Otra oportunidad
El planeta Kepler 95t seguía recibiendo a los condenados más feroces de la sociedad. Era la miasma de un sistema que se endurecía más para seguir subsistiendo y no permitía que el humano superara sus debilidades.
Conocida también como la vigésima séptima comunidad de reclusos del espacio exterior ubicada en el cinturón más allá de los exoplanetas del Sistema Solar solía abrir sus compuertas a las mentes retorcidas de las colonias espaciales quienes terminarían sus días entre sus paredes de sólido acero tal como lo había previsto el código penal y las autoridades del sistema.
Los nuevos reclusos observaban desde las ventanas del transportador la inmensa construcción de acero que se erigía en medio de la nada desértica de un planeta cuyas temperaturas extremas lo convertían en una gigantesca cárcel de la que ninguno de los presos podría escapar. Era tan riguroso el clima que los condenados preferían seguir viviendo en la prisión que aventurarse a salir de ella.
No existían depredadores, apenas si la vida se reducía a unas cuantas especies vegetales y animales sin mucha importancia para el hombre, una especie de roedores y algunas otras alimañas que merodeaban fuera de sus madrigueras.
El Sistema y las autoridades la llamaban “el peñasco del diablo”, los ciudadanos comunes y corrientes la consideraban como la prisión más segura y temida por todos y durante los últimos veinte años nada había cambiado, solo el número de prisioneros fue en aumento y los pobladores de tan espantoso lugar envejecieron.
Cuando los prisioneros trasponían las puertas de la mayor prisión de todo el sistema, tan fría como una roca y tan sombría como un campo de concentración, con sus pabellones grises que emergían desde la nada en el desierto más sombrío del oeste de Kepler; cuando dejaban el área de recepción y entraban a la prisión se encontraban dentro de un sistema completamente distinto al que habían imaginado.
Los ingresantes se daban cuenta que sobre todas las cosas primaba el respeto entre autoridades y prisioneros. Eran recluidos en un pabellón para presos recién llegados y los reos que habían llegado en el transporte antes que ellos eran los encargados de leerles el reglamento y darles a conocer las normas internas que servían para una convivencia armoniosa entre familias y pabellones.
Después de tres meses ellos escogían con total libertad la familia a la que querían pertenecer y las actividades que desarrollarían durante su estadía de por vida en el lugar.
Pero sobre todas las cosas aprendían de la boca de los demás prisioneros que vivía entre ellos un hombre de singular comportamiento y excepcional rectitud y moral. Alguien que les había enseñado a ser hombres dignos y que les mostró las formas más diversas para desarrollar el potencial externo e interno y permitir que la prisión fuera la única que no reportaba problemas al sistema.
Los incrédulos novatos llegaban a sus respectivos pabellones y después de escuchar la bienvenida de los líderes de las familias salían al patio central común a todos los reos. Una inmensa plaza que podía albergar con toda comodidad a unas diez mil personas.
Se les obligaba a formar un círculo y esperar que llegara el reo número 10203 a quien todos llamaban por su nombre, Otabek. El hombre se paraba en medio de ellos y les leía el decálogo del buen reo.
—Bienvenidos señores quiero que se sientan cómodos en La Roca y para que todo sea armónico entre ustedes y nosotros deberán seguir estas sencillas normas. —Miraba a los hombres a los ojos y con el gesto serio que nunca dejaba atrás les explicaba—. En este lugar todos somos iguales, todos tenemos los mismos derechos, todos tenemos las mismas responsabilidades, todos compartimos el mismo destino y todos tenemos las mismas oportunidades. Todos hablamos con respeto, nos movemos en libertad, cumplimos el trabajo con tesón y esfuerzo, todos colaboramos y todos somos hermanos. ¿Alguna pregunta?
Un joven llegado de una colonia lejana acusado de robar parte de la producción de diamantes de un planeta destinado a la explotación de sus recursos levantó la mano.
—Nos habían dicho los otros reos que esta es una comunidad que vive en paz y eso gracias a las enseñanzas de un hombre que hace milagros y quiero saber si eres tú ese tío. —El chiquillo se mostraba bastante desenfadado.
—No, pero si te das la vuelta lo podrás conocer. —Otabek apuntó con el dedo el lugar y todos los reos dieron la vuelta para encontrarse con la figura de un hombre alto, de piel bronceada, cabello oscuro y mirada tan profunda como el acero.
—¿Eres tú el hombre de los milagros? —le dijo otro de los reos, un hombre que tenía una cicatriz que le atravesaba el rostro de oreja a oreja haciéndolo ver como si llevara una máscara.
—No, soy solo un preso más. Algunos me llaman capitán y otros me llaman Jean, ustedes pueden llamarme como deseen. —Jean se acercó más a ellos y los miró con esos ojos que siempre guardaban respeto y cariño incluso por aquellos desahuciados a quienes la sociedad no les dio ninguna esperanza.
—Si eres un hijo de puta como nosotros entonces ¿por qué carajo todos estos imbéciles te miran como si fueras su dios? —Monson era un hombre rudo, creció en las calles de la Tierra y sobrevivió como pudo. Durante diez años se convirtió en un asaltante de caminos y asesino.
—No soy un dios, solo intento hacerles comprender que todos somos seres especiales y que eso nos saca de nuestra simple condición de delincuentes o de guardias o de políticos, ingenieros, militares o quienes pensamos que somos en verdad. —Jean abrió los brazos y dio una vuelta completa sobre sus pies—. Ya podrán entender con el paso de los días y bienvenidos de nuevo.
Jean dio media vuelta y volvió a su labor del día. Trabajaba dirigiendo la maquinaria como cualquier mortal y para asombro de los nuevos parecía disfrutar de su trabajo. En verdad todos los reos parecían pasarla muy bien en sus puestos.
Tras pasar su primera noche los recién llegados entendieron a qué se referían todos los reos antiguos cuando decían que Jean era el líder supremo de Kepler y que gracias a él eran hombres nuevos.
En silencio todos salían de las celdas y caminaban en filas hasta la plaza grande, allí se sentaban sobre el suelo duro cruzando las piernas sobre los muslos y cerraban los ojos. Jean los dirigía hacia lugares fantásticos y durante una hora se quedaban callados con los ojos cerrados, meditaban antes de empezar sus labores del día.
Los reos fueron a escoger sus actividades y se encontraron con que además del trabajo de siete horas en las instalaciones de la mina tenían la posibilidad de llevar talleres de arte, conocimientos generales, deportes o meditación. Existía un taller interesante que recomendaban llevar a los novatos, era el taller del silencio y en el que durante diez días pasarían en un área aislada, sin decir una sola palabra, meditando a solas, haciendo ejercicios de respiración y tratando de callar la voz interior. Tenía un resultado positivo del cincuenta por ciento y muchos de los presos salían de esa experiencia sintiendo que sus vidas por fin tenían sentido.
—Capitán. —Luego de la experiencia los reos tenían la oportunidad de hablar con Jean y uno de ellos le preguntó—. Dices que todos podemos hacer lo mismo que tú haces y me parece una cosa de locos.
—En este lugar tenemos compañeros que pueden curar diversos males, hombres que pueden ayudar a un mejor crecimiento de los cultivos en los huertos, compañeros que ayudan a estar tranquilos a los demás, amigos que hablan con el agua y otros que hablan con las estrellas. —Jean sonrió y señaló a los demás presos.
—Pero si todo eso pueden hacer ¿por qué mierda siguen en este podrido lugar? —El más incrédulo de todos se puso en pie y a su vez señaló el pabellón central de la prisión.
—Porque esta no es una cárcel sino un lugar para encontrar una oportunidad y nosotros no somos presos sino hombres libres que estamos compartiendo este espacio. —La voz ronca de Jean sonaba sin alteraciones, era tan reconfortante escucharlo como era maravilloso verlo hacer prodigios al azar—. La única prisión que existe es nuestra mente y la única sentencia que cumplimos es vivir en este sistema. Todos somos prisioneros de esta vida y la organización que le han dado, cumpliendo un rol dentro de estos cuerpos para luego de mucho batallar morir y perder nuestras huellas. Incluso aquellos cuyos nombres forman parte de los artículos de historia en verdad han desaparecido. Lo que les propongo es aprovechar este tiempo tan corto que tenemos en este lugar para que se conozcan a ustedes mismos y vuestro potencial y no tengan que volver a repetir una sentencia dentro de un sistema similar.
—Hablas como si la vida fuera una condena. —Uno de los novatos mayores no dejaba de observar cada gesto y pensar en cada frase de Jean.
—Tal y como está organizado este sistema en lugar de ser una experiencia para potenciar la mentalidad y la espiritualidad de los seres humanos, es un lugar donde nos limitamos a seguir normas que nos constriñen y donde todo está programado. —Jean bebió un poco de agua para aclarar su garganta y seguir charlando—. Crees que eliges tu destino, pero si lo piensas bien nunca has elegido nada por ti mismo. Lo hicieron tus padres cuando eras niño y adolescente, te dedicaste a algo para poder sobrevivir y no había más opciones que las que te proporcionó la sociedad, no hay cabida para los grandes sueños, éstos se pierden en las formas y cuando menos lo piensas ya estás viejo y no sirves para nada más que cobrar una pensión y vivir hasta que el sistema ya no puede mantenerte y te llevan a una clínica donde programan tu muerte.
—Pero yo no seguí esas malditas reglas. —El prisionero más bajito de todos estaba sorprendido con esa manera de pensar.
—Nada en verdad lo has decidido tú, solo sigues los caminos que te señalan los hombres poderosos y las máquinas. Hemos dejado de ser seres pensantes y nos hemos convertido en recursos, incluso algunos de ustedes que creen que por ser asesinos o ladrones burlaron el sistema, están equivocados. —Jean caminaba entre ellos mientras respondía sus preguntas—. Cometieron sus crímenes porque el sistema así ya lo había programado, porque se necesita cierto número de miserables que den problemas en la sociedad para que exista cierto número de custodios de la ley y la moral que puedan atraparlos y que son usados como buenos controladores de los demás a través de su autoridad. Es por eso que el sistema perfecto y AIRIS les permitió ser ladrones o estafar a los incautos o matar a niños inocentes durante un tiempo porque tras vuestras fechorías se esconde la forma cómo controlan al resto de la sociedad. O me dirán que los sistemas de seguridad implementados en las casas para evitar robos no es una forma de espiar cada hogar… ja, ja y nosotros creemos que estamos seguros gracias a su vigilancia.
—¿Y de qué manera podemos salir de esta mierda? —Benson era un hombre incrédulo y necesitaba ver un milagro por eso quería probar a Jean—. ¿Tú nos guías por ese camino y para que creamos en ti haces milagros de vez en cuando? Eso también es pura basura.
—No hago milagros y si algo puedo hacer por los demás lo hago porque siento la necesidad de ayudar, pero en verdad la única forma de salir de todo esto es volver al origen, retornar a la casa de donde partimos, pero al verdadero lugar para no volver aquí y para ellos tenemos que abrir nuestras pequeñas mentes y librar al corazón de cargas pesadas, pues sino cuando se da la oportunidad de ser libres nos quedamos a medio camino y como buenos recursos tenemos que regresar y volver a empezar. —Jean intentaba hacer más fácil la explicación para que estuvieran preparados para la verdad.
—Oye hermano, te juro que por más que trato no te entiendo. —Zenit era el único nombre con el que conocían al moreno que hablaba con Jean y es que él decía que había nacido al mediodía y su madre lo abandonó en el lugar.
—La libertad llega cuando mueres, pero si no estás preparado para ir al lugar de donde provenimos, si tu mente es estrecha y solo quieres seguir reproduciendo en tu conciencia esta realidad que conocemos, entonces jamás encontrarás la salida y tu alma o consciencia tendrá que nacer de nuevo en este lugar. —Jean tuvo que ser claro corriendo el riesgo que algunos de esos reos lo tomen por un loco fanático como ya sucedió en el pasado.
Al finalizar la charla Jean los invitó a probar los talleres y participar activamente de ellos hasta integrarse a esa extraña sociedad, donde los hombres encarcelados parecían almas libres.
La prisión del planeta Kepler se vio alterada un día que llegaron varias naves oficiales del ejército del sistema solar y los guardias fueron a buscar a Jean que trabajaba en el socavón número nueve.
Los compañeros de Jean se pusieron alertas pues pensaban que algo malo había pasado o que el Sistema quería llevarlo a otro lugar para usarlo. Pero él les pidió calma y les prometió regresar con una explicación.
Flanqueado por una decena de guardia bien armados se dirigió a las oficinas del alcaide de la prisión bajo la mirada atenta y preocupada de cientos de compañeros quienes de inmediato transmitieron la noticia de boca en boca.
Al llegar a la acogedora y cómoda oficina del alcaide Popovich, un hombre que también había recibido el beneficio de las enseñanzas de Jean, éste se llevó una gran sorpresa.
—¿Me recuerda capitán? —Un hombre algo obeso y de pálido rostro y ligera barba rubia lo contemplaba con una gran sonrisa.
—Cómo podría olvidar a un renacido. —Jean estiró la mano y pronto se halló entre los brazos de su antiguo compañero de armas que con un fuerte apretón y varias palmadas en la espalda lo saludó—. Gordon Lazarus ¿qué haces en esta prisión?
—He venido por ti Jean Jacques, porque tenemos una última misión que cumplir. —Lazarus no dejaba de sonreír y con la voz en alto y la actitud efusiva de siempre señaló—. Es un viaje de ida, sin retorno… volvemos al Atlantis amigo mío.
El piso dejó de ser sólido y Jean tuvo que sentarse por unos minutos para entender bien lo que el comandante Gordon Lazarus le estaba explicando.
—Conformaron varias misiones para ingresar a la nave con tripulantes humanos y no humanos. Créeme amigo que durante todos estos años algo las llevó al fracaso y ninguna logró el objetivo. —Lazarus tomó asiento junto a Jean—. Ingresaron y los hombres se perdieron en la nave hasta que la luz los hizo desaparecer frente a las cámaras y los ciborgs y soldados programados solo dejaron de funcionar. —El comandante Lazarus reía mientras seguía explicando—. Por eso es que decidieron conformar una misión con hombres dispuestos a sacrificar todo y uno de esos soy yo, ya sabes que él me dio una segunda oportunidad y la aproveché para entender qué diablos pasa con el Sistema y prefiero que esa luz del Atlantis me atraviese antes de seguir aquí.
—¿Y yo que pinto en todo esto? —Jean ya sabía la respuesta, solo que quería escuchar bien la propuesta.
—El único que puede guiar bien a los hombres de la misión eres tú Jean, conoces bien los planos del Atlantis, estuviste allí y la recorriste sin vacilar. Hermano, no creo que quieras seguir en esta pocilga. —Lazarus levantó las cejas y le dio un pequeño golpe en el hombro, esa era una señal secreta en su unidad, una que le decía “sígueme”—. Así que acepté la misión, pero con la condición que tú fueras conmigo porque eres el único ser humano que conoces el camino en esa condenada nave. Además, sé muy bien que ibas a regresar a ese lugar junto con Yuri.
Jean sentía el pulso de su corazón descontrolado y su rostro reflejaba ese rubor que provoca la emoción y sorpresa. El Atlantis era el lugar donde proyectaría su mente el momento de dejar ese mundo, eso lo sabía bien pues era una instrucción que recibió de Yuri en su alma esas noches de pasión y ahora tendría la oportunidad de llegar a su destino sin esperar el lento arribo de la muerte en esa prisión.
—¿En qué consiste la misión? —Jean no había olvidado las lecciones recibidas en el ejército y la principal decía que la misión era lo más importante para un soldado.
—Eso es lo mejor Jean… —Lazarus mostraba sin problemas su entusiasmo y comenzó a explicar a su amigo qué debían hacer una vez que estuvieran en la nave.
Cuando el hombre resucitado por Yuri terminó de explicar los detalles y el objetivo principal del encargo que el gobierno y el Sistema AIRIS les entregaban, observó la sonrisa de Jean y supo que sería el guía de esa misión sin retorno, supo que volverían al Atlantis y que allí encontrarían la ansiada libertad.

Notas de autor:
Estamos entrando ya en la recta final de este viaje y quiero agradecer a todas las maravillosas personitas que siguieron el fic. Como siempre está hecho con cariño.