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Resiliencia [Capítulo 10]


Ser Yuri Plisetsky no era algo sencillo. Y no, aquella aseveración no tenía nada que ver con la percepción ajena, sino que era él quien opinaba eso de su propia vida. Incluso si se esforzaba por aparentar que todo en su vida era fácil y que nada le preocupaba (era importante no demostrar debilidad ante los futuros contrincantes, después de todo), honestamente nada era sencillo porque, a sus quince años, tenía muchas cosas de las cuales preocuparse. Algunas de ellas, de hecho, tenían que ver con los adultos que lo rodeaban y que, aparentemente, no sabían cómo ser adultos.  

La primera de sus preocupaciones, y su sueño más grande, era convertirse en el mejor patinador de todos los tiempos. Yuri era consciente de sus habilidades y sabía muy bien que, si continuaba por el camino por el que iba, superaría cualquiera de las marcas de Victor a su edad y las de cualquier otro patinador de los que estaban en la cima en ese momento. Ahora bien, si el objetivo de ser el mejor del mundo del patinaje artístico fuera lo único de qué ocuparse, no habría motivo alguno para quejas, pero no era lo único en lo que debía enfocar su tiempo. 

La segunda de sus preocupaciones era nivelar su vida deportiva con la maldita escuela. Hacía años que su educación era en casa, porque así no tenía que preocuparse por las inasistencias durante la temporada de patinaje, pero eso no significaba que pudiera relajarse al respecto. Hasta que cumpliera la mayoría de edad y tuviera voz y voto al respecto, Yuri estaba obligado a terminar, al menos, sus estudios generales. Se lo había prometido a su abuelo, así que no podía simplemente negarse a hacerlo… y también estaba obligado por el Gobierno, que cubría todos sus gastos relacionados con el patinaje. 

Aún no se ocupaba de pensar qué pasaría después de que terminara con esa parte de su educación; ni siquiera sabía si optaría por obtener algún otro grado académico, pero no tenerlo claro no significaba que desechara la idea.

Su tercera preocupación era no preocupar a las personas importantes para él. Todo mundo sabía que, aunque no se hablara de ello, él era el principal soporte económico de su familia, y ese dinero no se obtenía solo: tenía que ser el mejor si quería seguir recibiendo financiamiento por parte del gobierno ruso. Debía posicionarse como uno de los mejores si, a futuro, también quería lograr patrocinios privados.   

Como si todo lo anterior no fueran preocupaciones suficientes, también estaba comprometido a hacer que dos bobos con B mayúscula (los mismos que no sabían cómo ser un par de adultos funcionales en cuanto a su relación) aceptaran su vínculo de almas gemelas. Yuri sentía como si hubiera envejecido veinte años en esos pocos días que tuvo para planear el reencuentro de su entrenador y su alma gemela, pero al menos su esfuerzo había dado frutos. Se merecía un maldito premio por eso, y aunque ni Victor ni Yuuri hubieran dicho algo al respecto, Yurio no olvidaba. Ya se encargaría de que los otros dos le agradecieran por su tiempo y esfuerzo, en especial ahora que las cosas iban mejor entre ellos.

Al menos hasta que pasó lo de la prensa. 

Yuri no era tonto y aunque fingiera desinterés, en realidad estaba al tanto de las fotografías de Yuuri. Sabía que la prensa amarillista estaba más insoportable de lo que era normal en cuanto a Victor y su “misterioso novio japonés”, como había leído en un sitio web sobre chismes de personajes famosos (la culpa era de Mila, ella le envió el enlace, él sólo lo leyó; jamás habría buscado algo así por cuenta propia). No había hablado con él al respecto y tampoco había cuestionado a Victor, pero era obvio que a Yuuri no le causaba mucha gracia la situación. Si era sincero, él no entendía por qué el drama por unas cuantas fotografías y otras tantas especulaciones sobre la relación de los dos hombres, pero también entendía que su forma de ver las cosas no era, en absoluto, similar a la de Katsuki.  

Yuri terminó de guardar su ropa de entrenamiento en su bolso de siempre y salió del vestidor. Aquel día Yuuri tampoco fue a su práctica, por lo que, al terminar, Victor simplemente lo había despedido antes de acercarse a Yakov, para hablar de lo que fuera que los entrenadores hablasen antes de las competencias. En otras circunstancias, Yuri habría pensado en ir al departamento de su entrenador para pasar un rato con el Katsudon, pero tenía tareas pendientes y su tiempo para la escuela se reducía considerablemente entre más se acercaban a las primeras rondas eliminatorias para la temporada de patinaje. Incluso si Yuri estaba convencido de que no tendría problemas para clasificar a las competencias más importantes, eso no significaba que no supiera lo importante que era organizar su tiempo para poder dedicar cada gramo de energía al patinaje a partir de julio. 

Su plan para aquella tarde era regresar a casa, tomar un almuerzo bien merecido y después sentarse a terminar sus deberes pendientes. No era el mejor plan, no tenía nada de divertido, pero algunos males era necesarios. Además, si lograba terminar con sus pendientes esa tarde, al día siguiente podría usar el tiempo que tuviera libre para hacer algo más interesante. 

Al acercarse a la salida del área de vestidores, Yuri escuchó las voces de Yakov y Victor y se detuvo un momento. Sabía que Victor no lo detendría, no cuando fue él mismo quien lo despidió del entrenamiento, pero no podía asegurar que Yakov hiciera lo mismo. Feltsman tenía la mala costumbre de reprenderlo por las cosas más intrascendentes, como los “dolores de cabeza” (en palabras de Yakov, no las suyas) que le daba a Victor. Retomó su andar y sacó los audífonos de sus bolsillos, dispuesto a ignorarlos como era debido cuando pasara a su lado, cuando las palabras de Yakov lo hicieron detenerse un momento. 

—Suena como un problema, Victor. 

Yuri frunció el ceño y volvió a guardar sus audífonos en sus bolsillos. 

—No lo es —respondió Victor. Yakov gruñó, como si no estuviera de acuerdo con Nikiforov.

—Algo me dice que podría convertirse en uno si no se controla un poco. 

Victor no respondió.

Yuri esperó por unos segundos para ver si continuaban con su conversación y dio un paso más, acortando la distancia, con cuidado de que no lo escucharan ni que se dieran cuenta de su presencia. Se sentía algo estúpido ocultándose y casi podía escuchar la voz de Mila riéndose de él por acercarse un poco para escuchar a escondidas, pero decidió ignorar el sentimiento. Su curiosidad podía más… y estaba seguro de que Mila estaría haciendo lo mismo que él, si se encontrase en esa situación. 

—Te dije que no sólo debías pensar en ti respecto a eso de ser almas gemelas —dijo Yakov, sacándolo de sus pensamientos. 

Victor carraspeó. Yuri se acercó un poco más hasta el final del pasillo, procurando no ser visible desde donde estaban los dos entrenadores. Frunció el ceño. Se preguntó qué era lo que pasaba exactamente con el Katsudon como para que Victor lo consultara con Yakov, en especial cuando ambos sonaban bastante serios durante aquella conversación.  

—Lo sé, lo sé —respondió Victor—. No pensé que terminaría así. Y no esperaba que nos volviéramos el centro de atención de la prensa amarillista.

Yuri no tenía que verlo para saber que Yakov miraba a Victor con reprobación. Si estuviera frente a su entrenador, Yuri también lo vería así. Para ser un hombre muy listo, a veces su entrenador era bastante tonto. 

—¿Qué esperabas? —bufó Feltsman, y Yuuri casi podía verlo cruzándose de brazos, en su pose favorita antes de dar un sermón—. Aún eres el Victor Nikiforov. Todo lo que tiene que ver contigo se vuelve noticia tarde o temprano, lo quieras o no—. Victor no respondió de inmediato—. De verdad, Vitya. Cualquiera diría que pensarías en esto antes de traértelo a Rusia. 

—Vino por voluntad propia. 

—¿Y qué pasó después de lo de la prensa?

—Dijo algo sobre regresar a Japón.

Yuri abrió los ojos con sorpresa y, sin pensarlo, salió de su escondite para dirigirse directo hasta Victor. Su bolso cayó al piso con un golpe sordo. 

—¿El Katsudon qué? —preguntó.

—Yura, ¿qué…?

—¿Va a regresar a Japón? ¿Qué hiciste ahora? ¿Es que no puedes hacer las cosas bien? ¿Dónde está Yuuri?

—Yuri Vasílievich Plisetsky. —La voz de Yakov le hizo pegar un brinco y girar hacia el otro entrenador—. En todos estos años que tengo de conocerte no te había visto una actitud como ésta. ¿Qué haces espiando conversaciones ajenas?

—¡No estaba espiando, sólo…!

—Yura. 

Yuri volvió a quedarse callado, ahora al escuchar la voz de Victor. El silencio que se instaló entre los tres era tan denso que Yuri casi podía sentirlo de manera física. Estaba avergonzado y molesto por el hecho de sentir vergüenza después de espiar, o más bien, después de escuchar casualmente la conversación. Se cruzó de brazos y desvió la mirada. 

—Lo siento —murmuró.

—Sentirlo es lo menos que podrías hacer —agregó Yakov, aún molesto a juzgar por su tono de voz. 

—¿Entonces se irá? —preguntó el muchacho al cabo de unos segundos. Cuando Yuri levantó la vista una vez más, se dio cuenta de que Yakov también miraba a Victor, esperando su respuesta. 

—No lo sé —respondió éste con voz grave—. Quiero pensar que no, pero… es decisión suya, no mía. 

Yuri volvió a fruncir el ceño. 

—¿Y vas a dejar que se vaya así nada más?

—Si eso es lo que quiere, sí. 

Yuri abrió la boca para decir algo más. Su mirada se posó en Yakov, quien aún le observaba con seriedad, y optó por guardar silencio. No se sentía de humor para recibir otro regaño. 

—Como sea —murmuró mientras se agachaba para recoger su bolso.

Dio media vuelta y siguió con su camino. No tenía que voltear para saber que los dos entrenadores lo seguían con la mirada, y se concentró en no volverse. Volvió a buscar en su bolsillo y se puso sus audífonos, subió el volumen hasta donde el sonido no le lastimaba (y que era bastante), se echó el bolso con su ropa sucia al hombro, y salió de la pista de patinaje. Caminó un par de cuadras hasta la parada de bus más cercana y esperó. 

Diez minutos después y dos vehículos más tarde, Yuri seguía ahí. 

Por alguna razón, no dejaba de darle vueltas a lo que Victor había dicho antes de que interrumpiera su charla con Yakov. Pensó en cómo serían las cosas una vez que Yuuri regresara a Japón. Sabía que, al final del día, se acostumbraría a no ver al japonés, y que su rutina seguiría un ritmo parecido al actual, pero eso no significaba que la idea le agradara demasiado. No cuando Yuri le había ayudado mucho, aunque él mismo no se diera cuenta de ello.

Katsuki lo pensaba todo mil veces antes de dar su opinión, y había momentos en los que no parecía del todo seguro de su capacidad para hacer críticas constructivas, pero la verdad era que sus comentarios le habían servido más que el último año de entrenamiento con Victor y Yakov. Y no porque éstos fueran malos entrenadores, sino porque había algo en la forma como Yuuri le decía las cosas, que le hacía sentir menos inepto. Con Yakov era como trabajar con… un tío, porque su relación era así de cercana, y como Yakov era consciente de que tenía un cierto favoritismo con él, era más duro que con otros patinadores. 

Con Victor, Yuri sentía el peso de las expectativas del mundo. Sabía muy bien que, al competir, no solo lo hacía contra el resto de patinadores, sino también contra la reputación de su entrenador. Con cada logro que Yuri lograba estaba más cerca de que su nombre resonara por sí solo y no por ser “el legado de Victor Nikiforov”, como solían llamarlo de vez en cuando. 

Yuuri lo trataba como a un igual. Incluso cuando Katsuki estaba retirado y aunque él no se considerase a sí mismo un patinador aún. En el fondo seguía siéndolo; ya no en la práctica, eso era verdad, pero tenía los conocimientos y experiencia suficientes para saber lo que decía. Sus observaciones, por mucho que Yuri no quisiera admitirlo, eran acertadas. Aquel comentario sobre la rigidez de su cuerpo y la falta de fluidez en sus movimientos, por ejemplo, era uno de los aspectos en los que se concentraba últimamente, y los cambios, aunque pocos, eran evidentes para él. Aún estaban pendientes las supuestas clases de ballet con Lilia Baranovskaya (o cualquier otro maestro, si ella se negaba), y Yuri estaba seguro de que habría más mejoras en su trabajo, y Yuuri Katsuki tenía que estar ahí para verlo crecer. 

Otro bus se detuvo frente a él. Yuri levantó la mirada lo suficiente para ver la dirección a la que iba (que no tenía nada que ver con la dirección hacia la que se encontraba su casa) y, sin pensarlo demasiado, abordó en él. Tomó asiento casi hasta el final y se apoyó contra la ventana, siguiendo con desinterés la vista de la ciudad y la gente que vivía su vida sin saber que, otra vez, tendría que ser él quien rescatara la relación de los bobos con B mayúscula. 

La escuela y los deberes podían esperar un poco más. 


El reloj de la pared marcó las dos de la tarde, lo cual significaba que Victor no tardaría en regresar a casa. Yuuri caminó desde la cocina hasta la sala y se sentó en el que ahora todos consideraban su lugar, en el lado derecho del sillón. Aquél era el segundo día que decidía quedarse en el departamento en vez de acompañar a Victor al entrenamiento de Yurio; también era el segundo día en el que sólo salía a un par de tiendas cercanas si era estrictamente necesario. Sabía muy bien que no era sano aislarse así (en especial cuando ya estaba habituado a esa rutina que incluía ir al entrenamiento de Plisetsky), pero no podía evitarlo. Le incomodaba la idea de saber que podría haber alguien esperándolo para tomarle fotografías. 

Si era honesto consigo mismo, no esperaba que su presencia en Rusia causaría ese tipo de interés; aunque suponía, también, que había sido algo inocente de su parte no preguntarse qué haría si, o cuando, el resto del mundo descubriera la naturaleza de su relación con Nikiforov. Victor era Victor, después de todo. Era casi un tesoro nacional: por supuesto que lo relacionado con él y su vida privada era considerado, por muchos, como información pública.

Ahora que había analizado un poco más la situación, podía admitir que su reacción pudo ser muy diferente. Y no por sus temores e inseguridades, porque comprendía que cada quien tenía una forma diferente para reaccionar a situaciones incómodas, sino porque habría sido más sensato externar su opinión cuando comenzó el problema y no días después, cuando era demasiada la ansiedad por saberse el centro de atención de gran parte de las personas que seguían el patinaje artístico y a Victor como figura pública. 

En otro momento Yuuri había optado ignorar el problema con la esperanza de que éste desapareciera casi por arte de magia, pero sentía que ahora no podía hacer eso. Era, al fin de cuentas, lo que había hecho durante los pasados tres años y sólo bastaba hacer un repaso por su vida durante ese tiempo para saber lo mucho que le había servido esa mentalidad: para nada, evidentemente. Así que ahora debía pensar en qué hacer y cómo solucionar todo, en la medida de lo posible. 

Aún debía aprender cómo actuar ante la situación de los paparazzi (aunque algo le decía que jamás se acostumbraría a la invasión a su privacidad), y debía tomar algunas decisiones al respecto. Era cierto que todo parecía un poco menos complicado desde que habló con Victor y éste propuso hablar con la prensa o hacer algo similar, pero Yuuri sabía que aún habría gente intentando averiguar más sobre él, Victor y su vida privada. Lo que marcaría la diferencia sería la forma como decidiera abordar la situación de ahora en adelante. 

Ahora bien, el asunto del paparazzi no era lo único que le tenía preocupado. En esos dos días le había dado mil y un vueltas a la conversación que mantuvo con Victor. Pensó en la opción de regresar a Japón, en lo que implicaba si se iba. Sabía que Victor no lo detendría si, al final, elegía irse. Y no porque no estuviera interesado en él, sino porque, después de lo que pasó en Japón, Victor no se sentía con la autoridad moral para pedirle que no se fuera. No era necesario que lo dijera con palabras para que Yuuri comprendiera qué era lo que sentía su alma gemela respecto a esa situación.  

Y precisamente porque Yuuri comprendía muy bien los sentimientos de Victor, es que también pasó un buen rato pensando en aquella parte de la conversación que tenía que ver con su salud mental. 

No mintió cuando le dijo a Victor que, pese a las sugerencias de los médicos mientras aún estaba en Estados Unidos, optó por no acudir a terapia. Y como en Japón nadie tocó el tema, no le había dado importancia y había optado por ignorar el problema. A decir verdad, Yuuri no sentía que fuera lo suficientemente valiente como para hablarle a un extraño sobre sus problemas personales, pero Victor mencionó que él había recibido ayuda psicológica después del accidente (al menos durante un tiempo) y si le había ayudado, fuera mucho o poco, quizá a él también. Quizá eso era lo que necesitaban los dos. 

Yuuri suspiró. Era mucho lo que tenía que pensar, con calma y tanto como fuera necesario, en especial porque las decisiones que tomase al respecto cambiarían su vida de forma drástica. Y mucho debía discutirlo con Victor, pues esas decisiones también lo involucraban a él. 

Sus dudas estaban ahí y Yuuri se conocía lo suficiente como para saber que no las resolvería ni las olvidaría de la noche a la mañana. Sin embargo, si de algo estaba seguro era de que no quería regresar con su familia. No después de todo lo que había logrado desde que dejó Japón. Yuuri de medio año atrás no se habría atrevido a hacer nada de lo que hacía ahora (dejar su hogar por segunda ocasión, darse la oportunidad de conocer a su alma gemela, opinar durante el entrenamiento de otra persona, casi al mismo nivel que su entrenador). Incluso si a ojos de otras personas sus avances eran pocos, para Yuuri eran verdaderos pasos agigantados.

El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Makkachin se puso de pie y caminó animadamente hasta la entrada. Se sentó en el piso, moviendo la cola, atento a la persona que entraba en ese momento. Yuuri siguió sus movimientos con la mirada y, cuando su atención se fijó en la puerta, se dio cuenta de que no era Victor quien entraba por ella. 

Yuri Plisetsky le miraba con el ceño fruncido. El muchacho tenía las mejillas sonrojadas y respiraba agitadamente, como si hubiera corrido todo el camino. Casi, pensó Yuuri mientras lo observaba detenidamente, como si hubiera subido por las escaleras y no por el elevador.

—¿Yurio?

Yuuri se puso de pie y caminó hasta donde estaba el chico. Estaba sorprendido por lo agitado que se veía, y no pasó mucho para que la sorpresa diera paso a la preocupación. El adolescente siempre tocaba el timbre cuando iba al departamento, y esperaba a que Yuuri o Victor abriesen la puerta en vez de usar la llave de emergencia. Ya en otra ocasión había mencionado que sabía en dónde se encontraba ésta, pero Yuuri nunca le había visto usarla (y, hasta donde Victor le había dicho, él tampoco había visto que el adolescente la usara para entrar al departamento). 

—¿Qué pasó? —preguntó Yuuri—. ¿Estás bien? —Y, tras considerarlo unos segundos, añadió—: ¿Dónde está Victor?

Yuri cerró la puerta detrás de sí y levantó la mirada.

—No pasó nada —respondió—. Estoy bien, y no sé, supongo que aún en la pista, con Yakov.

Tras decir eso, dejó su bolso en el piso, se quitó los zapatos y caminó hasta el sillón (acarició a Makkachin en su camino a la sala), donde se dejó caer sin ningún cuidado. Metió las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta y mantuvo la mirada en el piso, conservando también su silencio estoico. 

Yuuri se sentó a su lado y esperó a que fuera el adolescente quien empezara a hablar. A esas alturas lo conocía lo suficiente como para saber que era mejor esperar a que el muchacho decidiera hacer las cosas, pues presionarlo siempre solía tener el efecto contrario al deseado. Además, era como si Yurio estuviese poniendo en orden sus pensamientos antes de empezar a hablar.

Mientras aguardaba en silencio, Yuuri aprovechó para observarlo discretamente. Yurio lucía muy similar a otras ocasiones en las que había optado por ir con ellos hasta el departamento de Victor en vez de regresar a su casa: llevaba su ropa casual de después de entrenar (unos jeans rasgados y una sudadera con animal print) y su cabello aún estaba húmedo por la ducha que se habría dado después de entrenar. Sus mejillas seguían sonrojadas, pero su respiración se notaba más tranquila, lo cual, pensó Yuuri, era algo bueno. Aunque físicamente Yurio parecía normal, su actitud definitivamente no lo era. De entrada no se estaba quejando por el dolor de pies, algo que hacía constantemente y que tanto Victor como Yuuri pasaban por alto porque ellos sabían lo mucho que dolían los pies y las piernas después de un entrenamiento como el del chico. 

Además de lo anterior, tampoco parecía tener la intención de aprovechar cualquier oportunidad para antagonizar con los adultos que lo rodeaban. Yuri era experto en eso, después de todo. Ya fuera quejándose por las críticas de Victor, por el horario que tenía asignado para entrenar o algo tan absurdo como la elección del almuerzo o la cena, Yuri parecía tener asignada la tarea personal de quejarse por lo que fuera a todos los adultos que lo rodeaban. A excepción de su abuelo.  

Aquella tarde Yuri estaba inusualmente callado. Había, además, otro detalle importante que Yuuri no podía pasar por alto: desde que él estaba en Rusia, cuando iban al departamento de Victor después del entrenamiento del adolescente, lo hacían los tres juntos y no por ser parado. Incluso cuando Victor debía quedarse más tiempo, él y Yurio lo esperaban el tiempo que fuese necesario. Así que, lo que fuera que preocupase al chico en ese momento parecía ser lo suficientemente importante para dejar a Victor en la pista y apresurarse para llegar antes que él.

—¿Te vas a ir? —preguntó Yuri al fin, aun sin dejar levantar la mirada. 

La pregunta tomó desprevenido a Yuuri, quien sólo atinó a mirarle perplejo.

—¿Eh?

El chico levantó la vista y la fijó en Yuuri. El hecho de que no tuviera el ceño fruncido ni hubiera puesto los ojos en blanco por su reacción, encendió los siguientes focos rojos en la mente de Yuuri.

—Escuché a Yakov y a Victor hablar —continuó el muchacho, en voz más baja de lo normal— y… dijeron que quizá regresarás a Japón.

—Oh —murmuró Yuuri mientras se apoyaba en el respaldo del sillón—. Eso. 

—¿Por qué?

—Bueno, hace unos días hablaba con Victor sobre lo qué pasó con las fotografías y…

—No —le interrumpió Yuri—. ¿Por qué regresarías a Japón? ¿No eres más feliz aquí?

Yuuri no respondió de inmediato. Pensó por unos segundos en todo lo que había pasado desde que llegó a Rusia con Victor, en lo mucho que su relación había cambiado y, en especial, en cómo se sentía mucho más contento que en Japón. Incluso si pensaba en el trago amargo por lo ocurrido días atrás, todo lo que había vivido desde que Victor lo aceptó como alma gemela superaba, por mucho, la cosas negativas. Sonrió un poco. 

—Sí soy feliz aquí, Yurio —respondió. 

—¿Entonces por qué te irías? Es estúpido. ¿Es por lo del paparazzi y lo que la gente habla en internet?

Yuuri se rio nerviosamente. 

—Eso tiene un poco que ver, sí. 

—¿Por qué?

—No me siento cómodo con la idea de gente extraña tomándome fotos. 

El muchacho frunció el ceño, confundido. 

—Hay muchas fotos tuyas tomadas por gente extraña —dijo—. Están en internet.

—Lo sé, pero esas fotografías fueron tomadas durante mis competencias o en alguna entrevista, no mientras salía al súper o a pasear a Makkachin. Es incómodo.

Yurio se cruzó de brazos.  

—Supongo. Pero eso no es razón suficiente como para querer irte. 

—Hay muchas cosas que pasan por mi mente —dijo Yuuri—, y a veces no tomo las mejores decisiones, o digo cosas que, en su momento, me parecen las adecuadas. 

—Pues no deberías irte. 

Yuuri sonrió. Abrió la boca para decir que había pensado en ello y realmente no tenía intenciones de regresar a Japón por ahora, pero Yuri se le adelantó y continuó hablando, ahora con mayor volumen.

—Esto no es algo que vaya a decir más de una vez, así que pon atención —advirtió, su voz llenándose de una seriedad que Yuuri no le había visto antes—: respeto tus opiniones sobre mi trabajo y he intentado aplicar tus sugerencias, como espero que hayas notado—. Yuuri asintió—. Pues bien, he llegado a la conclusión de que es más conveniente que te quedes aquí para seguir apoyando a Victor con mi entrenamiento. Espero que esto no se te suba a la cabeza, Katsudon, pero acepto que eres bueno en esto. Aunque Victor es buen entrenador, hay cosas que él no ve y tú sí. 

—Es un gusto poder ayudar un poco en tu entrenamiento —respondió Yuuri. Ahora era su voz la que sonaba más bajita, pues se sentía realmente conmovido por las palabras del chico.

—Además —agregó Yurio—, si te vas, ¿a quién más le voy a preguntar cosas sobre las almas gemelas?

Yuuri no pudo evitarlo: sonrió mientras negaba con la cabeza. Yuri había dejado de hacer preguntas realmente incómodas desde hacía unas semanas, pero tal parecía que el muchacho aún tenía muchas más cosas qué preguntar sobre el tema. Lo bueno, pensó Katsuki, era que ya no hacía las preguntas incómodas del principio. Lo malo era que, seguramente, aún había muchas otras que aún haría porque al chico le gustaba ser así de inesperado.

—Hay mucha información que puedes leer sobre el tema —respondió, intentando zafarse un poco—. Es más, existe algo llamado bibliotecas, en las que puedes… 

El adolescente le dio un golpe con uno de los cojines del sofá, a lo que Yuuri respondió con una risa. 

—Sí sé lo que es una biblioteca —gruñó el muchacho. Después se cruzó de brazos y dejó que su cuerpo se hundiera en los cojines del sillón.

Yuuri se rio con más ganas. 

—Lo sé, lo sé, perdón. Pero bromas aparte, hay mucha hay mucha información útil en todas partes. En internet, por ejemplo—. Hizo una pausa y recordó algo—: De hecho, hay un foro internacional con respaldo de varias universidades e instituciones especializadas en el que se habla mucho de este tema y las respuestas son confiables. Los administradores y moderadores son médicos y expertos en el tema de almas gemelas.  

—No es igual —murmuró Plisetsky—. No es lo mismo que escuchar de alguien que también tiene…

Yuuri estaba casi seguro de que el chico se mordió la lengua al cerrar la boca con tanta velocidad. Se irguió un poco en el asiento y se inclinó un poco hacia Yuri, quien tenía las orejas coloradas y evitaba deliberadamente su mirada. Había escuchado mal, ¿no es cierto? Porque casi podía jurar que…

—¿Yurio? —preguntó—.  ¿Qué quieres decir con…?

—Nada. 

—Pero…

El adolescente se puso de pie de un salto y miró a todos lados menos a Yuuri. Éste lo observó en silencio y repasó mentalmente las palabras del chico. Era como si hubiese querido decir que él también tenía un alma gemela. 

Yuuri jadeó por la sorpresa. 

De pronto, comprendió que todas las veces que Yurio le había preguntado por él y Victor, por su vínculo de almas gemelas y por lo que sentía cuando compartía sus emociones con él no habían sido sólo por curiosidad. No dudaba que algunas de esas veces las preguntas fueran sólo por molestar, pero en otras era, al parecer, una curiosidad genuina. 

—C-Creo que ya es hora de que me vaya a casa —dijo el chico—, tengo muchos deberes pendientes y dije que iría a casa en cuanto terminara el entrenamiento. Mira la hora, mi mamá me va a matar. 

—Yurio… —murmuró Yuuri y se puso de pie con cuidado, apoyándose en el bastón. 

—No es necesario que me acompañes a la puerta —insistió el chico, mientras daba unos pasos hacia atrás—, sé bien dónde está. La puerta. Sé muy bien dónde está la puerta. Tú regresa al sillón y siéntate, descansa tu pierna. 

—Tienes…

—No, no tengo nada.

—¿Es por eso que hacías todas esas preguntas, Yurio?

—Nope, no vamos a tener esta conversación —agregó mientras acortaba la distancia hacia la puerta y Katsuki se acercaba a él lentamente, como lo haría con algún animal salvaje.

—Pero…

—Ni se te ocurra —gruñó el chico mientras intentaba ponerse los tenis con una sola mano y con la otra se estiraba para sujetar el asa de su bolso. 

Yuuri se aclaró la garganta. 

—¿También tienes un alma gemela, Yuri?

El chico dio un respingo al escuchar la pregunta.  

—Te dije que no vamos a tener esta conversación —gruñó entre dientes. 

—Yurio…

—No, no, no. Me niego. 

Katsuki suspiró. 

—Yuri. 

—¡Ugh! ¡Está bien! —Exclamó el chico al fin, irguiéndose y alzando ambas manos al aire—. Sí, creo que también tengo un vínculo de almas gemelas, ¿de acuerdo? ¿Era lo que querías oír?

Yuuri pensó en el interés que el adolescente tenía en lo relacionado con su vínculo de almas gemelas desde que el tema salió a relucir, estando en Hasetsu. Recordó, también, sus cambios de humor, que todo el tiempo las personas atribuían a la adolescencia y a su carácter tan especial. La idea tenía sentido, en realidad. En especial si Yuuri pensaba en los momentos en los que el chico lucía distraído o en los que en su rostro aparecía alguna sonrisa discreta, que no parecía dirigida a nadie en especial. 

Además, ¿por qué otra razón el muchacho estaría tan interesado en hacer que la relación de Yuuri y Victor funcionase? Quizá intentaba convencerse de que tener un alma gemela no sería del todo malo si dos personas que compartían el vínculo podían superar una de las peores situaciones que podían existir. 

Yuuri sonrió ligeramente, casi con ternura, al comprender que todo ese tiempo Yurio estuvo indagando sobre lo que significaba tener un alma gemela antes de atreverse a hablar sobre su propia situación. 

—¿Crees? —preguntó. 

Por un momento Yuri pareció estar a punto de ignorarlo o aprovechar el cambio en el ambiente y la distracción de Yuuri para salir corriendo del departamento. Al final, mientras un sonrojo cubría sus mejillas, volvió a quitarse el calzado y regresó al sillón. 

—No puedo comprobarlo hasta que no me encuentre con esa persona, ¿no?

—Hasta que hagas contacto visual por primera vez —explicó Yuuri—. Así es como funciona normalmente.

—Sí, lo leí —murmuró Yurio. 

—¿Desde cuándo crees que tienes un alma gemela?

Hubo un momento de silencio mientras Yuri volvía a poner en orden sus ideas. Sentado en el sillón, mientras jugaba con sus manos en un gesto de evidente nerviosismo, lucía como lo que era aún: prácticamente un niño. Yuuri evitó los comentarios, dándole tiempo antes de hablar. Él entendía, también, lo difícil que podía ser tocar el tema. 

—No sé desde cuándo exactamente —respondió Yurio al fin—. Se volvió más notorio de unos años para acá. Al principio pensé que era yo mismo, pero después de que me describiste lo que sientes cuando Victor y tú, ya sabes, tienen esa conexión mágica, psíquica o lo que sea, empecé a preguntarme si lo que me pasa no es igual. A veces siento… no sé, cómo cuando te sientes bien por lograr algo que antes te costaba mucho trabajo hacer. O siento frustración por cosas que no me han pasado a mí. 

—Y sabes que no son emociones tuyas, sino de otra persona —agregó Yuuri. El muchacho asintió. 

—Es súper raro. 

—¿Y cómo te sientes al respecto? 

Yuri se encogió de hombros.

—No lo sé.  El tema nunca me interesó mucho y no le tomé mucha importancia al principio porque han sido pocas veces las que siento sus emociones. Es extraño. Creo que mi alma gemela es una persona poco expresiva. 

—No necesariamente —dijo Yuuri—. Todos los vínculos son diferentes—. Y, cómo para dejar más claro su punto, de dio una palmada en la pierna. El chico siguió el movimiento con la mirada. 

—El vínculo que tienes con Victor hizo eso —dijo con un hilo de voz—. No te ofendas, pero no quiero que el mío me haga lo mismo. 

Yuuri sonrió. 

—No me ofendo. Y no te preocupes, creo que difícilmente les pasaría lo mismo que a nosotros. Ya te dije: cada vínculo es diferente, y cada relación entre almas gemelas es diferente. Dices que no sabes bien cómo te sientes respecto a la idea de tener un alma gemela, y eso está bien. Es mucho por comprender y nadie espera que tengas una respuesta justo ahora. Quizá la verdadera pregunta es si quieres conocer a esa persona algún día o no. 

Yurio suspiró.

—Creo que… ¿sí? Tengo curiosidad por saber qué tipo de persona es. 

—Bueno, ese es un punto de partida importante. Habrá mucho que hablar cuando al fin le conozcas y decidir qué tipo de relación quieren tener, pero no creo que debas preocuparte por eso ahora. 

El chico se movió en el asiento para encararlo una vez más. 

—¿Qué quieres decir con decidir el tipo de relación que queremos tener? 

—Hmm. Bueno, no todas las almas gemelas deben tener una relación romántica. 

—¿Ah? ¿No? 

—No. Hay muchos casos documentados de almas gemelas que se mantienen relaciones de amistad. O casos de personas que encuentran a su alma gemela muchos años después de haber formado una familia con alguien más. Es todo muy complejo como para querer encerrarlo en la única idea de que es obligatorio ser la pareja romántica de tu alma gemela. 

—Espera, ¿qué tipo de relación tienen Victor y tú entonces? 

Yuuri se rio con nerviosismo. Podía sentir su rostro caliente, así que estaba completamente seguro de se había  sonrojado hasta la raíz del cabello.  

—Ah. Pues romántica. Creo. 

Yurio levantó una ceja y lo miró con burla. 

—Hm. Crees. 

—Es complicado. 

Yurio entornó la mirada. 

—Jamás lo habría imaginado. En fin. No necesito que me cuentes lo que pasa contigo y con Victor. Es más, prefiero no enterarme. Me basta con saber que ninguno de los dos está siendo un bobo que arruinará lo que han logrado en estos días. Es decir, no creas que no iría de regreso a Japón para traerte otra vez una vez. Justo ahora no podría, por el entrenamiento y eso, pero no creas que no iría directo a Japón terminando la temporada de patinaje. 

Yuuri no dijo nada. ¿Qué podía responder cuando el comentario del chico significaba que lo ponía casi al nivel de sus propias ambiciones? Yuuri sabía que Yurio le tenía cierta estima, pero esto era más de lo que habría esperado en un principio. 

—Sé que no tenías planes de decirlo aún —continuó—, pero sabes que puedes hablar conmigo si tienes dudas sobre esto, ¿de acuerdo? Yo no soy ningún experto, pero a mí me habría gustado conocer a alguien que también tiene un vínculo mucho antes de encontrarme con mi alma gemela. 

—Hm. No esperes mucho de eso, Katsudon.

—Está bien. 

Yuri asintió. 

—Bien. Sí tengo dudas, te preguntaré—. Hizo una pausa antes de agregar—: ¿Crees que deba decirle a Victor?

—Sólo si de verdad quieres decirle, Yuuri. Es información que sólo tú puedes decidir a quién compartir, si es que decides hacerlo público.

El chico meditó un momento sobre la situación. 

—¿Puedes decirle tú? —preguntó sin mirarlo. Yuuri parpadeó un par de veces, sorprendido.

—Si es lo que quieres.

—Sí. Hazlo tú. Yo prefiero no tener que repetir esta conversación, aún no me acostumbro a decirlo en voz alta. Y Victor se va a poner raro cuando sepa, ya lo conozco.

Yuuri asintió.

—Hablando de Victor… ¿Qué pasó en la pista como para que los dejaras allá? —preguntó, cambiando el tema deliberadamente. 

Yuri volvió a hundirse en el sillón, con los brazos cruzados y desvió la mirada otra vez. 

—Quizá escuché a escondidas su conversación con Yakov y me descubrieron porque le reclamé por, otra vez, ser el culpable de que te alejes de él. Y quizá no quise quedarme para que me regañaran. Nada que no se les olvide para mañana. 

Yuuri optó por guardarse para sí mismo cualquier comentario que pudiera decir al respecto y se acomodó mejor en el sillón también. Los dos se quedaron en silencio por un rato, hasta que Yuri mencionó que no era mentira que tenía deberes pendientes y que lo mejor sería regresar a casa antes de que su madre dijera algo. 

—Yuuri —murmuró el muchacho cuando estuvo listo para irse. 

—¿Hm?

—No te vayas. 

Yuuri sonrió mientras ponía una mano en el hombro del adolescente. 

—No te preocupes, no me voy a ir.


—Así que tiene un alma gemela —murmuró Victor.

—Es lo que él cree —respondió Yuuri mientras se acercaba para sentarse junto a él en el sillón. Hacía rato que Victor había regresado a casa y justo habían terminado de cenar y limpiar la cocina—. Si me lo preguntas, creo que sí tiene una.

Victor asintió.

—Eso explicaría algunas cosas sobre él —dijo—, y explicaría también por qué su insistencia en juntarnos.

Yuuri rio por lo bajo.

—Eso es justo lo que pensé. Tiene sentido, ¿no? Somos las únicas personas a quienes conoce que tienen un alma gemela, supongo que quiso demostrarse que no es imposible encontrar la felicidad con esa persona que está destinada para ti.

Victor se apoyó en el respaldo del sillón y ladeó el rostro para poder ver a Yuuri. Permaneció así por varios segundos, en silencio. Yuuri le sostuvo la mirada.

—¿Pasa algo?

Victor se encogió de hombros sin cambiar su posición.

—Sólo pensaba en lo afortunado que soy por haberte conocido.

Yuuri sonrió. Imitó a Victor y se recargó bien en el sillón, mirando en dirección del otro, a sólo unos centímetros de distancia. Mientras lo observaba, pensó en que la relación de ambos realmente había cambiado desde que comenzaron a vivir juntos: en vez de sentirse extraño, incómodo casi, con un comentario así, sólo sintió un calorcito extenderse por todo su cuerpo.

—Somos muy afortunados —murmuró y sonrió un poco—. A pesar de todo.

—A pesar de todo —repitió Victor.

Volvieron a quedarse en silencio. Yuuri vio el momento exacto en el que la mirada de Victor pasaba de sus ojos a sus labios y de regreso a sus ojos, y supo lo que estaba por ocurrir. Victor esperó un momento, quizá para darle tiempo a que se alejara por voluntad propia. Yuuri no se alejó. En vez de eso, acercó su rostro al de Victor, hasta que pudo sentir su respiración, y cerró los ojos.

Fue un primer beso tentativo, más un mero roce de labios, hasta que Victor cambió un poco su posición en el sillón para tener más apoyo. Duró sólo unos segundos y, al separarse, Yuuri agachó el rostro. No lo hizo para esconder su sonrojo, sino para disimular un poco la sonrisa boba que apareció en su rostro. Victor besó su frente antes de rodearlo con un brazo para que pudiera descansar en él.

Se quedaron en esa posición durante varios minutos, sin decir nada con palabras pero sí con sus emociones, que pasaban de uno a otro a través del vínculo que compartían. Por primera vez en todos esos días, Yuuri sintió como si todo en él se pusiera en orden, como si algo dentro de sí hiciera clic al fin. Cerró los ojos y se concentró en lo que sentía en ese momento, en esas emociones que se mezclaban hasta que no sabía cuáles eran de él y cuáles de Victor, porque las compartían todas: felicidad, confianza, agradecimiento, aceptación, esperanza, y, entre todas ellas, algo que Yuuri identificó como amor.

—Esto es nuevo —murmuró Victor. Yuuri asintió—. ¿Te desagrada?

—Sabes que no.

—A mí tampoco.

—Lo sé.

Otro momento de silencio.

—El otro día hablé con Yuri sobre algunas cosas —dijo Victor al fin—, y estuve pensando, ¿qué dices de coreografiar su programa libre?

Apenas las palabras salieron de su boca, Yuuri se incorporó y lo miró con sorpresa.

—¿Qué? ¿Por qué yo?

—¿No te gustaría hacerlo? —preguntó Victor mientras se acomodaba para poder verlo frente a frente.

—Yo… no sé. Es decir, sí, me gustaría, pero… ¿no crees que sería inapropiado?

—¿Por qué sería inapropiado?

—Pues porque soy yo —murmuró Yuuri—. Llevo retirado del patinaje tres años.

—Yo también.

—Pero eres entrenador.

—Y tú tienes esa sensibilidad artística que te ha permitido guiar a Yuri en su entrenamiento. Y te escucha más de lo que me escucha a mí —bromeó—. Es decir, a ti fue a quien le dijo que tenía un alma gemela.

—En realidad se le escapó decirlo.

—El punto es —continuó Victor—, que serías perfecto para ello. Y Yura está de acuerdo conmigo, aunque no vaya a admitirlo porque ya sabes cómo es. Además, nadie dice que tienes que ser patinador activo para poder coreografiar la rutina de alguien más. Y seguro tienes ideas, tomaste muchos cursos de danza y baile, tú mismo lo dijiste. Es una idea —agregó mientras tomaba la mano de Yuuri y la acariciaba con los pulgares—. Piénsalo.

Yuuri asintió.

—Si aceptas, estoy seguro de que harás algo hermoso.

Yuuri volvió a asentir.

—Está bien, lo voy a pensar.

Victor sonrió.

—Yo también estuve pensando en algo —agregó Yuuri—. En lo que hablamos el otro día. De todo lo que hablamos el otro día: de la terapia y de los paparazzi y… todo.

—¿Y qué pensaste? —preguntó Victor.

—Sobre lo primero, que quiero buscar ayuda.

—Encontraremos a alguien —asintió Victor—. Sólo recuerda que no debes sentirte obligado a hacerlo, esto sólo funciona si realmente quieres hacerlo tú, porque crees que te servirá.

—Creo que me ayudará mucho, Victor, y quiero intentar.

—Está bien.

—Y sobre las fotos y las noticias que circulan en internet —continuó Yuuri—, creo que tengo una idea, aunque no sé si será del todo buena.

—No lo sabremos hasta que no lo hagamos —respondió Victor—. ¿Qué idea tienes en mente?

Y Yuuri le contó.


Yuri despertó cuando el sonido de lo que parecían ser miles de notificaciones llegaron a su móvil a eso de las siete de la mañana. Maldijo entre dientes. Era domingo, el único día en el que su entrenamiento empezaba hasta tarde, y justo cuando podía dormir un poco más, ahí estaban las malditas notificaciones del celular. Enfurruñado, tomó el aparato, dispuesto a apagarlo por las próximas tres horas, cuando vio que todo se debía a menciones en sus redes sociales.

Intrigado, abrió la aplicación que más notas tenía y deslizó el pulgar por la pantalla hasta dar con el origen de todo. Cuando lo encontró, soltó una carcajada y se dejó caer en la cama otra vez, con el celular en la mano.

—Esos dos —murmuró.

Se acomodó lo mejor que pudo y releyó el primer tweet en el que lo etiquetaron, y que desató la ola de notificaciones y menciones que no paraban de llegar, porque había miles de personas compartiendo y citando la información, sin borrar su nombre de usuario. Típico.

#VictorNikiforov revela a su alma gemela

El ex patinador @v-nikiforov y actual entrenador de la estrella del patinaje artístico @yuri-plisetsky habla en exclusiva sobre su alma gemela: el también ex patinador #YuuriKatsuki link.ru/2VY2529L

Tocó el enlace que aparecía debajo para poder leer la nota completa. Ya estaba despierto, ¿no? Lo mejor sería aprovechar el tiempo, porque este chisme se veía que estaba genial.

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Publicado por cydalima10

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