Allá nos espera el destino
Solo faltaba una semana para entrar en el sector X1Z3 cercano a la galaxia Circinus era el lugar donde los esperaba una súper cuerda que los transportaría a velocidades inimaginables hacia las cercanías del Sistema Solar. Los tripulantes de la Servicio de Rescate Amstrong dormirían dentro de las cabinas pues era la manera más segura de sobrellevar esa experiencia.
En las cabinas de hibernación cada tripulante se encontraba aislado en un medio agradable, muy similar al vientre materno. Para que su sueño fuese placentero se le sumistraba un shock de melatonina que le permitía relajar el cuerpo y profundizar el sueño mientras un suave vaho cubría el interior.
Se había previsto que los miembros de la misión dormirían los siguientes ocho meses hasta llegar a la base militar de Júpiter donde todos recibirían la atención adecuada para hacer más llevadero su despertar y luego partirían a sus lugares de origen para compartir un tiempo de merecido descanso.
Durante el viaje cada tripulante sería alimentado mediante líquidos enriquecidos con nutrientes y los desechos de su cuerpo serían expulsados a través de sondas que se insertarían en ellos el momento que quedasen dormidos. Ese era un trabajo ejecutado por las asistentes programadas.
Los programas distribuidos en la superficie de las cabinas permanecían en alerta continua a cualquier cambio en la presión arterial y los impulsos nerviosos para detectar si algún tripulante pudiera sufrir una descompensación o si por algún motivo había despertado dentro de la cabina. De inmediato se le brindaría la atención debida hasta que volviera a quedar dormido.
Esa innovación programada en las naves desde solo hacía cincuenta años atrás les permitió evitar que los tripulantes se ahogaran debido a la presión que ejercían ciertas zonas del universo sobre las naves. También evitaba que sufrieran infartos o problemas cerebrovasculares.
El capitán Leroy observaba con mucha atención los últimos preparativos previos al largo viaje. Podía ver los afanes de los doctores Giacometti que serían los responsables directos en hacer dormir y verificar los primeros signos vitales de los tripulantes antes que ellos mismos se sometieran al procedimiento. Lo habían hecho en decenas de viajes tripulados a los que acompañaron como miembros de los equipos médicos o como directores del área.
Jean Jacques también pudo observar la gran alegría que irradiaba el comandante Cialdini. Se lo veía llamar y responder llamadas con gran entusiasmo, atender conferencias con miembros del Congreso y con representantes directos de las familias más poderosas del Sistema. Por sus expresiones se diría que llevar a Yuri a las fauces de esos hombres y mujeres hambrientos de más poder del que ya tenían, le sería muy beneficioso.
«¿Estará negociando su jubilación o estará obteniendo algún rédito económico con Yuri?», se preguntó Jean; pero cualquiera fuera el beneficio lo cierto era que Cialdini estaba cerrando un buen trato comercial. Eso era lo más parecido a una transacción comercial a costa de Yuri. Jean se estremeció de pies a cabeza al pensarlo.
Durante el almuerzo Yuri se quedó dormido en el área de recuperación luego de tener una mañana bastante pesada siendo sometido a todo tipo de exámenes médicos. Los doctores debían asegurar las buenas condiciones en las que el chico ingresaría en la cabina. Era imprescindible que esté muy bien de salud para cuando llegasen a Júpiter. Esa fue la orden que recibieron de Cialdini y los doctores doblaron sus esfuerzos revisando con mucha minuciosidad todos los resultados que arrojaron las pruebas.
Como siempre, Jean estuvo presente porque si él no estaba Yuri no se dejaba tocar ni un cabello. Ya había malogrado tres unidades de asistencia porque quisieron obligarle a tomar posturas poco adecuadas para ciertas revisiones y solo permitió que le revisaran la próstata y las vías urinarias por dentro cuando el capitán estuvo junto a él.
Decía que durante el almuerzo Yuri se quedó dormido y ese tiempo Jean lo aprovechó para compartir con ambos doctores una plática que para él era de vida o muerte.
—¿Ya vieron los afanes del comandante? —les preguntó en voz baja, pues no quería que sus compañeros lo escucharan mientras recibían sus raciones en la faja transportadora.
—Está muy feliz porque le darán un ascenso y podrá dirigir una misión a Andrómeda —respondió Chris que había escuchado la comunicación de Cialdini cuando lo auscultaba—. Ya sabes que los que son enviados a los exoplanetas de esa galaxia se vuelven millonarios y pueden aspirar a muchas cosas.
—¿Y ya saben cuál es el motivo de tan importante premio? —Jean intentaba explorar el pensamiento de los doctores.
Los tres caminaban en medio de los pasajes del comedor buscando una mesa lo suficientemente lejana a los demás y que estuviera fuera del alcance de las cámaras, solo así podían hablar en libertad.
Cuando la encontraron se sentaron de tal forma que los tres dieron las espaldas a sus compañeros y a las unidades de servicio que recorrían sobre sus ruedas levantando las bandejas vacías.
—Yuri se convirtió en una mercancía para él. Si al principio deseaba que pudiera ayudar a desentrañar el misterio del Atlantis, ahora ese es un objetivo secundario y Yuri es el objeto a vender. —Masumi sabía bien de lo que hablaba—. Por eso es que nos pidió que pongamos bastante interés en su salud y en la tuya porque desde hace varias semanas se ha dado cuenta de la gran cercanía que hay entre ustedes dos y sospecha que ambos tienen una relación.
—En ese caso tú también eres parte de las transacciones de Cialdini, querido y tu futuro está siendo determinado por las grandes corporaciones del Sistema y la gentita exclusiva que habita Venus. —Chris observó el pedacito de remolacha que acababa de trinchar y con mucho cuidado lo introdujo a su boca.
—¿Qué pasaría si cuando la nave llegase a la base de Júpiter, Yuri y yo no estuviéramos presentes? —Jean se animó a compartir su más caro deseo.
—¿Qué pretendes capitán? —Chris preguntó con malicia mientras masticaba por décima vez el último bocado.
—Que nos ayuden a escapar… —Jean sabía bien que corría un gran riesgo al confiar en ambos doctores pues no tenía la seguridad que esos hombres estuvieran a favor de Yuri o al favor del sistema que gobernaba sus vidas—. Tengo un plan.
Entregarse al calor y los besos de Masumi era para Christophe casi como un acto religioso. Encontraba el gozo y la calma que muchas veces perdía a lo largo del día.
Desde que lo conoció, desde la primera conversación donde el alumno y el maestro intercambiaron opiniones sobre un tema tan simple como la transferencia de datos a distancia de cerebro a cerebro gracias a la ampliación de las hondas Hertz entre individuos, Chris sabía que había encontrado alguien importante con quien compartir sus intereses y sus sueños.
Tres años después una copa de vino de más luego de una conferencia sobre trasplante de células nerviosas, le permitió conocer que el tímido profesor Masumi estaba muy enamorado de él y desde esa noche de pasión y palabras de amor nunca más existió distancia entre los dos.
Era la noche anterior al hipersalto y los esposos Giacometti compartían sus gemidos y suspiros con una suave tonada de saxofón que sonaba en las paredes de su habitación. Pocas veces disfrutaron de orgasmos sincronizados y ese último fue una explosión de espasmos y energía sexual que los convirtió en un solo ser. La felicidad era indescriptible cada vez que sucedía un encuentro tan especial pues no solo era sexo del bueno y unión de cuerpos, era el enlace apasionado de dos almas que entrelazaban su energía inmortal.
Sudorosos y felices acomodaron sus cuerpos uno junto al otro y se quedaron en silencio por algunos minutos, esperando que la agitación y el temblor de sus caderas se redujera. Chris miraba el perfil de su amado que con la cabeza acomodada bajo el brazo aspiraba grandes bocanadas de aire, mientras él acomodaba la mejilla sobre la almohada y sentía un suave sopor que lo invitaba a dormir. Entonces escuchó la voz de su amado preguntar algo que jamás había imaginado que tendría que responder.
—¿Eres feliz Chris? Digo plenamente feliz conmigo, con la vida que vivimos, con nuestro pasado y con nuestros planes a futuro. —La mirada de Masumi buscó los verdes ojos de su esposo—. ¿Eres en verdad feliz?
—Si estoy junto a ti, cualquier cosa que suceda en mi vida me hace muy feliz, incluso en los mementos de tensión y en los fracasos soy feliz, querido. —Chris se dio la vuelta para mirar mejor a Masumi—. ¿Tú no lo eres?
—¿Estás viendo esa medalla? —Masumi señaló un trofeo que siempre los acompañaba a todo lugar—. Fue mi primer éxito y lo más importante que me recuerda es que tú me la entregaste y me abrazaste felicitándome y deseando un gran futuro para mí.
—Pero… —Chris presentía lo que Masumi iba a decir.
—¿A dónde se encaminan nuestras vidas? Somos exitosos, reconocidos, millonarios, tenemos cierto poder dentro de la comunidad científica y gozamos de gran prestigio. Nuestros logros son la envidia de mucha gente y nuestra vida la desearía cualquier habitante del Sistema, excepto los asquerosamente poderosos. —Masumi también dio la vuelta y sus ojos quedaron fijos en los de Chris—. Pero hace un tiempo atrás me vengo preguntando qué sucederá el día que tú y yo ya no esté aquí. Quién verá por ti, quien te llamará en los momentos más significativos si yo muero antes que tú. ¿A quién dejaremos nuestro legado? Y no hablo de los alumnos que tenemos o de la humanidad en general.
—Un hijo que nos llene de miedo y alegría y que después de mucho batallar para ser los padres perfectos nos diga adiós y nos recuerde solo con una llamada o una breve comunicación. —Chris suspiró y su mirada se tiñó con el color de la tristeza—. Un hijo tuyo o mío a quien bajar la fiebre a media noche, o contar historias fantasiosas, a quien acompañar al colegio y a quien abrazar en su primer triunfo. Un hijo que jamás podremos tener porque no es recomendable que los niños sean educados solo por dos figuras paternas o maternas, la ciencia lo demostró.
—Y tú y yo sabemos que ese informe de los doctores Barnard y Lafayette fue manipulado. Sabemos que los valores de referencia, los testimonios y la casuística no corresponde a la verdad. —Los ojos de Masumi se llenaron de lágrimas—. Un hijo es para mí un sueño, pero si tanto quisiera tenerlo tendría que renunciar a ti y sabes que jamás lo haré.
Los esposos Giacometti se abrazaron para encontrar consuelo. Y, entre pequeños besos y grandes lágrimas, entendieron que su vida exitosa, que sus conocimientos y descubrimientos, que su gran departamento en una de las zonas más exclusivas de Venus y que la fama o su opinión experta no llenaba aquel espacio vacío que crecía con los años.
—¿Qué nos espera en Venus? —preguntó Chris a su amado mientras secaba las últimas lágrimas de sus ojos—. ¿Qué hay para nosotros en ese mundo perfecto?
—¿Qué quieres decir? —Masumi sintió temor y a la vez esperanza.
—Que el plan de Jean es perfecto. —Chris entendió que no quedaba ninguna duda en su corazón y Masumi también lo entendió.
El ambiente del dormitorio era cálido, quizá más de lo que Yuri estaba acostumbrado. Mas, ese calor le permitía ver el cuerpo entero de Jean que sentado junto a él respiraba con cierta dificultad.
—¿Quieres que programe oxígeno extra? —Los delgados dedos de Yuri comenzaron una lenta caminata por la espalda de Jean y se quedaron fijos cuando descubrieron dos músculos tensos a la altura de las dorsales.
—No sé si es correcto que estemos haciendo esto Yuri, tu… —Jean se vio obligado a callar porque Yuri apretó con intensidad uno de sus adoloridos músculos.
—Tú y yo queremos lo mismo, tú y yo sentimos lo mismo, tú y yo somos dos hombres sanos, libres y sexualmente activos así que no me vengas con idioteces. Además, cómo quieres que te quiera si no te puedo tocar. —Yuri repasó sus manos con fuerza sobre la espalda del capitán y casi de inmediato desaparecieron las tensiones. Sus hombros cayeron, las mandíbulas dejaron de ajustarse entre sí y la sensación de alivio fue muy notoria. Solo las milagrosas manos de Yuri podían descomprimir tantas emociones encontradas que atenazaban el cuerpo de Jean.
—Nunca lo hice con un chico. —El rostro encendido de Jean decía mucho más.
—Yo nunca lo hice con una chica. —Yuri empujó el torso bronceado hasta acomodarlo sobre el pequeño lecho de su habitación—. Estamos a mano.
La pícara sonrisa de Yuri desató la risa estruendosa de Jean. Fue suficiente motivo para quedar abrazados y besarse con mucha pasión una vez más. Besos que parecían ser compañeros añejos, conocidos y confiables.
Fue motivo para expresar con los ojos lo que los labios no se atrevían a pronunciar, motivo para disfrutar de la piel y el calor intenso que aumentaba con cada caricia que Yuri hacía con todo su cuerpo sobre el pecho y el vientre del atractivo capitán. Motivo para que éste explore con las yemas de sus dedos y sus anhelantes ojos las recónditas partes del cuerpo de un hombre que jamás imaginó tocar.
Las bocas fueron abriéndose más en cada beso y los falos endurecidos e inflamados reaccionaron al menor roce. Cuando la pasión se desencadenó nada pudo detenerla, Jean comprobaba lo ansioso que estaba por sentir aquel rincón caliente que Yuri comenzó a lubricar y preparar.
El sudor humedecía la piel con minúsculas gotas que brillaban bajo la tenue luz amarilla que iluminaba sus cuerpos y dejaba en penumbra los demás rincones de la habitación.
Yuri fue un gran jinete que cabalgó sobre alazán bravío. Con sus fuertes manos Jean se apoderó de su delgada cintura y sus caderas finas, del suave terciopelo de su vientre y de los húmedos besos que repartió sobre sus hombros.
Qué dulce canto fue el quejido del joven de Moscú. Jean lo amó sin miedo y también le mostró una entrega absoluta y una dulce rendición. Ver el semen caliente salir en suaves borbotones y mirar al mismo tiempo la expresión de desvarío en sus ojos lo llenó de orgullo y dicha perfectos.
Pero de improviso Yuri quiso algo más de él: “Entrégate y déjame ver todo tu placer”, le dijo.
Como todo hombre del nuevo orden, Jean sabía que podía disfrutar en forma intensa tanto con el pene como con la próstata y como muchos hombres que ya no se ajustaban a los rígidos cánones del pasado estaba dispuesto a complacer al bello terrícola.
—¡Quieres en verdad esto? ¿Quieres que te tome? ¿Quieres sentirme dentro? —Mientras con destreza preparaba su cuerpo, Yuri quiso comprobar que su amado estaba seguro de recibirlo.
-No lo sé. —Jean se mostró muy nervioso, pero Yuri comprendió que en un primerizo eso era natural—. Yo solo sé que te anhelo como nunca deseé a un hombre… pero tú eres un hombre puro.
—No soy puro. —Yuri juntó el entrecejo mientras seguía explorando el recto de Jean con el hidratante y provocando pulsiones intensas—. La pureza se mide en la intención no en el deseo reprimido de joder.
—El sexo es un acto tan material. —Jean sintió por primera vez una tensión extraña y en exceso placentera en el vientre.
—No si ves algo más, en el otro, que la lujuria pura y el deseo animal. —Yuri acomodó de costado el cuerpo de Jean y sin dejar de acariciar las zonas más sensibles del capitán entró en él, en forma lenta y continua, dejando que respirara cada vez que introducía una pulgada más.
—¿Y qué ves en mí? —Jean comenzó a acostumbrarse a la invasión, se dijo que tal vez si distendía su cuerpo, como le enseñaron en la academia para soportar el despegue de las naves, podría disfrutar un poco.
—Tuve muchos amantes, pero ninguno de ellos me miró como tú lo haces ahora. —Yuri apretó el endurecido falo y le dio un suave mordisco en la oreja.
—¿Cómo? —Jean vibró con un nuevo movimiento de la cadera de Yuri.
—Con amor. —Yuri cumplía una de sus fantasías y lo hacía con el hombre que había llegado a amar tanto.
El amor es entrega, es felicidad, es silencio y es risa, es llenura y es vacío. El amor es magia y es ilusión, es promesa y es desafío, es ilusión y es verdad. Es onda y es partícula, es átomo y es estrella, es palabra y es acción.
El amor es caricia y es piel, es beso y es boca, es gemido y es garganta, es suspiro y es oído, es aroma y es nariz, es sabor y es papila, es mirada y es ojo. Es mente y es cerebro, es alegría y es corazón. Es entrega y es espasmo, es calor y es sed.
El amor son dos alas que nos permiten volar en libertad hacia los confines de nuestro ser interior y son cadenas que nos sujetan a la cintura del otro buscando orgasmo e infinitud.
Jean y Yuri entendieron el significado de todos esos símbolos en esas horas de dicha y de placer.
Cuando Jean entró en el cuerpo de Yuri se sintió el dueño absoluto de un ángel a quien miró con pasión y también con fervor porque cada hecho y palabra dicha por su amado también estaban presentes en ese lecho, muy dentro de su corazón.
Cuando Yuri entró en el cuerpo de Jean tomó al hombre y tomó al niño que habitaban bajo esa bronceada piel, deliró sobre sus muslos y amó cada expresión y cada contorción de sus endurecidos músculos.
Jean fue otro hombre entre sus brazos, uno más auténtico, que podía mostrar sus lados vulnerables y sus potentes bríos. Un hombre dulce, un hombre intenso, un hombre tierno, un hombre nuevo.
Cuando todos dormían Yuri y Jean aún se besaban y acariciaban bajo el hechizo de una lámpara de habitación y sus ojos prometían eternidad.
—Mañana a esta hora estaremos camino al Atlantis. —Jean tenía mucho miedo, pero sabía que era la única manera cómo Yuri y él podrían escapar de las largas y pesadas cadenas de un sistema injusto y de mentes retorcidas por el egoísmo.
—¿Estás seguro que quieres ir conmigo? —Yuri no quería dejarlo atrás, pero el retorno a la nave varada era una condena mortal—. Podrías quedar dormido y yo volaría hasta el Atlantis y al despertar podrías hacerte el sorprendido por mi huida y vivir una vida como la que soñaste.
Yuri estaba seguro de emprender el viaje solo pues Jean ya le había dado las claves para salir de la nave antes del hipersalto, mientras toda la tripulación estuviera dormida. Sabía exactamente los códigos de las salidas y accesos y la forma cómo podría engañar al sistema central.
—Sí, podría quedarme y decir que de alguna manera me leíste la mente o tal vez podríamos argumentar que la conexión con los aparatos de la fuente central te dio acceso a todo. —Jean suspiró y sus acerados ojos azules se adueñaron una vez de la dulce mirada de su amado Yuri—. Podría tener una vida muy interesante y hasta podría aspirar a vivir en Venus; pero sin ti nada tendría sentido.
—Entonces retorna conmigo al Atlantis porque allá nos espera el destino. —Los ojos de Yuri parecían ocultar algo más que simples palabras de aliento.
Jean no supo interpretar esa última frase, pero quiso entregarse a la fe que había construido cada minuto junto a ese extraordinario ser.
Un beso selló la noche, un abrazo abrigó los cuerpos y un suspiro unió las almas de un joven que hacía milagros y un hombre que se declaró su ferviente guardián.

Notas de autor:
Quiero agradecer el apoyo que le dan al fic. Un saludo a la distancia y sigan las aventuras espaciales de esta bella pareja.