Victor y Yuuri llegaron a Rusia casi a las once de la noche de un sábado. El camino lo habían hecho en relativo silencio, en parte por el nerviosismo de ambos y también por lo cansado de la travesía. Charlaron un poco sobre diferentes temas e, incluso, compartieron algunas anécdotas sobre otros viajes. El trayecto desde el aeropuerto hasta el departamento de Victor fue relativamente breve, con ambos sentados en la parte trasera de un taxi. Durante el recorrido, Victor se encargó de explicarle a Yuuri un poco sobre la ciudad y sobre los lugares que solía frecuentar en sus ratos libres. Mencionó un par de cafeterías y restaurantes que podrían visitar en los próximos días y enumeró algunos de los principales atractivos turísticos de la ciudad (museos y monumentos, principalmente), por si Yuuri tenía ganas de ir a verlos durante los fines de semana.
Yuuri se mantuvo en silencio casi todo el tiempo, apenas asintiendo a sus comentarios y haciendo pocas preguntas en voz baja. Estaba nervioso, su lenguaje no verbal lo delataba, y también Victor podía sentirlo a través de su vínculo. En algún momento del camino, Victor entrelazó su mano con la de Yuuri. Éste dio un respingo, miró sus manos entrelazadas y después a Victor, y sonrió tentativamente.
—Gracias —murmuró Victor. Yuuri le miró extrañado.
—¿Por qué me das las gracias? —preguntó.
—Por hacer esto por mí —explicó Victor. Yuuri relajó su expresión y apretó su mano con un poco más de fuerza.
—También lo hago por mí, ¿sabes? —dijo Yuuri—. Creo que esto es bueno… para los dos, quiero decir.
Victor sonrió.
Cuando el taxi se detuvo, ambos bajaron del vehículo. Fueron recibidos por el guardia del edificio, quien bajó el equipaje del auto. Victor habló con el guardia durante unos segundos y, después, el hombre los ayudó con su equipaje hasta que llegaron al elevador. Una vez dentro, Victor se apoyó en la pared. Yuuri recargó su peso en su pierna buena y bostezó.
—¿Todo bien? —preguntó Victor.
Yuuri asintió.
—Sí. Sólo estoy algo cansado.
—Sí, te entiendo —murmuró Victor—. Fue un camino largo y no importa cuántas veces viajes, siempre es igual de cansado.
—Hace tiempo que no viajaba por tantas horas seguidas. No es algo que extrañara mucho, la verdad.
—¿Viajar?
—Me gusta ir a otros lugares y conocer algo de otras culturas. Pasar horas en aviones y trenes, esperando que no haya retrasos, eso sí no lo extraño mucho que digamos.
Victor sonrió. El elevador se detuvo y, cuando las puertas se abrieron, Yuuri lo siguió por el pasillo, hasta la única puerta.
—Y… aquí estamos. Bienvenido.
Yuuri tomó aire profundamente antes de entrar en el departamento, casi como si se preparara para hundirse en el agua. Victor encendió las luces de la entrada y cerró la puerta detrás de sí. Ambos hicieron una pausa, Yuuri mirando a su alrededor con curiosidad y Victor observando las reacciones de su invitado. Cuando Yuuri se percató de que en la entrada estaban acomodados un par de zapatos y unas pantuflas, se inclinó un poco para quitarse sus zapatos también, antes de entrar en el departamento, descalzo. Victor lo imitó.
—No tengo nada de comida —dijo—, y es muy tarde para pedir algo, lo siento.
—No te preocupes.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó Victor—. Agua, té y café sí tengo. Creo —agregó más para sí mismo que para Yuuri. Éste rio por lo bajo.
—Estoy bien, gracias. Aún tengo la botella de agua que me dieron en el avión.
Victor asintió. Ambos se quedaron en silencio una vez más, nerviosos, sin saber muy bien cómo actuar. Una cosa era compartir el espacio en Yu-Topia, compartir la mesa o, incluso, sentarse a charlar por las noches; ahora, sin embargo, estaban en casa de Victor y no había nadie más que ellos dos en aquel lugar.
—Ven, te mostraré tu habitación.
Yuuri asintió y caminó detrás de él. El sonido de sus pasos, el golpeteo de los bastones y el ruido de las rueditas de las maletas mientras avanzaban por el pasillo resonó en las paredes. Victor se detuvo y abrió la puerta del cuarto de huéspedes.
—No se usa con frecuencia —explicó—, pero las sábanas están limpias. Si necesitas algo, mi habitación es ésta —agregó, señalando a la puerta de enfrente, y después miró a Yuuri una vez más—. Iré por Makkachin en la mañana. No tardaré mucho, así que puedes quedarte a descansar todo lo que necesites y después veremos qué más hacer. El baño está al fondo. Descansa, Yuuri.
—También tú —respondió Yuuri y dio un paso para entrar en la habitación.
—Hey —murmuró Victor. Yuuri se detuvo y volteó a verlo—. Gracias, otra vez, por venir.
Yuuri sonrió tímidamente.
—Gracias a ti por invitarme.
Victor le sonrió un poco y continuó su camino hasta la habitación del fondo. Yuuri hizo lo mismo y entró en la habitación de huéspedes. Una vez dentro de su habitación, Victor se apoyó en la puerta y suspiró. Todo esto era nuevo para ambos, pero algo era seguro: llegar a casa acompañado de Yuuri se había sentido muchísimo mejor que llegar completamente solo. De no haber estado tan cansado por el viaje, seguramente esa noche no habría podido dormir, no ante la certeza de que al otro lado del pasillo se encontraba su alma gemela.
A la mañana siguiente, justo como le dijo a Yuuri, fue a casa de Mila para recoger a Makkachin. La chica se sorprendió por su presencia y aunque Victor sabía que estaba ansiosa por hacer mil preguntas, si algo tenía ella era que era muy buena para percibir los momentos en los que debía hablar de más y los momentos en los que no.
—¿Irás a la pista mañana? —preguntó ella mientras Makkachin ladraba animadamente ante la presencia de Victor.
—Intentaré estar ahí.
—Perfecto. Hay un límite para cuánto podemos aguantar los lloriqueos de Yuri.
Victor levantó una ceja y miró a la chica con diversión mal disimulada. Ella también tenía una sonrisita en el rostro.
—Todos sabemos que aguantas los lloriqueos de Yuri precisamente porque eres quien más disfruta hacerlo rabiar.
La chica soltó una carcajada y no perdió el tiempo intentando negar lo dicho por Victor.
—Gracias por cuidar de Makkachin —agregó Victor. Mila se encogió de hombros.
—No hay de qué, aquí disfrutamos de su compañía, ¿verdad Makka?
El perro ladró y Mila sonrió.
—Cuando quieras, ya sabes que se puede quedar aquí. Sé que esta vez fue porque te fuiste por una emergencia, pero no me molestaría pasear a Makkachin de vez en cuando.
Victor le sonrió también.
—Lo tendré en cuenta, gracias.
En el camino de regreso a casa, Victor pasó a comprar algo para desayunar. Optó por un par de sándwiches de un lugar a unos pasos de su departamento, para no perder mucho tiempo. Cuando llegó a casa, abrió la puerta con cuidado y se hizo a un lado para que Makkachin pudiera entrar. Victor observó al can detenerse un momento en la entrada y olfatear el aire con curiosidad antes de avanzar por el lugar, siguiendo un rastro. Se detuvo al cabo de un rato y ladró un par de veces. Victor cerró la puerta detrás de sí y caminó hasta la cocina, en donde dejó su compra de esa mañana.
—Shh, Makkachin, nuestro invitado debe estar durmiendo aún.
Por toda respuesta, Makkachin volvió a ladrar.
—¿Victor?
Victor volteó hacia el pasillo, desde el cual provenía la voz de Yuuri. Antes de que pudiera decir algo más, Makkachin se adelantó. Corrió hasta Yuuri, quien terminó en el piso cuando el perro prácticamente saltó sobre él, tomándolo desprevenido y haciéndole perder el equilibrio.
—¡Yuuri! —exclamó Victor y se apresuró a ir hacia donde ocurrió el desastre—. ¡Makkachin, eso no se hace!
Escuchó a Yuuri reír y se detuvo de golpe. En el piso y mientras Makkachin lamía su rostro, Yuuri reía animadamente. Victor lo había escuchado reír antes, pero algo en ese momento fue distinto. Sintió un agradable calor recorrerle todo el cuerpo y sonrió también mientras se acercaba al fin y ayudaba a Yuuri a incorporarse.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, estoy bien.
—Disculpa a Makkachin —dijo Victor una vez que Yuuri estuvo de pie—. Se emociona mucho cuando conoce a alguien nuevo.
Yuuri posó su mano en la cabeza de Makkachin y le rascó detrás de las orejas, para contento del perro.
—No te preocupes, sólo me tomó por sorpresa —respondió, después regresó su atención al can, quien, sentado en los cuartos traseros, no dejaba de menear la cola—. Hola, Makkachin, mucho gusto.
Al escuchar su nombre, el perro ladró.
—Traje algo para desayunar —agregó Victor, señalando con la barbilla en dirección a la barra de la cocina—. ¿Quieres comer ahora o esperamos un poco?
Yuuri levantó la mirada, aunque parte de su atención seguía puesta en Makka.
—Ahora. Gracias.
Victor regresó a la cocina y sacó un par de platos, que colocó sobre la barra.
—Sigo sin tener mucho que ofrecerte, pero ¿quisieras té o café?
—Café. No sé tú, pero necesito algo para despertar bien. ¿Te ayudo en algo?
—No es necesario, sólo tenemos que sacar los sándwiches de la bolsa y ya está. No es el desayuno típico ruso que seguramente esperabas, pero ya habrá tiempo para eso también, ¿verdad?
—Sí.
Durante el desayuno, Victor le resumió a Yuuri su camino hasta la casa de Mila para recoger a Makkachin. Éste hacía rato que se encontraba sentado a los pies de Yuuri, quien de vez en cuando le lanzaba miradas furtivas y sonreía al verlo. Por alguna razón, esa imagen tan doméstica, hizo que Victor tampoco dejara de sonreír todo el rato, sintiendo que podía acostumbrarse a ello con mucha facilidad. Hubo un momento de silencio mientras comían, pero contrario a la tensión de noche anterior y las horas de viaje, era un silencio distinto. No era necesario que ninguno dijera nada para darse cuenta de que poco a poco el nerviosismo desaparecía: estaban cómodos con la presencia del otro.
—¿Irás a ver a Yurio más tarde? —preguntó Yuuri.
Victor negó en silencio.
—Lo veré mañana en el entrenamiento.
—¿Sabe que estás aquí?
—Prefiero que sea una sorpresa hasta que nos veamos en la pista. Pensaba en hablar con Yakov, pero también puedo dejarlo para mañana; no quiero molestarlo en su día libre.
Omitió decir que a él tampoco le había enviado un mensaje para notificarle de su regreso. Ya lo haría después.
—¿Quieres hacer algo más tarde? —preguntó Victor cuando terminó su sándwich. Yuuri levantó la mirada.
—¿Hacer algo?
—No sé, ir a algún lugar, comer fuera. Podemos ir a algún museo.
Yuuri pareció pensarlo un poco y, finalmente, negó con la cabeza. Le dio un trago a su café antes de responder.
—No, preferiría no salir hoy, aún me siento cansado. Hace tiempo que no tenía jet lag. Además, creo que tendré tiempo suficiente para ir a conocer los museos y otros lugares que mencionaste anoche, ¿no lo crees?
Aún no sabían bien cuánto tiempo pasaría Yuuri con él en Rusia, no lo habían discutido realmente cuando Victor le propuso dejar Japón para ir con él a San Petersburgo. Ambos avanzaban a tientas desde que se encontraron como almas gemelas, en especial con todo lo que pasó en Japón, pero esas palabras dichas por Yuuri querían decir que, por lo pronto, se quedaría en Rusia el tiempo suficiente como para conocer la ciudad sin prisas. Posiblemente también podrían ir a otros lugares cercanos. O escaparse a Moscú algún día; quizá a Yuuri le gustaría ir al ballet.
Victor sonrió un poco más. Tomó la mano de Yuuri que descansaba sobre la barra y la llevó a sus labios, besando sus dedos como ya lo había hecho en otra ocasión. Yuuri se sonrojó y, al cabo de unos segundos, una sonrisa tentativa apareció en su rostro también.
Al mirar a Yuuri a los ojos, Victor se preguntó cómo es que fue capaz de pensar que su vida sería mejor si se alejaba de aquel hombre que estaba al otro lado de la barra. Era muy pronto para decir en voz alta que lo que sentía por él era amor, en especial cuando él y Yuuri apenas se estaban conociendo de verdad, pero en cierto sentido, ¿no había estado enamorado de la idea de tener un alma gemela hasta antes del accidente? ¿Y no se sentía tan bien pensar en que ese cosquilleo que lo recorría de pies a cabeza al estar junto a Yuuri era amor?
—¿Qué te parece si descansamos un rato y, más tarde, salimos con Makkachin para dar un paseo? Hay un parque a un par de cuadras.
Yuuri asintió.
—Suena como un buen plan para mí.
El lunes por la mañana, el interior de la pista de San Petersburgo recibió a Victor con música de fondo, el sonido de patines deslizándose sobre el hielo y la voz potente de Yakov gritando instrucciones. Victor se avanzó a paso lento y se acercó lo suficiente para poder observar lo que ocurría en ese momento. En un lado de la pista, Mila hacía estiramientos junto con otras dos chicas. En el centro de la pista, Georgi estaba a mitad de su rutina mientras la parte más dramática de “El pájaro de fuego” de Stravinski resonaba en las paredes. Victor no estaba sorprendido de que esa fuera la elección musical de Georgi, considerando que su tema de esa temporada era “renacer”, algo que tenía que ver con su relación aún fallida o algo así.
Descubrió, después de pasear la mirada por el lugar, que Yuri estaba sentado en una de las orillas de la pista y, a juzgar por su postura, estaba molesto, posiblemente después de algún sermón de Yakov. O, muy probablemente, solo siguiera molesto por la ausencia de su entrenador, después de todo, Victor no le había dicho que ese día ya estaría de regreso en la pista. En retrospectiva, esa no era una decisión muy apropiada, pero en ese momento no podía hacer mucho al respecto. Además, el día anterior había estado más ocupado poniendo en orden algunas cosas en casa y charlando con Yuuri.
Victor avanzó un poco más y caminó con cuidado hasta donde se encontraba el otro entrenador. Feltsman volteó a verlo y, después de hacer solo una inclinación con la cabeza a modo de saludo, regresó su atención al resto de la pista. Ambos guardaron silencio hasta que terminó la rutina de Georgi y la música desapareció en un fade out.
—Diez minutos de descanso —indicó Yakov en voz alta. Después, con la seriedad que lo caracterizaba, se giró hacia Victor—. Vitya —saludó—. ¿Qué tal tu viaje?
—Cansado —respondió Victor. Después, con tiento, añadió—: Llegamos casi a medianoche.
Yakov frunció el ceño ligeramente.
—¿Llegamos?
Victor asintió.
—Luego te explico más —dijo. Ya hablaría con Yakov más adelante y le hablaría de Yuuri, pero aquel no era el momento—. ¿Todo bien por aquí? —Preguntó para cambiar de tema un poco. Feltsman se encogió de hombros ligeramente.
—Por lo pronto. Oficialmente ya empezamos la temporada y sabes cómo es esto—. Y sí, Victor lo sabía: estrés, entrenamientos más duros, estrés, a veces un atleta lesionado por sobreentrenar y más estrés—. Es bueno que estés de regreso. Yura ha estado más insoportable que en otras ocasiones y eso ya es mucho decir.
No era un reclamo propiamente dicho, pero Victor sintió como si lo fuera. Carraspeó, incómodo, antes de responder.
—Imagino que sí.
Victor pudo ver por el rabillo del ojo que Yuri se incorporaba en donde estaba sentado. No pasaría mucho para que el muchacho estuviera frente a él. Estaba consciente de que él y su pupilo debían mantener una charla sobre varios temas, entre ellos una disculpa de su parte por dejarlo durante los últimos días, y un regaño, también, sobre cómo no tenía que entrometerse en los asuntos de almas gemelas de otras personas.
Posiblemente también le agradecería precisamente por entrometerse en sus asuntos de almas gemelas, pero eso ya sería después. Mucho después. No quería arriesgarse a tener que lidiar con la actitud de Yuri si admitía que, con su escapada, habría logrado juntarlos a él y a Yuuri.
—¿Arreglaste tus asuntos? —preguntó Yakov. Victor asintió.
—Algo así.
—De acuerdo. ¿Has regresado para quedarte o piensas volver a irte?
Típico de Yakov, pensó Victor: ir directamente al punto. Sonrió un poco.
—No pienso irme —respondió—. Lamento las molestias.
Yakov se aclaró la garganta y cruzó los brazos.
—De acuerdo. Sólo no vuelvas a hacer algo así justo cuando comienza la temporada. Lo que hagas o no fuera de ella es asunto tuyo, pero ya pasó esa etapa de tu vida en la que podías hacer lo que quisieras sin pensar en las consecuencias.
—Así como lo dices, cualquiera diría que lo que tengo es un hijo y no un pupilo.
Yakov sonrió un poco y su expresión se relajó un poco.
—Con Yura es casi lo mismo, ¿no te parece?
Victor también sonrió. Aunque Yuri era un chico bastante independiente, Victor había descubierto que su papel como entrenador incluía, también, guiar a Yuri en otros aspectos de la vida. Muchos de estos le correspondían a su familia, pero, por alguna razón, recaían en él la mayor parte del tiempo. Ello no estaba en la descripción del trabajo cuando aceptó, pero Victor sabía que, por ahora, no lo cambiaría por nada del mundo.
—Hablando de él —murmuró Yakov y con un gesto, señaló hacia su derecha. Victor siguió el movimiento con la mirada y vio que Yuri estaba a unos pasos de ellos, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Victor suspiró.
—Necesito hablar contigo sobre algo —dijo mirando a Yakov una vez más—. ¿Te parece después del entrenamiento de hoy?
—¿Sobre lo que mencionaste por teléfono la última vez?
—Sí.
—Muy bien. Después del entrenamiento. Ahora ve y calma a ese muchacho, ya nos tiene fastidiados.
Sin más, Yakov dio media vuelta y se acercó hasta donde se encontraba Georgi. Victor no lo diría, pero sabía bastante bien que Yakov sentía una predilección especial por Yuri y que en realidad disfrutaba pasar tiempo con él. Yakov había mencionado que entrenar a Yuri a veces era como ser su padre y Victor no lo dudaba, pero la mayor parte del tiempo era como si Yakov sintiera parte de esa responsabilidad, incluso con él y a pesar de los años y de que ahora eran colegas.
—Ya era hora.
Victor volteó hacia Yuri y sonrió un poco.
—Yura. ¿Cómo estás?
—¿Cómo crees que estoy?
—Lleno de energía, aparentemente.
El chico sólo frunció el ceño aún más.
—¿Y?
—¿Qué? —Yuri entornó la mirada.
—¿Arreglaste tus asuntos con el Katsudon?
—Sí.
—¿Y qué más?
—Nada más.
—¿Qué? Después de todo lo que pasé para ir hasta allá y hacer que hablaran uno con el otro, ¿no piensas decirme qué más pasó?
—Yuuri está en la casa.
—Muy bien, porque ya estoy harto de… ¿Qué?
Victor sonrió.
—Yuuri está en la casa —repitió—. Hoy se quedó con Makkachin, pero pienso invitarlo a que venga a la pista. No sé si querrá hacerlo, pero creo que no pierdo nada con invitarlo. Estoy seguro de que le gustará ver tu progreso.
Yuri aún lucía sorprendido.
—¿Te trajiste al Katsudon a Rusia?
—Lo invité a venir a Rusia conmigo y él aceptó —aclaró Victor—. Ahora, sé que te gusta muchísimo involucrarte en mi vida privada, pero tenemos un entrenamiento con el cual ponernos al corriente.
Yuri le miró ofendido.
—¿Y de quién es la culpa?
—De los dos. ¿Hiciste los ejercicios que le pedí a Yakov que te supervisara?
—Por su puesto que lo hice —respondió—. ¿Entonces podemos ponernos a trabajar ya?
—A eso vine, ¿no?
—Bien—. Yuri hizo una pausa y como era evidente que aún tenía algo que agregar, Victor esperó a que el chico dijera lo que tuviera que decir—. ¿De verdad aceptó venir contigo a Rusia y está en tu casa?
—Sí, Yuri.
—Bueno. Al menos valió la pena que regresaras a Japón, abandonándome, por cierto.
—No vas a dejarlo pasar, ¿verdad?
—Nope.
Victor suspiró.
—Qué bueno que no lo arruinaste esta vez —agregó Yuri.
Sin más, el chico le dio la espalda y se dirigió hacia la pista. Con cuidado, Victor caminó hasta su lugar de siempre en la orilla de la pista y permaneció en silencio hasta que el chico se acercó. Recibió algunos saludos por parte de otras personas del equipo de patinaje, algunos de los cuales (los que llevaban menos tiempo en el equipo), cambiaron visiblemente su actitud con su presencia.
Victor supervisó que Yuri hiciera los ejercicios de calentamiento antes de entrar en la pista y, cuando estuvo listo, Victor observó a su pupilo.
Mientras avanzaba el día, Victor se preguntó si a Yuuri le estaría yendo bien en casa, si no se sentiría aburrido o agobiado al estar en un país extraño, sin otra persona con la cual charlar. Makkachin era una compañía excelente, pero comprendía que Yuuri se encontraba fuera de su zona de confort. Además, el departamento en el que vivía desde hacía unos años, por muy moderno y cómodo que fuera, no se comparaba al hotel en Hasetsu, que era cálido por las personas que vivían ahí.
Después de hablar con Yakov iría directamente a casa, a donde Yuuri le esperaba. Victor se cubrió la boca con una mano para disimular su sonrisa ante ese pensamiento: Yuuri le esperaba en casa junto a Makkachin. Era extraño y, al mismo tiempo, tan normal, que no sabía muy bien cómo reaccionar. Se sentía feliz, eso era un hecho, y también nervioso. Esta situación le ponía nervioso, pero era precisamente eso lo que hacía más importante todo esto que ocurría entre los dos. Cuando se trataba de Yuuri, Victor se sentía igual que años atrás antes de salir a patinar: expectante, ansioso, contento.
Su sonrisa se ensanchó y carraspeó un poco para intentar recobrar la compostura. La conversación que las chicas mantenían cerca de él hacía rato que había pasado a murmullos que fueron desapareciendo poco a poco. Estaba seguro de que el silencio a su alrededor era por su sonrisa inesperada, así que decidió ignorar deliberadamente a los demás y fijar su vista en el trabajo de Yuri en la pista.
Mientras observaba al muchacho, y aunque objetivamente sabía que era necesario que realmente le prestara atención, su mente viajó al viaje junto a Yuuri, desde el momento en el que éste le dijo a su familia que viajaría a Rusia, hasta que llegaron a San Petersburgo. Había pasado tanto en tan poco tiempo y su vida ahora no sería la misma.
Unas horas más tarde, cuando terminó el entrenamiento, Yuri fue el primero en irse. Como era su costumbre, se fue sin decirle nada a Victor, mientras éste esperaba a que Yakov terminara con sus respectivos alumnos. Saludó a Georgi mientras éste iba hacia los vestidores y charló un poco con Mila y las otras chicas. Al cabo de un rato, cuando él y Yakov eran de los últimos en la pista, se acercó a su colega.
—¿Tienes unos minutos para charlar? —preguntó.
Yakov asintió.
Salieron de la pista y caminaron unos pasos hasta la cafetería del lugar. Dentro, Victor buscó una mesa en la que pudiera charlar con Yakov sin temor a que su conversación fuera escuchada por alguien más. Esperó a que ambos hubieran pedido sus respectivas bebidas (café para ambos, con crema para el suyo), y comenzó a hablar.
—Mientras estaba en Japón —dijo—, te comenté que quería decirte la razón por la que estuve allá estos días y por qué mandé a Yuri de regreso. Solo.
—Eso no fue muy inteligente de tu parte, si me permites comentarlo.
—Lo sé, lo sé. Pero, quizá si te explico un poco puedas entender por qué lo hice.
Sentados uno frente al otro, cada uno con su respectiva bebida, Victor le contó todo a Yakov. Le habló sobre la noche en la que vio a Yuuri por primera vez, después del World Team Trophy, y de cómo bastó con que sus miradas se encontraran para que se diera cuenta de que aquel muchacho era su alma gemela. Le habló del momento en el que notó su cojera y supo que era igual a la de él, cuando ató cabos y supo que no era coincidencia que su alma gemela tuviera el mismo tipo de lesión de él. Mientras Yakov escuchaba, solo escuchaba, Victor relató todo lo ocurrido desde que Yuri huyó a Japón, la razón por la que lo hizo y cómo, cuando tenían que regresar a Rusia, él tomó la decisión de quedarse más tiempo e intentar arreglar un poco la situación con Yuuri.
Al terminar de contar su historia, Victor hizo una pausa larga. Yakov mantuvo su silencio durante un rato más, hasta que carraspeó un par de veces para aclararse la garganta.
—Hace unas horas me dijiste que llegaron bien a Rusia.
—Sí.
—¿El muchacho vino contigo?
Victor asintió.
—Sí, está en mi casa ahora.
Yakov volvió a guardar silencio.
—Se sabrá, Vitya.
—Lo sé.
—¿Y estás de acuerdo con eso?
Victor se encogió de hombros.
—No pienso ocultando como si fuera algo que me avergonzara, así que no me importa si el resto del mundo lo sabe o no. Será molesto cuando la prensa comience a preguntar, pero puedo manejarlo.
—No sólo eres tú —agregó Yakov mientras se cruzaba de brazos—. Puede que a ti no te moleste, ¿pero qué piensa él al respecto?
Victor se quedó en silencio. Pensó en lo reservado que era Yuuri y, de inmediato, tuvo que darle la razón a Yakov. Estaba tan acostumbrado a tomar decisiones por y para él mismo, que olvidaba que Yuuri también tenía voz y voto en esta situación. Nuevamente hacía lo mismo que le había ocasionado problemas con Yuuri en un principio: decidir sin tomar en cuenta lo que Yuuri tuviera que decir al respecto.
Yakov carraspeó, llamando la atención de Victor una vez más.
—Así que… Yuuri Katsuki.
—Yuuri Katsuki —repitió Victor.
—No lo habría recordado si no me hubieras mencionado que entrenó con Celestino Cialdini hace unos años —agregó Yakov—. Pero ahora que lo dices, esto explica por qué dejó de competir de un momento al otro.
—¿Lo recuerdas en sus competencias?
—No mucho. Recuerdo que sus errores eran técnicos, pero todos mencionaban su resistencia.
—Busqué algunos videos suyos —agregó Victor—. Como dices, tenía errores técnicos, pero algo en su forma de patinar, en su interpretación, hacía que no pudieras dejar de verlo. Creo que habría llegado muy lejos. Creo, también, que habría sido mejor que yo.
—¿Eso crees?
—Totalmente.
—Hm. Si lo crees así, habría sido interesante verlo continuar.
—Sí.
Hubo otro momento de silencio, de contemplación incluso. Yakov le dio un trago más a su café y, tras apoyar la taza sobre la mesa una vez más, preguntó:
—¿Cómo te sientes con todo esto?
Victor sonrió.
—Diferente.
—Te notas diferente.
—¿Sí? Sonará extraño, pero creo que hay muchas cosas que tienen sentido ahora.
—Yo no sé mucho sobre esto de las almas gemelas —dijo Yakov—, si lo supiera, si tuviera una, tal vez mi matrimonio no habría resultado un desastre—agregó después de soltar una risa—. Pero sí creo que, si ya encontraste a la tuya y sientes que él es la persona correcta, las cosas van por buen camino.
La conversación no siguió después de aquello y no pasó mucho tiempo para que ambos hombres estuvieran fuera de la cafetería.
—Gracias por la confianza, Vitya —dijo Yakov, estrechando la mano de Victor con fuerza.
—No hay de qué.
Yakov asintió. Murmuró un “hasta luego” y se alejó por el camino contrario a Victor.
El departamento se sentía vacío. No por el hecho de que Victor no estuviera con él en ese momento (Makkachin era un buen compañero y Yuuri se entretenía lo suficiente con él), sino porque daba la impresión de que nadie vivía realmente ahí. Aquella sensación, creía Yuuri, tampoco tenía que ver con el hecho de que el departamento estuvo deshabitado durante casi un mes. Era, más bien, porque había un aire de abandono general en él que era previo a su llegada.
Al inicio, Yuuri se limitó a ir y venir entre la sala y la habitación de huéspedes, mientras Makkachin seguía sus pasos con curiosidad. Después de un rato, se aventuró a examinar un poco el resto del departamento. La decoración era más bien austera, sólo había un par de pinturas: una en la sala y otra en el pasillo que llevaba a las habitaciones. No había fotografías en ningún lado. En la cocina, descubrió que la nevera estaba vacía (lo cual no era extraño, seguramente Victor habría vaciado todo antes de irse a Japón) y la alacena sólo tenía un par de platos, un tazón, un par de tazas y tres vasos.
Encontró una botella de vodka aún llena en uno de los cajones y varios paquetes de café aún sin abrir. No había comida instantánea almacenada, así que Yuuri supuso que Victor era más de comer fuera que preparar algo en casa. Quizá pedía comida a domicilio. Fueron todos los detalles los que le dijeron que la vida de Victor en Rusia era solitaria, que aquel departamento no era un hogar, sólo el lugar en el que Victor vivía con Makkachin, pero nada más.
El único espacio al que no se aventuró fue la habitación de Victor. Pasó frente a ella en varias ocasiones y aunque lo mataba la curiosidad por saber cómo era por dentro, no abrió la puerta. Almas gemelas o no, aquel lugar era privado, y Yuuri no se sentía cómodo entrando en ella sin la autorización de Victor. No porque quisiera entrar en la habitación o porque esperara que éste lo invitara. Al menos, eso era lo que se decía a sí mismo mientras, azorado, se alejaba de la puerta de la habitación por tercera ocasión esa mañana.
Al terminar con su escrutinio, Yuuri regresó a la sala y se sentó en el sillón. Makkachin se acercó a él y apoyó la cabeza en su regazo, hasta que Yuuri acarició su cabeza distraídamente. Miró a su alrededor una vez más. El departamento de Victor era muy bonito, con su estilo moderno y sus muebles de diseñador, pero era un lugar carente de calor humano. Pensar en ello, en la soledad de Victor, le estrujó el corazón.
Mientras aguardaba en silencio, sin saber muy bien qué hacer en aquella casa ajena y en esa ciudad desconocida, pensó en lo ocurrido en las últimas 48 horas. Recordó las expresiones de su familia cuando les dijo que se iría con Victor. Fue después de la cena; después, también, de que Victor se retirase a su habitación. Hubo un momento de silencio después de que Yuuri dijo, casi de la nada, que partiría rumbo a Rusia con Victor un par de días después. Sus padres se miraron entre sí por unos segundos, e incluso la estoica Mari lucía sorprendida. Al final, su madre volteó a verlo y preguntó:
—¿Tú quieres ir?
Yuuri asintió.
—Sí, sí quiero.
Su madre le sonrió.
—Si es lo que quieres y estás seguro de ello, hazlo. Creo que todos pensamos lo mismo.
Toshiya asintió. Yuuri les sonrió, agradecido. Hizo una pausa y, más nervioso que al decirles de sus planes para ir a Rusia, agregó:
—Victor… bueno, no se los había dicho antes, pero él es mi alma gemela.
Hiroko alargó su mano por encima de la mesa y tomó la de Yuuri.
—Lo sabemos —dijo, Yuuri asintió. Él también sabía que ellos estaban al tanto, pero era diferente ahora que él lo decía por voluntad propia—. Gracias por decírnoslo. ¿Todo está bien entre ustedes dos?
—Creo que sí —admitió el joven—. Aún hay mucho que tenemos que aclarar.
—Entonces creo que es bueno que vayas con él a Rusia —agregó su padre, interviniendo por primera vez durante toda la conversación—. Será bueno para ambos.
Yuuri volvió a asentir.
—Es un buen muchacho, Yuuri —dijo Hiroko.
—Lo sé.
Yuuri pensó en lo que significaba su todo lo que ocurría en ese momento. Estaba en Rusia, junto a Victor. Estaba en Rusia, junto a su alma gemela, en la casa de su alma gemela durante quién sabe cuánto tiempo. Los días que compartieron en Hasetsu no lo habían preparado para esto.
Un llamado a la puerta le hizo pegar un brinco. Makkachin se levantó de un salto y se acercó corriendo y ladrando animadamente hacia la puerta. Con cuidado, Yuuri también se puso de pie, pero dudó un momento antes de acercarse para abrir. No era su casa, después de todo. Victor no le había dado ninguna indicación en caso de que llegaran visitas. ¿Debía abrir? ¿Y si era alguien buscando a Victor? Peor aún, ¿y si era alguien buscando a Victor y le hablaba en ruso?
El timbre volvió a sonar, ahora repetidamente. Makkachin continuó con sus ladridos y, dado que su actitud no era defensiva —movía la cola animadamente y daba vueltas sobre sí mismo con entusiasmo, como esperando a la persona que estaba del otro lado—, Yuuri se animó a acercarse hasta la puerta y miró por la mirilla. Jadeó con sorpresa al ver a un Yuri Plisetsky enfurruñado y con los brazos cruzados, al otro lado de la puerta. Yuuri dio medio paso hacia atrás y abrió al fin.
—¡Ya era hora, Katsudon!
—¿Yurio?
El chico bufó y puso los ojos en blanco.
—¿Quién más? ¿Ded Moroz?
—¿Quién?
—Nadie —gruñó el chico, malhumorado como siempre. Makkachin continuó ladrándole, hasta que Yurio se agachó para rascarle detrás de las orejas, para gusto del can—. Hola, Makka —agregó. Después levantó la mirada hacia Yuuri una vez más—. ¿Me vas a dejar pasar o no?
Yuuri se hizo a un lado para que el chico pudiera entrar al departamento. Yurio hizo una pausa en la entrada para quitarse los tennis, que Yuuri acomodó adecuadamente, para fastidio del muchacho. Observó en silencio cuando éste pasó junto a él, seguido de Makkachin, quien continuó moviéndole la cola animadamente durante todo el trayecto. Yuri caminó hasta la sala y, ahí, se dejó caer pesadamente en el sillón.
Yuuri cerró la puerta del departamento y caminó hasta la sala, sentándose en la otra orilla del sillón, dejando espacio entre los dos. Ambos se quedaron en silencio durante unos segundos —el único sonido era la respiración de Makkachin mientras Yurio continuaba rascándole las orejas y el lomo—, hasta que Yurio se aclaró la garganta con un carraspeo. Yuuri lo miró.
—Victor me contó todo —dijo el muchacho.
—¿Todo?
—Bueno, no sé si fue todo y prefiero que se guarden los detalles para ustedes —agregó mientras arrugaba la nariz—, pero me contó que te invitó a venir con él a Rusia y que aceptaste. Debo decir que me sorprendió escucharlo, no esperé que tuvieras las agallas para hacer algo así, ¿eh?
—Yo tampoco.
—¿Y por qué aceptaste?
Yuuri se encogió de hombros.
—Porque sentí que era lo correcto.
—Okay. Por cierto, no le dije que iba a venir a verte.
—¿Está bien eso? —preguntó Yuuri. Yurio se apoyó en el respaldo del sillón, cruzando los brazos detrás de la cabeza. Al notar que los mimos terminaban, Makkachin se recostó al pie del sillón.
—Pues me da igual si no —respondió Yuri—. Tampoco me dijo que no podía venir, y no es como si no pudiera entrar a su casa. El portero ya me conoce y sé dónde oculta la llave de repuesto. Además, es lo menos que se merece por dejarme abandonado otra vez.
Yuuri sonrió para sí mismo. Yuri sabía cómo entrar al departamento de Victor sin necesidad de que él le abriera la puerta, pero el hecho de que decidiera esperar a que él mismo lo dejara pasar en vez de entrar por su cuenta, significaba que el chico optó por dejarle decidir si le permitía entrar o no.
—¿Cómo vas con tu entrenamiento? —preguntó, cambiado el tema.
—Eh, igual que antes. Estuve practicando lo mismo que en Ice Castle, una y otra y otra y otra vez.
—¿Ejercicios básicos?
—Eso un poco y algo de la rutina que Victor preparó para mí.
—¿Del programa corto o del largo?
—Del corto. Ya sabes: Yakov se hizo cargo estos días, lo que significó que primero me regañó por irme a Japón y después me cuestionó sobre por qué Victor se quedó allá. Obviamente no le dije que se quedó en Japón para recuperar al amor de su vida, pero n…
—¡Y-Yuri!
El adolescente soltó una carcajada mientras Yuuri se cubría el rostro con ambas manos.
—Relájate, no es como si no supiera que esa fue la razón por la que decidió quedarse allá. Además, es la misma razón por la que estás aquí, ¿no?
—Yo no…
—No intentes engañarme, porque no te voy a creer—. Hizo una pausa, como si estuviera recapacitando sus palabras. Después, en su rostro apareció una sonrisa traviesa—. O podrías intentarlo, de todas maneras no te creería nada, pero sería divertido escuchar sus excusas.
Yuuri suspiró, descubriéndose el rostro una vez más.
—Yo no diría que soy —un carraspeo— el amor de su vida.
—Son almas gemelas.
—Una cosa no necesariamente significa la otra.
Yurio puso los ojos en blanco, como lo hacía siempre que Yuuri comenzaba a desesperarlo… lo cual ocurría con bastante frecuencia.
—Eres muy tonto si crees que en el caso de ustedes dos, una cosa no significa la otra. O eso que dijiste.
Yuuri se preparó para responder que, a pesar de todo, su situación aún era complicada y que sólo el tiempo diría si entre él y Victor surgiría el amor. Antes de poder decirlo, no obstante, se dio cuenta de que, al menos en su caso, siempre había amado a su alma gemela. Incluso antes de conocerlo. Incluso después de que su vínculo se manifestara de la forma como lo hizo. Incluso con todo lo que pasó en Japón. El amor que sentía por Victor era algo diferente ahora, claro, no era ese amor intenso ni instantáneo que todos decían que ocurría con las almas gemelas románticas, pero mientras más lo conocía, el cariño se iba transformando en algo cada vez más fuerte.
Recordó las conversaciones con Victor, en especial aquella en su primer paseo juntos, cuando hablaron brevemente sobre qué tipo de almas gemelas serían. Los dos, cada uno a su manera, asumieron que su relación sería romántica. Aunque no habían retomado el tema desde aquella vez, no del todo al menos, en las pequeñas acciones de ambos se notaba un cambio importante.
A veces, mientras caminaban uno junto al otro, sentía a Victor más cerca que antes, tanto que podía percibir el calor que irradiaba su cuerpo. Y cuando se sentaban juntos, sus manos se rozaban, con tiento al principio, hasta que sus dedos estaban completamente entrelazados. Las emociones que Yuuri percibía, además, eran de contento y felicidad. Era todo, y quizá actuaban más como un par de adolescentes ante la persona que les gustaba, tímidos y torpes cuando estaban juntos, pero iban a su propio ritmo. Quizá eso era precisamente lo que necesitaban.
Yuuri suponía que todo sería distinto ahora que estaba en Rusia y que viviría un tiempo junto a Victor. No tenía idea de cuánto tiempo exactamente estaría ahí, su boleto sólo fue de ida y no de regreso a Japón. Sin embargo, más que agobiarlo, aquello le hacía sentir tranquilo. Habría tiempo para conocerse más, comprender qué tipo de persona era la otra, aprender lo bueno y lo malo. Encontrar, juntos si se podía, un poco de esa paz interior que perdieron tres años atrás, y que necesitaban desesperadamente.
—Y por esa sonrisa boba, es que no te creo nada cuando dices que ser almas gemelas no significa que no estés enamorado de él —dijo Yurio—. Y quita esa cara de tonto, me pones incómodo.
Cuando Yuuri volteó a verlo, notó que las mejillas del chico estaban ligeramente coloradas. Sonrió un poco. Aunque su actitud hacía que se olvidara un poco de ello, Yurio apenas tenía 15 años.
—Gracias, Yuri.
El chico levantó una ceja.
—¿Y eso por qué?
—Por todo lo que hiciste por nosotros. Por tu preocupación.
Yuri cruzó los brazos a la altura del pecho y desvió la mirada, bufando con fastidio, aunque Yuuri casi podía jurar que sólo fingía.
—Yo no hago nada por ustedes —bufó el chico. Yuuri volvió a sonreír, aunque intentó disimularlo tosiendo un poco—. Y tampoco me preocupo por ustedes. ¿De dónde sacas esa idea tan estúpida?
—Quizá sólo lo imaginé.
—Nada de “quizá”. Lo imaginaste y punto.
El sonido de la llave al abrir la puerta los hizo detener su conversación. Makkachin volvió a incorporarse de un salto y corrió hasta la puerta, que se abrió a los pocos segundos. Victor entró al departamento, sonriéndole a Makkachin mientras éste movía la cola animadamente. Al levantar la mirada y dirigirla hacia la sala, Victor sonrió un poco.
—¿Por qué no me sorprende que estés aquí, Yura?
Yuri se encogió de hombros y se apoyó otra vez en el respaldo del sillón, con toda la desfachatez del mundo.
—Porque era obvio que iba a venir a visitar a tu tonto.
Victor tosió desde la puerta.
—No es mi…
—Sí, como sea —le interrumpió Yuri, haciendo un ademán con la mano.
Victor cerró la puerta detrás de sí. Apoyó el bastón en la pared mientras se quitaba el abrigo y tras colgarlo en la pared, caminó hasta la sala. Al estar ahí, se sentó en el sofá individual que estaba frente al sillón.
—¿Te vas a quedar a cenar? —preguntó Victor, dirigiéndose a su pupilo. Yuri lo miró por el rabillo del ojo.
—Eso depende de qué hay para cenar.
—Nada todavía, pensaba pedir algo a domicilio.
—Eres una desgracia rusa, ¿lo sabes?
Victor sonrió.
—Lo sé, lo dices siempre que pido comida o salgo a algún lugar.
Yurio dirigió su atención a Yuuri, quien observaba el intercambio de palabras en silencio y con evidente confusión. Suponía que su rostro expresaba eso, al menos.
—Todo ruso que se precie de serlo, come en casa. Comida casera. Nada de comida a domicilio ni de ir a restaurantes, sólo en ocasiones especiales y…
—Puedes pedir lo que quieras —agregó Victor y le extendió su móvil. El muchacho guardó silencio de golpe y miró a su entrenador con desconfianza.
—¿Hablas en serio?
—Sí, Yura, por hoy hablo en serio.
Yurio tomó el celular y comenzó a buscar la cena para esa noche. Después de unos minutos, se lo regresó a Victor.
—Ya.
—¿Qué pediste?
—Solyanka y stroganoff.
Victor le miró con sorpresa.
—¿En serio? Pensé que pedirías otra cosa. Pizza, por ejemplo. ¿No es lo que les gusta comer a los adolescentes?
—Si está en Rusia —respondió el chico señalando a Yuuri con un dedo—, tiene que probar la comida de Rusia. En este lugar no hay nada para preparar comida. ¡Ni siquiera tienes lo básico para preparar pirozhki! No iba a pedir pirozhki, sabes que sólo como la receta de mi abuelo. Ah, y van a traer un poco de kvass. Es increíble que ni siquiera tengas eso aquí.
Makkachin soltó un ladrido.
—¿Ves? Hasta Makka está de acuerdo conmigo.
Yuuri volteó hacia Victor y, cuando sus miradas se encontraron, los dos se sonrieron, ajenos a las palabras de Yuri, quien continuó hablando por unos segundos más. No dijeron nada, pero era evidente que ambos sintieron lo que el otro: alegría, y tranquilidad.