Ninguno de los dos entendía muy bien por qué, después del beso, después de que Víctor terminara sobre el sofá completamente desarmado y sin saber qué responder, las siguientes palabras de Yuuri fueron «Tengamos una cita». Ambos se miraron incrédulos durante unos segundos, por completo desorientados, antes de que Yuuri, con un poco menos de firmeza que antes, corroborara su propuesta con un «Sí, tengamos una cita». Tras ello, salió de la habitación sin agregar nada más, dejando a un Víctor por completo confundido mientras se preguntaba si lo que acababa de pasar había sido solo un sueño.
Por supuesto, nunca despertó, y cuando salió del cuarto privado media hora después, su única intención en mente era corroborar la invitación de Yuuri y poner una fecha, un lugar y una hora para que no hubiera escapatoria ni arrepentimientos. Claro que no iba a desaprovechar una oportunidad así, ni siquiera cuando momentos antes había estado a punto de tirar todo por la borda.
Yuuri se encontraba en la barra y fue evidente para Víctor su incomodidad al verlo acercarse hasta a él. No obstante, nunca apartó su mirada, ni siquiera cuando hubo un claro titubeo que estuvo a punto de obligarlo a huir del sitio. Víctor sonrió divertido ante el gesto, imaginándose a Yuuri como un pequeño ratoncito que había terminado acorralado dentro de su propia trampa. Se sentó en el banquillo, apoyó su brazo en la barra y sobre este su barbilla.
—Entonces… ¿cuándo será?
—¿Cuándo qué?
Yuuri había tomado un vaso de cristal y, con un paño, comenzó a secar los excesos de agua en él, aunque resultó obvio que esta acción solo fue una excusa para mostrarse «distraído». Víctor frunció el ceño… Oh, no, claro que no iba a permitir que lo antes dicho fueran solo palabras dejadas en el aire.
—¿No lo recuerdas? Qué malo, Yuuuriii… —Víctor apoyó ambas manos en la barra y de esa forma se impulsó hacia adelante—. Tal vez necesitamos repetir lo que ocurrió para que lo recuerdes.
Eran claras sus intenciones, sobre todo cuando cerró los ojos y dejó que su cuerpo cayera un poco más sobre la barra, acercándose a un Yuuri que, de pronto, sintió algo de pánico cruzar por su pecho al ver el rostro de Víctor tan cerca del suyo. Alzó sus manos de golpe, las colocó sobre la cara de Nikiforov y lo empujó hacia atrás.
—No, no, no… Aquí no —Yuuri miró a sus dos extremos con preocupación. No quería que nadie hubiera entendido lo que Víctor pretendía, mucho menos Phichit—. No lo sé. Te lo diré después.
—¿Me invitaste a una cita sin tener ningún plan? Qué descortés es eso…
Víctor volvió a su asiento, dejando que un mohín infantil se reflejara en su expresión mientras cruzaba los brazos. Yuuri sonrió sin querer, ¿hace cuánto que no lo había visto actuar de esa manera?
—El martes —comentó tras un breve silencio. Eso era dentro de dos días—. Pasa por mí a las nueve de la mañana. Ahí te diré el lugar.
La parte difícil no había sido tomar la iniciativa para besar a Víctor Nikiforov en sus cinco sentidos, lo verdaderamente complicado sería aclararle lo que estaba sucediendo a su mejor amigo. Aún le debía una explicación por su desaparición de la noche pasada y, aunque las cosas ahora estaban un poco más claras para él, nunca creyó tener la necesidad de poner en palabras coherentes todo lo que pasaba por su cabeza… Y su corazón.
Ambos almorzaban juntos. Era palpable la tensión que se cocía entre los dos, sobre todo en el lado de Yuuri. Apenas habían dado un par de bocados antes de que Phichit comenzara a alzar su vista para tratar de encontrar la mirada de Yuuri. Sabía que él deseaba decirle algo, pero todavía no encontraba el valor suficiente para comenzar. No quería presionarlo, pero dentro suyo se estaba llenando con demasiadas dudas y ansiedad. ¿Qué era tan difícil de decir para que Yuuri se tomara tanto tiempo? Y claro que este notaba las miradas que su amigo le dedicaba, claro que sentía la insistencia silenciosa presionando contra él, ese casi ruego por parte de Phichit para que le dijera aunque fuera una maldita palabra. Yuuri soltó un suspiro en cuanto dejó el cubierto a un lado. Era extraño como tantas veces le había sostenido la mirada a Nikiforov en momentos tan tensos y críticos, pero en ese instante era incapaz de alzarla de su almuerzo y enfrentar a Phichit.
—Antier, cuando no volví a casa, yo… yo salí con Victor… Nikiforov —agregó después de una breve pausa, como si considerara importante aclararlo—. Él me invitó a salir. Acepté. Y… terminé en su departamento esa noche… ¡Pero no pasó nada! —se apresuró a explicar, dándose cuenta lo que ese último comentario podría dar a entender.
Phichit había dejado de comer también para escucharlo atento, pero fue notorio el momento en que poco a poco su boca se fue abriendo conforme escuchaba más detalles. Después del último golpe, el silencio prevaleció unos segundos más. Ahora era Yuuri quien se sentía ansioso por oír algo de su amigo, lo que fuera, pero lo único que recibía era una silenciosa mirada de quien todavía estaba poniendo en su lugar varios de sus pensamientos.
—No me mires así, di algo, Phichit, por favor…
La voz de Yuuri pareció sacar a Phichit de su estupor. Sacudió un poco la cabeza y apartó la vista, notablemente incómodo.
—¿Hablas en serio?
No era la clase de respuesta que Yuuri esperaba, pero sin duda no fue de las peores opciones. Suspiró, sobre todo porque comprendía el escepticismo de su amigo: incluso a él mismo todavía le costaba creerlo.
—Lo hago. Es en serio.
—Pero… ¿de verdad de verdad es en serio?
—¡Que sí, Phichit! ¡Lo es! ¡Salí con él! ¿Por qué quieres hacerlo más difícil?
Yuuri se había molestado un poco, lo suficiente para que la atención de su amigo volviera a caer sobre él. Era evidente que Phichit se estaba esforzando por comprender, porque lo sabía, de alguna forma era capaz de intuir que no se trataba del suceso en sí, de esa cita que por sí misma era tan… extraña, inusual, sino que había una parte de la historia que Yuuri todavía no se atrevía a contar.
—Pero… ¿por qué aceptaste? Es Nikiforov… Él es… peligroso.
—Justamente por eso, no me dio muchas opciones que digamos.
—¿Qué ocurrió entonces? ¿Por qué Nikiforov te invitó a salir en primer lugar? ¿Qué quería de ti?
Tras un nuevo suspiro, Yuuri no tuvo más opción que entrar en detalles, siendo completamente sincero respecto a todo lo que había ocurrido aquella noche y a la mañana siguiente, con especial énfasis sobre lo que Víctor le había confesado e incluso agregando su propia confusión tras escuchar eso. También le habló sobre todo lo que tuvo que pensar para definir cuáles eran sus sentimientos al respecto. Y, claro, cerrando con su conclusión final: que en realidad… también le gustaba Víctor Nikiforov. E, incluso, lo había invitado a tener una nueva cita.
Yuuri permaneció en silencio y con su mirada fija en Phichit mientras trataba de comprender qué clase de cosas pasaban por su cabeza en ese momento: si seguía siendo incredulidad o había nacido alguna otra cosa… Sin embargo, no fue capaz de entender del todo el cómo su amigo lo miraba: con una expresión desencajada, tal vez reflejando pánico, pero ese tipo de pánico que no te permite actuar, que te paraliza, que te deja sin aliento.
Phichit y Yuuri se conocían desde su niñez, desde que ambos ingresaron al orfanato casi al mismo tiempo, y podían presumir con bastante certeza que conocían lo suficiente al otro como para predecir sus acciones y su pensar. Por ello, a Phichit le costaba tanto creer la sarta de incoherencias que su mejor amigo le decía: ¿que estaba enamorado de Víctor Nikiforov? ¿Qué clase de tontería era eso? ¿Es que acaso se había olvidado cuando ese hombre le disparó? ¿O cuando enloqueció por lo de su botella rota? ¿O las amenazas que tantas veces hizo hacia Celestino? ¿Por qué Yuuri no era capaz de darse cuenta de la clase de peligro en el cual se estaba exponiendo? ¿Yuuri no procesaba acaso que decía gustar de un mafioso? ¿De un traficante? ¿De un hombre que era dueño de un burdel? ¿De un… asesino?
—Di algo, Phichit, por favor…
Yuuri era incapaz de soportar el silencio. Lo sentía como una presión que le estaba destrozando el pecho, que espesaba el aire a su alrededor y lo asfixiaba.
—Acaso… ¿Acaso estás escuchando lo que dices, Yuuri? ¡¿Te gusta Nikiforov?! ¡¿En serio?! ¡Pero si es el mismo hombre que te disparó! ¡Que pudo haberme matado a mí! Que… que… ¡que ha matado a sabe cuántas personas!
La sola mención de aquel disparo le produjo a Yuuri un picor doloroso en la cicatriz que ahora adornaba su hombro. Fue como sentir, durante unas fracciones de segundo, como la bala volvía alojarse dentro de su piel y la abría, cálida, ardorosa… No era un dolor real el que sentía, por supuesto, era más un fantasma, un recuerdo que se mantenía presente en él, más allá de sus sueños. Nunca sería capaz de olvidar la sensación metálica envuelta de su propia sangre, ese ardor del cual, una vez presente, nació el deseo de arrancarse trozos de carne para que el dolor parara. Pero nunca se fue, nunca paró, siempre ha estado ahí.
Ciertamente, Yuuri no sabía cómo responder. Era cierto que estaban hablando del mismo hombre que no dudó en herirlo, que intentó hacerlo con Phichit y que tal vez podría repetirlo en cualquier instante, pero pese a que él lo había vivido en carne propia, había sentido una bala suya atraversarlo e incluso había visto a otros hombres morir por su causa… ya no le asustaba tanto como antes ni era capaz de ver a Víctor Nikiforov con temor pese al peligro, pese a lo que pudiera implicar. Era curioso cuando la sutil idea de que tal vez ese peligro era lo que lo atraía hacia él pasaba de forma inconsciente en su cabeza. Un pensamiento bastante idiota y suicida, sin lugar a dudas. ¿Qué clase de persona era? No una buena, sin duda, no como para estar dispuesto a aceptar a alguien como Víctor Nikiforov.
Phichit se levantó con una expresión de pánico más evidente. Yuuri creyó que huiría, que de verdad era algo imposible de creer para siquiera intentar razonar el tema, pero se equivocó: Phichit volvió momentos después y dejó caer un par de papeles rectangulares sobre la mesa. Yuuri tuvo que tomarlos y verlos de cerca para comprender de qué se trataba: eran boletos de avión hacia Japón, que estaban fechados para dos semanas después.
—Los compré con el dinero que Nikiforov me dio, pensé… pensé que podríamos intentar escapar juntos. Buscar a Leroy, aceptar el trato, pero salir con nuestros propios medios para no tener que confiar en hombres como ellos.
Claro que a Yuuri todo eso le sorprendió bastante. Sus ojos miraron a Phichit mientras este hablaba para después volver su vista a los boletos que sostenía. Tal vez en otro momento le hubiera recriminado el por qué no le explicó su plan antes de actuar y comprar los tickets de forma tan precipitada, pero él había hecho ya demasiadas cosas impulsivas que lo involucraban sin consultarlo primero. No tenía cara para ello.
—Phichit…
—No podemos confiar en ellos, Yuuri. ¿Cómo sabes que esto no es alguna clase de trampa para quedarse con el bar?
—Si él hubiera querido eso, ya lo habría hecho. Ha tenido bastantes oportunidades.
—¿Y si es un juego? ¿Como jugó con Celestino?
Era tan extraño: Yuuri tenía descendencia japonesa, siempre lo supo porque vivió el tiempo suficiente con su madre para que esta le contara historias al respecto. Antes de morir, ella le prometió que algún día viajarían a ese lugar y que lo llevaría a conocer todos esos lugares que pertenecieron a su infancia y juventud. Y siempre quiso cumplir ese sueño, incluso cuando quedó solo, incluso cuando Phichit se volvió su única familia. Pero, ahora que tenía la posibilidad en sus manos, esa que siempre soñó… ¿Por qué ya no la deseaba? ¿Por qué le costaba aceptarla? Y todo… ¿por un hombre que realmente no conocía? ¿Que bien podía estar jugando con él como Phichit intentaba advertírselo?
—Pero al final lo dejó ir, ¿no? Gracias a que hice un trato con él, Celestino está a salvo.
—¿Y cómo puedes estar seguro de que él está bien? De que Nikiforov no le hizo algo después de todo, lejos de aquí, sin que nos podamos enterar de ello. ¿De verdad crees que Celestino sigue vivo?
Yuuri quiso responder que «sí», pero no fue capaz de abrir los labios.
Víctor llegó poco antes de la hora citada. Debía admitir que hacía demasiado tiempo que no se sentía de la misma manera: lleno de una emoción casi infantil que le haría dar saltitos alrededor si no estuviera dentro de una camioneta. No había podido conciliar el sueño con facilidad y, sin embargo, se sentía lleno de energía. Mientras en la primera cita se había concentrado tanto en los detalles técnicos y de apariencia para tener todo bajo su control; en esa segunda, al no tener nada que organizar, pudo sentir por primera vez los nervios y la ansiedad de no saber qué esperar ese día. Había tantas posibilidades, que se sentía abrumado por cada una, pero de una forma en que solo le hacía ansiar el momento mucho más.
Chris lo miraba con atención a través del retrovisor, como era tan usual en él. Víctor lo sabía y por eso su mirada también cayó en ese punto, logrando que ambas se encontraran de manera muy directa.
—Luces nervioso. —Chris no supo de qué otra forma describir lo que brillaba sobre las pupilas de Víctor.
—No son nervios, estoy entusiasmado. —Y sonrió de manera destellante, confirmándolo.
Chris solo suspiró. Como amigo, sin duda le agradaba mucho ver a Víctor de esa manera después de que él pasara tantos años de su vida enfrascado en el único objetivo de hacer caer a su padre. No recordaba la última vez en que lo había visto genuinamente feliz, de una manera casi inocente e ingenua, ni siquiera cuando en su tiempo llegó a encapricharse tanto con Alexis. Sin embargo, como empleado, le preocupaba demasiado lo que todo eso podría desencadenar en su trabajo, sobre todo ahora que la guerra con Baran Nikiforov había sido declarada de manera oficial. Tanto tiempo tratando de que Víctor dejara a su padre en paz para que no corriera más sangre innecesaria entre ambos bandos, y justo a él se le ocurría desafanarse del asunto demasiado tarde, cuando ya habían cruzado esa línea… Justo cuando necesitaba estar más enfocado en sus planes… Justo cuando todos corrían peligro.
Transcurrieron cinco minutos sin que nada nuevo ocurriera. Chris sabía que Víctor había anunciado ya su presencia a Katsuki por medio de un mensaje. No sabía de su respuesta, pero que estuvieran todavía ahí esperando por él significaba que el chico había dicho que bajaría en algún momento… o que no hubo ninguna aún. ¿Acaso Katsuki se había arrepentido de aquella cita? Desde el lado del empleado, a Chris le aliviaba mucho eso, Víctor necesitaba la cabeza fría y concentrada para lo que podría venirse sobre ellos en los próximos meses… No obstante, desde el lado del amigo, ciertamente le molestaba demasiado y lo hacía sentirse mal por Víctor. La sonrisa de este se había desvanecido y en ese momento permanecía en el asiento como una roca, aparentemente inmutable y fría, sin preocupaciones o alguna contrariedad, pero Chris sabía demasiado bien lo que significaba que Víctor concentrara toda su atención en su celular y picara la pantalla sin algún propósito claro. Estaba nervioso, ansioso, y de seguro deseaba correr fuera del automóvil e ir a buscar al chico directo a su departamento. Pero eso no era algo que Víctor Nikiforov haría.
Diez minutos después, Víctor finalmente retiró la vista de su celular y miró hacia el exterior, hacia la puerta del edificio que seguía sin abrirse.
—Ve y búscalo.
Chris se había preguntado cuánto tiempo Víctor resistiría antes de perder la paciencia y dar esa orden. No comentó nada al respecto, solo abrió la puerta del automóvil, descendió, pero justo antes de cerrarla detrás suyo y caminar, Yuuri finalmente salió apresurado por la entrada del edificio y corrió hasta su encuentro.
La diferencia era evidente: Katsuki se había esmerado un poco más que en la primera cita, pues mientras en aquel día pareció vestirse con las primeras prendas que encontró, en esa ocasión había procurado usar ropa más acorde a él y que lo hacían lucir muy bien, pese a mantener de todas formas un estilo algo informal y cómodo con unos jeans de mezclilla y una camiseta blanca de manga larga que combinaba bastante bien con su chaqueta café. Resultaba curioso, sobre todo cuando Víctor había optado también por una vestimenta casual, en especial porque no tenía idea de a dónde Yuuri planeaba llevarlo. Por eso mismo su cabello caía en una cascada suelta sobre su espalda y no lucía ninguno de sus emblemáticos trajes negros que lo hacían parecer más mayor e imponente. En realidad, vistiendo unos simples pantalones oscuros, un saco sencillo y una camiseta sin corbata, parecía más joven e ingenuo de lo que realmente era.
—Lamento la tardanza.
Ninguno de los dos respondió nada ante esas disculpas, Chris simplemente abrió la puerta para que Yuuri pudiera subir y después volvió al asiento del piloto. Víctor se mantuvo en su lugar, bastante serio, aunque su mueca no era nada aterradora como solía serlo en otras ocasiones… era más como el sencillo berrinche de un niño molesto.
—¿A dónde los llevo?
Era una pregunta de la cual Víctor ansiaba escuchar una respuesta. Pero Yuuri a veces era cruel, más cruel de lo que había llegado a imaginarse. No solo no tuvo consideración ante el hecho de su tardanza al bajar, sino que se guardó la respuesta para sí, se deslizó a la orilla del asiento y le mostró su celular a Christophe después de seleccionar algo en él.
—Aquí.
—Oh…
La expresión de sorpresa en Chris fue obvia, tanto que incluso, por unos segundos, sus ojos se concentraron en Víctor, como si quisiera darle a entender las intenciones del chico, pero al final no lograra hacerlo. Eso solo aumentó la curiosidad en Nikiforov.
—¿Y a dónde iremos? —insistió Víctor.
Chris giró su rostro un poco más, encontrándose con la mirada de Katsuki. Entendió la petición silenciosa en la expresión de este y sonrió con gracia: le gustaba la idea.
—Es sorpresa —respondió antes de volver su vista al frente y encender la camioneta.
Yuuri se recargó en el asiento y evitó la mirada inquisidora de Víctor a toda costa, a quien solo le quedó mantenerse quieto y esperar, sin dejar de lado el ligero mohín infantil que se creó sobre su rostro.
—¿El parque?
Víctor mentiría si no se sintió algo decepcionado en ese punto. ¿Tanto misterio para que terminaran en un lugar tan común y simple? No esperaba que Yuuri lo llevara a un lugar lujoso como los que solía frecuentar, pero sin duda esperaba algo más… especial y significativo que un sencillo parque, aun cuando este se tratara del más grande y bonito de la ciudad. De todas formas, evitó decir algo al respecto. No entendía aún el porqué la sorpresa de Christophe cuando Yuuri le enseñó el lugar y Víctor quería creer que no se trataba solo del parque, que había algo más.
Yuuri no comentó nada tampoco, simplemente comenzó a caminar hacia un costado en la zona sur. Lo hacía con confianza, demostrando que estaba demasiado seguro de la dirección. Víctor lo siguió en silencio y, varios metros más atrás, también lo hacía Christophe, pero manteniendo una prudente distancia como para que el resto de las personas no pensaran que los acompañaba. Era obvio que no dejaría a Víctor solo: no era únicamente su chófer y mejor amigo, también era su guardaespaldas principal, sobre todo cuando el asunto ameritaba discreción y que no pareciera que hubiera alguien cuidándole las espaldas a Nikiforov.
Al ser algo temprano, pero no lo suficiente como para las habituales rutinas de ejercicio de algunas personas, encontraron muy pocas personas caminando por ahí, por lo menos no nadie que mostrara el mínimo interés en la presencia de Víctor. Este se sentía ansioso, se estaba cansando del misterio y de verdad necesitaba saber cuál era verdadero plan de Yuuri pues, con cada paso, le era más evidente que efectivamente no se trataba solo del parque.
Al doblar detrás de una pequeña construcción cuya función era de baños públicos, a lo lejos distinguió una estructura rectangular, metálica y techada, pero sin paredes sólidas más allá de unos barrotes que funcionaban como limitante en lo que había en el interior. Cuando estuvieron más cerca, Víctor no lo creyó: era una pista de hielo para patinaje.
Su mirada se iluminó de golpe, pues siempre, desde niño, había deseado aprender a patinar, pero era obvio que sus padres nunca lo permitieron, principalmente Olenka, quien sabía lo mucho que Baran se molestaría con Víctor al siquiera enterarse de esa idea. Al ser su madre quien se lo prohibió de manera tajante, Víctor dejó de insistir y, con el tiempo, ese deseo fue reemplazado por otros intereses y preocupaciones, al punto en que, aun cuando alguna vez se enteró de la existencia de esa pista, nunca llegó a considerar el ir alguna vez y simplemente se olvidó del asunto. Con eso, la sorpresa de Chris era explicada, pues él conocía muy bien ese pequeño deseo suyo de infancia. Pero… ¿cómo lo había sabido Yuuri? ¿O era acaso simple casualidad?
—Espero que no te moleste el lugar —comentó Yuuri mientras se ataba las cintas de los patines—. Me encanta, aunque no puedo venir tan seguido como quisiera. De pequeño siempre me escapaba para ir a una pista que había cerca…
—¿Sabes patinar?
—No me caigo, eso es lo importante.
Que Yuuri llevara a Víctor a esa pista no se trataba solo de mostrarle uno de los lugares de la ciudad que más apreciaba, en realidad, tenía una segunda intención oculta: de alguna forma supuso que Víctor no sabría patinar y quiso, aunque fuera por una vez, sentir el completo control de la situación, sobre todo por el hecho de que se trataba de él, de Víctor Nikiforov. Y tuvo razón. Víctor apenas si sabía cómo mantener el equilibrio sobre la pista, mientras que Yuuri se movía mucho mejor y con más libertad, aunque era evidente que solo se trataba de un aficionado, como la mayoría, con la suficiente destreza para patinar con cierta rapidez sin perder el equilibrio, pero no para intentar cosas más arriesgadas como saltos o giros.
En un principio, Yuuri se dedicó a dar vueltas alrededor, pasando especialmente cerca del punto donde Víctor apenas podía avanzar sosteniéndose de la orilla de la pista. Yuuri lo miraba con bastante gracia, se podría decir que incluso algo de burla, mientras disfrutaba por completo del espectáculo al ver a un Víctor, con el cabello sujeto en una coleta, dar pasos tan inestables e inseguros, y mostrándose con tanta duda y temor visible en su rostro. Después de unas cuantas vueltas, se acercó por completo a él y se detuvo enfrente suyo, sobre todo al percatarse de que al parecer se había dado por vencido y ya no intentaba avanzar, sino que solo continuaba sosteniéndose de la orilla y lo miraba en silencio. Temía que Víctor pudiera sentirse molesto o frustrado por eso, sin sospechar siquiera que la verdadera razón por la cual paró no fue porque no quisiera avanzar más, sino porque se había concentrado exclusivamente en admirarlo patinar y apreciar con detalle las expresiones que hacía, ese cerrar de ojos cuando el aire le golpea el rostro y esa sensación de libertad y seguridad que expresaba en cada movimiento. De alguna forma, Víctor quiso imaginárselo realizando alguna pirueta y volando en el aire como algunos patinadores profesionales solían hacerlo. Incluso se había olvidado por completo del detalle que estaba ahí, en una pista de hielo, patinando y cumpliendo un sueño que tuvo muy oculto en sí durante su infancia. No se mostraba entusiasmado por ello, al contrario, todo se había volcado en Yuuri y su sonrisa hermosa al patinar.
—¿Por qué cambiaste de opinión?
Al estar frente a él, Yuuri estiró ambas manos hacia su dirección, invitándolo a que las tomara; no obstante, alzó una ceja confuso al escuchar esa pregunta y no comprenderla.
—¿Sobre qué?
—Sobre mí… El hecho de que incluso quisieras salir de nuevo conmigo, en especial cuando aquella mañana te veías tan confundido… y asustado.
¿Por qué alguien tan libre como Yuuri había aceptado salir con alguien como él? ¿Acaso seguía sin ser capaz de concebir lo que implicaba que ambos estuvieran juntos? Esas dudas comenzaban a molestarlo.
—Yo no cambié… No tenía una opinión.
—¿Y ahora qué piensas?
Esa no era una pregunta que a Yuuri le gustaría responder, no en ese momento. A pesar de que se había mostrado algo confiado respecto a esa cita, ciertamente su opinión volvía a tambalear por culpa de su conversación con Phichit. Entendía las razones y las preocupaciones de su amigo demasiado bien, más de lo que le gustaría aceptar. Y claro que no había dejado de pensar en Celestino, en el trato con Leroy, en los boletos de avión… En el hecho de quién era Víctor Nikiforov y todo lo que él cargaba consigo, tantos crímenes, tantas muertes… Aún se preguntaba si deseaba realmente llevar esa misma carga consigo solo por él.
—¿Por qué haces tantas preguntas? Solo deberíamos disfrutarlo, ¿no crees?
—Ya lo hago…
La mano de Víctor tomó la de Yuuri. A pesar de que él se la había ofrecido instantes antes, el gesto lo tomó demasiado por sorpresa… Aunque no por sí mismo, sino por la sonrisa que Víctor le dedicó al hacerlo. Le pareció tan tierna, como una ternura a quien solo se le dedica a alguien de gran estima, pero sin notarlo, sin darse cuenta que de ella destila cariño… y amor. Yuuri se quedó petrificado algunos segundos antes de girar su rostro lleno de vergüenza sin saber muy bien por qué, pero ofreciendo la otra mano también para que Víctor la tomara igual. Así, una vez sujeto, comenzó a jalarlo hacia el centro de la pista. Víctor trastabilló un par de veces al avanzar, su cuerpo se balanceó en varios direcciones y usaba la fuerza de Yuuri para no caer hacia atrás. Este aprovechó el completo control que tenía para aumentar la velocidad, para pasear a Víctor en el centro, lugar donde no se había atrevido a avanzar por no tener un soporte para hacerlo. Pero ahora lo tenía: era Yuuri, Yuuri sostenía sus manos con firmeza y, aunque estaba atento al camino, de vez en cuando desviaba su mirada a Víctor y ambos lograban verse, encontrar sus ojos unos escasos segundos sin saber, sin entender siquiera, que ya no eran miradas de extraños encontrándose por casualidad… Eran miradas que ya creían conocerse, mirabas que se gustaban mucho observarse entre sí, miradas que se comprendían y que, en silencio, comenzaban a contarse secretos.
Christophe observaba todo, siempre atento a su alrededor, aunque era evidente que no había nadie más que ellos a esa hora en la pista. Incluso para eso Yuuri había sido bastante ingenioso y consciente, que siempre era mejor estar con Víctor Nikiforov en lugares más privados y solitarios. De todas formas, a Chris, a su lado empleado, le preocupaba bastante lo que veía, la clase de calidez que volaba entre los dos cuando estaban juntos en aquella pista, de aquella forma, y era justo esa preocupación la que no le dejaba a su lado amigo estar en paz y disfrutar de la felicidad de Víctor, de esas sonrisas tan genuinas que por nadie, desde hacía tanto tiempo, había logrado dedicar.
De pronto, sin saber muy bien por qué o con qué cosa tropezaron, ambos cayeron a la pista. Chris volvió a observarlos cuando escuchó el golpe y después sus risas alzarse con mayor fuerza. Así, Víctor sobre Yuuri, intentaron torpemente ponerse de pie, pero resbalándose varias veces en el intento. Parecían sin duda un par de idiotas, pero un par de idiotas muy felices. Cuando ambos lograron recobrar el equilibrio y mantenerse en pie, Víctor notó los dedos de Yuuri, los cuales estaban llenos de escarcha y visiblemente rojos por el frío. Una vez ya no necesitó soporte, Víctor lo soltó y se quitó los guantes negros que siempre solía llevar para ofrecerselos a él.
—No es necesario.
Víctor frunció el ceño: no aceptaría un «no» por respuesta. Tomó una mano de Yuuri y prácticamente le puso uno de sus guantes a la fuerza. Este hubiera forcejeado de no ser porque sabía que cualquier movimiento brusco podría hacer a Víctor caer. De la misma forma, dejó que le pusiera el segundo en la otra mano, ya no tanto por la primera razón que cruzó por su cabeza, sino porque aquellos guantes estaban impregnados con el calor de Víctor, sensación que le agradó bastante.
—Después podemos cambiar.
Víctor sabía que lo mejor de todo eso era que, una vez Yuuri se los devolviera, su calor quedaría en ellos.
—Víctor…
El auto de Nikiforov se había detenido justo frente al edificio donde Yuuri vivía. Ninguno de los dos se movió del asiento pese a eso, aunque la razón de cada uno era ligeramente diferente: Víctor se debatía el si debía besar a Yuuri o no como parte de la despedida, mientras que este lo hacía en si debía preguntar o no la cuestión que lo había estado molestando toda la mañana. Ambos, podían admitirlo, consideraban que la cita había salido mucho mejor de lo que cualquiera hubiera esperado y justamente por eso era el debate: no deseaban estropear una mañana que solo podrían describir como fantástica.
Yuuri mantenía su vista baja pese haber llamado a Víctor y este, en silencio, miró con detalle su perfil en espera de que continuara: tan solo minutos antes lo había visto, a través del reflejo de la ventanilla, mantener una sonrisa suave pero sumamente brillante sobre sus labios, como si estuviera degustando aún, de la misma forma que él, lo extraordinario que lo habían pasado en esa cita. Sin embargo, la de ese momento había perdido dicho brillo y lucía preocupada… bastante. ¿Por qué? Víctor no lo entendía, en esos minutos de distancia no había ocurrido nada que justificara el cambio.
—¿Puedo preguntar algo?
Víctor se puso en guardia, pues no le agradó para nada el tono que Yuuri utilizó en ese momento. Por ello, solo asintió en respuesta.
—¿Qué pasó con Celestino? ¿Tú… realmente solo lo dejaste ir?
Tanto Yuuri como Phichit salían del edificio de departamentos en silencio. Desde la cita que tuvo Yuuri dos días atrás, ninguno de los dos hablaba mucho entre sí. No es que hubieran peleado, no es que alguno estuviera molesto con el otro, era que sus ideas con respecto a Nikiforov eran por completo opuestas y eso los hacía entrar en un evidente conflicto.
Fue obvio que, en cuanto Yuuri volvió de su cita, fue acribillado por una intensa ronda de preguntas por parte de Phichit sobre lo qué había ocurrido. Yuuri fue sincero respecto a todo lo que ocurrió, respecto a cómo se sintió con Víctor y que incluso tuvo el valor de preguntarle a este sobre Celestino. Y la obvia respuesta que recibió: «Hicimos un trato y yo cumplo con ellos. Celestino está vivo… por lo menos de mi parte. Sé que salió de la ciudad, pero no sé dónde se encuentra ahora. Y no me interesa».
Yuuri creyó cada palabra… Phichit no. Pero eso no era el mayor problema de su conflicto: Phichit todavía quería huir de la ciudad; Yuuri todavía no estaba seguro de ello… Y durante esos dos días, ninguno se atrevió a tocar el tema, pese a que ambos sabían que el tiempo corría y la fecha de los boletos de avión estaba cada vez más cerca.
Mientras caminaban en dirección al bar, Phichit se había adelantado varios pasos a Yuuri, cuando era común que los dos siempre caminaran a la par. Era incómodo convivir de esa manera con alguien, pero ninguno quería comenzar una pelea que sabrían no podrían ganar. Por lo menos Yuuri así lo sentía, Phichit era un poco más optimista: su amigo dudaba, solo era cuestión de encontrar el momento y las palabras indicadas para convencerlo del lado que él deseaba. Claro que ninguno esperó que justo ese día la oportunidad que durante tanto tiempo habían necesitado por fin apareciera frente a ellos, en forma de una motocicleta y un conductor llamado Otabek Altin.
—Jean Jacques Leroy desea hablar contigo, Katsuki.