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Cuando el sol caiga: Capítulo 7


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Cuando el Príncipe Yuuri detenía sus siempre apresurados pasos y dejaba de jugar con las flores y con las avecillas de colores, iba hacia el rincón más puro y alejado del palacio. Allí, de rodillas ante la sagrada imagen del sol, imitaba a todos los que iban a aquel lugar, y cerraba los ojos.

La gente suplicaba por cosechas fructíferas y lluvias suaves. Yuuri, en cambio, jugaba y fingía rezar.

Sus guardias lo observaban en silencio mientras él sonreía murmurando cosas ininteligibles, se preguntaban si quizá sí rezaba. Si quizá, en su inocencia, aún tenía amor a dios; y si los susurros y balbuceos suaves que emitía, casi insonoros y apenas visibles, significaban algo.

Se preguntaban por qué rezaba, y antes de poder adivinar alguna respuesta, Yuuri se ponía de pie, copiaba lo que veía y hacía una última reverencia sonriente a la imagen de dios, el sol labrado en oro, y se alejaba tarareando alguna canción extraña.

Hace años, cuando Yuuri nació, los sacerdotes dijeron que había nacido puro y sin mancha, que era el favorito de dios, y que su vida representaba la fertilidad de la tierra, y su salud, la felicidad de los cielos.

Era por eso que, quizá, nunca podría saberse cuál era el motivo por el que, ahora, su mente divagaba entre las verdes hojas de los árboles, el cielo azul del día y el canto dulce de las aves.

Era un mal augurio, aseguraron en su momento.

Habían intentado de todo para recomponer su mente, y hasta hoy en día su estado no cambiaba en lo absoluto, no mejoraba ni empeoraba.

Su mal o deficiencia parecía permanente e incorruptible. Sin embargo, y hasta que el Emperador ordenara lo contrario, Yuuri seguiría siendo su sucesor, Príncipe Heredero del Imperio Invicto, el mayor de los hijos varones legítimos de Toshiya, heredero de la ancestral y honorable Casa Katsuki, representante puro de la Dorada Sangre Icor, y futuro Sacro Emperador Invicto, Alto Señor del Imperio Jamás Vencido.

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«Está jugando en los estanques».

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Le había dicho Yuri a Victor, y éste se puso de pie de inmediato de la cama, se colocó las doradas sandalias y tomó una sencilla capa azul que reposaba sobre el sillón más cercano a la cama.

—Vamos… —le dijo, y Yuri salió antes que él para guiarlo hasta Otabek.

El encuentro entre General y Comandante fue corto. Un saludo, reverencias, y rápidamente se pusieron en marcha.

Aún faltaba poco para la medianoche y la suave brisa acariciaba con cuidado a las antorchas que iluminaban su recorrido cada cierto tramo.

Salieron de la residencia de Yuri, atravesaron la alameda rodeada por el manzanal y se cubrieron las cabezas con sus respectivas capuchas para que, las miradas de los pocos ebrios que aún celebraban a la luz de las estrellas, no los reconocieran.

Al final, llegaron al ala de las piscinas medicinales, llenas de plantas muy aromáticas, con sus aguas humeantes, relajantes, y sumamente cálidas.

La Guardia Imperial se encontraba rodeando una de las estancias, firmes y dignos como solo las mejores y más selectas Máscaras Invictas pueden ser.

Otabek se adelantó, habló un momento con el capitán y a los pocos segundos todos los guardias se retiraron, cerrando una puerta tras ellos.

Yuuri ni se inmutó. Observaba a Otabek atravesando el salón mientras jugueteaba un poco con las extrañas matas de yerbas que se le pegaban al cuerpo en medio de su improvisado baño, todo sin prestarle más atención de la que un pequeño animalito salvaje, pero acostumbrado a su presencia, le daría.

Al salir, por la puerta contraria a la que usó la Guardia Imperial, Otabek les dijo, a Yuri y Victor, que había enviado a descansar a los soldados. Hasta que sus reemplazos se alistaran y llegaran, teniendo en cuenta que Otabek les permitió hacerlo con calma y tomarse su tiempo, Victor tenía al menos varios minutos.

Victor asintió rápidamente, su prisa había menguado, ahora se le veía silencioso, e incluso un poco cohibido. Otabek le hizo alzar los brazos a cada lado para revisarlo a conciencia, asegurándose de que no tuviera algo con lo cual podría lastimar a Yuuri o viceversa.

—Sé cuidadoso. No te le acerques y mantén tu distancia… —le indicó el General—. Si grita, alertará a los guardias en los pasillos y en la entrada. Todos lo han visto entrar aquí, así que si oyen algo sospechoso, vendrán corriendo a rescatarlo. No lo asustes y dale su espacio.

Victor asentía a cada indicación, luego respiró hondo y entró.

Yuri cerró la puerta tras él, Otabek también se veía incómodo, así que el Príncipe de Oro tuvo que asegurarle que Victor jamás lastimaría a Yuuri, y es que, ahora más que nunca, y al conocer la relación que al parecer tuvieron en algún momento, Yuri podía decir que las intenciones de Victor eran pacíficas.

Qué equivocado estaba.

Adentro, Yuuri comenzaba a secar las molestas gotas en sus piernas, su deseo de jugar en el agua ya había sido satisfecho, así que quería irse ya a su cama limpia y suave.

Entonces, Victor entró.

Al verlo, instintivamente Yuuri usó la gran toalla blanca como una armadura, cubriéndose con ella y envolviéndose por completo hasta el cuello, todo mientras retrocedía varios pasos, alejándose de él.

Una piscina con aguas verdes, humeantes y perfumadas se interponía entre ambos, y Yuuri, en su inocencia, creyó que eso detendría al temible espectro frente a él.

Victor no se movió ni un centímetro más, había apenas avanzado un par de pasos cortos desde la puerta ya cerrada, y recordó a tiempo la indicación de Otabek.

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«Si grita, alertará a los guardias».

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Victor no tuvo mejor idea que alzar muy lentamente una de sus manos y colocar con sumo cuidado y lentitud su dedo índice sobre sus propios labios. Luego, hizo un sonido suave, pidiéndole silencio.

Yuuri lo miraba expectante, a punto de correr hacia el lado contrario, cuando Victor hizo ese movimiento, se alejó aún más y retrocedió con rapidez, hasta chocar su espalda contra la puerta de su lado de la estancia.

¿Cómo hablar con alguien así?

Debería bastar con solo verlo.

Su corazón, el de Victor, debería sentirse satisfecho con tener la dicha de estar en presencia del hombre al que amó más que a todo en el mundo entero.

Sin embargo, los hombres, Inmortales o Mortales, plebeyos o nobles, son codiciosos por naturaleza.

Es de humanos anhelar más, y Victor quiso escuchar una vez más su voz, aún sabiendo que Yuuri ya no entendía las palabras, ni mucho menos las pronunciaba.

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«Mi amor».

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Susurró Victor.

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«Amor mío».

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Le dijo, tan suavemente, que su voz acarició delicadamente el murmullo del agua y el vapor que era disipado por las ventanas abiertas a tres metros del piso.

Yuuri respiraba aceleradamente, su pecho subía y bajaba, visiblemente asustado y atento al menor movimiento.

No entendía la confusa mirada de Victor.

Aquella mirada que empezaba a cristalizarse.

—Te amo, bebé… —le dijo Victor al fin, y Yuuri se giró aterrado y buscó cómo abrir la puerta por la que la Guardia Imperial se había ido.

Entonces, Victor alzó la mano y una leve corriente de aire brotó de ella.

Ahora, si Yuuri gritaba… nadie lo escucharía. Ni siquiera Otabek o Yuratchka, los cuales esperaban apoyados a cada lado de la puerta tras Victor, quien había sellado la habitación por completo con su magia.

Yuuri estaba completamente atrapado bajo su total merced, incapaz de huir o de pedir auxilio.

—Te he buscado demasiado y demasiadas veces… —le dijo Victor, retirándose la capa y dejándola caer al piso—. Busqué tu alma dulce en la profundidad de la noche, en los abismos oscuros de lo desconocido, en los acantilados de la muerte… —le dijo, rodeando la piscina sin inmutarse ante la desesperación de Yuuri, quien aún trataba de abrir la puerta—. No la hallé… —le susurró, acercándose más—. Dime por qué.

Yuuri no le entendía, arañaba la madera con fuerza, lastimándose en el proceso e intentando huir.

—¡MÍRAME CUANDO TE HABLO, MALDITA SEA! —gritó Victor, y su voz retumbó en las paredes selladas.

Yuuri se giró a verlo de inmediato.

Desesperación y miedo adornando su rostro.

Lágrimas cayendo como torrentes raudos por sus mejillas.

—Dime… que me amas… —le dijo Victor, haciendo un esfuerzo sobrehumano para calmarse, y Yuuri se aferró a la toalla con fuerza. Pero el dolor en su mirada no detuvo a Victor—. No llores… no voy a lastimarte. Lo sabes bien, tú… —le dijo, buscando palabras, recordando discursos que había formulado en su mente—. Eres tan cruel, Yuuri. Te fuiste sin mí al otro lado de éste mundo, ¡Yo me fui de la ciudad, tú te fuiste al más allá! ¡¿Por qué?!

Yuuri corrió hacia el lado contrario por el que Victor venía, pero al notar que el aterrador espectro frente a él lo seguiría, se quedó parado en medio, otra vez, con la piscina separándolos.

«El cielo se caerá si me dejas y la tierra morirá si te dejo» —le dijo Victor—. Dijiste eso el día en que tú y yo nos casamos. Pues bien, Yuuri, no veo a la tierra morir… —le dijo—. ¿Por qué no está muriendo, Yuuri? ¡¿Por qué?!

Yuuri se arrodilló ante él.

Había visto a los hombres que lloraban hacerlo frente al hombre que portaba una Corona, doblaban las rodillas sobre el piso y juntaban las manos, como cuando estaban frente al sol frío hecho de oro.

Aquellos hombres luego eran arrastrados por soldados. Ya no respiraban.

Yuuri lloró más, sus manos soltaron por completo la toalla y se juntaron. Imploraba piedad.

Victor negó.

—Un hombre cuyos pensamientos ya no están conmigo… —le dijo—. Debería dejarlo ir, ¿No? —le preguntó—. Pues bien, su Invicta Alteza, he venido a despedirme de ti.

Yuuri observó la piscina por un instante. Recordó al chico que le hacía reír con cintas y muñecos graciosos, recordó que una vez representó con los muñecos una historia. Un muñeco huía de un demonio feo, entonces, le tiró una taza de agua y el demonio se deshizo.

Victor lo vio meterse a la piscina a toda velocidad.

—¿Crees que eso va a protegerte de mí? —le preguntó—. El agua, al igual que el fuego, purifica, es cierto. Me sorprende que tu maldita indiferencia pueda sobrevivir allí… —le dijo, colocando una rodilla en el piso, para acercarse a la piscina y asegurarse de que Yuuri no se distraiga y no se atreva a apartar sus ojos de él—. El amor, sin duda, es un veneno cruel y dulce. Uno que mata, mata, y sigue matando. A veces es doloroso, a veces es como un sueño. Tú convertiste éste amor en… en una pesadilla. Tú dijiste, que si un día nos olvidábamos de éste amor, sería únicamente porque habríamos caído en los acantilados fríos y oscuros de la muerte… Yuuri… qué sentido tiene vivir si no puedo estar contigo.

Yuuri se mantiene dentro de la piscina, pero alejado de él. Luego, intenta defenderse, toma agua en sus puños y la tira hacia Victor, pero el agua se escurre entre sus dedos y tan solo caen un par de gotas sobre la propia piscina.

—Vendrás conmigo ahora… —decreta Victor, poniéndose de pie y enderezándose—. Por donde yo camine, caminarás tú. Respirarás el mismo aire que yo respiro. Y me amarás… tanto… como yo te amo a ti.

Los golpes en la puerta alertan a ambos, Victor se apresura a la entrada al mismo tiempo en que Yuuri avanza lo más rápido que puede hacia la misma dirección, buscando auxilio.

Entonces, Victor abre la puerta, y su magia alrededor desaparece.

—¿Qué ocurre? —pregunta Victor.

—Un guardia vino… —le dice Otabek—. El Emperador me ha convocado, también a usted y a su Ejecutor. Le he dicho al guardia que no vaya a la residencia en la que usted se hospeda, que yo mismo iría a buscarlo. Debe darse prisa, Comandante, acabe su conversación ya.

Victor asiente y cierra la puerta de nuevo, justo cuando Yuuri salía de la piscina, al estar tan cerca le es más fácil abalanzarse a él y tomarlo del brazo.

—¿No vas a gritar? —le pregunta Victor, tratando de inmovilizarlo—. No. Parece que no sabes hacerlo.

Yuuri lucha por soltarse.

Llora, gimotea, lo araña y lo golpea, se retuerce y lo empuja con toda la fuerza con la que cuenta su pequeño cuerpo Inmortal que dejó de crecer a los catorce años, debido a que fue a esa edad en la que despertaron su Inmortalidad para curarlo del ataque que sufrió por parte de la madre de Victor.

Pero, sin importar cuánto se resiste, no logra nada.

—Mi Yuuri… —le dice Victor, tomando sus brazos con ambas manos y apretando su agarre para dominarlo mejor—. Antes de ti no había nada. Ni sol, ni aire, ni vida. NADA… —le asegura—. Al conocerte, yo solo quise dos cosas en el universo entero. Amarte mucho, y hacerte muy feliz.

El sollozo de Yuuri es la única respuesta que recibe.

—¿Recuerdas esto? —le pregunta Victor, soltando uno de sus brazos para desabotonar los dos primeros botones de su propia camisa y mostrarle un anillo dorado pendiendo de una plateada cadena desde su cuello—. Yo te pertenezco, amor mío. Por siempre.

Entonces, Yuuri le escupe.

Victor se distrae ante la sorpresa y aligera su agarre, y Yuuri aprovecha eso para correr en dirección contraria. Justo cuando la puerta de ese lado se abre y la Guardia Imperial ingresa.

Victor toma su capa del piso con prisa, abre la puerta de su lado y sale de allí.

Otabek ingresa ante el grito de «Alto» que da uno de los guardias, asegurándole que todo está bien. Pero al terminar de decirlo, nota a Yuuri, quien se desvanece entre los brazos de sus guardias, los cuales le preguntan a Otabek qué deben hacer.

—Llévenlo a su habitación, con cuidado. En cuanto despierte, lleven a Phichit para que pueda distraerlo y ayudarle a olvidar la pesadilla que tuvo y el mal encuentro de ahora.

Su tono es molesto y su orden es acatada de inmediato, así, cuando él mismo sale de ahí, se encuentra con Yuri y Victor.

—¿Qué mierda le hiciste? —le pregunta Otabek, y Yuri se interpone entre ambos.

—El Sacro Emperador nos espera… —le dice Yuri, colocando una de sus manos en el pecho del General—. Por dios, Otabek, Yuuri entró en pánico al verlo en la fiesta, imagínate un poco. Victor no le ha hecho nada, es solo que su Alteza Invicta está muy sensible.

—¡Es justo por eso que no debí aceptar esto! —le dice Otabek—. Si algo le pasa…

—Victor no tiene permitido pisar la Capital, Beka, por favor… —le dice Yuri, tratando de evitar que Otabek avance más hacia su hermano—. Yuuri iba alterarse de todas maneras, si te pedí éste favor fue únicamente  porque Victor vino trayendo noticias, y cuando se las comunique al Emperador, sabes al igual que yo, que deberá irse al exilio nuevamente y no regresar jamás.

—Se ha desmayado, Yura. Entiéndelo. Si Seung lo sabe vendrá a matarlo.

—Victor no le ha hecho nada… —le repite Yuri—. Puedo jurarlo. Lo sé porque ellos se aman. O lo hicieron en el pasado.

—¿Qué?

—¿Tú me lastimarías, Beka? —le pregunta Yuri, apoyando sus dos manos en el pecho del General, conteniéndolo.

—Sabes que no.

—Bien… —le dice Yuri—. Entonces puedes asegurar tú también que Victor no lastimaría a Yuuri. Porque ellos se amaron y… nosotros… bueno… también… ¿No?

Otabek suspira. Al escuchar a Yuri poner en palabras lo que los une, asiente y se rinde, trata de calmarse y observa a Victor fijamente.

—Si Seung pregunta le diré que Yuuri tuvo una nueva pesadilla, que estabas conmigo aquí porque te llevaba a ver al Emperador… —le dice Otabek, para luego retomar la formalidad—. Alteza. Comandante. El Sacro Emperador nos espera, démonos prisa.

Yuri y Victor asienten y lo siguen en total silencio.

Al final, cuando llegaron a la residencia privada del Emperador, éste ya los estaba esperando a solas en el salón de la planta baja.

Toshiya Katsuki, con su sonrisa suave y su mirada amigable, estaba sentado en uno de los escalones que llevaban al piso superior.

Su rostro se veía algo cansado y no portaba la dorada Corona, símbolo de su supremo cargo.

—Tantos años han pasado… —susurró Toshiya al ver a Yuri y Otabek arrodillándose, y concentrando sus ojos tranquilos de suave mirada sobre Victor—. Sigues tan hermoso como el día en el que tuvimos que despedirnos, Vitenka. Aunque, tu cabello… lo cortaste, qué lástima.

Victor no hizo reverencia, algo que Yuri y Otabek notaron de inmediato mientras seguían agachados frente a su señor.

—¿Recuerda al niño Nigromante? —le preguntó Victor al Emperador, y Yuri enderezó su cabeza rápidamente.

—Victor… —le llamó, queriendo decirle que hablara cuidadosamente. Las noticias que traía no eran alegres, decirlas claras era suficiente. Decirlas metiendo dedos en llagas, hurgando en la privacidad del Emperador, era innecesario.

Toshiya, elevó la mano hacia Yuri, haciéndolo callar.

—Vitenka, querido niño mío… —le dijo Toshiya a Victor, mirándole con lástima—. ¿Es posible que alguien te haya contado un cuento tan viejo? ¿Fuiste iluso y lo creíste?

—Sí o no… —le pregunta Victor, elevando el tono de su voz.

—Son todas mentiras dichas por aquellos que perdieron batallas… —le dice Toshiya.

—Los libros son escritos por aquellos que ganan, eso es cierto… —le asegura Victor—. Les dijiste a tus Comandantes que el niño te había atacado, que cargaba consigo un «inconveniente», y ellos barrieron las tierras de los Nigromantes buscándolo para asesinarlo. Lo cierto es que intentaste abusar de su confianza y de su cuerpo, se negó a ti, al gran Toshiya Katsuki, Cuarto hijo legítimo del Emperador, y tú, como castigo, le quemaste los ojos con tu magia.

—¿Era eso de lo que querías hablar? ¿De cuentos tontos y falacias? ¿Vulgares acusaciones sin pruebas? —le pregunta Toshiya, muy tranquilo, aún con una leve sonrisa y poniéndose de pie—. Oh, mi Vitenka, mi hermoso y dulce Vitenka. Te dije una vez que no volvieras. Que el día en el que lo hicieras sería el último que…

—El niño vivió, Toshiya. Creció y busca venganza… —afirma Victor, interrumpiéndolo y mirándolo fijamente—. Te odia con toda el alma. A ti, a tu Imperio y a tus mentiras. Pero más… a aquello que le arrebataste. Lo quiere devuelta.

Toshiya niega de inmediato, se pone de pie y retrocede un par de escalones ya sin una pizca de su anterior calma. «Fue un regalo», se le oye murmurar con enojo.

Su reacción es momentánea, dura apenas unos segundos antes de llamar con firmeza a sus guardias, quienes ingresan velozmente al recinto.

Todo pasa muy deprisa, Yuri siente náuseas de pronto, las paredes a su alrededor parecen moverse en círculos y cae al piso junto a los guardias.

Otabek, el menos afectado al ser un simple Mortal, se apresura en su ayuda. Pero, antes de que logre siquiera aproximarse a Yuri, las sombras en la habitación enloquecen.

Toshiya trata de protegerse, algunos de sus guardias tratan de correr hacia él para rodearlo y protegerlo, mientras su pecho irradia una luz potente que ataca a las sombras desquiciadas a su alrededor, pero éstas se hacen inmensas, rodean su luz y la extinguen de golpe.

—Te envía sus saludos… —le dice Victor, y tanto Yuri como Otabek retroceden a rastras al ver su mano derecha.

Ahí, de entre sus dedos, brota un líquido espeso y negro, que en menos de un parpadeo, toma la forma de una gran estaca, que, al atravesar de un solo tajo al Emperador, se abre en cientos de picos igual de negros e igual de afilados. Picos cuyas puntas ahora brotan dispersas por el pecho de Toshiya, por su rostro, por su espalda, y también atravesando a varios de sus guardias.

Yuri emite un jadeo al ver eso.

El Emperador ha muerto sin cambiar de heredero, lo cual convertiría a Yuuri en Emperador indiscutible, sin embargo, al haber muerto asesinado por un Príncipe de Sangre Imperial, las cosas cambian drásticamente.

Solo los hijos varones legítimos del Emperador, al ser legitimados, obtienen por ley algo llamado «Corona de Guerra». Una corona forjada con Sivon, el mineral más precioso y más resistente del mundo.

Cuando un Emperador muere asesinado por uno de sus descendientes varones, sus hijos legítimos tienen el derecho de iniciar una Guerra por el Supremo Título.

Entonces, cuando Yuri ve a Victor sacando de entre sus ropas la Corona Dorada que le pertenece a él y que le fue entregada en su legitimación durante el cuarto cumpleaños de Lev, sus pensamientos se alteran por completo.

Victor se coloca el fino accesorio robado adornado en sus picos por refulgentes piedras verdes, las cuales reflejaban el color de los ojos de su legítimo dueño, Yuri Plisetsky.

Si fuera un Príncipe cualquiera, hijo de Toshiya, pero no legitimado, la Corona le quemaría hasta el hueso, convirtiéndolo en cenizas.

Pero, al ser ambos, Victor y Yuri, hijos de madres que fueron hermanas, la Corona reconoce energía de Yuri en Victor, y el color de las piedras mágicas que la adornan modifican su tono, tomando el de los ojos de su nuevo portador.

Ahora, Victor Nikiforov, primogénito ilegítimo de Toshiya, tiene el derecho de cazar a todos los pretendientes al Título Supremo y ejecutarlos con Fuego Azul.

Tiene, también, el derecho de convocar a cualquier soldado disponible de las Máscaras Invictas, ordenándoles obediencia y sumisión total.

Y, sobre todo, tiene el poder de convertirse en Emperador, cosa que no hará a menos que todos los hijos legítimos del anterior, mueran; y él reúna todas las Coronas de Guerra vigentes.

—Corre… —le dice Otabek a Yuri, poniéndolo de pie de un solo tirón y arrastrándolo a la salida.

Yuri no sabe qué hacer.

No entiende a Victor.

Al principio, recuerda que hace casi veinticinco años, antes de irse a su exilio, Victor no deseaba el Título Supremo de Emperador Invicto. Y, ahora, al volver del norte, lo único que parecía importarle era ver a Yuuri tan solo una vez, nada más. Entonces, ¿Por qué?

Justo cuando ha terminado de pensar aquello, la explosión en la entrada de los Jardines Acuáticos retumba en los oídos de todos los presentes, y el piso bajo sus pies tiembla sacudiendo muros y pilares a su alrededor.

Las campanas de los puestos de vigilancia empiezan a repicar insistentes, anunciando un ataque bélico, y Yuri solo puede pensar en que Lev no está justo ahí, a su lado, a salvo, así que sale corriendo de allí sin esperar a nada ni nadie.

Otabek y los guardias sobrevivientes lo siguen, encontrándose en la entrada con más soldados, quienes se quedan junto a Yuri, mientras, la antigua Guardia Imperial que lo siguió, se retira a comunicar lo que han visto a los otros dos hijos legítimos del Emperador.

Victor, por su parte, se desprende de la tétrica arma que usó contra Toshiya y, sin perder ni un segundo, se dirige en búsqueda de Yuuri, sabiendo que Chris y su escolta causarán el suficiente tumulto como para que nadie se le interponga.

Lo siguiente que ocurrirá está más o menos previsto.

Los otros dos Hijos Legítimos del Emperador asesinado se colocarán sus Coronas de Guerra, mientras, los hijos ilegítimos huirán, si son lo suficientemente inteligentes.

Las hijas, legítimas e ilegítimas, se arrodillarán ante el Príncipe Coronado de Guerra más cercano a ellas, buscando protección, al igual que el pueblo, los nobles, y las propias Máscaras Invictas.

Otabek reúne soldados a mitad del camino, Yuri sigue corriendo y ellos lo rodean para protegerlo de las explosiones y los escombros que caen de las edificaciones alrededor, pero Yuri no teme por sí mismo, teme por Lev.

—¡Alteza! ¡Debe salir cuanto antes de la Capital, tenga cuidado! ¡El Príncipe Seung ya tiene puesta una Corona de Guerra y los hijos ilegítimos están corriendo por su vida! —le avisa un soldado.

—¡Qué hay de Yuuri!

—¡El Príncipe Yuuri ha desaparecido, sus Guardias lo perdieron! ¡Cuáles son sus órdenes, Alteza!

Solo cuando la Máscara Invicta se lo pregunta, Yuri olvida por un segundo a Lev y recuerda que él aún sigue siendo el Ejecutor Imperial, encargado, junto a los Generales, Comandantes y Nobles, de velar por el debido cumplimiento de lo que dicta la ley.

—Deben encontrar cuanto antes a su Alteza Yuuri Katsuki y colocarle su Corona… —le indica Yuri—. Informa a las Máscaras que aún no se hayan rendido ante Seung que Yuuri sigue siendo un Príncipe Legítimo, uno al que deben respaldar en cuanto lo vean.

—¡Sí, mi Príncipe! —le dice el soldado, haciendo una rápida reverencia y yéndose a toda prisa con dos hombres más.

Yuri sigue corriendo a través del fuego y los escombros, ni siquiera nota a Otabek quien da órdenes a los soldados que sigue encontrándose en el camino, ordenándoles que protejan a los Nobles, al pueblo y a todo civil que vean.

Para Otabek, todo está muy claro. Yuri, su esposa y Lev deben irse cuanto antes lejos de la capital, a su casa en el Vuelo del Ángel, y resguardarse allí hasta que las cosas mejoren. Y si eso no sucediera, deberán tomar un barco e irse del país.

La entrada a la residencia de Yuri ya puede verse cerca, iluminada por dos grandes vasijas flameantes colocadas en lo alto de dos pilares blancos.

Yuri corre más deprisa al verla.

Observa a lo lejos llamas azules, y su miedo por Lev crece. Otabek toma su mano para tranquilizarlo.

—Yo te protejo… —le asegura, y Yuri lo mira un instante justo antes de revelarle algo.

—Lev tiene una Corona de Guerra… —le susurra, y Otabek se gira a verlo visiblemente confundido—. Si Seung o Victor lo encuentran, verán el tatuaje de legitimación en su nuca y le quitarán su Corona. Lo matarán.

—¿Por qué no me dijiste?

—No era el momento. Nadie más lo sabe, solo Lev y yo.

—¡Soy su tío, Yuri! —le dice Otabek, recriminándole el haberle ocultado una información tan peligrosa.

Pero Yuri no tiene tiempo de contestar, y es que justo cuando está a punto de hacerlo, «flechas de punta azul» son disparadas en su dirección.

Sus guardias Inmortales arden de inmediato con el fuego mágico cuyo polvillo pintaba la punta de las flechas, y, Otabek, al ser Mortal, tan solo es herido por una y se aleja rápidamente de las descontroladas llamas.

Es una trampa.

Soldados esperan a los que se libraron del fuego fuera de éste y Yuri debe luchar, creando un pulso energético y alejándolos de sí mismo en un parpadeo. Otabek saca su espada y lucha también.

—¡Ve por Lev! —le grita, y no tiene que repetirlo. Yuri entra corriendo a la residencia buscando con la mirada en todas partes.

Lo único que encuentra es a Seung, de pie y sosteniendo firmemente una brillante daga, pegándola a la garganta de Lev.

Yuri se arrodilla de inmediato.

Ambas rodillas caen sobre el piso y luego, lentamente, acerca su frente al frío mármol, extendiendo los brazos hacia adelante. Mostrando las palmas de sus manos desarmadas y realizando una reverencia total.

Lev lo estuvo llamando varias veces antes de eso, ahora, tan solo lo observa en silencio. Varias lágrimas escaparon de sus ojitos sin su permiso, pero el acto de su padre lo confunde un segundo, lo suficiente como para olvidarse de todo y ver la escena suceder más lenta de lo que en realidad sucede. Ha dejado de luchar y ya no emite sonido alguno.

Seung nota chispas de Fuego Azul en el patio, indicándole que quien sea que esté atacando está muy cerca, lanzándoles el polvo altamente combustible que espera silencioso a que algún incauto Inmortal camine por allí.

Da una orden y sus hombres lo encienden.

—Verás a tu hijo arder… —le dice a Yuri, llevando a Lev hacia las llamas.

Por un breve instante, Yuri piensa en Otabek, quien se quedó afuera. Allí en donde los hombres de Seung activaron el Fuego Azul, pero de inmediato su preocupación se traslada a lo más importante de su vida.

Seung pasa junto a él.

—Por favor… —le pide Yuri, y toma su tobillo con mucho, mucho, mucho cuidado. Su voz lucha por no quebrarse y sus manos por no destrozarle el pie—. Seung… por favor… por favor… te lo suplico, por favor… tómame a mí…

Los hombres de Seung no dejan de amenazarle con flechas de punta azul, esperando tan solo una señal del Príncipe al que acaban de darle su juramento de lealtad.

Una señal que les indique disparar e incinerar en un parpadeo a Yuri hasta hacerlo cenizas.

Entonces, Seung suelta a Lev, quien de inmediato es tomado por uno de los soldados y cargado sobre sus hombros.

—Los tomaré a ambos… —le asegura Seung a Yuri, arrodillándose a su lado y colocándole rápidamente una hermosa y fría pulsera, sellando temporal y completamente su Inmortalidad y su energía—. Hay algo que aún deseo y que mi esposa no puede darme, y espero, por el bien de tu hijo, que tú sí puedas.

Yuri no lo entiende.

—No te preocupes, será como en los viejos tiempos… —le afirma Seung, poniéndolo de pie con un solo tirón y dejando que uno de sus hombres se lo lleve—. Pero, ésta vez, me darás más que solo tu boca.

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Publicado por ArikelDT

☆ 1-6-96 ☆ Multishiper . ○●○ Amante del misterio, de las emocionas a flor de piel y de las memorables tragedias románticas. Enamorada del arte, de la música, de los versos y de los minutos de silencio. Puedo ofrecerte libros que hablan de corazones sedientos, con vidas vibrantes, e historias, a veces, sangrantes. ○●○ .

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