Fue una larga caminata hasta casa. Anya y Mari se habían ido del mercado sin ella, impacientes por prepararse para el baile. Y aunque al principio a Vicder le había parecido una gran decisión, después de arrastrar las muletas improvisadas, que se le clavaban en las axilas, y de soportar el rebote constante de la bolsa bandolera contra la cadera durante casi dos kilómetros, no dejaba de maldecir a su madrastra a cada paso que daba.
Además, tampoco tenía demasiada prisa por llegar. No conseguía imaginar que preparativos serían esos para los que Mari necesitaba su ayuda, pero estaba segura que su único objetivo era torturarla. Una noche más de servidumbre, solo una noche más.
Las palabras la animaron a seguir adelante.
Cuando por fin llego al edificio, el silencio que reinaba en los pasillos le resulto inquietante. Todo el mundo estaba de celebración o preparándose para el baile. Los gritos que solían oírse al otro lado de las puertas cerradas habían sido sustituidos por risitas nerviosas.
Vicder se colocó las muletas bajo los brazos doloridos y fue apoyándose en la pared para guiarse hasta la puerta.
Al principio pensó que no había nadie en el piso, hasta que oyó el crujido de las tablas del suelo, producido por las pisadas de Anya y Mari trasteando en las habitaciones del fondo. Mientras rezaba por poder pasar la noche sin tener que verlas, Vicder se dirigió cojeando hacia su habitación y cerró la puerta tras ella. Había pensado en ponerse a hacer las maletas cuando oyó que alguien llamaban a la puerta.
Lanzó un suspiro y la abrió, Mari esperaba en el pasillo, ataviada con su vestido de seda dorada adornado con pequeñas perlas desiguales y un escote tan generosa como había pedido Anya.
—¿No podrías haber venido a casa más despacio? -dijo-. Nos iremos en cuanto acabé la coronación.
—Si, tienes razón, podría haber llegado antes, lo que ocurre es que alguien me ha robado el pie.
Mari le lanzó una mirada cargada de odio, retrocedió hacia el pasillo y dio media vuelta. La falda se le arremolino alrededor de los tobillos.
—Vicder, tú que opinas. ¿Crees que pasaré desapercibida para el príncipe?.
La joven mecánica a duras penas consiguió reprimir el impulso de restregar sus manos sucias por el vestido, por lo que decidió quitarse los guantes de trabajo y metérselas en los bolsillos traseros antes de que sus impulsos le ganaran.
—¿Necesitas algo?
—Sí, la verdad es que sí. Quería pedirte un consejo. -Mari se subió la falda unos centímetros para enseñarle sus pies diminutos calzados en dos zapatos distintos. En el izquierdo llevaba un botín de terciopelo blanco que se anudaba al tobillo. En el derecho lucia una sandalia dorada con cintas brillantes y pequeños dijes en forma de corazón -. Puesto que tienes una relación tan estrecha con el príncipe, pensé que no estaría de más preguntarte si crees que preferiría las sandalias doradas o los botines blancos.
Vicder fingió que consideraba las opciones.
—Los botines te hacen los tobillos gruesos.
Mari sonrió.
—Lo que hace los tobillos gruesos es una chapa metálica. Solo estas celosa porque tengo unos pies preciosos. -Lanzo un suspiro de falsa compasión-. Qué lástima que jamás llegues a saber lo que se siente.
—Me alegro de que al menos hayas encontrado algo que pueda considerarse precioso.
Mari se retiro el pelo hacia atrás con una sonrisa petulante. Sabía que las burlas de Vicder no tenían fundamento y a la joven mecánica le fastidió descubrir que burlarse de su hermanastra ya no le reportaba ningún placer.
—He estado ensayando que le diré al príncipe Yuuri -comento Mari-. Supongo que no es necesario aclarar que pienso contárselo todo. -La luz se reflejo en la falda con el balanceo-. Primero le explicare lo de tus espantosas extremidades metálicas y el bochorno que nos haces pasar. Enseguida comprenderá en que clase de criatura repugnante te convirtieron. Y también me aseguraré de que le quede claro que soy mucho más deseable que tú.
Vicder se apoyó en el marco de la puerta.
—Vaaaayaa Mari, Ojalá hubiera sabido antes lo chiflada que estás por él. ¿Sabes?, antes de que Yuko muriera, conseguí que su alteza me prometiera que esta noche bailaría con ella. Podría haberle pedido que también bailara contigo, pero me temo que ahora ya es demasiado tarde. Una verdadera lástima.
Mari se puso colorada.
—No te atrevas a pronunciar su nombre -dijo con una voz ronca apenas audible-.
Vicder parpadeó, viéndose inocente.
—¿Yuko?
Una ira soterrada afloró en la mirada de Mari, dejando atrás las provocaciones simples.
—Tú la mataste. Todo el mundo sabe que tú tienes la culpa.
Vicder la miró boquiabierta, desconcertada ante el súbito abandono de las fanfarronadas infantiles.
—Eso no es cierto. Yo no me he puesto enferma.
—Estaba en el depósito de chatarra por tu culpa y se contagió allí. -Vicder abrió la boca, pero no le salieron palabras-, De no ser por ti, esta noche iría al baile, así que no vengas diciéndole que le habrías hecho un gran favor. Lo mejor que podrías haber hecho por Yuko es haberla dejado en paz. Puede que entonces todavía estuviera aquí. -Las lágrimas asomaban sus ojos-. Y encima quieres hacerme creer que te importaba, como si fuera tu hermana. Eso no está bien. Ella estaba enferma y tú estabas… viendo al príncipe, intentando captar su atención, cuando sabías lo que Yuko sentía por él. Es rastrero.
Vicder se cruzó de brazos, tratando de protegerse.
—Sé que no me crees, pero yo quería a Yuko. Y todavía la quiero.
Mari se sorbió la nariz ruidosamente, tratando de detener las lágrimas antes de que consiguieran desarmarla.
—Tienes razón, no te creo. Eres una mentirosa y una ladrona y no te importa nadie más que tú. -Hizo una pausa-. Y pienso asegurarme de que el príncipe lo sepa.
La puerta del dormitorio de Anya se abrió y la mujer salió de la habitación ataviada con un vestido rojo y negro, tallado con un corsé apretando su cintura, y un juego de guantes negros que le cubrían hasta la mitad de sus brazos.
—¿Por que se pelean ustedes dos ahora? Mari, ¿Estás lista para irnos?
La repaso con ojo experto, tratando de descubrir cualquier detalle que necesitara algún retoque.
—No puedo creer que vayan -dijo Vicder-. ¿Que va a pensar la gente?. Todavía estamos de luto.
Sabia que era un botón que no debía apretar, un comentario cruel después de haberlas oído llorar a través de las finas paredes, pero no era el mejor momento para pedirle comprensión. Ella no habría ido ni aunque hubiera podido. Sin Yuko, no.
Anya la fulminó con la mirada. Sus labios rojos dibujaron una fina linea.
—La coronación está a punto de comenzar -dijo-. Ve a lavar el levitador. Quiero que parezca nuevecito.
Contenta de no tener que ver la ceremonia con ellas, Vicder no discutió. Recogió las muletas y se dirigió a la puerta de la casa.
Solo una noche más.
Activo su conexión de red en cuanto llego al ascensor, y relegó el desarrollo de la coronación a un rincón de su campo de visión. Todavía estaban en la ceremonia previa. Un desfile de funcionarios del estado entraban en el palacio, envueltos en una nube de periodistas y cámaras.
Cogió un cubo y jabón del trastero y se dirigió renqueando al aparqueamiento mientras escuchaba de fondo al locutor, que explicaba el simbolismo de los diferentes elementos de la coronación. Los motivos bordados de la túnica de Yuuri, el significado de los emblemas que se izarían cuando pronunciara los votos, el número de veces que sonaría el gong cuando subiera al estrado, prácticas que llevaban repitiéndose desde hacia siglos, extraídas y acunadas de entre las muchas culturas que se habían hermandado para formar la Comunidad.
La emisión oscilaba continuamente entre los festejos del centro de la ciudad y la imagen esporádica de Yuuri durante la preparación. Aquella segunda parte de la información era lo único que apartaba la atención de Vicder del cubo de agua jabonosa. No podía evitar imaginarse en el palacio, junto a él, en vez de en aquel garaje frío y oscuro. Yuuri estrechándole la mano a un delegado desconocido, Yuuri saludando a la multitud, Yuuri intentando mantener una breve conversación privada con su consejero. Yuuri volviéndose hacia ella, sonriéndole, agradecido de tenerla a su lado.
Sin embargo, las apariciones esporádicas del joven tenía un extraño efecto balsámico en lugar de desmoralizador. Eran una especie de recordatorio de que el mundo ocurrían cosas más importantes, y el anhelo de la libertad de Vicder, las provocaciones de Mari, Los maltratos de Anya, incluso el flirteo de Yuuri no encajaban en aquel esquema de las cosas.
La comunidad oriental coronaba a su nuevo emperador. En esos momentos, el mundo entero estaría pendiente de la ceremonia.
El atuendo de Yuuri combinaba las tradiciones antiguas con las más recientes. Las tórtolas bordadas del cuello mao significaba paz y amor. Sobre los hombros llevaba una capa de color negro azulado adornado con seis estrellas de plata, que representaba la paz y la unidad de los seis reinos terrestres, y una docena crisantemos , que simbolizaban las doce provincias de la comunidad y el florecimiento bajo su reinado.
Un consejero real acompañaba a Yuuri junto al estrado. Las primeras hileras estaban ocupadas por una mezcla de funcionarios de estado procedentes de todas las provincias. Sin embargo, la mirada de Vicder regresaba una y otra vez a Yuuri, atraída hacia él como un imán.
En ese momento, una pequeña comitiva compuesta por la reina Minako y dos taumaturgos apareció por uno de los pasillos; fueron los últimos en tomar asiento. La reina llevaba un delicado velo blanco que le caía sobre los hombros y le ocultaba el rostro, por lo que parecía más un fantasma que una invitada real.
Vicder se estremeció, no recordaba que un lunar hubiera asistido nunca a la coronación de un emperador de la Comunidad. Sin embargo la imagen histórica, en vez de transmitirle cierta esperanza por el futuro, le produjo tal angustia que se le hizo un nudo en el estómago. El aire altivo de la reina sugería que se sentía más que legitimada para estar allí que cualquier otro habitante de la tierra. Como si fuera a ella a quien estaban a punto de coronar.
La reina y su sequito ocuparon el sitio reservado para ellos en la primera fila. Los asistente instalados en los asientos contiguos intentaron ocultar el desagrado que le producía su proximidad, sin conseguirlo.
Vicder saco el trapo empapado y empezó a sacarle partido a su inquietud restregando el levitador de Anya hasta sacarle brilló.
Un redoble de tambores dio inicio a la ceremonia de la coronación .
El príncipe Yuuri se arrodilló en un pequeño banco tapizado de seda mientras un lento desfile de hombres y mujeres pasaban por delante de él y le colgaban una cinta, un medallón o una joya alrededor del cuello. Se trataba de regalos simbólicos: larga vida, sabiduría, bondad, generosidad, paciencia, Júbilo. Una vez que le hubieron impuesto todas las insignias, la cámara enfocó el rostro de Yuuri. No andaba las gafas puestas, lo más seguro es que usara lentes de contacto. Parecía sorprendentemente sereno, con la vista en el suelo, pero la cabeza alta.
Como era costumbre, se había escogido a un representante de uno de los otros cinco reinos terrestres para oficiar la coronación, un gesto simbolico con el que se demostraba que los demás países acatarían y respetarían el legítimo derecho del nuevo soberano a gobernar. El elgido había sido el primer ministro de la Federación Europea, Bromstand. El hombre sostuvo en alto un rollo de pergamino de aspecto antiguo que contenía los compromisos de Yuuri hacia su pueblo al aceptar el cargo de emperador.
Mientras sujetaba los extremos del rollo, el primer ministro leyó una serie de votos que Yuuri repitió después de él.
—»Juro solemnemente gobernar los pueblos de la Comunidad Oriental con acuerdo a la ley y las costumbres así establecidas por anteriores generaciones de Gobernantes -recitó-. Haré uso de todo el poder que se me confiere para promover la justicia, conceder la clemencia, respetar los derechos de todos los pueblos y la paz entre las naciones, gobernar con generosidad y paciencia y acudir en busca del consejo y la sabiduría de mis iguales y hermanos. Todo ello prometo cumplir hoy y todos los días de mi reinado, siendo mis testigos los habitantes de la tierra y los cielos».
Vicder sintió que el pecho se le hinchaba de orgullo mientras frotaba el capó. Nunca había visto a Yuuri tan serio, ni le había parecido tan atractivo. Seguía algo preocupada por él, conociéndolo, sabía que debía estar nervioso aunque lo tratara de ocultar. Pero en ese momento no era el príncipe que le había llevado a Makkachin dañada al mercado o el diminuto casi beso que le había dado en el ascensor.
Ahora era su Emperador.
El primer ministro alzó la barbilla.
—Por el presente acto os declaro emperador de la Comunidad Oriental. Larga Vida a su Majestad Imperial Katsuki Yuuri.
Los asistentes estallaron en alegres ovaciones y entonaron «Larga vida al emperador» Mientras Yuuri se volvía hacia su pueblo.
Era imposible adivinar si su nueva y distinguida condición lo hacía feliz. Ni sus labios ni su mirada delataron ninguna emoción mientras recibía el aplauso multitudinario desde el estrado.
Tras la larga y efusiva salva de aplausos y elogios que Yuuri acepto con chocante serenidad, colocaron un podio en el estrado para la primera elocución del emperador. Todo el mundo guardo silencio.
Vicder lanzó agua sobre el vehículo.
Yuuri continuaba igual de inexpresivo. Tenia la mirada clavada en el borde del estrado y se aferraba con fuerza a ambos lados del podio.
—Es para mí un honor que la coronación haya coincidido con nuestras fiestas más sagradas -empezó-. Hace ciento veintisiete años, la pesadilla y la catástrofe de la Cuarta Guerra Mundial llegó a su fin y nació la comunidad Oriental. Forjándose a partir de la unión de muchos pueblos, de muchas culturas, se fortaleció gracias a una única y sólida convicción que; unidos como un solo pueblo somos más fuertes. Que somos capaces de amarnos unos a otros a pesar de nuestras diferencias . De ayudarnos mutuamente a pesar de nuestras flaquezas. Escogimos la paz en lugar de la guerra, la vida en lugar de la muerte. Decidimos coronar a un hombre para que fuera nuestro soberano, para que nos guiara, para que nos defendiera. No para que nos gobernara, sino para que nos sirviera.
Hizo una Pausa.
Vicder desvió su atención del visor retinal un instante para echar un rápido vistazo al levitador. Apenas había Luz suficiente para saber si podía dar el trabajo por terminado, pero la perfección era lo último que le importaba en esos momentos.
Satisfecha, arrojó el trapo húmedo al cubo y se dejo caer contra la pared de cemento que había detrás de la hilera de levitadores aparcados, para prestarle a la diminuta pantalla toda su atención.
—Soy el cuadrinieto del primer emperador de la Comunidad -prosiguió Yuuri-. El mundo ha cambiado desde sus días. Continuamos haciendo frente a nuevos problemas, a nuevos sinsabores. A pesar de que en ciento veintisiete años no se ha entablado ninguna guerra entre los hombres sobre suelo terrestre , libramos una batalla a diario. Mi padre lucho contra la letumosis, la peste que lleva más de diez años asolando nuestro planeta. Una enfermedad que ha traído la muerte y el sufrimiento a nuestros hogares. El pueblo de la comunidad y todos nuestros hermanos terrestres han perdido a muchos seres queridos. Afectando la caída del comercio, la economía y ha empeorado las condiciones de vida. Algunos han fallecido porque no tenían qué comer, porque no hay suficientes agricultores para cultivar la tierra. Otros porque no tenían con que calentarse, porque nuestras energéticas disminuyen en cada día. Esta es la nueva guerra a la que nos enfrentamos. Esta es la guerra que mi padre estaba decidido a finalizar, y aquí y ahora, ante todos los presentes, ante todo mi pueblo, les prometo tomar el relevo de esa antorcha. Juntos hallaremos una cura para la enfermedad. La venceremos y devolveremos a nuestro gran país todo su antiguo esplendor.
El público estalló en aplausos, pero Yuuri continuaba inmune a la emoción que despertaban sus palabras. En su rostro solo se leía una expresión resignada y sombría.
—Sería simplista por mi parte obviar un segundo frente -dijo, cuando los asistentes hubieron guardado silencio-. Uno no menos urgente. -El público se removió inquieto. Vicder apoyó la cabeza contra la fría pared-. Estoy seguro que por todos es conocida la tirantez de las relacciones que durante generaciones han mantenido las naciones aliadas de la tierra y luna. También estoy seguro de que saben que, esta semana, la soberana de Luna, La reina Minako , nos ha honrado con su visita. Es el primer gobernante lunar que pisa la Tierra desde hace casi un siglo y su presencia aquí abre las puertas a la esperanza de poder alcanzar una paz verdadera entre nosotros en un futuro no muy lejano.
La pantalla amplio el plano y enfocó a la reina Minako en la primera fila, Tenía las manos lechosas entrelazadas con recato sobre el regazo, como si no creyera ser merecedora de la atención que se le presentaba. Vicder estaba convencida de que no engañaban a nadie.
—Mi padre dedicó los últimos años de su vida a las conversaciones de paz con su Majestad con el objetivo de forjar una alianza. No vivió lo suficiente para ver el resultado de dichas conversaciones, pero estoy decidido a que ninguno de sus esfuerzos fueran en vano, a pesar de los obstáculos que se han presentado y la difícil satisfacción de ambas partes. Sin embargo, estoy convencido de que hallaremos el modo de llegar a buen puerto.
El consejero se acerco hasta el emperador susurrando algo que no se escuchaba pero que hizo que Yuuri se tensara, tapo el micrófono con ambas manos viéndolo fijamente y apretaba los labios para responderle. El consejero lo miro severamente hasta que Yuuri no tuvo otro remedio, volviendo su atención hacia el público, inspiró hondo e hizo una pausa, sin acabar de cerrar los labios. Bajo la vista hacia el estrado y agarró con fuerzas los extremos del podio.
Vicder se inclino hacia delante, como si así pudiera ver al príncipe más de cerca, mientras este reunía todo su valor por pronunciar las siguientes palabras.
—Haré… -empezó a decir, aunque se detuvo de inmediato. Enderezó la espalda y fijó la mirada en un punto lejano e invisible- Haré lo que sea necesario para asegurar el bienestar de mi país. Haré lo que sea necesario para protegerlos. Se los prometo.
Apartó las manos del estrado y se retiró antes de que a los asistentes les diera tiempo a reaccionar, acompañado por unos tímidos aunque corteses aplausos.
Vicder sintió que se le encogía el corazón cuando los lunares de la primera fila aparecieron fugazmente en la pantalla. Tal vez el velo disimulara la vanidad de la reina, pero las sonrisas petulantes que compartían sus dos asistentes eran inequívocas.
Creían que habían ganado.

Hi mi gente hermosa!! Un nuevo capítulo. Espero que les guste mucho! A imagen de arriba sería una idea del vestido que usaría Mari al baile.
Espero pronto traer un nuevo capítulo! Hasta pronto!! ❤️😁