De por vida
No fue suficiente que Jean sufriera en su cuerpo y en su mente los efectos creados por el hipersalto. Durante el paso por la supercuerda sintió que moriría e imaginando que Yuri fue devorado por la mortal luz del Atlantis pensó que esa sería la mejor manera de llegar a él.
Numerosas venas, tan delgadas como hilos estallaron en su cuerpo, en especial en las fosas nasales y en los ojos, causando algunas hemorragias internas y externas que le provocaron dolor, mareos y debilidad.
El sistema central de la nave no prestó atención a su salud porque lo consideraba desde ya un reo; así que los ciborgs que quedaron al interior del Amstrong lo trasladaron a una de las tres celdas de la nave y herido lo dejaron sobre la cama, ya fuera para que muriera desangrado o para que los intensos niveles de presión a la que era sometida la nave terminara con su existencia.
Pero la voluntad de Jean era superior a la muerte y a cualquier evaluación programada por las máquinas. Así que no hubo más remedio para él que soportar los intensos dolores que le provocó el salto hacia las cercanías de Fardis, uno de los exoplanetas más cercanos al sistema solar. Allí esperarían a que la tripulación despertase para que las autoridades de la nave y del Sistema decidieran qué harían con él.
La decisión fue unánime sería llevado a una prisión militar, a pesar que su estado de salud y sus heridas eran severas. Jean solo se limitó a obedecer las órdenes y esperar.
—Despierte Leroy —El edecán del General Supremo de las Fuerzas Armadas le llamó por tercera vez y Jean tuvo que forzar su cuerpo para poner toda la atención en el hombre y levantarse del camastro en el que había descansado desde hacía seis días—. Sígame.
Un capitán como él con la misma estatura y el cabello rubio como el sol lo guió hasta las duchas de la prisión militar y esperó que se bañara y cambiara con su uniforme de diario. Luego lo acompañó hasta el estacionamiento de la prisión donde le fueron puestos grilletes de energía que sujetaban sus manos juntas y un collar de prisionero que quemaba la piel de su cuello.
Dos jóvenes subtenientes se encargaron de llevarlo en el transporte hasta las instalaciones del consejo de justicia castrense y lo escoltaron a la sala de audiencias.
Jean ingresó al recinto donde ningún civil tenía permitido el ingreso. Su abogado era también otro militar; el coronel Gustave Leroy, primo hermano de su padre Alain a quien no se le permitió estar presente en el juicio. Lo que buscaba su tío era reducir la condena de ejecución por traición al sistema a una condena de treinta años en una de las prisiones de la armada; la más cercana a Marte para que sus padres tuvieran oportunidad de verlo.
No podían hacer más por él en la familia porque todas las pruebas del delito de sedición estaban en su contra y porque la élite tenía el control absoluto de la tercera sala de justicia castrense que lo condenaría.
El juicio no duró demasiado, fue sumarísimo y en tan solo dos meses de audiencias se determinó el día exacto para leer la sentencia.
Jean tenía el corazón dividido, si lo condenaban a una prisión en el exoplaneta podría ver a sus amados padres durante su condena, una o dos veces al año y esa era la triste esperanza que el senador Alain Leroy y su esposa Natalie tenían. Por otro lado, si era condenado a ejecución podría ser libre e ir a ese lugar del que tantas veces Yuri habló.
El Atlantis sería su destino pues Jean estaba convencido que el alma de Yuri lo esperaba entre los pasillos oscuros de la nave mortal.
Los tres jueces, todos ellos generales de división ingresaron a la hora exacta a la sala y luego de un breve saludo con los abogados tomaron asiento. El juez superior conversó por unos minutos con sus colegas y esperó al secretario del juzgado para que ingresara a la sala portando el sobre donde se había depositado el papel de la sentencia.
Cuando el secretario entregó el papel al supremo juez Carl Morris, éste abrió el sobre y pidió al acusado ponerse en pie. Jean conservaba todas las estrictas formas que le habían enseñado en el ejército y la aviación y con el gorro bajo el brazo izquierdo escuchó su sentencia.
—Hemos analizado todos los pormenores de su caso capitán Leroy y dado que no existen más pruebas a su favor, esta sala considera que usted merece una sentencia que esté de acuerdo a su rango, sus acciones en el pasado y su posición en la sociedad del Sistema Solar. —El hombre calló por un minuto incrementando la ansiedad en los presentes y en especial en Jean—. Los jueces de este colegiado castrense lo condenamos a la pena de prisión perpetua, previa degradación de su rango y del cuerpo militar al que pertenece. La condena será ejecutada en la prisión del planeta Kepler 95t y comenzará el día uno de marzo del 2039 y terminará el día que usted fallezca dentro de la prisión. —El juez miró palidecer a Jean y se dirigió de inmediato a su defensor—. El abogado de la defensa tiene la palabra.
—Señores jueces tengo que presentar mi protesta ante ustedes porque esa prisión es para civiles y está demasiado lejos de nuestro sistema. Estarían condenando a mi defendido a no recibir visitas familiares y estar en un lugar designado para los reos de mayor peligrosidad y eso no le corresponde.
—Abogado Leroy, esta sentencia es la más benévola que pudo recibir su defendido y tanto él como su familia deberían estar agradecidos por la misericordia que tuvieron los jueces al momento de dictarla. —La actitud osca del juez mostraba que no solo habían aplicado las leyes sino que también existía un tufillo a venganza entre las autoridades castrenses.
—Señor juez, en tanto me quede vida y fuerzas representaré a mi sobrino y apelaré a todas las instancias para que esa condena sea revisada y desestimada. —No hubo más palabras pues el protocolo así lo exigía.
Tras despedirse de su tío y enviar un amoroso mensaje de esperanza a sus dolidos padres y hermanos, Jean caminó junto a los jóvenes subtenientes hasta llegar a un gran espacio dispuesto bajo la cúpula de la base militar de Marte donde esperaban tres coroneles, el comandante Celestino Cialdini y el general de la división de rescate a la que pertenecía Jean.
Tras de ellos los compañeros de armas y jóvenes soldados observaban en silencio cómo acomodaron al capitán en una plataforma algo elevada y cada uno de sus compañeros de misión pasó para arrancar de su uniforme una presea que se había ganado en esos años de servicio al Sistema.
Medallas y broches fueron sacados con violencia del uniforme de Jean hasta que la chaqueta quedó hecha jirones. Entonces se acercó a él el comandante de la nave de rescate Amstrong y tomó su gorra.
—Si hubieras pensado con la cabeza y no con el pene, ahora gozarías de una gran ceremonia de bienvenida y serías nombrado el custodio oficial de ese salvaje hijo de perra. —Cialdini se acercó al oído de Jean y susurró la última sentencia—. Ahora la perra serás tú porque todos los prisioneros de ese asqueroso rincón del universo son unos degenerados y cada vez que tengas que chupar un pito recuerda que fui yo quien pidió que te metan en ese infierno.
Cialdini sonrió ocultando la ira que tenía en el corazón. Perder todo por lo que había arriesgado la vida y quedarse como un simple comandante de misión fue el peor castigo para él. No habría más que aburridas tareas de rescate en lugares cercanos al Sistema Solar. Así lo decidieron los poderosos en Venus cuando se enteraron que por la ineficacia del comandante del Amstrong, habían perdido la oportunidad de apoderarse de Yuri Plisetsky.
Kepler 95t era un planeta prisión donde los condenados a cadena perpetua trabajaban sin parar en las minas extrayendo oro y cuarzo para que fuera empleado en los soportes físicos de la gran maquinaria central de AIRIS.
Doce mil condenados por delitos que iban desde la violación hasta el asesinato en masa. Hombres necesarios para el sistema que no fueron sentenciados a una ejecución porque se consideraba que con su trabajo gratuito de por vida pagarían sus crímenes.
Y así como Jean muchos de los prisioneros, considerados la escoria de la humanidad, estaban condenados a vivir sus días en ese agujero frío por el delito de sedición. Eran hombres a quienes el sistema de gobierno y AIRIS calificó de proscritos solo por buscar justicia y querer que la sociedad de la Tierra aspirase a una vida mejor.
Personas a las que no les correspondía cumplir sus sentencias en ese planeta, pero que fueron derivados por una u otra razón a un lugar donde finalmente estaban condenados a muerte, pues si el exceso de trabajo no los mataba, entonces cualquiera de los habitantes más peligrosos de la prisión podría hacerlo.
El tío de Jean había exigido que su sobrino cumpliese su condena en una prisión castrense como debía ser, pero los hilos del poder movieron a las marionetas de una entidad de justicia corrupta y de nada sirvieron las solicitudes ni la firmas que la familia juntó para pedir que su amado Jean no fuera a Kepler.
Tras cumplir con la limpieza en una ducha general junto con los veinte nuevos habitantes de La Roca, así llamaban a la prisión porque el planeta donde estaba instalada tenía extensas zonas minerales y muy pocos recursos vegetales y animales; Jean Jacques fue llevado desnudo hasta el pabellón que le correspondía.
Soportó los gritos y los insultos vulgares de cuanto prisionero se acercaba a la reja de su celda para ver “la carne fresca” que ellos luego buscarían para hacerlos sus esclavos sexuales. Todos en la prisión sabían que Jean había ocupado un puesto de confianza en el ejército y un militar de alto rango que ingresaba junto con los demás desdichados sería una gran presa para cualquiera de los presos más desquiciados y enfermos del lugar.
El alcaide Peter Kiriakus de la prisión era un hombre que podía vender sus principios a los poderosos y que gobernaba con mano durísima al planeta con el lema “esta es mi prisión”. Kiriakus determinó que el nuevo interno se quede en la celda de uno de los más temidos reos de la prisión y que fuera considerado el hombre más peligroso por el sistema.
Cuando ingresó Jean Jacques observó que en la cama inferior de la celda se encontraba sentado y leyendo un libro un joven de gran musculatura, cabello corto negro, ojos rasgados, la piel inmaculada sin tatuaje alguno y la mirada de piedra. Lo observó de pies a cabeza y cuando se puso en pie sus ojos llenos de odio se posaron en él.
—Esta es mi celda —le dijo sin dudar—. Y este mi pabellón. Las reglas aquí las pongo yo y tú solo obedeces porque si no lo haces te irás donde están los depredadores.
—¿Y cuáles son tus reglas? —Jean no bajó la mirada pues jamás iba a agachar la cabeza frente a nadie y si ese joven o cualquiera lo mataba no le importaba en verdad porque muriendo por fin vería a Yuri.
—Orden, disciplina, estudio. —Fueron palabras que no esperaba en un hombre de la prisión—. Tu cuerpo debe permanecer limpio de drogas, tu mente debe desarrollar conceptos elevados y el trabajo que hagas será digno y bien ejecutado. Nada de quejas al final del día y nada de peleas con los demás. Si cumples mis reglas nadie te tocará, pero si no lo haces entonces serás carne molida en menos de tres meses.
—Me gustan tus reglas. —Jean extendió la mano al muchacho que lo miró sorprendido—. Jean Jacques Leroy, ex capitán del equipo de rescate Marcius.
—Otabek Altin. —El joven sujetó con fuerza la mano del capitán sin imaginar lo que ese contacto representaría para él en el futuro—. Líder del grupo “Liberación”.
Jean había oído hablar de ese grupo. Muchos los calificaban de rebeldes, otros decían que eran antisistema y que no tenían una organización, solo los expertos sabían bien que era un grupo muy estructurado que se metía en la mente de los jóvenes terrícolas y los convencía de dejar de depender del sistema de AIRIS para hacerle frente a los grupos de élite que gobernaban de espaldas a toda la humanidad.
Contra ese grupo y sus ideales, las trece poderosas familias de Venus, deseaban emplear la figura de Yuri Plisetsky para convencer a los jóvenes de seguir apoyando el sistema a través de un culto casi religioso como los que existieron en el lejano pasado de la humanidad.
Habían determinado que Yuri convencería con sus milagros y luego pronunciaría discursos de amor incondicional y humildad, para que los pobres y los ignorantes se aferraran a esa condición y pensaran en un mundo mejor a donde llegarían solo siendo muy pobres y muy humildes, siendo todo el tiempo mansos de corazón y sin ningún deseo de justicia social.
El grupo de los trece también había planificado que atentarían contra la vida de Yuri y culparían del crimen a los miembros del grupo de “Liberación”. Yuri se elevaría a la figura de un mártir y luego de un hombre santo. Desde ese momento la élite tomaría el control de la nueva ideología y seguiría gobernando a los hombres y mujeres que abrazarían el nuevo pensamiento de amor universal enseñado por Yuri.
Desprestigiados los miembros del grupo de estudios y superación personal “Avantis”, motor ideológico de “Liberación”, serían perseguidos y encarcelados o muertos hasta desaparecer todo rastro de ellos y dar una lección a los demás jóvenes rebeldes de la Tierra y las colonias para que jamás intenten atentar contra el gran sistema AIRIS.
—¿Oíste hablar del joven que rescatamos en el Atlantis? —le preguntó Jean pues sabía que algunos rumores sobre Yuri ya fueron esparcidos en el Sistema Solar.
—Uno de los nuevos comentó que habían encontrado un hombre que hace milagros. —Otabek le señaló la incómoda cama superior para que durmiera en ella.
—Yo lo conocí, vi lo que hizo y yo le ayudé a ser libre de verdad. —Un discurso nuevo para el joven que seguía las viejas ideas heredadas por casi cien años entre los que pretendían derrocar el sistema injusto—. ¿Quieres saber su historia?
Otabek asintió y a la vez volvió a señalar la cama superior con un gesto de sus cejas.
Cuando los dos estuvieron recostados y la luz se apagó, cuando el celador terminó de pasar revista a las celdas y los presos dejaron de hablar entre ellos; Otabek le hizo saber a Jean que quería escuchar la historia de ese hombre que hacía milagros.
