
☆*゚ Trillizas de Oro
El sol radiante tocaba los delicados rizos dorados de un joven atleta tan tierno como un gatito –solo cuando éste duerme–. La tranquilidad era tan exquisita que el más ligero tacto sobre la piel tersa del niño, le quitó la más dulce de las sonrisas. Una sonrisa digna de un ángel.
A través de sus párpados, y gracias a la claridad del lugar, una silueta se ubicaba delante de él. Una suave caricia en su mejilla bastó para que dejara al descubierto aquellos ojos verdes momentáneamente.
—Tu cuerpo es muy suave y cálido —susurró adormilado mientras se abrazaba a ese sujeto que se encontraba a su lado en el futón.
Aquella persona no necesitaba palabras para reconfortar al pequeño ruso, solo con delicadas caricias era más que suficiente para Yurio.
—Me encanta tu aroma.
Sonriendo inocentemente, esconde con disimulo su rostro en el cuello del muchacho que lo acompañaba. Pero para sorpresa de Yuri Plisetsky, éste se aleja únicamente para aproximarse peligrosamente a sus pequeños labios.
Cerrando tímidamente los ojos y sus mejillas tornándose rojas –casi tanto como el Borsch– quedó expectante para descubrir la magia detrás del cual sería su primer beso. Y así como llegó el primero tan suave, tan cálido, tan húmedo; surgió un segundo beso, luego un tercero y cientos de ellos después los cuales sacaron del asombro al ruso europeo. Se sentía todo extraño.
Esa tranquilidad que reinaba en la habitación desapareció; Yurio sintió que su apuesto príncipe se convertía en una bestia feroz.
—¡¡¡Perro estúpido!!! —gritó al despertar y ver a Makkachin regalándole todo su cariño perruno.
El gatito se alejó lo más rápido posible del can; escupiendo y limpiándose de manera exageradísima tanto la lengua como la cara. Luego de ese incidente –el cual agradeció a todos los dioses habidos y por haber que nadie lo vio, en especial su compatriota “infantil”–, Yurio se dirigió a la sala para desayunar, aunque mucha hambre no tenía debido a la cantidad exorbitante de Katsudon que había devorado, cual león hambriento, la noche anterior.
—¡Buenos días Yurio! —Alegremente saludo Víctor a un Yuri todo desalineado con expresión de muerte y unos ojos que reflejaban el mismo infierno.
—¡¡Deberías ponerle una correa a tu mugriento perro!! —gritó a los cuatro vientos el malhumorado amante de los felinos.
Como era de esperarse, el mayor lo llenó de millones de palabras sobre lo maravilloso y buen chico –algo desobediente– que era su compañero canino. No entraba en la cabeza del de cabellera plateada que no todos se sentían tan desbordados de felicidad al despertar con la cara empapada de saliva pegajosa y apestosa; más aún si uno descubre que aquel primer beso con ese apuesto joven era sólo un sueño.
—Deberías bajar la voz. No te estás en un concierto, chico rockero —Mari comentó con su característico tono calmo—. En cuanto a ti —Señaló al coach de su hermano menor—. Gracias a ti, ahora debo ocuparme de la herencia Katsuki —refunfuñó la mujer, mientras encendía su cigarrillo.
El chico rubio que aún se encontraba en su nube malhumorada, se contuvo sus comentarios muy pocos sutiles para una dama al ver la expresión de Mari. Una clara expresión que decía: inténtalo y verás.
—No necesariamente —Limpiando los pequeños rastros de lo que minutos antes fue su desayuno, Víctor arqueó sus labios para dibujar una sonrisa en forma de corazón—. Planeo hacerle muchos hijos a Yuri —Más inocente que un niño de tres años confesó el europeo, dejando en evidencia su torpeza.
Tanto Yurio como Mari se quedaron viendo a la gran figura del patinaje con una cada de ¿En serio pensás hacer eso? Claro que, el pequeño ilegal estampillo su mano izquierda en su propia frente cuestionándose cómo fue posible que alguna vez llegó a idolatrar tanto a ese idiota.
—El katsudon es hombre al igual que tú ¡baka! —gritó Yuratchka apuntándolo con el dedo y azotando la mesa con la otra mano, lo que ocasionó que todo lo que se encontraba sobre la mesa se moviera un poco.
—¡Y es el más bello de todos! —añadió Vitya posando sus manos en sus mejillas y moviendo su rostro de un lado al otro.
Era más que obvio que ese ruso estaba perdidamente enamorado, tanto que, era ciego hasta de las cosas más obvias de la biología humana.
Mari torció levemente su labio y retiró el cigarro de su boca.
—Sabes que los hombres no pueden tener hijos entre sí, ¿cierto? —cuestionó alzando la ceja izquierda.
Víctor solo sonreía como un bobo con ese perfecto corazón que sus labios podían formar.
—Espero que Yuri conserve su virginidad por un largo tiempo —murmuró mientras regresaba el cigarrillo a su boca.
—Te puedo asegurar que mi Yuri dejó de serlo hace mucho tiempo —comentó con un guiño y una sonrisa, como si se jactara por ser quien sumergió al inocente nipón al mundo del Eros.
—Me sorprende que supieras cómo hacer eso —Con una sonrisa burlona agregó Mari antes de marcharse.
Ella no sería cómplice en el futuro asesinato del apuesto muchacho de cabellera plateada. Sin duda alguna, Víctor había sentenciado su vida y estaba a punto de morir ya que, detrás de él, emergió un aura oscura mezclada con vergüenza. Definitivamente, Yuri Katsuki había llegado en el momento justo o quizás… equivocado.
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El silencio o, más bien, la ley de hielo agobiaba al extranjero de ojos azules. Durante todo el trayecto hacía la pista de patinaje Ice Castle, sus palabras quedaban en la nada dado que el oriental se negaba a dirigirle la palabra, siquiera la mirada podía captar.
—Yuri, como tu entrenador, ¡te exijo que me hables! —Parado delante de la puerta del edificio entonó una voz de mando que fue escuchada, analizada e ignorada por Yuri Katsuki.
No es que fuera fácil mantener una postura fría con Víctor. Yuri nunca podía ignorarlo, pero se sentía demasiado avergonzado por las cosas que le había dicho su futuro esposo a su hermana; de solo pensar que con la misma facilidad se le podían escapar a Nikiforov esas palabras frente a sus padres, se moriría.
—Esta vez sí que te la mandaste zopenco —Rio burlonamente el Rubio.
Víctor cambió su tierna expresión y con solo una mirada, se podía notar que no le agradaba mucho el comentario.
—¡Yuri, volviste! —Una voz femenina interrumpió aquella pesada atmósfera que rodeaba a los tres hombres.
Gracias a la interrupción de Yuko, el ambiente volvió a la normalidad.
—¿Vienen a entrenar? —preguntó sin dejar de sonreír mientras que por dentro quería –su lado fujoshi– gritar al ver personalmente las sortijas que llevaban su mejor amigo de toda la vida y su ídolo del patinaje sobre hielo.
—¡Yuko! ¿Cómo estás? —De la misma manera, alegre y tierna sonrisa, preguntó Yuri.
Él podía sentir como sus mejillas ligeramente se sonrojaban porque se notaba muchísimo en sus ojos, aunque ella no dijera nada, como contemplaba a la pareja. Y antes que Yuko pudiera responder; por detrás de ella aparecieron las trillizas, tal como siempre haciendo su gran entrada llena de entusiasmo.
—Te volviste muy famoso Yuri —dijo Loop.
—Gracias a nosotras —Agregó Lutz.
—Sin dudas, merecemos algo de las ganancias —Concluyó Axel.
Las niñas sin perder el tiempo se subieron a la grandeza alegando que, si no hubiese sido por ellas, Yuri jamás hubiera conseguido todos sus logros, entre ellos, monopolizar a Víctor Nikiforov. Por supuesto, su madre no tardo ni un segundo en reprender a las pequeñas aprovechadoras, las cuales con gran habilidad se dieron a la fuga rápidamente.
—Lamento mucho eso, Yuri —se disculpó—. Por cierto, el lugar se encuentra cerrado por remodelaciones. Todo gracias a ti Víctor; hemos tenido muchos clientes y debemos mejorar las instalaciones —Se inclinó levemente delante del joven de piel blanca para darle las gracias.
—Debo ser yo quien te agradezca —dijo Víctor dejando atónita a la muchacha—. De no ser por ti, Yuri no se hubiera fijado en mí —Como siempre, ese galán se salió con las suyas.
Soltando con gracia aquellas palabras, aprovechó para abrazar por detrás al japonés que ya se encontraba colorado de la vergüenza y, además, mudo. En cuanto a las mejillas de la joven y linda joven madre, éstas tomaron un color rosa muy similar al que llevaba en sus prendas.
—Tengo que irme… a-adiós, Yuko —Muy nervioso se despidió Yuri, marchándose casi a toda prisa tratando de huir de esa situación.
Aún así, por más que quisiera escapar sabia que no le sería nada fácil deshacerse del pentacampeón del Grand Prix.
—¡Par de idiotas! —bufó irritado Yurio al quedarse solo junto a Yuko.
—No lo dije antes, pero felicitaciones Yuri por ganar el Grand Prix. Realmente estuviste estupendo —confesó Yuko regalándole una de las sonrisas más tiernas al adolescente.
Ante tal comentario, el Tigre de Hielo se sonrojo y con rapidez desvió la mirada. Él sentía que esa mujer –que no era nada fea comparándola con Mila– de alguna manera había sido un gran apoyo, pero no sabía cómo expresárselo sin parecer un chico cool.
—G-gracias —susurró con una pizca de nerviosismo el Hada Rusa.
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Después de un día largo, no había nada más relajante que un buen descanso en las cálidas aguas termales. Como siempre, Yuri mantenía un poco su distancia de Víctor porque, aunque hayan compartido muchas cosas juntos, de alguna manera ciertas otras le causaban aún vergüenza.
—¡Maldición! —Sosteniéndose con ambas manos su rostro y una expresión de pánico, exclamó Yuri—. V-víctor, el anillo… ¡Ayúdame a buscarlo!
Yuri había extraviado su preciado anillo dentro del onsen y al no tener sus lentes, era obvio que le costaría trabajo encontrarlo.
—¿Cómo que perdiste el anillo? ¿No te lo habrás quitado antes de entrar? —preguntó Víctor mientras acortada la distancia entre los dos.
—¡Jamás me lo he quitado! —Desesperado le gritó sin percatarse de ello.
Era incuestionable el gran significado que ese pequeño objeto tenía para él. Y al no dar con la sortija en las zonas visibles del onsen, Yuri decidió agacharse para poder tantear el fondo con sus manos. Víctor al ver en la postura –sugerente– que se encontraba su amado cerdito, su rostro se puso colorado a la velocidad de la luz y dentro de él un inevitable deseo de poseerlo en ese mismo instante se apoderaba de él.
—Y-yuri, espera. Podés caerte y golpearte —Ni bien terminó la frase con algo de dificultad por sus bajos instintos, el japonés tropezó.
Antes de que Yuri se golpeara con el borde del onsen, Víctor lo sujetó de la cadera quedando ambos en una posición muy comprometedora, y peligrosa para la cordura del ruso.
—¿Te encuentras bien? —Preocupado le preguntó a su amado.
—S-si —respondió agitado por el pequeño susto Yuri.
Pero su corazón no sería lo único que sentiría palpitante en su cuerpo.
—Oye anciano ¿qué tanto hacen? —Entrando al onsen preguntó Yurio.
Cuando se percato de la manera en la que se encontraban los otros dos dentro de las aguas termales, su rostro adolescente se puso automáticamente rojo.
—¡¡¡Vayan a un hotel malditos pervertidos!!! —reclamó tirándoles una toalla y marchándose, creyendo que estaban haciendo “eso” ahí.
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—Quién lo diría, al final si te lo habías quitado.

trauman al pobre tigre ruso xD
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Jajajajaja No piensan en él
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