada, él sabía dar un sentido distinto a sus palabras y de pronto pasaba de ser ese hombre apuesto y despreocupado a uno con pensamientos muy profundos—. No es fácil para mí procesar todo lo que siento por ti. Eres mi hermano y siento que tengo el deber de cuidarte y guiarte; pero me gustas tanto que no sé cómo encaminar ese sentimiento.

—Oye Víctor solo déjate llevar. —Sabía que debía aprovechar esos momentos de lucidez para introducir más la idea que todo estaría bien entre los dos—. Además, no soy ningún niño, yo asumo la parte de responsabilidad que me corresponde.

Fue algo que dije sin pensar porque luego esas palabras resonarían en mi cabeza, sobre todo cuando me tocó amarlo en silencio y a la distancia, sin poder hacer nada más que recordarlo.

—Hay dentro de mí dos Víctor que luchan día a día, uno que quiere ser un buen hermano, casi como un padre para ti, porque aún necesitas de apoyo y hay otro que se muere por amansarte como a un gato y los dos Víctor te aman, solo que uno quiere protegerte de todo incluso del otro Víctor que podría darte penas en el futuro. —No quise entender el significado real de aquello que me estaba diciendo mi hermano.

—Deja que esos dos tontos me amen y luego ya vemos qué hacemos. —Si yo hubiera estado en el lugar de Víctor no lo hubiera pensado demasiado y ya habría follado a mi hermanito en cada rincón de la casa para mostrarle cuanto lo amaba.

—Dame algo más de tiempo. —Víctor parecía esas mujeres que no se deciden a entregar su virginidad y yo estaba al borde de un estallido hormonal y de tomar un avión para pasar un fin de semana loco en el Amsterdam Gay Pride de ese año—. Solo un poco por favor.

—Espero que no sea demasiado mi querido y estúpido hermano porque no aguanto más y de verdad quisiera que mi primera vez fuera contigo y no con Otabek. —Tenía que usar algún arma efectiva y desde hacía tiempo sabía que el punto débil de Víctor eran los celos.

—¿Él te ha pedido tener sexo? —La voz pausada de mi hermano se transformó de inmediato en una desesperada llamada de alerta.

—No de manera directa, pero algo que insinuó por ahí y claro yo me hice el tonto porque él puede ser muy guapo, pero para mi maldita suerte yo te amo a ti y no a él. —Algo de inocencia no estaba de más en ese momento.

—Yuri estás siendo demasiado insistente y cruel y no tienes la más mínima idea de lo mal que me haces sentir cada vez que me amenazas de esta forma. —Víctor encendió otro cigarrillo y comenzó a fumarlo con desesperación.

—Yo también me siento mal, me dices que me amas, que me deseas, me besas, me tocas y luego tengo que frotarme bajo mis sábanas o en la ducha. —Le dije molesto, yo no sabía qué más hacer o sentir con tantas idas y vueltas de mi hermano—. Si de verdad me deseas fóllame de una vez y si no déjame libre y no me controles más, pero no me tengas en esta cuerda floja, no sé a dónde más sostenerme porque si no te has fijado bien soy un hombre de diecisiete años y recuerda que estabas haciendo a esa edad Víctor.

Se quedó callado porque yo sabía que él había tenido su primer romance por esa época y que no fue una chica la que lo enamoró por primera vez.

Llegamos al edificio en silencio, el paseo había terminado de una manera algo molesta y yo sentía que mi corazón intentaba escapar de mi pecho porque otra vez mi hermano se quedó mudo y no sabía qué esperar de él.

Cuando estuvimos en el frontis del edificio de departamentos mi hermano se quedó parado y buscó algo en el bolsillo de su abrigo, me sonrió con esa mueca de bobo que solía tener cada vez que quería alivianar una discusión entre los dos y me pidió que cierre los ojos.

—Este es tu regalo Yuri. —Puso en mis manos una cajita pequeña. Yo me sentí extraño y cuando abrí los ojos lo observé de pies a cabeza.

—Se supone que si vas a pedirme que me case contigo debes estar con una rodilla en el suelo. —Intenté bromear y el renegó un par de veces mientras me señalaba que abra la caja con la mirada.

Con lentitud abrí la tapa y encontré en ella el aro brillante del que colgaba el pendiente de esmeralda y un par de llaves medianas.

—Esto es…

—Vamos, está en el garaje. —Me invitó con un gesto dulce en sus ojos y yo obedecí como si fuera un buen niño.

Cuando llegamos a nuestro lugar de parqueo observé el auto de Víctor y junto a él una enorme y potente motocicleta que mi hermano había hecho personalizar con aros especiales de aleación y con un diseño de manchas de leopardo en el tanque. Era un sueño hecho realidad. Desde niño había querido manejar una motocicleta y si bien el abuelo no pudo comprarme una con su exiguo salario, cuando mi papá quiso regalarme una, el señor Nikolai le pidió que no lo hiciera si no quería que me rompa las piernas.

Repasé con fascinación mis manos por encima de la carrocería y de los detalles de la moto, los miré de cerca y me subí en ella. La encendí y solo la hice sonar un par de veces para no molestar a los demás habitantes del exclusivo condominio.

—Tendré que aprender a manejarla. —Estaba tan asombrado con el regalo de mi hermano que olvidé darle las gracias de inmediato.

—En el Círculo de Moto Club dan clases particulares y es muy seguro. —El me miraba feliz porque sabía que puse cara de tarado porque también estaba feliz.

—Podré ir en ella al colegio. —Ya no tendría que soportar a ningún hijo de su madre en el transporte público y me había negado a usar un auto con chofer para no parecerme a esos señoritos de la escuela.

—Prométeme que no te vas a romper el cuello por favor. —Víctor juntó las manos y sus ojos se vitrificaron de inmediato—. ¿Te gusta?

—Es maravillosa, me encanta su altura, su forma y el diseño. —Estiré los brazos como un niño pequeño llamando a mi hermano—. Gracias Vitya estoy muy feliz.

Me apretó entre sus brazos y me besó con pasión. No tuvimos problemas porque las cocheras eran cerradas así que resultaba imposible a las cámaras de seguridad captar lo que pasaba en cada una de ellas. Y lo que sucedió después fue que nuestros besos se prolongaron tanto que ambos quedamos sentados en la moto frente a frente, saboreando nuestros labios y acariciándonos por encima de la ropa.

Eso ya no era novedad para mí y como todavía faltaban unos minutos para que dieran las doce y el hechizo de mi cumpleaños se desvaneciera, bajé mi mano a la bragueta de mi hermano y abrí su cinturón y el cierre de su pantalón.

—Yuri… no.

—Shhhh, hazlo tú también.

Obedeció como un cachorrito y comenzamos a tocarnos, primero con caricias tímidas, luego humedeciendo nuestros dedos en la boca del otro, repasando con suavidad por encima de las cabezas que se hinchaban y crecían saliendo solas de su capuchón.

Junté mi frente con la suya porque quería apoyarme en Víctor para sentir con tranquilidad sus caricias, su agarre, los movimientos de sus dedos. Qué rico fue sentir los rayos eléctricos que producía el roce de sus yemas y las contracciones prolongadas que tensaban mis caderas y mi trasero cuando apretaba mi pija en su mano.

Escuchar sus palabras rotas y susurradas que decían lo mucho que le gustaba que lo tocara y mientras por fin tenía en mi mano su caliente polla me llenaba de una satisfacción interna que estaba más allá de mi carne. Era rico pensar que estaba haciendo sentir mucho placer a mi hermano y que buscábamos llegar juntos.

Aceleramos el roce y mi corazón explotó sin remedio cuando mi orgasmo me obligó a moverme sin control y me hizo gemir bajito para no escuchar nada más que el sonido mojado de nuestras manos frotando nuestras pollas.

Mis pestañas toparon los párpados de Víctor y nuestros ojos quedaron juntos contemplando la natural vergüenza que provoca el sexo. Sentí su aliento a tabaco quemando mi boca y su agitado pecho sacando el aire desde lo más profundo de su vientre cuando escuché ese “me vengo” que reverberó en su garganta.

El primero en disparar un buen chorro de leche fui yo y dos segundos después Víctor inundaba mi mano con la suya. No dejé de frotarlo hasta que se quejó un poco y provoqué que se retorciera una vez más.

—¡Qué manera de inaugurar la moto! —dijo al terminar.

¿Lo amaba o lo solo lo deseaba?

Mi sangre clamaba por él dentro de mis venas, mis ojos lo veían en todo lugar, mi piel deseaba sus manos y por él decidí ser un mejor hombre, un gran jugador y un magnífico diseñador. Él inspiraba todas mis perversiones y mis sentimientos más bonitos.

Lo amaba y también lo deseaba.

¿Qué diferencia podía haber? ¿Solo era cuestión del cuerpo? ¿Pero qué es el cuerpo sin un alma?

Cuando entramos en el departamento, me acompañó a mi dormitorio entre besos y me ayudó a recostarme. Pensé que se echaría junto a mí en la cama, pero me dio un último beso largo y se puso en pie, caminó hacia la puerta y apagó la luz.

—Feliz cumpleaños Yuri —dijo muy bajito.

—Gracias por el día de hoy Vitya. —No quise pedirle nada más.

Ese cumpleaños siempre lo recordaré como un día muy especial, un día en el que fui feliz a pesar de vivir un amor clandestino. Fue un cumpleaños en el que pude ser feliz con los seres que me aman y en especial con el hombre que amé tanto.

Un año atrás mi cumpleaños fue un día de mierda, sintiéndome solo y sin saber cómo parar mis lágrimas.

Un año después solo sentí un horrendo vacío en el corazón.

Notas de autor:

Gracias chicas por el apoyo y seguir con una historia que no pensé hacerla tan larga, pero es que si no la cuento con esos detalles perdería su sentido. Un abrazo y seguimos en contacto.

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

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