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Tabú 34


Víctor había cedido.

Por fin mostraba su verdadero yo; sin embargo, conservaba algo de cordura para evitar follarme y convertirnos en amantes. Todavía no estaba del todo convencido que tocar a su hermano no sería tan malo como él creía. En cambio, yo tenía la plena certeza de amarlo con todo mi ser.

Recuerdo bien que era un sábado en el que fuimos citados por el coach en la pista de hielo. El entrenamiento fue duro, tanto que Zchdánov terminó con un dedo luxado y yo recibí dos golpes con el stick en las pantorrillas que me paralizaron en medio de la pista. En especial el último que Altin me conectó en un descuidado movimiento de mi parte y aunque se disculpó cien veces conmigo, el dolor y la marca estaban allí presentes.

Cuando fuimos a las duchas me animé a bañarme junto con los demás, no me molestó verlos sin ropa y que me vieran desnudo. Un par de compañeros silbaron molestando, tres de ellos se apartaron de mí y Korov me dijo “marica” tal como estaba acostumbrado.

Les mostré el dedo medio y me metí bajo la regadera, cerré los ojos y procuré relajar mi cuerpo adolorido en el agua tibia. Cuando abrí los párpados Altin estaba bañándose a mi costado y no pude evitar verle el cuerpo porque esa es una actitud que todo hombre gay tendrá como norma de su propia naturaleza.

Era fuerte y tan musculoso como lo era Zhúkov, su piel algo morena resaltaba entre las pálidas pieles de los rubios que jugábamos en el equipo. Sus brazos sí que eran espectaculares, gruesos y duros como rocas.

Pero lo que más llamó mi atención fue su enorme y gruesa polla. Era gigantesca, más grande que la del “Verdugo” y más gruesa que la de Víctor. La miré de reojo un par de segundos, fue el tiempo suficiente para saber que era un espectacular mazo de carne y que la mujer o el hombre que la recibiera pediría piedad en cualquier momento de la relación.

Altin no notó mis afanes y yo le di las espaldas para no distraerme más con su perfecto cuerpo kazajo. Había visto a algunos modelos de Kazajistan por las redes sociales y algunos en los desfiles de moda, todos ellos eran hombres muy simpáticos y de belleza singular como decían los expertos.

En mi opinión Altin los supera a todos. Tal vez es porque tiene un atractivo rostro duro y muy masculino, quizá es porque su cuerpo es muy desarrollado y lo mantiene hasta hoy con un buen trabajo en el gimnasio. Y no podía faltar su carácter parco, seco, duro y efectivo a la hora de jugar. Rostro, cuerpo y actitud lo tenía todo para que yo cayera rendido por él. Ahora sé que era todo eso y mucho más.

Salimos del colegio como todos los sábados casi a la hora del almuerzo y repasábamos las jugadas que habíamos errado con Otabek. Caminamos despacio y los demás nos dejaron atrás. Él estaba convencido que debía ir al otro lado de la defensa para mejorar los pases que me hacía, pero Zaveliev jamás le cedería su lugar.

Llegamos al estacionamiento y su motocicleta era el último vehículo que quedaba en él.

—¿Quieres que te lleve a casa? —me dijo mientras se ponía el casco.

—No, iré por ahí a almorzar porque no hay nadie en casa. —Víctor había asistido a una reunión con los representantes de dos cadenas de almacenes que tenían tiendas de ropa femenina en todo el mundo y estaban interesados en vender la producción de la última colección que estábamos a punto de lanzar al mercado.

—Te invito a almorzar. —Si sus ojos expresaran las mismas emociones que su voz Otabek sería un tipo más simpático de lo que es. A pesar de ese duro perfil hasta ahora a pesar de su actitud recia sigue robando corazones.

Agradecí la invitación y subí a su Macchia Nera con motor Ducati. Cubrimos en tan corto tiempo la distancia entre el colegio y el centro comercial que fue una gran aventura para mí. Manejar motocicleta era mucho más emocionante que manejar un coche, la moto llamaba a la libertad y estaba más acorde a mi personalidad salvaje y espontánea.

Dejó su caballo de acero en el estacionamiento del Europolis y fuimos a almorzar a un gran restaurante de comida tradicional rusa. No podíamos salirnos de nuestros regímenes alimenticios que el entrenador Popovich y el nutricionista de la escuela habían elaborado con rigor, así que la comida local nos pareció más sana que esas hamburguesas grasosas, saladas y deliciosas.

Comimos como leones y luego fuimos a pasear por el centro comercial. Vimos algo de ropa e imaginamos cómo podríamos cambiar nuestro look, nada nos convenció.

Luego fuimos a la tienda de comics a revisar los últimos números de Woolverine y Los Ex men, esos tipos me encantaban porque todos podían hacer cosas extraordinarias de verdad y además, todos sufrían por ser raros. Me imaginaba que se sentían casi como yo me sentía en ese momento.

Otabek me contó que había nacido en Almati la capital de Kazajistan y que tenía dos hermanas menores. Su familia había caminado por casi todo el mundo debido al trabajo de su padre que era diplomático, su madre era maestra y sus hermanas todavía eran muy niñas.

Me dijo también que los últimos cuatro años habían vivido en Canadá donde dejó varios amigos, en especial uno que también jugaban hockey, un tipo alto y de piel más bronceada que la de Otabek con un nombre francés que no pude aprender. Yo le mostré las últimas fotos que Minami compartió y en la que estaba escalando el cañón de Itaimbezhino en Brasil.  

Además, me confesó que tenía un equipo profesional de sonido en el sótano de su casa donde hacía mixes de temas y que lo usaba los fines de semana, porque su padre no le permitía hacer ruido los días de trabajo. Le gustaba mucho las matemáticas, pero era muy malo con la biología.

Aspiraba a jugar hockey de manera profesional y no sabía por qué equipo apostar, si el ruso o el canadiense. Su padre gustaba mucho de la música rock en especial la de los Beatles y su madre amaba la música tradicional de su país.  

Fuimos a la tienda de música y compramos temas de colección, él compró dos vinilos con música de los noventa y yo algo de trance. Nos dimos cuenta que teníamos las mismas preferencias por las bandas añejas y a pesar que él hacía mixes jamás se atrevería a usar esa música boba y plástica que suena en las plataformas.

Nos dirigíamos hacia los juegos cuando de pronto vi a una pelirroja que caminaba muy sensual con su blusa blanca de seda amarrada con un lazo a la cintura, un pantalón azul de botas rectas y unos elegantes zapatos blancos de taco alto. Al verme me sonrió y abrió sus brazos.

—Yuuuuuri, —gritó mi nombre, corrió a abrazarme y dejarme la huella de su labial en la frente y las mejillas—. ¿Qué haces aquí? ¿Y quién es este chico tan guapo?

Mila tenía el poder de desarmar con la mirada a cualquier hombre y también de atraerlo con su cintura diminuta.

—¡No hagas eso en frente de todos! —Fue difícil deshacerme de sus cariños, pero de alguna manera me escurrí—. Otabek ella es Mila una nueva diseñadora de Nefrit. Mila él es Otabek mi compañero de colegio.

—Mucho gusto señorita. —Otabek era una planta. Demasiado formal o bobo, pero no podía decir que fuera un tipo vulgar, le dio la mano y agachó la cabeza un poco.  

—Hola Otabek. —Por su parte Mila era muy curiosa y molestosa. —¿De dónde es tu nombre? —Quería que se fuera ya.

—De Kazajistán. —Pude ver que el rostro de mi amigo se ponía cada vez más colorado, así que supe que algo raro le estaba pasando.

Y digo raro porque en el colegio le había visto hablar con muchas chicas sin hacerse tanto bollo, pero frente a Mila parecía el tonto del grupo. Pensé que él estaba algo intimidado porque Mila era demasiado arrolladora con su forma de hablar y moverse o podría ser porque su escote permitía ver las pequitas de sus senos y la firme posición que tenían sobre su pecho.

—Kazjistán… oh, está al sur. Nunca viajé allá pero ahora que te conozco será un buen motivo para dar un paseo por tu país. —Mila nos retenía sin que pudiéramos despedirnos de ella y Otabek tenía el rostro de un cuete a punto de hacer ignición—. ¿Vinieron a comprar música?

Mila señaló las bolsas de la tienda y acomodó con sus dedos el mechón suelto que bailaba sobre su mejilla. Otabek le mostró los vinilos y yo comenzaba a hartarme de la situación.

—¿Vinilos? —replicó Mila tomándolos entre sus manos.

—Hago algunas mezclas de música. —Otabek no sabía cómo explicarse y ella revisaba los nombres de los temas en la tapa.

—¡Eres DJ! —gritó emocionada—. Eso suena divertido, dónde trabajas.

—Oye es mi compañero de colegio y aún no trabaja, estamos. —En ese momento ya me harté, Mila había interrumpido nuestra charla y estaba hablando de más.

—Los sábados… en el Black Box. —Otabek no solía enredar sus palabras cuando exponía ante en el salón de clases.

—Es una discoteca para chicos que atiende hasta las ocho de la noche y donde no sirven trago. —Sentí que la conversación se estaba alargando demasiado—. Allí se presenta Otabek y la gente vieja no está invitada.

—Bueno espero escuchar tu música un día de estos Otabek. —Ella volvió a sonreírle y me pareció que le estaba coqueteando. Junté el entrecejo porque empecé a sentirme asqueado—. Si me disculpan chicos ya llegó mi amiga, vamos a tomar un café en ese nuevo local que está allá en frente… ¿quieren acompañarnos?

—No. —Fui enfático cuando me negué—. Tenemos otros planes.

Por fin corté tanto entusiasmo y charla boba. Mila se despidió repartiendo besos y caminó con su amiga hasta perderse en el nuevo café. Otabek se quedó parado como una estatua cuando esa bruja le dio un beso en la mejilla.


El kazajo y yo seguimos visitando algunas tiendas más y terminamos el paseo en los locales de juegos virtuales y no dudamos ni un segundo en entrar. Durante dos horas caminamos en un planeta extraño matando extraterrestres. Si lo pienso ahora los extraterrestres éramos nosotros y ellos eran los dueños del planeta. Matamos zombies que se movían demasiado rápido. Escalamos el Everest y evitamos avalanchas. Subimos a nuestros caballos y participamos de una batalla medioeval. Pero cuando jugamos GTA fuimos los tipos más felices del planeta.

—¿Te parece si volvemos a nuestra realidad y hacemos algunos tiros al blanco? —propuso el kazajo y yo accedí feliz. Me encantaba disparar.

—¿A que no te atreves a apostar? —quise retarlo.

—Toda la fila de arriba sin fallar. —Señaló los blancos y pensé que no lo iba a lograr.

Pero lo hizo, uno tras otro los tiros salieron del fusil y Otabek me mostró que sí podía ser un buen francotirador.

Cuando me tocó el turno acerté ocho de los diez blancos. Perdí algunos rublos y aunque estaba molesto por quedar en segundo lugar, cruzamos las manos y chocamos los puños como lo hacíamos cada vez que metíamos un gol.

Salimos del salón de juegos con varias anécdotas qué contar y Otabek ganó un simpático oso de peluche que lo puso bajo su brazo mientras nos dirigíamos a la salida. De pronto vimos a Mila y a su amiga saliendo del ascensor que llevaba a las salas de cine.

—¿Crees que si le doy este osito a tu amiga Mila se va a molestar? —preguntó el kazajo señalando con la mirada a la pelirroja que no se dio cuenta de nuestra presencia.

—No sé. —le dije sin mucho interés—. ¿Por qué no pruebas?

—Uuum no, mejor no. —Bajó la mirada y volvió a sujetar el oso.

Allí supe lo que le pasaba. Por fin entendí por qué su rostro enrojeció tanto cuando Mila hablaba con nosotros. No podía creer que Otabek, el tipo más duro que había conocido esos días, estaba allí dudando si se atrevía a darle un simple oso de peluche a una chica bonita como Mila.

—Es simple te acercas, le dices hola, le das el oso y le pides su número telefónico. —Otabek me miró muy serio y supe que no era tiempo para bromear con ese kazajo mal humorado y abochornado.

—Mejor nos vamos Yuri. —Dio media vuelta y caminó a prisa hacia la entrada del estacionamiento del centro comercial.

Subí los hombros y lo seguí.

—¿Es mi idea o te gusta Mila? —pregunté con algo de malicia.

—No —respondió juntando las cejas.

—Te gusta Mila —afirmé en voz alta.

—¡Cállate Yuri! —Aceleró sus pasos con la cara y las orejas enrojecidas.

Ya sabía su secreto y me pareció divertido ver a ese serio kazajo, dueño de una fuerza descomunal y grandes habilidades sobre el hielo, comportarse como un niño tímido. Todos tenemos un punto débil y Mila era el punto de débil de Otabek.

Esa fue la primera salida, las primeras horas que compartí con Otabek Altin experiencias que no fueran entrenamientos o partidos sobre la pista de hielo. La primera vez que conocí los gustos, las otras habilidades y las debilidades de quien llegaría a ser con el tiempo mi mejor amigo.

Cuando llegamos en su moto a la puerta del edificio era ya de noche y yo bajé de un salto porque recordé que había dejado a Potya con poca comida y agua, además fueron demasiadas las horas que pasé fuera de casa sin permiso.

—Yuri… no le digas a Mila lo del oso por favor. —Un Otabek suplicante, eso jamás lo habría imaginado.

—Está bien, pero con una condición. —Tenía que sacar provecho de esa oportunidad.

—¿Cuál? —Me miró asombrado.

—Que le digas a Popovich que te cambie de la banda izquierda a la central. —Era necesario que él fuera el atacante principal del equipo.

—Uuuum… —Sí que era un tipo tímido que solo arriesgaba en el campo de juego.

—Es Popovich o es Mila —le dije un poco en broma y un poco en serio.

—Está bien se lo diré. —Suspiró y me miró resignado.

Cuando me retiraba me detuvo sujetando mi brazo y me entregó el oso de peluche.

—¿No sería mejor que se lo lleves a tus hermanas? —le dije algo azorado.

—Tienen demasiados —respondió y encendió su máquina.

Levanté el pulgar y caminé con el oso bajo el brazo hacia el edificio. Esperaba que Víctor llegase tarde ese día.

Cuando entré en el departamento comprobé que estaba muy equivocado y que mi hermano me estaba esperando tomando algo de vodka sentado en el sillón que se ubicaba cerca del balcón mirando todo el tiempo hacia la entrada del edificio.

—Te llamé una veintena de veces. —Víctor estaba muy molesto.

—El entrenamiento…

—Georgi me dijo que el entrenamiento terminó a mediodía. —Me interrumpió y no me dejó explicarle más.

—¿Quién es ese chico? —Señaló con los hacia la calle mientras me miraba intentando adivinar mis pensamientos.

—Es solo un amigo… —Conocía bien esa mirada. Era la misma que pude ver cuando Vladimir y yo nos veíamos después del entrenamiento.

—Un amigo no entrega osos de peluche. —Maldición no podía decirle que ese oso era para Mila.

—Es solo mi amigo y tienes que creerme, hermano. —Enfaticé el “hermano” y algo molesto por la desconfianza de mi hermano quise ir a mi dormitorio.

Víctor me detuvo. Me tomó de la muñeca y la sujetó con fuerza para que no siguiera avanzando, lo miré de soslayo y fue suficiente ver esa sonrisa boba para que me entraran las ganas de abrazarlo. No lo hice porque siempre que teníamos una discusión solía poner distancia entre él y yo y durante un par de días no lo miraba, contestaba con monosílabos y me encerraba entre mis consolas. Era él quien me buscaba conversación.

Pero la situación había cambiado. Ya no éramos dos hermanos que se peleaban por cualquier cosa y quedaban resentidos durante unas horas. Víctor y yo, conscientes de nuestra relación, éramos los enamorados que comenzaban a conocerse y a comprender hasta los mínimos gestos del otro para unirse más.

Mientras él me invitaba a sentarme a su lado, con una mueca de desagrado yo daba la vuelta al sillón, dejaba mi mochila en el suelo y el oso de peluche sobre la mesa de vidrio. Me senté pesadamente, sujeté sobre las rodillas uno de los almohadones, sostuve la mirada sobre el televisor no quería ver los ojos de mi hermano y deseaba que él me pidiera perdón para sentirme vencedor de ese pequeño desencuentro.

Víctor tomó mi mano, la acarició despacio, pasando sus cálidas yemas por el dorso, los dedos, los nudillos y la muñeca; en un afán por tranquilizar a ese gato arisco que tenía junto a él. Yo todavía respiraba con dificultad debido al enojo y no quería mirarlo.

—Yuri —Con pausada voz comenzó a hablar—. Si me muestro desconfiado es porque estoy celoso. Sé que no eres un chico coqueto que está mirando a los hombres que están a su alrededor; pero tienes que reconocer que aquella vez hiciste algo indebido solo por matar tu curiosidad.

—Es que tengo tantas ganas… —No sabía cómo explicarle que no solo mi sexo, sino también mi cuerpo entero palpitaba deseando saber qué se sentía ser amado, deseado y poseído por un hombre.

—Yuri yo no he cedido a mis impulsos porque no quiero que esto sea solo cuestión de unos cuantos coitos y luego adiós. —Víctor me acercó hacia él y por inercia caí sobre su pecho—. Si vamos a cambiar una relación de hermanos por una de amantes, entonces tenemos que estar seguros que esta relación debe ser sólida para no tirar al vacío nuestros sentimientos y malograr nuestra unión.

Hasta ese momento no había pensado de esa forma. Si Víctor y yo nos convertíamos en amantes, nuestra relación de hermanos se vería afectada. En ese momento lo supe, pero a la vez no entendía de qué forma alteraría nuestra hermandad pues para mí solo era amor y nada más.

—Si tú me quieres solo para sentir placer y disfrutar del sexo, entonces con mucha pena tendré que rechazar todo este amor de hombre que siento por ti. —Víctor terminó de acomodarme en su regazo y apartó mi fastidioso flequillo a un lado despejando mi rostro—. Yo no te quiero para unas cuantas folladas Yuri, yo te quiero para siempre en mi vida. ¿Y tú?

—Víctor me gustas, te deseo y te quiero mucho. —Era un crío que no sabía cómo expresar en palabras mis sentimientos—. Cuando estoy a tu lado me siento… guau… super… y pienso en ti todo el día… supongo que eso es amor.

—Por eso es que te pido un tiempo para que reafirmes tus sentimientos, para que sepas si en verdad es amor lo que sientes por mí o es un simple gusto. —Sus cortos mechones plateados rozaron mi frente y podía sentir su suave respiración sobre mi boca—. Por eso es que quiero conocerte en otros aspectos, vivimos juntos hace un tiempo y no sé muchas cosas de ti y tú tampoco sabes mucho de mí.

Dejé de poner freno a mi cuerpo y lo abracé. Mis manos se posaron en su cuello y su espalda a los que apreté poco a poco, conforme sus labios tocaban mis mejillas. Lo abrazaba y me preguntaba si eso que sentía por Víctor era en verdad amor o solo el deseo que se había clavado en mi mente desde que lo vi en esa revista de modas cuando esperaba el avión que me llevaría a San Petersburgo a vivir mi vida con él.

—En el amor no todo es sexo, hay compañerismo, complicidad y también amistad. —Víctor hablaba sobre mi oído y el aire que salía junto con sus palabras me hacía sentir adormecido.

—Pero no confías en mí y si me follas entonces sabrás cuanto te amo. —Extraño hasta ahora esa lógica simple que en ese momento tenía sobre el amor.

—No quiero hacerte el amor solo para asegurarme que no mires a otros hombres, eso no funciona así. —Víctor suspiró y un intenso escalofrío recorrió mi espalda—. Yo también aprendí que hacer el amor es un acto final de todo un tiempo de conocer, querer, respetar y compartir con la pareja. Eso me enseñó Anya y no quiero olvidar esa lección porque ahora que te tengo así entre mis brazos, ahora que no eres solo una fantasía caliente y que eres una maravillosa realidad en mi vida, no quiero que solo seas un chico para follar bien, quiero que ambos nos convirtamos en compañeros. ¿Entiendes?

Afirmé en silencio y nos quedamos callados durante un rato. Él respiraba sobre mi oído y yo pensaba en todo lo que me había dicho y lo importante que para él era yo. Si no me amara de verdad mi hermano ya me habría llevado a la cama noches atrás y hubiéramos follado y solo estaríamos unidos por el sexo.

Entendí entonces, que el cortejo sirve para algo más que solo mirarse como tontos y darse besos y soñar despiertos. Era para conocerse un poco más y para entender el mundo interior de esa persona con la que pronto serás uno solo.

Estábamos algo incómodos y me senté sobre las piernas de mi hermano para que no siguiera doblando su cuerpo sobre el mío. Me apretó con tanta fuerza que me quejé porque me dolieron los golpes que había recibido en la práctica. Y cuando me soltó me quedé mirando esos ojos tan hermosos, celestes como el cielo de mayo, con sus gigantescas pestañas blancas y las pequeñas arruguitas que se formaban en las esquinas cuando él sonreía.

Nos besamos como se besan dos niños de primaria, piquito a piquito como los pajaritos y en esos besos cortos e inocentes comprendí que el amor comienza por la ternura que parece ser el combustible que utiliza el corazón.

Poco a poco nuestros labios se abrieron y los juntamos varias veces sintiendo la dulce calidez del aliento. El amor se transformaba en vida como el hálito que le dieron a Adán.

Después mi lengua quiso probar el sabor y la textura de la otra boca. Víctor me dejó explorar y humedecer sus labios, me dejó sentir sus blancos dientes, me permitió conocer los accidentes de su paladar y me dio permiso para enredar mi lengua con la suya.

Entonces absorbió mi saliva que salía a borbotones y el calor que sentí transformó ese amor tierno en placer intenso. Mi piel quemaba y mi vientre se endurecía con cada movimiento pues entendía que esa era la forma cómo Víctor me iba a amar, tomándome de a poquitos como se sorbe un buen vino.

Pero el niño malo surgió de nuevo entre tanto calor y aliento cortado. Atrapé los labios de Víctor entre mis dientes y los mordí hasta que su delicada piel cedió a la presión de mis incisivos y sentí la humedad de la sangre. Víctor se quejó y encarnó sus uñas en mi cintura, pero no hizo nada para apartar mi malvada boca que lo estaba hiriendo.

Pensé que Víctor me soltaría de inmediato, pero me siguió besando con mucha pasión y dejó que yo siguiera probando el sabor salado de sus labios ensangrentados y que lo abrazara rayando con mis uñas su espalda por encima de su camisa azul.

Sabía que no me haría suyo esa noche como tanto quería yo, pero esos besos me fueron suficientes porque estaba lleno de sus palabras, de sus confesiones, de su cariño y de esos celos con los que me cuidaba para que mis ojos, mis manos, mis labios y mi cuerpo solo fueran suyos y que nadie más se atreviera a tocarlos.

Creí que los celos que provocaba en Víctor era la mejor manera de saber que él me amaba. Era casi un niño y no sabía nada de la vida.

Los celos existen, yo también los sentí y no solo por Víctor. Los sentí por mis mejores amigos cuando éstos me hablaban de otros amigos y hasta por el cariño de Lilia pues cada vez que admiraba a otro diseñador yo me sentía molesto y hervía en rabia.

Los celos de Víctor me parecían bonitos, pero los celos jamás serán amor.  

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Publicado por Marymarce Galindo

Hola soy una ficker que escribe para el fandom del anime "Yuri on Ice" y me uní al blog de escritoras "Alianza Yuri on Ice" para poder leer los fics de mis autoras favoritas y escribir los míos con entera libertad.

2 comentarios sobre “Tabú 34

  1. Diosss!!!! fue hermoso!!!,no puedo creer que Victor este diciendo esas palabras ,se nota el esfuerzo que esta haciendo para aceptar por completo su amor por Yuri ,no puedo sentirme más que satisfecha por el desarrollo de la historia y especialmente de Victor .Tratar de controlar tus más bajas pasiones como lo hace Victor es algo muy dificil de hacer ,inclusive los santos sufrieron tanto con las tentaciones ,como San francisco de Asís que para vencer las pasiones del cuerpo tuvo que revolcarse entre espinas ,su frase era :»trato duramente a mi cuerpo, porque él trata muy duramente a mi alma».

    Este amor prohibido es algo muy hermoso y triste porque probablemente todo se reduzca a la pasión sin sentido y cuando se cae en eso ,ya no hay lugar más bajo que el infierno.

    PSDT: Eres peruana ,verdad? ,si lo eres yo tambien soy de Perú ,por favor cuidate mucho para que sigas escribiendo siempre.

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    1. Gracias Lady por seguir la historia y por tus palabras. Sí soy de Perú y qué lindo saber que tú también lo eres. Gracias por tus deseos y tú también cuídate.

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