Victor no esperaba volver a ver a Yuuri después de su segundo encuentro, no esperaba vivir en el mismo lugar que él y, definitivamente, no esperaba ocupar su habitación, aunque fuera de forma temporal.
Después de una larga discusión con Yuri y tras comprender que su pupilo no tenía la mínima intención de regresar a Rusia, Victor decidió quedarse en Hasetsu por unos días más. Pudo haberse negado, en realidad, optar por dejar a Yuri a su suerte y enfrentar una posible situación legal en Rusia (como Yuri lo había dicho, él era su adulto responsable y todo lo que le ocurriera estando bajo su cuidado, tenía una consecuencia directa sobre él) pero, en vez de eso, se encontró frente a la recepción del hotel, solicitando una habitación.
—Nuestras habitaciones son de estilo tradicional —dijo la chica frente a él.
Victor abrió la boca para preguntar qué tenía eso de importante, cuando alguien se adelantó a responder.
—Puede quedarse en la mía.
Yuuri se encontraba a unos metros de él. Evitaba la mirada de Victor, así como había ocurrido en el breve encuentro un par de horas atrás. Victor aprovechó para observarlo con más detenimiento. Yuuri lucía cansado, tenía ojeras. Su cuerpo entero denotaba tensión, como si estuviera a punto de salir corriendo en cualquier instante. Notó que sujetaba su bastón con fuerza. Entonces, sin que fuera del todo extraño, sintió un hueco en el estómago y un temblor lo recorrió de pies a cabeza. Yuuri estaba nervioso. Había, además, otra emoción que Victor no supo definir, pero que le provocaba una sensación de incomodidad. Era obvio que Yuuri no quería estar ahí. También era obvio que habría preferido que Victor se hubiera ido ya.
Su escrutinio duró apenas un segundo, pero fue como si pasaran años en ese instante en el que sintió las emociones de su alma gemela. Era extraño, pensó, estar frente a Yuuri y poder percibir sus emociones teniéndolo a unos pasos y no a kilómetros de distancia. Vio que Yuuri daba un respingo y lo miraba de reojo antes de regresar la vista a la chica en el escritorio de la recepción, y se preguntó si estaba proyectando sus propias emociones.
—Eso no es necesario —dijo al fin, incómodo. Sólo en ese momento, Yuuri lo miró de frente.
—El resto de las habitaciones tienen futón —respondió con más firmeza de la que Victor habría esperado, a juzgar por las emociones que llegaban a él a través del vínculo—. Está a nivel del piso y es, ya sabes, un poco complicado recostarse y ponerse de pie después.
Victor comprendió lo que Yuuri quería decir. Para alguien con un problema como el de ellos, hacer ciertos movimientos era complicado. Asintió en silencio y observó sin hacer más comentarios mientras los dos hermanos intercambiaban palabras frente a él en un rápido japonés.
Y ahí se encontraba ahora, en la habitación de Yuuri, después de que éste lo guiara hasta ahí y se tomara un par de minutos para, en silencio, llevarse algunas cosas esenciales. Después, simplemente había hecho otra de sus reverencias y se había alejado a quién sabe dónde. Por un momento Victor sintió que debió ser más firme en su negativa de aceptar aquella habitación, pero mentiría si dijera que, pese a todo, no sentía curiosidad por aquel joven que era su alma gemela.
Estaba siendo hipócrita y lo sabía.
Victor observó a su alrededor. Aquella era mucho más pequeña que su habitación en Rusia y la decoración, más bien austera. En una de las paredes logró percibir marcas de cinta adhesiva, como si algo hubiera estado ahí. Se imaginó a un Yuuri adolescente en aquella habitación, decorándola con pósters de sus artistas favoritos. Se preguntó cuántas de las emociones compartidas durante sus respectivas adolescencias habían provenido desde aquella habitación.
Caminó con cuidado hasta la cama y se sentó en ella. A pesar de encontrarse en la habitación de otra persona, había algo ahí que le era extrañamente reconfortante. Supuso que tenía que ver con el asunto de las almas gemelas y quiso restarle importancia, pero todo a su alrededor —la cama, los muebles, las fotografías, el aroma— era Yuuri Katsuki y sabía que, tarde o temprano, sería imposible ignorar el vínculo que los unía tan profundamente.
Muchas personas hablaban del vínculo de almas gemelas como algo predestinado, como si, en algún lugar, existiera alguien o algo que guiara las vidas de las dos —o más— personas involucradas. Y por extraño que pareciera, por invasiva que fuera la idea de alguien decidiendo la vida de los demás, con todo lo que ocurría Victor no estaba seguro de que aquella idea fuera del todo descabellada. Si tenía que ser sincero, lo cierto era que no estaba realmente sorprendido por cómo había resultado todo: si algo le había enseñado la vida era que lo imposible ocurría con más frecuencia de lo que él mismo pensaba. Así que ahora estaba nuevamente en aquel hotel en Hasetsu, a unos metros de su pupilo y bajo el mismo techo que el de su alma gemela… y en su habitación.
Victor comenzó a sospechar que tenía un alma gemela cuando tenía dieciséis años. A pesar de que ya era más de una década desde entonces, aún recordaba la primera vez que sintió que, posiblemente, era una de las pocas personas en el mundo que poseían un vínculo de ese tipo. Fue después de su última competencia en la categoría junior. Recordaba la euforia del momento, la satisfacción de saber que había hecho un trabajo muchísimo mejor de lo que él mismo esperaba y, de pronto, como si fuera una explosión en su interior, un golpe de sorpresa y admiración que no venía de sí mismo, sino de alguien más.
Después de aquella primera vez las emociones ajenas tardaron en aparecer nuevamente. De hecho, llegó un momento en el que pensó que lo ocurrido en esa competencia había sido producto de su imaginación. Unos años después, mientras se encontraba en el departamento que recién había comprado en San Petersburgo, sintió una adrenalina similar a la que lo llenaba justo antes de una competencia. El hecho de encontrarse en casa, descansando, y no a punto de salir a patinar, fue la confirmación que necesitaba. Emociones así no llegaban de la nada y la única razón lógica para experimentar aquello era la existencia de una alma gemela.
Saber que existía alguien en el mundo destinado a ser su complemento perfecto parecía algo salido de alguna novela romántica y aquello le ponía extrañamente feliz. Hasta entonces, Victor tenía una idea neutral sobre la existencia de las almas gemelas. No estaba en contra de ellas, como ocurría con muchas personas que aseguraban que amar a otros debía ser una decisión y no una apuesta del destino. Sin embargo, tras convencerse de que él formaba parte de la minoría a nivel mundial que poseía un vínculo así, comenzó a pensar que era la persona más afortunada del planeta.
A partir de entonces esperó con ansias el día en el que conocería a su alma gemela, mientras una añoranza por una persona que no había conocido jamás, pero que existía en algún lugar, le acompañaba la mayor parte del tiempo. No importaba que el intercambio de emociones sólo hubiera ocurrido un par de veces más desde la primera ocasión, porque Victor sabía que, eventualmente, el vínculo que le unía a su alma gemela se haría más fuerte hasta el momento en el que se conocieran.
Una vez ocurrido su accidente, nada volvió a ser igual.
Uno de los recuerdos que conservaba sobre los días que pasó hospitalizado fue despertar de golpe en una ocasión sintiendo un terror que no había sentido antes. Fue a las pocas horas de que él mismo había despertado tras la primera de muchas cirugías, después de que los médicos dijeran que todo indicaba que, con terapia, era probable que pudiera recuperar suficiente movilidad para caminar, pero que regresar al patinaje sería prácticamente imposible.
Victor suspiró. Aquel lugar hacía que los recuerdos que se había empeñado en mantener bien guardados regresaran de golpe. Resignado a que ésa sería su vida por unos días más, tomó una de las fotografías que se encontraban en la mesa de noche. En ella, Yuuri se encontraba junto a Phichit Chulanont. Lucía más joven y sonreía mientras un leve sonrojo cubría sus mejillas. La fotografía había sido tomada frente a un edificio y Victor lograba ver un jardín de fondo. Después de repasar los detalles en la foto, regresó su atención al Yuuri más joven y evidentemente más feliz, que sonreía en aquella imagen. Pensó en el Yuuri de ahora, quien lucía una tristeza perenne en la mirada y que irradiaba una tristeza que, seguramente, no sólo era visible para él por el hecho de poder sentirla. Observó su rostro carente de ojeras, su sonrisa y su sonrojo. Sintió que se le estrujaba el corazón y dejó la fotografía en su lugar.
Recordó la noche en la que vio a Yuuri por primera vez. Sólo bastó un intercambio de miradas para que Victor comprendiera a qué se referían todos aquellos libros que hablaban sobre almas gemelas. Sintió un escalofrío recorrerle de pies a cabeza cuando sus ojos se encontraron. Todo alrededor pareció desaparecer mientras algo en su interior, un instinto que no había estado ahí antes, le decía que aquel joven frente a él era la persona por la que había esperado durante años.
Y aquel día que tendría que haber sido uno de los mejores en su vida, el comienzo de su felicidad, se había convertido en un momento agridulce cuando Yuuri dio el primer paso y Victor notó el bastón en el que se apoyaba para caminar. No fue difícil atar cabos: Yuuri sujetaba el bastón con la misma mano con la que él lo hacía y su cojera, si bien un poco más acentuada, también era similar a la suya. Con sólo una mirada, Victor comprendió por qué las emociones de su alma gemela habían cambiado drásticamente en los últimos años. Comprendió la tristeza y la melancolía y, en especial, entendió por qué la frustración proveniente de su alma gemela se sentía tan similar a la suya que, en ocasiones, no sabía si era él quien enviaba o quien recibía aquella emoción.
La culpa llegó de golpe. Por eso había continuado con su camino después de ver a Yuuri a los ojos por primera vez, a pesar de saber que era su alma gemela. Y por eso, también, había buscado en todas partes hasta que, finalmente, descubrió quién era el joven que caminaba junto a Phichit Chulanont y Celestino Cialdini, sólo para encararlo y decirle lo que él mismo sabía: no merecía tenerlo como alma gemela.
Victor presentía que aquella decisión se convertiría en uno de los errores más grandes de su vida. Pero saber que, por su culpa, Yuuri se había visto obligado a abandonar su vida en el patinaje artístico, era demasiado para él. Era egoísta alejarse por eso y lo sabía. También era consciente de que era injusto de su parte. No obstante, por ahora y hasta antes de salir en busca de Yura, era mucho más fácil intentar no pensar en ello y continuar con su vida cotidiana, yendo a su trabajo, entrenando a los jóvenes que superarían todas las metas que él había alcanzado con el tiempo que tuvo.
La mayor parte del tiempo podía identificar cuándo las emociones eran de Yuuri y cuándo eran suyas y ahora, aunque quisiera convencerse de lo contrario, la añoranza por un hombre a quien sólo había visto tres veces era una emoción cien por ciento de él y de nadie más.
Por lo general, trabajar con Yura era un reto al que Victor se enfrentaba día con día sin sentir que fuera particularmente molesto. Pasar tiempo con él y con el resto del equipo ruso, a quienes supervisaba de vez en cuando también, le hacían sentir útil pese a su lesión. Darle un uso a su conocimiento y experiencia a través de la guía y enseñanza que proporcionaba a otros patinadores tenía sus propias satisfacciones. No era lo mismo y aún sentía que el destino había sido bastante injusto con él, pero Victor había encontrado en ser entrenador una calma que no habría conseguido de otra manera.
En Rusia, los miembros del equipo solían buscarlo para preguntarle muchas cosas sobre sus rutinas y Victor sabía que su trabajo como entrenador era reconocido a nivel internacional también. Incluso Yuri, con todo y sus problemas de actitud, parecía estar realmente orgulloso de que su entrenador fuera él.
Entrenar con Yura en el Ice Castle no era del todo diferente a hacerlo en Rusia. Era cierto que aquella pista no era como aquélla en la que Yuri entrenaba en Rusia y que se notaban ciertas carencias propias de un espacio que estaba pensado más para la diversión que para el deporte a nivel profesional, pero Victor comprendía que, mientras su estancia en Hasetsu no fuera demasiado larga, entrenar en aquella pista no tenía por qué ser un inconveniente.
Escuchó algunas voces detrás de él y volteó de reojo. Yuuko Nishigori hablaba con sus tres hijas, quienes parecían divididas entre escuchar a su madre y levantarse de puntitas para intentar ver hacia la pista, donde Yuri llevaba ya una hora practicando. Al notar que Victor las observaba, las tres regresaron su atención a su madre, quien suspiró. Cuando Yuuko miró a Victor, éste pudo notar un sonrojo en el rostro de la joven, quien murmuró un “disculpa”. Después, sin decir más, arrastró a las trillizas hasta el almacén.
Victor les había conocido un par de días atrás, cuando Yuri lo llevó hasta aquella pista y le mencionó que aquella era su pista de entrenamiento desde días atrás.
—Katsudon me habló de este lugar —dijo el muchacho en aquella ocasión—. Tuve que hablar con el esposo de Yuuko yo solo porque él no quiso entrar conmigo. Fue un desastre. Gestos y señas hasta que Yuuko llegó y llegamos a un acuerdo.
Victor quiso preguntar si había ocurrido algo en especial para provocar que Yuuri no quisiera entrar al Ice Castle junto a él, pero decidió no hacer comentarios al respecto. Al final de cuentas y después de todo lo que había pasado, ¿quién era él para preguntar sobre Yuuri? Quizá era mejor mientras se mantuviera al margen lo más que se pudiera, dejar que pasaran los días en aquel lugar y regresar a Rusia a intentar poner en orden su propia vida, alma gemela o no.
—¡Oye! —exclamó Yuri. Victor dio un respingo y volteó hacia su pupilo, quien se acercaba hasta él. Tenía el ceño fruncido.
—¿Sí?
—¿Hasta cuándo tengo que hacer los ejercicios básicos? —preguntó evidente fastidio—. Es lo mismo que me ponías a hacer en Rusia hasta antes…
—Hasta antes de decidir que querías venir a Japón a turistear.
Desde la orilla de la pista, Victor se cruzó de brazos, levantó una ceja y miró a su pupilo con severidad.
—Y, como castigo, no harás otra cosa hasta que yo te lo indique.
Yuri le sostuvo la mirada por unos segundos antes de dar media vuelta, murmurando por lo bajo, y continuar con su entrenamiento de aquella mañana. Victor sonrió un poco. Era agradable que Yuri no armara un alboroto para variar. Suponía que era porque, a pesar de todo, el chico sabía que las concesiones de Victor respecto a su actitud no serían eternas y que pisaba terreno peligroso desde que su entrenador llegó a Hasetsu.
Si era sincero, a Victor no le sorprendía del todo el plan de Yuri para obligarlo a viajar a Japón. Conocía a Yuri Plisetsky desde hacía suficiente tiempo como para comprender que, si en algo era experto el muchacho, era en hacer lo inesperado, en especial cuando se trataba de salirse con la suya. Todos los días eran una sorpresa con Yuri. A veces Victor pensaba que, al ser el entrenador de aquel chico, estaba pagando un poco por todo aquello que había hecho a su misma edad. Yakov pensaba igual.
De hecho, tanta calma por parte de Yuri había sido sospechosa mientras seguían en Rusia y quizá había sido culpa suya no percatarse de que el chico tramaba algo.
Después de su regreso del World Team Trophy, su vida se había vuelto complicada y eso también se había reflejado en su comportamiento diario. Las emociones de Yuuri llegaban a él con tanta fuerza y frecuencia, que se distraía con facilidad. Victor era consciente de su actitud taciturna, pero incluso él se dio cuenta de que su forma de actuar ante los demás había cambiado desde que visitó Hasetsu por primera vez.
Aquellas fueron un par de semanas extrañas, por decir lo menos. Durante el día no era tan complicado pensar en Yuuri, pero por las noches, su tarea autoimpuesta de ignorar que tenía una alma gemela se veía interrumpida por los recuerdos y el constante fluctuar de emociones entre ambos. Las noches eran demasiado cortas y había algunas de ellas durante las cuales el sueño lo abandonaba por completo, dejándolo a merced de sus pensamientos. El hecho de que el intercambio de emociones fuera inconsciente e incontrolable tampoco ayudaba. No pasó mucho tiempo para que todo comenzara a reflejarse en su vida cotidiana y que su falta de atención se volviera del interés de las personas que le rodeaban.
—Luces cansado, Vitya.
Victor miró a Yakov por el rabillo del ojo. Ambos se encontraban en una de las orillas de la pista en la que el equipo ruso entrenaba todos los días, atentos a sus propios pupilos. En el hielo, Georgi realizaba algunos saltos con más dramatismo del necesario; Mila y otras chicas tomaban un breve descanso y Yuri se encontraba a mitad de uno de los ejercicios que Victor le había programado para aquel día. Tal y como lo había previsto, el chico tenía el ceño fruncido y el fastidio era evidente en su rostro y en su lenguaje corporal.
—No he dormido bien últimamente —respondió sin dirigirse del todo a su colega. Yakov gruñó un poco.
Victor le miró entonces. Aunque Yakov se mantenía con la mirada fija al frente y los brazos cruzados, podía reconocer en su expresión al mismo entrenador que había pasado varios días en el hospital después de su accidente. Su relación con Yakov nunca había sido mala, aunque Victor era consciente de que, en su adolescencia y primeros años de adultez, le había provocado más dolores de cabeza que cualquier otro pupilo. Si bien la personalidad de Yakov tendía más hacia mantener su propio espacio y ser más reservado, era evidente que entre ambos había un respeto mutuo y aprecio por los años que tenían de conocerse.
Victor se sintió algo conmovido por la evidente preocupación de Yakov.
—¿Es por tu pierna? —preguntó este último.
Victor bajó la mirada y la posó en su bastón. En cierto sentido su falta de sueño sí era por lo de su pierna, o al menos estaba relacionado con ello, pero no quería hablar de aquel tema. En realidad, hablar de almas gemelas no era una conversación cotidiana después de la adolescencia, cuando la novedad del tema y la expectativa por saber si sería uno de los afortunados en encontrar a su persona ideal se perdía poco a poco, hasta desaparecer del todo. Además, la única persona que sabía del alto índice de probabilidad de que tuviera un alma gemela se encontraba al otro lado de Europa, y ni siquiera a él le había hablado aún sobre lo ocurrido en Japón.
—No realmente —respondió—. Sólo he tenido muchas cosas en las cuales pensar.
—Cosas buenas, espero.
—Supongo que eso depende de la forma como lo veas.
Yakov asintió en silencio. Aceptó aquella respuesta sin insistir más y, conservando su actitud estoica, simplemente le dio un par de palmadas en un hombro y se alejó, llamando a Georgi con un grito que reverberó en las paredes de la construcción. Victor sonrió un poco, divertido por la reacción de Popovich y la de las chicas (excepto Mila, porque ella parecía ser inmune al mal humor de los demás), quienes dieron por terminado su momento de descanso para continuar con su entrenamiento. Yakov era un hombre duro y su actitud aterraba a mucha gente, pero Victor sabía que, en realidad, tenía un lado sensible del que pocas personas eran conscientes.
Regresó la mirada a la pista. Victor observó a Yuri mientras éste realizaba los ejercicios que le había indicado al comienzo del entrenamiento. Sabía que al chico no le agradaba del todo cuando en su entrenamiento incluía algunos de los ejercicios básicos que más bien eran para principiantes, pero Victor (y Yakov, en una de esas pocas cosas en las que estaban de acuerdo cuando se trataba de métodos de enseñanza) consideraba que cuando se está tan cerca de la cima, a veces es bueno recordar en dónde comenzó todo. Así las caídas duelen menos.
Después de unos minutos, Yuri se detuvo y, con una mirada decidida, se acercó hasta la orilla en la que se encontraba Victor.
—No quiero hacer esos estúpidos ejercicios —dijo el chico apenas llegó frente a su entrenador.
—Aún te quedan unos cuantos —respondió Victor. Yuri frunció el ceño, se cruzó de brazos y lo miró con fiereza.
—Puedo negarme a hacerlos, ¿no?
—Puedes —asintió Victor—, pero no creo que debas—. Después de agregar eso último hizo una seña con su cabeza y Yuri miró sobre su hombro. Del otro lado de la pista, Yakov le observaba con el ceño fruncido.
Yuri volvió la cabeza rápidamente y sólo murmuró una maldición por lo bajo. Victor sonrió. Sabía que Yuri tenía una actitud problemática, pero el chico respetaba a ciertas personas y una de ellas era Yakov Feltsman. Incluso si Victor a veces ponía en duda el respeto que el adolescente decía tenerle a él, sabía que en el caso de Yakov era algo incuestionable. Y si bien era Victor el principal encargado del entrenamiento de Plisetsky, Yakov tenía autoridad moral sobre el chico. Yuri aún no se notaba muy contento, pero Victor lo dejó estar. Sabía que, eventualmente, continuaría con los ejercicios.
Frunció el ceño un poco cuando una emoción que no era suya llegó de repente. Fue algo breve pero fácil de reconocer: frustración. De manera inconsciente, sujetó su bastón con fuerza, no porque fuera la primera vez que algo así ocurría, sino porque entendía perfectamente aquella emoción y a la persona a la que pertenecía. Yuuri Katsuki estaba lleno de emociones y éstas continuaban llegando a Victor cuando éste menos se lo esperaba.
Aunque Victor había hecho el esfuerzo por no pensar demasiado en él y había procurado estar más ocupado de lo acostumbrado desde su regreso a Rusia, Yuuri siempre lograba colarse en sus pensamientos. Quizá aquello ocurría con todas las almas gemelas, pero Victor suponía que no en todos los casos la conexión dejaba una sensación más bien agridulce. Si Victor mismo no supiera que controlar el flujo de emociones era inevitable, posiblemente habría creído que, al otro lado del mundo, Yuuri jugaba con sus emociones a propósito.
Una parte suya, aquella que solía ignorar cuando más le convenía, le susurró que él era el que había jugado primero con las emociones de Yuuri.
Sin poder evitarlo, se encontró pensando en el encuentro con Yuuri semanas atrás. Después de su accidente no estaba seguro de querer encontrarse con su alma gemela, pues pensaba que el Victor Nikiforov actual no era la mejor versión de sí mismo. Al menos, no era el Victor Nikiforov que quería presentarle a su alma gemela. En realidad, encontrar a aquella persona, como ocurría la mayor parte del tiempo, había sido una jugada muy bien hecha por parte del destino, que había camuflado todo como si fuera una simple coincidencia.
—Oye, estás distraído. ¿En qué piensas? —preguntó Yuri—. Espero que sea en la coreografía para mi rutina de la próxima temporada.
Victor dio un respingo y volteó a ver al chico, quien aún se encontraba a unos pasos de él y le miraba con curiosidad.
—En nada importante —respondió y, por alguna razón, aquellas palabras se sintieron como arena en su boca.
—Ya —ironizó el chico—. Voy a fingir por dos segundos que te creo.
—La gente educada normalmente haría eso.
Por toda respuesta, Yuri entornó la mirada. No dijo más. Simplemente se cruzó de brazos y miró a Victor, expectante, dispuesto a no moverse de ahí hasta obtener las respuestas que buscaba. Victor lo conocía lo suficiente para saber que quitárselo de encima sería un poco complicado. Podría negarse a caer en el juego de Yuri. En realidad, estaba en todo su derecho de negarse a caer en el juego de Yuri y prohibirle husmear en los asuntos de su vida privada. A pesar de ello, por alguna razón, aquel día sintió que era necesario compartir con él un poco de lo que le ocurría.
—Fue algo que pasó con alguien —dijo; después suspiró—, pero no importa ya.
—Pues yo creo que sí es importante —espetó Yuri mientras le miraba de arriba abajo—, en especial si consideramos lo patético que te ves ahora mismo.
Victor sonrió con amargura. Yuri tenía una forma muy directa para decir lo que pensaba, sin medir las consecuencias de sus palabras; y aunque usualmente Victor no se tomaba muy en serio sus comentarios, en aquella ocasión las palabras del adolescente le llegaron con más fuerza de la esperada.
—Supongo que tienes razón.
Yuri entornó la mirada y se recargó en la orilla de la pista, de forma que podía mantener su conversación con Victor sin mirarlo directamente. Lucía completamente desinteresado. Si Victor no lo conociera quizá le habría creído, pero conocía a Yuri desde tiempo atrás, y entendía su actitud: fingía que no le interesaban las razones de Victor cuando, en realidad, estaba ansioso por saber qué era lo que ocurría. Posiblemente también se había dado cuenta del efecto de sus palabras, pero era demasiado orgulloso y no ofrecería una disculpa jamás. Victor sonrió un poco para sí. Yuri debió notarlo porque frunció el ceño y arrugó la nariz antes de preguntar:
—¿Y? ¿Quién es esa persona?
—Yuuri.
—No juegues conmigo, anciano.
—No, se llama casi como tú. Yuuri. Yuuri Katsuki.
—¿Quién?
—Es japonés —agregó Victor—. Nos conocimos después del World Team Trophy.
Eso pareció llamar la atención de Yuri, pues volvió a dirigir su mirada hacia Victor.
—¿Patina?
—No —respondió Victor, cortante—. Suficiente descanso, tienes una serie de ejercicios que repetir.
—¡Son ejercicios básicos! —exclamó Yuri, olvidando por completo su interés en la otra parte de la conversación.
Victor sonrió un poco.
—A veces tienes que regresar a lo básico —dijo—, en especial si quieres perfeccionar tus movimientos.
Yuri frunció el ceño.
—Mis movimientos ya son perfectos —murmuró. Pese a su enfado, se alejó por la pista y comenzó a hacer la serie de ejercicios que Victor le indicó.
Aunque la pista era diferente, entre los recuerdos y ver a Yuri realizar sus ejercicios, por un momento Victor sintió como si estuviera en Rusia y no en Japón. El murmullo detrás de él, no obstante, era algo que volvía evidente el hecho de no estar en su pista usual. A unos metros de donde se encontraba, las trillizas de la familia Nishigori murmuraban y aparentaban no estar tomando fotografías.
Victor suspiró. La primera vez que entró en Ice Castle se encontró con que Yuri ya tenía su propio club de fans y tuvo que pedirles a los padres de las tres pequeñas que hicieran lo posible por evitar que fuera demasiada la información que se filtrara sobre Yuri, él y su estancia en Hasetsu. Hasta ahora, un par de fotografías flotaban en la red, pero ninguna de ellas era demasiado clara con su ubicación. Ignoraba por cuánto tiempo más podrían permanecer en aquel lugar sin que el resto del mundo se enterara. Aquello le preocupaba un poco, en especial porque, de quedarse en Hasetsu por demasiado tiempo, aumentaba la posibilidad de que se supiera cuál era exactamente su relación con Yuuri.
Su no relación con Yuuri.
Victor volvió a suspirar. En los tres días que llevaba en Hasetsu apenas si había visto a Yuuri, pero era consciente de su cercanía y eso, definitivamente, jugaba con sus propios pensamientos y emociones. Y, no obstante, pese a todo, por alguna razón no quería que sus días en Hasetsu se terminaran.
Casi una hora después, cuando dio por terminado el entrenamiento de Yuri, Victor caminó hasta donde Yuuko Nishigori estaba sentada, revisando algunos papeles. Al verlo, la joven sonrió y se acercó a él.
—¿Terminaron por hoy? —preguntó.
—Sí. Muchas gracias —dijo Victor—. Y disculpen las molestias. Tienen que abrir un poco antes por nosotros.
Yuuko negó con la cabeza.
—No es nada, en serio. ¿Mañana a la misma hora? —preguntó.
Victor asintió. Escucharon que las trillizas lanzaban un grito seguido de algunas risas y ambos voltearon a la pista, en donde Yuri miraba a las pequeñas con una sonrisa mal disimulada en su rostro.
—No pensé que Yuri se llevara tan bien con los niños —dijo Yuuko.
—Yo tampoco.
Alguna de las niñas —Axel, Lutz o Loop, Victor no estaba del todo seguro— dijo algo que hizo reír a Yuri. En ese momento Victor se dio cuenta de que, a pesar de conocer a Yuri desde que éste era un niño, aquélla era la primera vez que lo veía y escuchaba reír de aquella manera tan despreocupada.
—Me alegra que las niñas tengan alguien con quien hablar —dijo Yuuko. Victor la miró con curiosidad—. Perdona que te diga esto cuando realmente no nos conocemos, pero —se encogió de hombros—, las niñas a veces son un poco intensas para otros niños de su edad, y nadie en su clase ama tanto el patinaje artístico como ellas.
Victor sonrió un poco.
—Está bien. Recuerdo el sentimiento.
—Y es bueno ver algo más de vida por aquí —agregó ella sin quitar la mirada de sus hijas, posiblemente dispuesta a salir al rescate de Yuri si éste así lo necesitaba.
—¿No viene mucha gente? —preguntó Victor.
Yuuko negó con la cabeza.
—Después de lo de Yuuri, muchos en la zona perdieron el interés por el patinaje artístico —respondió ella—. En especial cuando él decidió no venir aquí otra vez.
Victor guardó silencio.
—Yuuri —dijo al cabo de unos segundos.
—¿Eh?
Victor se aclaró la garganta y miró a Yuuko una vez más.
—¿Qué tipo de persona es?
Yuuko frunció el ceño un poco y tardó unos segundos en responder, como si quisiera encontrar la respuesta perfecta a aquella pregunta. Cuando finalmente habló, lo hizo con nostalgia en la voz, con tristeza también.
—Yuuri es quizá la persona más sensible que conozco —dijo Yuuko—. Todos los que lo conocemos desde hace años coincidimos en que la mayor virtud de Yuuri es su sensibilidad. No sé si llegaste a verlo patinar o su supiste de su trayectoria, pero aunque no era muy bueno en algunos aspectos técnicos, el aspecto artístico de su patinaje era algo hermoso. Para él era fácil expresar sus emociones a través del patinaje. Ahora que ya no patina es muy difícil acercarse a él.
Victor notó que su voz se quebraba un poco al decir eso último. Yuuko se aclaró la garganta y continuó:
—Ahora está encerrado todo el tiempo, literal y metafóricamente. Esa sensibilidad que tiene, esa virtud es, también, su mayor defecto. Cuando Yuuri ama algo, lo hace con cada parte de su ser: no hay puntos medios; es todo o nada. Por eso dejar el patinaje fue muy difícil para él; y es también por ello que decidió cortar de tajo su relación con algo que ama todo el corazón.
—¿Entonces, él nunca…?
Yuuko suspiró.
—En tres años, sólo ha ido al hielo en dos ocasiones: la primera vez fue aquí, un par de semanas después de que regresó de Detroit, y terminó en un desastre cuando no pudo hacer los movimientos más básicos. La segunda fue hace unos meses, cuando Phichit lo convenció de ir a Tokio con él. Y en ninguna de las dos ha regresado a casa con una sonrisa.
—Oh.
Yuuko volteó a verlo. Abrió la boca para decir algo pero se detuvo antes de hacerlo. Se limpió otras lágrimas y respiró profundamente. Victor esperó a que la joven se armara de valor para decir lo que fuera que quisiera decir, pero nunca ocurrió. En vez de eso, las trillizas soltaron una carcajada, Yuuko se disculpó, llamó a sus hijas y las llevó a otro lado.
Yuri pasó junto a Victor y, en silencio, le observó por unos segundos antes de que Victor volteara a verlo. Algo en la mirada del chico era diferente a otras ocasiones. Por un momento, Victor creyó ver algo de preocupación en la mirada de Yuri. Levantó una ceja y se cruzó de brazos.
—¿Ocurre algo? —preguntó.
Yuri se encogió de hombros.
—Otra vez estás raro —respondió—. Pero supongo que no importa siempre y cuando no interfiera con mis entrenamientos. Por cierto, espero que mañana se te ocurra otra cosa porque me estoy fastidiando de los mismos ejercicios de siempre.
Y sin esperar una respuesta, el chico pasó junto a Victor y se dirigió hasta donde había dejado sus pertenencias. Victor volvió a suspirar.
Victor sabía que era cuestión de tiempo para que toda aquella situación lo obligara a hablar con Yuuri, pero había tenido la esperanza de que ese tiempo tardase en llegar. Al cuarto día de su estancia en Hasetsu, mientras pasaba tiempo a solas en la habitación de Yuuri, alguien llamó a la puerta. Con cuidado, Victor se puso de pie y abrió para encontrarse de frente con la hermana de Yuuri. Mari carraspeó y, algo nerviosa, se dirigió a Victor.
—Ya está la cena —dijo. Victor parpadeó un par de veces, perplejo.
—¿Perdón?
Mari se encogió de hombros.
—Mamá hizo katsudon para cenar —explicó— y ella y papá consideran que es una buena idea invitarte a cenar con nosotros en vez de esperar a que estés solo. Yurio ya está allá.
A pesar de que lucía tan tranquila como siempre, algo en la forma como dijo eso último había sido distinto. Su voz ocultaba una emoción que no estaba ahí en las pocas ocasiones que Victor había mantenido alguna conversación con ella. Entonces, recordó lo dicho respecto a “Yurio” y frunció el ceño.
—¿Yurio? —preguntó.
—Era confuso tener dos Yuris en casa —dijo ella—. Así que, para no equivocarnos, el nuestro es Yuuri y el tuyo es Yurio. No tardes o se enfriará.
Victor observó mientras ella se alejaba por el pasillo y se preguntó si era por estar en Japón o si, aparentemente, ahora estaba destinado a que las demás personas se fueran antes de que él pudiera responderles. Suspiró. Miró el interior de la habitación y luego volvió a dirigir la mirada hacia el pasillo, sin saber muy bien qué hacer.
Era un hecho que estar en la habitación de Yuuri no hacía las cosas más fáciles (todo a su alrededor era de Yuuri, después de todo), pero no sabía si quería sentarse en la misma mesa que él y su familia. Los momentos que habían compartido ya habían sido bastante incómodos estando sólo ellos dos. Aún desconocía si la familia Katsuki estaba al tanto del vínculo que le unía a Yuuri o si éste, como él, lo había mantenido en secreto. Habría sido más seguro quedarse en aquella habitación, solo, con sus pensamientos y la presencia fantasma de su alma gemela, pero en vez de ello, cerró la puerta detrás de él y se dirigió hasta el comedor.
Mientras se acercaba, logró escuchar las voces de los que estaban allá. Reconoció la voz de Hiroko, tranquila y amable. Estaba por entrar al comedor, cuando escuchó la voz de Yuuri.
—Dice mamá que puedes repetir cuantas veces quieras.
Victor se acercó lentamente y observó la escena frente a él: Yuri devoraba su comida con ganas. Se le veía contento. Por un momento, Victor pensó que, antes de Japón, sólo había visto a Yuri así de relajado mientras estaba en presencia de su abuelo. Ahora, por alguna razón, lo notaba contento, cómodo incluso; como si, de alguna manera, el lugar, el ritmo de vida o las personas de Hasetsu, comenzaran a tener algún efecto en él.
—Vaya, sí vino.
Yuuri dio un respingo cuando su hermana habló y levantó el rostro para ver a Victor. Casi de inmediato volvió a bajar la mirada y se concentró en su propio plato. Por un momento, Victor no supo si el hueco en el estómago era una sensación suya o de Yuuri. Quizá estar ahí había sido una mala idea, pero antes de que Victor pudiera hacer una retirada estratégica, Hiroko se puso de pie y se acercó a él.
—¡Qué bueno que viniste! —exclamó. Después, señaló una de las sillas del comedor—. Siéntate, siéntate.
Victor se dejó guiar por ella y, cuando se dio cuenta, ya estaba sentado, con un tazón frente a él y Yuuri exactamente al otro lado de la mesa.
—Gracias —dijo.
La conversación a su alrededor continuó su curso. Hiroko y Toshiya hacían comentarios o preguntas que, a veces, Yuuri tenía que traducir para que Yurio comprendiera del todo, y éste respondía a través del sistema de traducción que incluía a Yuuri o a su hermana y así en un ciclo al que todos en la mesa parecían estar acostumbrados.
Aún algo distraído, Victor tomó el primer bocado y, casi de inmediato, se llevó una mano a la boca. Yuuri volteó hacia él de golpe y lo miró con los ojos bien abiertos por la sorpresa. Las mejillas de Victor se colorearon y no pasó mucho tiempo para que las de Yuuri hicieran lo mismo. La mesa se quedó en silencio. Victor podía sentir las miradas de los demás fijas en él o en Yuuri y se apresuró a tragar el bocado.
—¿Ocurre algo? —preguntó Hiroko. Victor negó enérgicamente con la cabeza—. Puedo prepararte otra cosa si no te gusta.
—¡No! —exclamó él—. Quiero decir. ¡Esto está delicioso!
Hiroko le miró sorprendida antes de sonreír, sonrojada.
—Menos mal —suspiró—. ¡Come todo lo que quieras!
Victor asintió.
El matrimonio Katsuki y la hija mayor regresaron su atención a sus respectivos tazones y Victor levantó la mirada de reojo. Yurio le observaba detenidamente, como si estuviera estudiándolo. Fueron sólo un par de segundos y, después, también regresó su atención al tazón, que continuó devorando con apetito. Victor se llevó un poco más del platillo a la boca y sonrió mientras masticaba.
Después de unos segundos, volvió a levantar la mirada y descubrió que era Yuuri quien lo observaba fijamente. Éste se sobresaltó un poco al saberse descubierto y volvió a bajar la mirada antes de continuar comiendo, quizá con más velocidad que antes. Victor lo observó. Estaba seguro de que sus emociones habían fluido hacia Yuuri en el momento en el que probó aquel platillo por primera vez, y que el otro había sentido su sorpresa, seguida del agradable calor de la satisfacción y el contento. Ésa había sido la razón por la que le había mirado de aquella manera.
Mientras lo observaba, Victor notó que en el rostro de Yuuri había aparecido una sonrisita, y que sus mejillas aún estaban algo coloreadas. Él mismo se sonrojó cuando una ola de ternura llegó a él. Sin decir nada, también continuó comiendo.
—¿Y cómo van los entrenamientos? —preguntó Toshiya.
Victor abrió la boca para responder, pero Yuri se adelantó.
—Terribles —se quejó—, este anciano aquí presente sólo me ha dejado hacer ejercicios básicos en vez de enfocarnos en mi nuevo programa.
—A veces es bueno regresar a lo básico.
Todos voltearon hacia Yuuri. El matrimonio Katsuki intercambió miradas y Mari, se apoyó en la mesa con un codo mientras miraba a su hermano. Yurio frunció el ceño.
—Suenas igual que Victor —murmuró antes de darle unos tragos a su té—. Pero supongo que no está mal hacerlos siempre y cuando podamos enfocarnos en mi programa antes de que envejezca como él.
Victor sonrió.
—Ya querrás llegar a mi edad y verte como yo.
Yurio le miró con sorpresa pero, en vez de decir algo, bebió el resto de su té y se puso de pie.
—Como sea —dijo antes de dirigirse al pasillo. Se detuvo un momento y dio media vuelta—. Gracias por la cena.
Continuaron con la cena en relativo silencio. De vez en cuando Victor respondía a las preguntas realizadas por Hiroko o Toshiya —¿No extrañas Rusia? No realmente. ¿No tienen problemas con entrenar en Ice Castle? No, a decir verdad. ¿Te sientes cómodo aquí? … S-Sí— y pronto, Mari y Toshiya abandonaron la mesa también. Hiroko no tardó mucho en ponerse de pie también, dejándolos solos un momento.
Victor se había considerado una persona temeraria en su adolescencia. Había sido el tipo de chico que se arriesga a todo sin importar la consecuencias, porque más valía intentarlo y arriesgarse que pasar una vida de remordimientos. Pero el Victor Nikoforov que pensaba así había quedado en el pasado. Quizá ese Victor habría aceptado a Yuuri y habría correspondido el vínculo de almas gemelas. Quizá, en otro universo, ambos eran felices, sin tantas complicaciones. Pero su realidad era ésta.
Victor caminaba con tiento por la vida, literal y metafóricamente hablando, y no podía simplemente arriesgarse y dejar que sus emociones lo guiaran porque ¿qué tenía él para ofrecer? ¿Cómo podría hacer feliz a Yuuri cuando él era la causa de que ya no pudiera patinar? Ya lo había dicho Yuuko: Yuuri había dejado lo que más amaba después de su lesión y Victor no sabía cómo verlo a la cara sin sentir que él era el culpable de todo.
Sentado en la mesa, frente a frente con Yuuri, Victor se permitió volverlo a observar. Yuuri le había parecido atractivo desde que lo vio en Tokio, tendría que estar ciego para no notarlo. Notó que su cabello cubría parte de su rostro cuando mantenía la cabeza gacha y que su postura ligeramente encorvada, le hacía ver más pequeño de lo que era. Yuuri tenía un aire de melancolía y Victor pensó en lo mucho que eso le estrujaba el corazón.
Una parte suya quería creer que no estaba mal aceptar a Yuuri en su vida, que su presencia era necesaria a pesar de lo que les tocaba vivir, a pesar de haberle herido y a pesar de ser el culpable de todo. Quiso hablar, decir algo para romper el hielo entre los dos, pero no sabía si, después de cómo se habían dado sus últimos encuentros, hablar sería lo más apropiado.
No supo cuánto tiempo pasó exactamente en ese debate interno y cuando se dio cuenta, Yuuri le observaba otra vez, pero en esa ocasión, en vez de huir su mirada, Yuuri le sonrió. Fue una sonrisa tentativa, aún nerviosa, y duró sólo un par de segundos antes de que Hiroko regresara al comedor y Yuuri le dijera algo a su madre antes de ponerse de pie.
Victor vio a Yuuri agradecer a su madre por la cena, tomar su tazón vacío con una mano y el bastón con la otra, y dirigirse a la cocina. Mientras se alejaba, Victor notó que la sonrisa estaba nuevamente ahí. Apuró su último bocado antes de ponerse de pie también e imitar a Yuuri al llevar sus trastos sucios a la cocina pese a las quejas de Hiroko, quien insistía que no era necesario. Aquella sensación de agrado, de domesticidad incluso, le hizo sonreír también.