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Resiliencia [Capítulo 12 – Final]


Para Yuuri era extraño vivir el estrés de las competencias desde el lugar que ocupaba junto a Yurio como coreógrafo de uno de sus programas. Ahora que veía todo desde fuera, no podía sino admirar el trabajo que hacían personas como Victor o Yakov, y ahora, más que nunca, sentía un verdadero aprecio por el tiempo que Celestino invirtió en él, todos esos años atrás. No es como si antes no apreciara el trabajo que hacía su ex entrenador, pero ahora era más consciente de todo lo que debía hacer uno. Le bastaba con ver a Victor y acompañarlo durante su trabajo para aprender que muchas cosas que antes daba por sentado, se debían al trabajo que realizaban los entrenadores, y que no se limitaba a lo que se veía en la pista. Yuuri no era el entrenador de Yurio, pero eso no significaba que no sintiera como si lo fuera, no con todo el estrés que compartía con Victor (a veces de forma literal, a través del vínculo).

Por ahora Yuuri solo había hecho la coreografía para una de las presentaciones del adolescente. Si bien era su nombre el que aparecía como coreógrafo, la realidad era que para lograr el resultado que imaginaba (por la música y las habilidades de Yurio) había sido necesario que Victor lo guiara un poco. Vaya, hasta Lilia había dado su opinión y un par de comentarios irónicos que, en el lenguaje de Lilia Baranovskaya, eran igual a sugerencias. Aunque al comienzo Yuuri dudaba mucho sobre su trabajo, bastaba con ver lo bien que Yuri ejecutaba la coreografía para decidir que eso era lo que quería hacer por el resto del tiempo que pudiera. Claro estaba que eso no dependía de él, pero, con suerte, Yurio dejaría que continuara haciendo sus coreografías en futuras ocasiones.

Ahora Yuuri imaginaba un futuro para sí mismo en el mundo del patinaje, aunque no fuera como atleta, y eso le hacía increíblemente feliz. Era como si poco a poco fuese encontrando el lugar que le tocaba en aquello que más le apasionaba desde niño. No se veía a sí mismo como entrenador, no al mismo nivel que Victor, pero sí apoyándolo en el trabajo con Yurio o con cualquier nuevo pupilo que llegase en algún momento. Y se veía, también, como alguien que ayudara a los demás a encontrar el amor al patinaje sobre hielo.

Noviembre pasó y cuando se dieron cuenta, llegó el Grand Prix Final, en Barcelona. Con la presión de las competencias de Yurio, había momentos en los que Victor y Yuuri apenas tenían tiempo para hacer otra cosa que no fuera concentrarse en el trabajo del adolescente, y las últimas semanas desde la Copa Rostelecom habían pasado en un suspiro. Llevaban solo unas horas de haberse instalado en el hotel (y, en el caso de Yuuri, de tomar una siesta por culpa del jet lag), y saldrían a cenar o a caminar por un momento. Ese, al menos, era el plan.

Mientras Yuuri y los dos rusos caminaban desde sus habitaciones hasta el elevador, era evidente que el menor de ellos actuaba algo extraño. Llevaba haciéndolo desde la Copa Rostelecom, aunque en esos días tanto Yuuri como Victor atribuyeron el humor del chico al hecho de que, a pesar de haber conseguido una nueva marca personal, el primer lugar de la competencia se lo había llevado J. J., con quien no parecía llevarse muy bien que digamos. Había días en los que el chico se veía más decidido que nunca a tener un mejor resultado en el Grand Prix; pero también había otros en los que pasaba largos ratos en silencio o en los que estaba simplemente distraído.

Yuuri no había querido mencionarlo, pero estaba casi seguro de que aquella tenía que ver con su propia alma gemela. No obstante, aunque intuía que aquella era la razón de su actitud, había optado por mantenerse en silencio, respetando el deseo del muchacho por no tocar el tema. No estaba seguro de que eso fuera del todo sano para Yurio, porque él mejor que nadie comprendía que, a veces, mantenerse callado un tema así podía resultar contraproducente; pero tampoco podía obligar al adolescente a que hablara. Además, sabía que obligar a Yuri Plisetsky a hacer algo que no quería hacer era imposible, prácticamente una batalla perdida mucho antes de comenzar.

—¿Deberíamos ir a comer algo o a dar un paseo? —preguntó Victor.

Yuuri levantó la mirada para verlo.

—¿Paseamos primero y comemos después? —Sugirió Yuuri—. Phichit me envió un mensaje para preguntarme si nos veíamos, pero como me quedé dormido él ya está en pleno tour por la ciudad.

—Vi sus fotos —comentó Victor—. Si quieres ponemos un punto de encuentro y nos vemos a la misma hora.

—No, ya tendré tiempo para hablar con él después. Además, aquí entre nosotros, Phichit es un poco intenso cuando se trata de hacerle de turista y no siempre puedo seguirle el ritmo —agregó mientras se daba un golpecito en su pierna izquierda.

Victor sonrió.

—Podríamos vernos para cenar con él después —agregó justo en el momento en el que se abrían las puertas del elevador y ambos entraban en él—. Y aprovechar para ver a Chris también. Tiene muchas ganas de conocerte.

Yuuri sonrió con nerviosismo y en ese momento, se dieron cuenta de que Yurio no entraba con ellos. Antes de que se cerraran las puertas, Victor presionó el botón que las dejaba abiertas por más tiempo. Durante el rato que duró la conversación entre los dos adultos, Yurio permaneció en silencio, mirando al piso, como si no hubiese escuchado a ninguno de los dos, y ahora estaba estático en su lugar, y eso no era normal.

—¿Yura? —preguntó Victor, lo que provocó que el chico diera un respingo y volteara a verlos.

—¿Qué?

—¿Vas a entrar?

—Ah —murmuró el chico—. Sí —dijo y entró en el elevador.

—¿Está todo bien? —preguntó Victor.

Yurio metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se encogió de hombros. Victor y Yuuri intercambiaron una mirada: ésa era la postura defensiva por default del chico.

—Estoy bien.

—¿Quieres quedarte a descansar, mejor? —Preguntó Yuuri. Comenzaba a preocuparse en serio por la actitud de Yurio—. Iremos a dar un paseo y pensábamos en ir a cenar fuera después, pero si quieres quedarte solo tienes que decirlo.

—Ya voy en el elevador, ¿no? —preguntó el chico con evidente fastidio. Al cabo de unos segundos de silencio, agregó—: ¿Tengo que ir con ustedes?

—No —respondió Victor—, no necesariamente. Pero como todo este rato estuviste caminando con nosotros, pensamos que ahora sí querías acompañarnos.

Yurio puso los ojos en blanco.

—Es el único camino hacia la salida, ¿sabes? Eventualmente iba a pasar por el mismo pasillo y usar el mismo elevador. No veas cosas donde no las hay. Y si no es obligatorio ir con ustedes, entonces me iré por mi cuenta. Bastante tengo con aguantarlos cuando se ponen amorosos durante mis entrenamientos, como para hacerlo también en mis ratos libres.

—Oh, Yura, no tienes por qué ponerte celoso —canturreó Victor, a modo de broma—. Podemos ser más amorosos contigo también, si es lo que quieres.

Victor abrió los brazos como si quisiera abrazar a Yurio, quien puso cara de horror y se apresuró a ocultarse detrás de Yuuri, quien había permanecido en silencio durante esa parte de la conversación. Una sonrisa apareció en su rostro y volvió a dirigir su mirada hacia Victor, ahora a través del espejo frente a ellos. Victor también sonreía y un vistazo al rostro del adolescente, parcialmente oculto por su flequillo, le indicó que éste también tenía una sonrisa en su rostro. Ninguno de los tres comentó nada al respecto.

Cuando las puertas del elevador se abrieron otra vez, Yurio fue el primero en salir. Giró sobre sus talones para ver a los otros dos, que salieron con más lentitud del ascensor, y abrió la boca para decir algo cuando un chillido ensordecedor les hizo pegar un brinco a los tres al mismo tiempo.

—Oh, no —murmuró Yurio y cerró los ojos.

Yuuri miró por encima del hombro del chico y vio el origen de los gritos: su club de fans.

—Ya se me hacía raro no haberlas visto aún —murmuró Victor. Yurio abrió los ojos de golpe y miró a su entrenador con enfado.

—Yo preferiría no haberlas visto —dijo Yurio.

—Admito que son un poco… intensas, pero recuerda que las relaciones públicas también son importantes en esto del patinaje artístico.

Yuri dirigió su mirada al japonés, como para pedir su opinión respecto a lo que ocurría en ese momento, pero Katsuki se limitó a sonreírle con nerviosismo.

—Lo siento, Yurio, no soy el más indicado para decirte qué hacer —dijo—. Honestamente yo ya habría dado media vuelta y habría regresado a mi habitación… o habría buscado una ruta alterna.

—Sí, suena como algo que harías tú —intervino Plisetsky—. Iré unos minutos nada más. Después saldremos de aquí.

—Pensé que querías irte por tu cuenta —bromeó Victor.

—Sí, pero necesitaré de ustedes dos para poder salir ileso de esta.

Dio media vuelta y se alejó unos pasos de su entrenador y coreógrafo, dirigiéndose hacia el grupo de unas diez jóvenes que no eran más grandes que él, y quienes aprovecharon la oportunidad para tomarse algunas fotografías con el patinador.

—Puede parecer que no —dijo Victor—, pero Yuri no es tan malo con estas chicas. ¿Sabías que el otro día les obsequió unas chaquetas oficiales firmadas?

—No sabía.

—Lo hizo. Y fue idea suya, así que yo no tuve nada que ver en ello.

Yuuri asintió.

—Yurio tiene su propia manera de demostrar cuando alguien o algo le importa —dijo—. Pero creo que, a la larga, será mejor que busque una un poco menos, eh, agresiva.

Mientras esperaban, observaron el ir y venir de otros patinadores y uno que otro representante de ISU. Un par de ellos, incluso, se acercaron a saludarlos. Yuuri sabía, por la forma como intentaban disimular cuando miraban sus bastones, que además de saludar a Victor (¿quién no querría hacerlo, además?), también querían preguntar sobre eso de las almas gemelas. Sin embargo, ninguno era lo suficientemente cercano a Victor (mucho menos a Yuuri) como para hablar de ello sin parecer que querían entrometerse de más en sus vidas privadas.

Inicialmente Victor había comentado que lo mejor sería que ambos se mantuvieran al margen de lo que ocurría entre Yurio y su club de fans; ya se encargarían de rescatarlo cuando pareciera que era demasiado para él. Y así fue hasta que apareció Jean Jacques Leroy, acompañado de su novia. Gracias a Nikiforov, ahora Yuuri sabía que la relación entre el canadiense y el pequeño ruso no era la mejor de todas; por eso no se sorprendió cuando Victor avanzó hacia los chicos. Era mejor que interrumpieran antes de que Yurio dijera o hiciera algo que pudiera meterlo en aprietos.

—Vamos, vamos, no seas tan pretencioso —dijo J. J. mientras sonreía de oreja a oreja. A unos pasos de él, Yurio lucía como si quisiera darle un golpe.

El adolescente se rio con ironía.

—¿Yo, pretencioso? ¿Es que alguna vez te has escuchado hablar?

—Yura —interrumpió Victor. En automático, J. J. y Yurio voltearon a verlo—. J. J., ¿cómo has estado?

El canadiense volvió a sonreír.

—¡Victor! He estado muy bien, gracias por preguntar. Oh, ¿ya conoces a mi prometida, Isabella, la mujer más hermosa de todo el planeta?

Victor puso su sonrisa amable, aquella que usaba cuando era todo negocios, y se dirigió a la chica.

—No, pero es un gusto. Victor Nikiforov —dijo, extendiendo su mano derecha a la chica, quien la tomó.

—Isabella Yang —respondió ella.

—Un placer—agregó Victor.

Mientras Victor comenzaba a charlar con J. J., quien mencionaba algo sobre cómo es que siempre había pensado que lograría competir contra él y quién sabe qué tantas cosa más, Yuuri se acercó a Yurio. El chico se había alejado unos pasos de los otros tres.

—¿Estás bien? —preguntó. Yurio bufó.

—Claro que sí, solo me desespera cuando ese tarado comienza a hablar.

—No deberías expresarte así de otros patinadores.

—Como si importara. En fin —agregó—, ahora que Victor está distrayéndolo, creo que es buen momento para irme. ¿Ves cómo es que los dos sí fueron útiles para ayudarme en esta?

Yuuri le dio unas palmaditas en el hombro, pese a las quejas del muchacho.

—No sé por qué no me sorprende que digas eso. ¿Quieres que nos veamos más tarde?

—Ah, no lo sé —respondió Yuri y cruzó los brazos detrás de su cabeza—. Depende de lo que encuentre para ver y…

El chico se quedó mudo de pronto.

—¿Yurio?

Nada.

—¿Yuri? ¿Estás bien?

—No.

La mirada del muchacho estaba fija en algún lugar a unos metros de ellos. Yuuri siguió el mismo camino con la vista y se dio cuenta de que Yurio mantenía contacto visual con otro de los patinadores que habían calificado al Grand Prix. Al regresar su atención al adolescente, notó que estaba sonrojado y que aún miraba con los ojos como platos Otabek Altin, quien lucía igual de sorprendido que él. Yuuri vio el momento en el que, sin cortar el contacto visual, el chico kazajo tragaba en seco y se llevaba una mano al pecho.

Entonces entendió qué era lo que pasaba.

—Deberías ir con él —murmuró.

Yurio aún mantenía la mirada fija en Otabek.

—No.

Lucía aterrado. Yuuri dedicó unos segundos para observarlo: todo en el chico gritaba que estaba listo para salir corriendo en la dirección contraria, sin importar nada más.

—¿Aún crees que es mejor no tener un alma gemela? —dijo.

Plisetsky volteó tan rápido que, francamente, Yuuri se sorprendió por el hecho de que no se desnucara en ese mismo momento.

—¿Qué? —preguntó el muchacho.

—Puedes rechazarlo —explicó Yuuri con voz serena y encogiéndose ligeramente de hombros—. No será lindo, para ninguno de los dos, pero podrías ha…

—¡No! —. Exclamó Yuri. Al notar que su voz había sonado más alta de lo normal, miró a su alrededor. De alguna manera, J. J. y su novia continuaban enfrascados en su conversación con Victor, por lo que nadie pareció darse cuenta de lo que ocurría en ese momento. Aún con una expresión entre la sorpresa y el miedo en su rostro, bajó la voz al agregar—: ¿Eres tonto? ¿Por qué habría de hacer eso?

Yuuri sonrió.

—Entonces ve y habla con él.

—Pero…

—¿Qué ocurre?

—Yo…

Yurio se quedó en silencio otra vez. Miró al piso por unos segundos, después a ambos lados, como para constatar que nadie más escuchaba su conversación. Por primera vez, Yuuri lo vio vulnerable, como el niño que aún era.

—No estoy preparado —murmuró.

Yuuri puso una mano en el hombro de Yurio. Para su sorpresa, Yurio no apartó el brazo ni se alejó de él, incluso pareció relajarse un poco al sentir el contacto.

—Yuri —dijo Katsuki con voz firme. Plisetsky levantó la mirada para verlo—, éste es seguramente uno de los momentos más aterradores de tu vida, pero también puede convertirse en uno de los mejores, pero no lo sabrás hasta que ocurra. Y créeme, nadie está lo suficientemente preparado para conocer a su alma gemela.

Escuchó que Yurio tomaba aire al escucharlo decir esas dos palabras. Al levantar la mirada otra vez, Yuuri notó que el chico de Kazajistán se acercaba a ellos con paso decidido. Intentó ocultar su sonrisa, pero no pudo hacerlo del todo. Ante la mirada confundida de Yurio, simplemente añadió:

—O, bueno, quizá él sí lo está.

Yuri abrió los ojos con horror y levantó el rostro también, mirando al otro joven. Yuuri le dio unas palmadas en la espalda y se retiró para darles privacidad, regresando junto a Victor, llamando la atención de la pareja canadiense.

—¡Ah! —Exclamó J. J. con sorpresa—. El famoso ex patinador japonés que, además, es tu alma gemela.

—Tiene nombre, ¿sabes? —dijo Victor.

—Yuuri Katsuki —intervino Yuuri, al percibir la molestia de Victor—, mucho gusto. No quiero interrumpir su conversación, pero ya teníamos planes y se nos hace un poco tarde.

—¡Oh! ¡Claro, claro! No los entretenemos más. También tenemos planes, ¿verdad, Bella? —Agregó J. J., y después miró sobre su hombro mientras exclamaba—: ¡nos veremos en la pista, Yu…!

Pero Yuri ya no estaba ahí.


Yuuri aprovechó el paseo por el centro de Barcelona para poner a Victor al corriente sobre lo que ocurrió en la recepción del hotel. Para sorpresa de Katsuki, Victor permaneció enfurruñado durante un par de minutos porque, aparentemente, no era justo que siempre fuera él quien se enterase después de las cosas importantes en la vida de Yuri.

—En mi defensa —dijo Yuuri mientras entrelazaba su mano libre con la de Victor—, en las dos ocasiones me he enterado por casualidad.

Victor suspiró y apretó la mano de Yuuri.

—Lo sé. Pero sería lindo que, por una vez, esas casualidades ocurrieran cuando yo también estuviera presente. O atento.

Yuuri sonrió.

—Al menos lograste rescatar a Yurio antes de que ocurriera un desastre. De verdad que no soporta a J. J., eh.

—Si Yura fuera menos huraño y J. J. más modesto, creo que podrían llevarse bastante bien.

Yuuri rio un poco.

—No creo que eso vaya a pasar pronto.

—No, yo tampoco. Quizá en unos años —agregó Victor—, cuando hayan crecido un poco más.

Después de esa conversación, continuaron con su paseo. Entraron a una tienda, luego a otra y, cuando Yuuri se dio cuenta, habían pasado gran parte de la tarde de compras. Eventualmente decidieron sentarse en una banquita que encontraron para tomar un descanso, durante el cual aprovecharon para hablar de otros temas que no fueran el trabajo, las competencias o el patinaje artístico sobre hielo. A pesar de que llevaban juntos casi siete meses (contando desde que arreglaron un poco las cosas en Japón y Yuuri llegó a vivir a Rusia), aún había mucho que estaban conociendo del otro y los momentos que tenían para seguir conociéndose, eran los que más apreciaban los dos.

—¿Cómo era cuando competiste en otros Grand Prix? —Preguntó Yuuri después de un rato—. Me refiero a tu rutina previa la competencia. ¿Cuál era el secreto del gran Victor Nikiforov?

Victor sonrió, levantó la mirada al cielo y meditó su respuesta por unos segundos, ante la mirada atenta de Yuuri.

—No muy diferente a hoy, creo —respondió—. A veces salía solo antes de las competencias o me quedaba de ver con Chris. No tenía un ritual especial, no como otros patinadores.

—Como Georgi, querrás decir —bromeó Yuuri. Victor soltó una carcajada.

—Definitivamente no como Georgi —asintió Victor—. Procuraba relajarme, descansar lo suficiente, ya sabes, lo que te recomiendan todos en este tipo de situaciones. Durante las competencias solo hacía mi trabajo y ya. Y no lo digo porque no fuera emocionante o porque no me apasionara, o porque no estuviera nervioso, porque sabes que lo estaba. Sino porque, al competir, solía concentrarme en lo que hacía y dejaba de preocuparme por lo que me rodeaba. Era un momento de desconecte total con la realidad, algo casi…

—Mágico —agregó Yuuri. Victor regresó la vista a él y asintió.

—Así es, mágico.

—Yo siempre era un manojo de nervios —sonrió Yuuri—. Eso es lo único que no extraño para nada: el estrés y el nerviosismo. Son incontables las veces que casi vomito o que vomité antes de una competencia.

—Y aun así seguiste compitiendo —observó Victor—. ¿Por qué?

—Por lo mismo que tú: por ese momento mágico en el que todo dejaba de preocuparme y me concentraba en un salto tras otro, un movimiento tras otro. Era liberador sentir el aire frío en las mejillas. Los pocos minutos que pasaba en el hielo hacían que valiera la pena cada segundo de estrés antes de las competencias. En el hielo era otra persona completamente distinta.

—A mí me gusta el Yuuri que eres ahora.

Yuuri parpadeó, un tanto perplejo. Después agachó la mirada, cohibido, y sonrió un poco.

—Es un Yuuri diferente.

—Yo también soy un Victor diferente —agregó Nikiforov—. No es lo que esperaba ser a los veintisiete, pero tampoco está del todo mal—. Tras decir eso, rodeó los hombros de Yuuri con el brazo y se inclinó un poco para susurrarle al oído—: de hecho me gusta bastante encontrarme aquí, el día de hoy, contigo.

Pese a que un tenue sonrojo apareció en sus mejillas, Yuuri volteó a verlo y, mientras una sonrisa aparecía en su rostro, respondió:

—¿Estás tratando de seducirme, Victor Nikiforov?

—Tal vez. ¿Está funcionando?

—Tal vez.

Fue el turno de Yuuri para soltar una risa. Sin borrar la expresión alegre de su rostro, Victor volvió a acomodarse en el asiento.

—¿Quieres seguir o vamos ya a cenar? —preguntó—. Oh, ¿quieres que hablemos con Chris y Phichit para cenar los cuatro juntos?

—Hmm. Hay algo que me gustaría hacer antes eso —respondió Yuuri y tomó su bastón para ponerse de pie. Victor le miró con curiosidad—. ¿Vamos?

Victor asintió, tomó su bastón con una mano y un par de bolsas de sus compras con la otra, y caminó junto a Yuuri a donde sea que éste tenía intenciones de ir.


Tal y como era de esperar, Phichit y Chris estuvieron más que dispuestos a verlos para ir a cenar. También, como era de esperar, ninguno de los dos perdió tiempo alguno en hacer preguntas sobre su relación, sobre todo el asunto de las almas gemelas (porque eso nunca dejaba de ser tema de conversación), sobre cómo es que habían sido capaces de ocultarles el hecho de que habían encontrado al otro y sobre los plantes que tenían para el futuro cercano. Al inicio, Yuuri se había sentido un poco cohibido en la presencia de Chris, pero pronto descubrió que el patinador suizo era una persona muy fácil de tratar. Quizá ayudó, también, el hecho de que Giacometti no tardara en comenzar con las anécdotas divertidas que lo incluían a él y a Victor.

—Ahora entiendo por qué Yurio hizo lo que hizo —comentó Katsuki justo después de que Chris contó sobre aquella ocasión en la que Victor se escapó de Rusia (no me escapé, solo no dije a dónde iba) para visitarlo en Suiza, cuando recién comenzaba su amistad.

—Oh, no lo que haga o no haga Yuri, no tiene nada que ver conmigo —se defendió Victor.

—Yo solo digo —intervino Chris—, que lo relacionado con el patinaje no es lo único que él ha aprendido sobre ti. ¿Ahora entiendes lo que sintió Yakov cada que hacías alguna de tus locuras?

Victor se cubrió el rostro con una mano, mortificado, lo que hizo sonreír a Yuuri y reír a Phichit. Después de eso, la charla se enfocó en el tema del Grand Prix, en cómo se sentían ambos patinadores, y en las expectativas que tenía cada uno respecto a los próximos días.

—Debo decir —dijo Chris minutos después, cuando ya habían terminado la cena y estaban en plena sobremesa—, que estaré eternamente resentido porque no me contaste que habías encontrado a tu alma gemela en cuanto supiste. Tantos años de amistad, Victor, para que me dijeras por teléfono una de las cosas más importantes de tu vida.

—¿A ti también te lo dijo por teléfono? —Preguntó Phichit, antes de que el ruso pudiera responder al comentario de su amigo—. ¡Yuuri hizo exactamente lo mismo! Imagínate: ahí estaba yo, a punto de cenar tranquilamente, cuando entra la llamada de Yuuri. Al principio no me sorprendió mucho porque teníamos programada una llamada para ese mismo día y solo se había adelantado un par de horas. Lo que sí me sorprendió fue cuando me lo dijo, así sin más.

Boom —dijo Chris—. Así que solo soltaron la bomba y ya. Por algo ambos están hechos el uno para el otro.

—Sí se dan cuenta de que aquí seguimos, ¿verdad? —intervino Nikiforov, sonriendo. Yuuri había permanecido en silencio durante esa parte de la conversación, pero en su rostro también había una sonrisa.

—Oh, sí —respondió Chris—, claro que me doy cuenta. Pero aguantarnos ahora es lo menos que pueden hacer después de cómo nos enteramos de esto—. Hizo una pausa y suspiró—. Al menos no me enteré hasta lo de su entrevista. No te lo habría perdonado jamás, Nikiforov, si me hubiese enterado por internet.

—Me habrías perdonado tarde o temprano.

—Hm. Tal vez—. Y, tras decir eso, dirigió su mirada hacia Yuuri—. Pero puedo olvidarme por un momento de la forma como Victor me dijo todo para felicitarlos desde lo más profundo de mi corazón.

—Oh —murmuró Yuuri—. G-gracias.

—Chris…

—En serio —continuó el suizo—, sé que sólo los he visto interactuar en esta mesa… en una que otra de las fotos que están en internet o que suben a sus redes sociales, pero me queda claro que son perfectos el uno para el otro, y que definitivamente les hizo bien haberse encontrado.

Yuuri pudo sentir la emoción de Victor ante las palabras de su amigo y, sin pensarlo realmente, puso su mano sobre la de Victor, que descansaba en la mesa. Ahora era tan normal para él tomar la mano de Victor, en especial durante aquellos momentos en los que compartían alguna emoción gracias a su vínculo de almas gemelas, que no le prestó verdadera atención al gesto.

—No obstante —continuó Giacometti—, hay algo más que me llama la atención y que quiero preguntarles antes de irnos. ¿Y esos anillos? —preguntó fijando la mirada en sus manos—. ¿Eso también decidieron mantenerlo en secreto? Porque me parece una gran falta de respeto, Victor. Primero me ocultas que encontraste a tu alma gemela y ahora me ocultas que te has casado con él.

Phichit parpadeó por unos segundos antes de que en su rostro apareciera una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Felicidades por su matrimonio! —exclamó, animado, y comenzó a aplaudir.

Yuuri sintió que un rubor se extendía por sus mejillas. Llevaban poco rato los anillos puestos y todavía no se acostumbraba a ellos, pese a que había sido su idea comprarlos. A su mente llegó el recuerdo de un par de horas atrás, mientras aun paseaba solo con Victor. Toda la tarde le había dado vueltas al asunto y aunque sabía que no era necesario, quería tener algo que simbolizara lo mucho que Victor significaba para él. Originalmente no había pensado en anillos, pero cuando los vio en el escaparate de la joyería fue inevitable no entrar en ella y comprarlos. Admitía que había sido un poquito extra al ponerle el anillo a Victor frente a la Catedral, pero no se arrepentía de haberlo hecho.

No arrepentirse de ello, sin embargo, no significaba que no se sintiera terriblemente azorado por la forma como Phichit lo había gritado y como, justo ahora, le hacía saber al resto de los comensales sobre el «matrimonio» de su mejor amigo.

—No, esperen, no es…

—Son anillos de compromiso —intervino Victor, silenciando a Yuuri mientras era ahora él quien tomaba la mano de Katsuki, entrelazando los dedos con él—. Todavía tenemos que planear la boda y todo eso, pero les prometo que serán de los primeros en saber la fecha.

—¡Victor!

—Pues más te vale, Victor —agregó Chris, ignorando completamente el tono de queja de Yuuri—, porque quiero ser el padrino.

—¡Eh, yo también quiero ser el padrino!

—Ambos podemos ser los padrinos.

Yuuri guardó silencio mientras Phichit y Chris comenzaban a planear su boda. Dejó de prestarles verdadera atención algún momento entre las flores y la música que estaban eligiendo para ese momento, y se limitó a asentir a sus sugerencias. Una sonrisa adornaba su rostro. Al cabo de un rato volteó hacia Victor y descubrió que este le miraba con atención.

—¿Ocurre algo? —preguntó en voz baja. Sus amigos estaban tan enfrascados en su propia conversación, que no se percataron de que Yuuri y Victor comenzaban a hablar entre ellos.

—No —respondió Nikiforov—. Solo pensaba.

Yuuri asintió.

Eventualmente, Chris y Phichit volvieron a incluirlos en la conversación y, cuando Yuuri se dio cuenta, ya llevaban casi dos horas planeando su supuesta boda con Victor. Quizá si los planes de Phichit y Chris no incluyeran cosas tan absurdas como un espectáculo especial de danza sobre hielo o un banquete de diez tiempos (¿eso existía en realidad?), Yuuri se lo habría tomado más en serio. Sin embargo, entre más absurdo y extravagante era todo, menos le importaba si los otros dos planeaban en serio o no, e incluso se atrevió a hacer un par de sugerencias, lo mismo que Victor.

Al final de la velada, Yuuri tenía claras dos cosas: la primera, que su boda según Chris y Phichit parecería más un carnaval exclusivo para patinadores, y la segunda, que le alegraba tener a dos amigos como esos dos. Sí, era cierto que aquella era la primera vez que hablaba con Christophe Giacometti, pero algo le decía que la relación de amistad con el patinador suizo evolucionaría de forma favorable. Esperaba que Victor pensara lo mismo respecto a la amistad de Phichit.


Cuando regresaron al hotel, la sonrisa aún no abandonaba su rostro. Era un poco más tarde de lo que esperaba estar de regreso, pero se sentía contento por aquellas horas, y sabía que Victor, aunque no lo hubiera dicho todavía, se sentía exactamente igual. Ambos subieron a su habitación y, apenas entraron en ella, cuando un par de golpes en su puerta les hizo mirarse uno al otro.

—¿Yura? —preguntó Victor. Yuuri asintió.

—Lo más probable.

Sin decir más, Yuuri regresó sobre sus pasos y abrió un poco la puerta, solo para que ser empujado por un Yuri Plisetsky que entró como un huracán por la habitación. Yuuri apenas alcanzó a agarrarse del pomo de la puerta para no caer al piso antes de cerrar otra vez.

—¿Estás bien? —preguntó Yuuri mientras se acercaba al adolescente, quien no respondió. Por su parte, Yuri avanzó hasta el sillón que estaba dentro de la habitación y se dejó caer en él. Una vez que pudo observarlo bien, Katsuki se dio cuenta de que el chico llevaba puesto el pijama y tenía el cabello ligeramente alborotado, como si se hubiese levantado de la cama en cuanto escuchó que ellos se acercaban por el pasillo rumbo a la habitación que compartían.

Yuuri intercambió una mirada con Victor, quien se limitó a encogerse de hombros y avanzar por la habitación como si nada hubiera ocurrido. Se quitó el abrigo y lo dejó sobre la cama antes de sentarse y esperar a que cualquiera de los otros dos comenzara a hablar.

—¿Yurio, está todo bien? —volvió a preguntar Yuuri. El chico suspiró.

—Sí.

—¿Qué tal te fue? —preguntó Yuuri, mientras imitaba a Victor y se sentaba en la otra cama, a solo unos pasos de Yurio. El chico se recargó en el respaldo del sillón y cubrió su rostro con ambas manos.

—Yuri, si no nos dices qué es lo que ocurre no podemos ayudarte.

El chico murmuró algo, pero como todavía cubría su rostro con ambas manos, ni Victor ni Yuuri entendieron una palabra de lo que dijo.

—¿Qué?

—Yura…

—No puedo creer que mi alma gemela sea Otabek Altin —repitió mientras se descubría el rostro—. ¿Cuántas veces hemos estado en el mismo lugar y nunca nos habíamos percatado de ello? ¿Pueden creer que también participó en uno de los campamentos de Yakov y nunca nos dimos cuenta de que éramos almas gemelas? ¿Qué clase de brujería es esta la que dice si conoces o no a tu alma gemela?

Yuuri sonrió.

—Nunca se habían mirado a los ojos —dijo. Yurio entornó la mirada.

—Obvio, genio.

—¿Y cómo te sientes respecto a mañana? —preguntó Victor.

Yurio frunció el ceño y se incorporó en su asiento para mirar mejor al otro ruso.

—¿A qué te refieres con eso?

—Sí —continuó su entrenador—, ¿cómo te sientes sabiendo que tienes que competir contra tu alma gemela? ¿Crees que eso te afectará o…?

—Pfff. ¿Bromeas? —expresó el adolescente—. Nada ni nadie me va a distraer de subirme a lo más alto de ese podio, ¿me entiendes? Y Otabek lo sabe. Voy a dar todo de mí en la competencia y está advertido: más le vale hacer su mejor trabajo, porque alma gemela o no, no pienso competir ante personas que no estén dispuestas a todo con tal de ganar. ¿O qué? ¿Acaso ustedes no habrían hecho todo lo posible por ganarle al otro si pudieran continuar compitiendo?

Yuuri y Victor volvieron a mirarse uno al otro y supieron, sin necesidad de decirlo, que los dos habrían trabajado más duro que nunca para ganarle al otro, incluso sabiendo que eran almas gemelas.

—Ok, entiendo tu punto —asintió Victor y regresó la mirada al chico, en cuyo rostro había aparecido una expresión de autosuficiencia.

—¿Ves?

—De todas maneras, si te sientes más presionado por esto antes de competir, espero que nos lo digas y que no te lo guardes, como es tu costumbre.

—Sí, sí, como sea. Te estás preocupando de más, anciano. Obviamente voy a ganar. ¿Qué clase de profesional sería si no pudiera controlar mis emociones antes de salir a competir? Sin ofender, Katsudon.

—No me ofendo.

Yurio asintió. Después de eso, volvió a recargarse en el respaldo del asiento, con la mirada fija en el techo.

—¿Y cómo te sientes ahora que sabes quién es tu alma gemela? —preguntó Yuuri.

—No sé —respondió Plisetsky sin moverse de la posición recién adoptada—. Igual que antes, supongo, solo que ahora ya entiendo de dónde vienen estas emociones extrañas y puedo entender muchas de ellas. También creo que ahora es más fácil sentirlas. ¿Es que no se apagan?

—Ehh, supongo que lo harán, eventualmente —respondió Yuuri—. ¿Puedes sentir todo lo que siente Otabek?

Yurio asintió.

—Sí. Ahora mismo, sí.

—Interesante. Con nosotros sigue siendo solo en casos muy concretos.

—Bueno, ya habías dicho que todos los casos son diferentes. Quizá a nosotros nos tocó sentir lo que siente el otro todo el tiempo. En fin —suspiró—, vine a decirles todo esto porque no tengo a nadie más a quién contárselo y no podía dormir. No es un secreto —agregó y miró a Yuuri, quien le sonrió un poco—, pero decidimos que vamos a mantenerlo como algo privado, así que… —se encogió de hombros—, solo puedo hablarlo con ustedes. No tengo que decirles que esto queda solo entre nosotros, ¿verdad?

—No es necesario que lo pidas, pero puedes estar tranquilo. No se lo diremos a nadie.

—Bien.

—Quiero pensar que pasaste toda la tarde con él —agregó Victor. Yurio asintió.

—Sí. Hablamos, dimos un paseo en moto, luego volvimos a hablar.

—En lugares públicos, ¿verdad? —preguntó Nikiforov.

—¿Qué?

—¿Hablaron en lugares públicos? Porque te recuerdo que tú sigues siendo menor de edad y, almas gemelas o no, sería ilegal que…

—¡Ok, suficiente! —exclamó Yuri mientras se ponía de pie y Victor comenzaba a reír. Incluso Yuuri tosió un poco para disimular su propia risa. El rostro del adolescente estaba colorado—. Ya tuve mi dosis de charla profunda con ustedes. Me voy. Adiós.

—Buenas noches, Yurio.

—Nos vemos, Yura—. Y justo cuando Yurio estaba por salir de la habitación, Victor alzó la voz para agregar—: Que tengas dulces sueños.

—¡Ugh, te odio!

La risa de Victor se escuchó todavía por unos segundos después de que Yuri azotara la puerta de la habitación.


Aunque sabían que las posibilidades eran altas, de todas maneras se sorprendieron cuando Yurio ganó el primer lugar en su primer Grand Prix. Justo como Plisetsky lo mencionó la noche anterior al evento, dio todo de sí durante la competencia: Victor y Yuuri jamás lo habían visto tan concentrado y aunque su cansancio era evidente para la segunda mitad de su rutina larga, al final valió la pena. Y aunque el mismo Yuri siempre estuvo muy confiado de su victoria, eso no impidió que sus emociones se desbordaran al saberse ganador del evento.

Yuuri no lo dijo en ese momento, porque comprendía la personalidad voluble del adolescente y no quería incomodarlo con sus «muestras innecesarias de afecto», pero de verdad se sentía orgulloso y conmovido por su actuación. Estaba convencido, más que nunca en su vida, de que Yuri Plisetsky había llegado para convertirse en una leyenda del patinaje artístico sobre hielo.

Algo que sí le parecía divertido, y con lo que Victor estaba de acuerdo, fue lo ocurrido en la presentación de gala, con Yurio y Otabek. Mientras observaban la presentación de Yurio (justo después de la aparición de Otabek y todo el numerito de quitarle el guante con los dientes), entre los gritos de la multitud y las fans enloquecidas por la breve, pero contundente, presencia del kazajo, Victor dijo algo muy cierto. Para ser dos personas que querían mantener privado el hecho de que eran almas gemelas, aquella presentación daría mucho de qué hablar.

—Supongo que esto significa que veremos más de Otabek Altin, ¿no lo crees? —preguntó Yuuri. Victor suspiró.

—Supongo que sí, en especial después de… todo esto.

—¿Qué te parece?

—Un poco… extra.

Yuuri rio por lo bajo.

—Como si tú no hubieses hecho algo así antes. Es más, si hubieses participado habrías hecho algo todavía más extra.

—¿Cómo qué?

—No sé. ¿Usar alguna canción pop? ¿Usar una botarga como Plushenko hace unos años, cuando bailó Sex Bomb?

—¿Hacer una presentación en pareja, contigo?

Yuuri le miró con sorpresa.

—No sé si eso es válido en este deporte.

—Es la gala —agregó Victor encogiéndose de hombros—. Todo es válido.

—Incluyendo eso —susurró Yuuri justo cuando la presentación de Yurio terminaba, con él en el hielo como si hubiese sido disparado al corazón por Otabek.

—Sutiles, esos dos.

Yuuri sonrió.

Las especulaciones sobre una relación entre los dos patinadores no tardaron de aparecer por todas partes, y aunque ni Yuri ni Otabek les dieron importancia, tampoco se preocuparon por desmentirlas.

Todo lo demás ocurrió en un suspiro. Después de la premiación, la gala y la fiesta consecuente fiesta, llegó el momento de que cada patinador regresara a sus respectivos hogares. Para sorpresa de Katsuki, algunos patinadores se acercaron a despedirse personalmente de él; más de uno, incluso, lo felicitó por el programa que coreografió para Yuri y dijeron, medio en broma medio en serio, que esperaban ver más de su trabajo para la siguiente temporada y quién sabe, quizá hasta lo buscarían para que hiciera sus coreografías. Honestamente, Yuuri no pensaba que eso fuera a ocurrir, pero se alegró de todas maneras de que los demás tuvieran su trabajo en tan buena estima.

Victor había salido a desayunar con Chris, y Yuuri hizo lo mismo en compañía de Phichit. No habían pasado tiempo a solas desde aquella vez en Tokio que dio inicio a toda la aventura de Yuuri tras encontrarse con su alma gemela. Yuuri se sintió nostálgico al recordar los días en los que vivieron juntos en Detroit, cuando entrenaban y se escapaban para ver museos o conocer nuevos restaurantes. Yuuri sabía que no era una persona de muchos amigos, pero aquellos a quienes brindaba su amistad tenían un lugar muy importante en su corazón.

—Estás muy pensativo —dijo Phichit.

—Solo recordaba cuando estábamos en Detroit—. Phichit sonrió.

—¡Qué días! Es increíble cómo pasa el tiempo. Ay, Yuuri —agregó el tailandés—, de verdad me alegra mucho que estemos aquí, ahora. Hace un año habría sido imposible que nos hubiésemos reunido en un lugar como este o que pudiéramos hablar de cuando entrenábamos juntos.

Yuuri asintió. Hace un año todo era distinto, él más que nadie sabía lo diferente que era todo ahora.

—¿Eres feliz, Yuuri? —preguntó Phichit de pronto. La pregunta sorprendió a Yuuri, quien no dudó antes de responder:

—Sí, Phichit, soy feliz.

Chulanont sonrió.

—Eso es maravilloso, Yuuri. Te mereces esto: ser feliz al fin.

Yuuri agachó la mirada, conmovido, aunque aun así sonrió al sentir que su amigo pasaba el brazo por sus hombros y lo atraía un poco hacia él.

—Nos veremos pronto, ¿verdad? No te conviertas en un extraño otra vez.

Yuuri le sonrió.

—Nos veremos, preferentemente antes de las siguientes competencias.

—Mucho antes, espero. Te recuerdo que voy a ser el padrino de tu boda, ¿eh?

—¡P-Phichit!

El joven tailandés se rio animadamente y, al cabo de un rato, Yuuri le acompañó en su risa.

Cuando Yuri, Victor y él iban de regreso a Rusia, Yuuri pensó en todo lo que había vivido en los últimos meses. Estando dentro del avión, mientras Yurio dormitaba en el asiento junto a la ventana y Nikiforov pasaba el rato leyendo una novela que compró en el aeropuerto, recordó el día en que se vio de frente con Victor por primera vez. Hizo un repaso mental por cada uno de los momentos que habían compartido desde entonces y por todos los altibajos que acompañaban su historia. Algunos de los recuerdos eran amargos, y sabía que le sería imposible olvidarlos, pero eso no significaba que no le permitieran ser feliz. Así era como se sentía ahora: total e indudablemente feliz.

Quizá, si tuviera la oportunidad, cambiaría las circunstancias que lo llevaron hasta ese momento, pero no el amor que lo unía a Victor. Jamás el amor que lo unía a él. Su vida habría sido diferente si Victor no hubiese sufrido el accidente y si su lazo de almas gemelas no se hubiera manifestado de la forma en que lo hizo, pero como lo había dicho antes: no había nada que pudieran hacer al respecto más que continuar viviendo, ser resilientes y aprender a ser felices. No era un proceso fácil, pero tampoco era imposible.

Sus reflexiones le llevaron a pensar en que, tan solo un año atrás, jamás habría creído que fuese posible sentirse de la manera como lo hacía ahora. Un año atrás estaba demasiado absorto en su propio dolor, en sus recuerdos y en el vacío que sentía en su interior, que el concepto de felicidad se le escapaba completamente. Un año atrás la simple idea de encontrarse con su alma gemela y ser feliz a su lado era algo risible, algo que pasaba en la ficción y no a personas como él.

Si era sincero consigo mismo, había momentos en los que no podía dejar de pensar en qué habría pasado si nunca hubiera encontrado a Victor o si nunca hubieran arreglado los problemas que tuvieron cuando se conocieron. Quizá ambos seguirán siendo un par de hombres tristes y aún sentirían un hueco en el alma. Quizá habrían estado destinados a apagarse poco a poco, hasta que no fueran más que un conjunto de sueños inconclusos y recuerdos de días mejores.

¿Había dudas respecto a su relación con Victor? Claro que las había. Las dudas y la falta de confianza en sí mismo, en su valor como persona, no desaparecían de la noche a la mañana. Había momentos en los que Yuuri se preguntaba si en verdad merecía tener a Victor y sabía que éste se hacía preguntas similares, bien por el vínculo que sentían, bien porque lo expresaba verbalmente. A veces ambos lo mantenían en silencio por un tiempo, por la costumbre de cargar solos con sus propios demonios, pero eventualmente hablaban de aquello que los angustiaba. Sincerarse frente al otro y permitirse esos momentos de vulnerabilidad hacían de su relación algo mucho más íntimo que cualquier contacto físico que hubiesen tenido hasta ese momento.

Y así como existían momentos de incertidumbre, también había otros en los que se convencía de que todo que habían pasado valía la pena: las preguntas que se hacía a sí mismo, la vacilación, incluso el pie izquierdo con el que comenzaron su relación. No todo era perfecto, porque nada en el mundo lo era y tanto Yuuri como Victor estaba conscientes de ello, pero eso no significaba que no pudieran aprender a ser felices juntos ¿Y no era eso, también, lo que significaba tener un alma gemela, ser feliz por las cosas buenas y las cosas malas que formaban parte de su historia? El dolor podía dar paso al bienestar y los sueños rotos podían convertirse en nuevas metas y nuevos proyectos de vida.

Horas más tarde se despidieron de Yurio y la familia de éste, quienes fueron a recogerlo (el viejo Nikolai había viajado hasta la ciudad solo para ver a su nieto, para gusto del chico, quien siempre prefería verlo a él más que a su madre). Victor y Yuri acordaron que se verían en los próximos días, después de un merecido descanso, para hablar sobre el futuro del muchacho y lo relacionado con su entrenamiento.

—Habrá que ver otras cosas —dijo Victor dirigiéndose a la madre y el abuelo—, como patrocinios y todo eso, pero ya hablaremos después.

—De acuerdo.

—Vamos, Yuratchka —dijo el abuelo.

—Adelántense, los alcanzo —respondió Plisetsky y su familia asintió, comprendiendo que era la forma del muchacho para decir que quería hablar a solas con su entrenador y coreógrafo.

Victor y Yuuri guardaron silencio, esperando a que fuera el muchacho quien iniciara la conversación.

—¿Vas a hacer más coreografías para mí? —preguntó después de unos segundos, apenas levantando la mirada para ver a Yuuri.

—Si tú quieres —respondió Yuuri—, yo estaría encantado.

Yurio asintió.

—Bien. Quiero que planees todas mis presentaciones y espero algo fenomenal que me ayude a ganar otra vez el próximo año.

—Está bien, Yurio.

El muchacho asintió. Se quedó en silencio por otros segundos, pasados los cuales carraspeó.

—Gracias por todo —murmuró el chico.

—No es nada, Yura, es nuestro trabajo.

Yurio asintió.

—Nos vemos luego.

—Adiós, Yuri.

Victor y Yuuri lo siguieron con la mirada, hasta que lo vieron reunirse con su familia.

—Vamos, pues —dijo Victor—. Vayamos a dejar las cosas y luego iremos por Makkachin. ¿Te parece bien?

—Claro.

Al salir del aeropuerto, Yuuri se contentó mirando alrededor. Hacía solo unos meses había llegado a ese mismo aeropuerto junto a Victor, aún indeciso y con la incertidumbre de qué es lo que pasaría mientras él viviera en Rusia, aterrado por lo que fuera a suceder con su relación, pero también con la idea de que todo podría terminar de un momento al otro. Ahora, al mirar lo que le rodeaba, sintió que regresaba al lugar al que pertenecía en verdad. Sintió un calor extenderse por todo su cuerpo al imaginar las aventuras que les esperaban para el próximo año y sonrió al pensar en el mundo de posibilidades que se abría ante él ahora que había aceptado coreografiar todas las presentaciones de Yurio.

—Yuuri —dijo Victor, llamando su atención.

Katsuki dirigió su mirada a Victor, quien estaba de pie junto a la puerta abierta de un taxi.

—¿Ocurre algo? —preguntó Nikiforov.

—No, todo está bien —respondió.

Yuuri asintió. Avanzó los pasos que le faltaban para llegar hasta donde estaba Nikiforov.

—¿Vamos a casa? —preguntó Victor. Yuuri tomó su mano con suavidad, y de la misma forma como Victor lo había hecho en innumerables ocasiones, besó sus nudillos, sonriendo al ver la expresión de sorpresa del otro y al sentir la forma del anillo a través de los guantes.

—Sí, Victor —sonrió—, vamos a casa.

fin.


NOTAS FINALES

¡Gracias por leer toda esta historia! Ha sido toda una aventura escribir esto, de verdad. Espero haber logrado una historia interesante, sin muchas contradicciones, que hayan disfrutado de principio a fin.

No sé si escribiré más fics así de largos de YOI, pero tanto si los hago como si no, espero que nos sigamos leyendo en este u otros fandoms. Recuerden que me hallan en twitter como cy_nogitsune y que me daría mucho gusto leerlos también por allá. ¡Gracias otra vez y nos leemos luego!

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Publicado por cydalima10

28 • she/her • lg[b]t • infp • slytherin • escribo cosas

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