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Resiliencia [Capítulo 2]


La vida después de Victor Nikoforov no era muy diferente a la vida antes de él. Quizá la única diferencia que Yuuri encontraba ahora es que había sido rechazado no sólo por su alma gemela, sino por alguien a quien admiraba desde hacía casi media vida. Era, en cierto sentido, tan surreal, que Yuuri sentía que nada de aquello le había ocurrido a él. Había días en los que tenía la sensación de que todo había sucedido sólo en su mente, que era una de las muchas situaciones hipotéticas que imaginaba para pasar el tiempo, aunque ninguna de ellas hubiese sido tan cruel.

El día siguiente de la visita lo pasó encerrado en su habitación. Por alguna razón, no quería enfrentar a su familia, no quería que le preguntasen qué era lo que Victor Nikiforov había ido a hacer a aquel pequeño hotel en Hasetsu y por qué se había retirado media hora después de llegar. Posiblemente su familia supera ya la razón, quizá el mismo Victor lo había dicho. ¿De qué otra forma podría explicar la mirada de preocupación de su madre cuando llamó a su puerta?

Con todo, Yuuri pensaba que no lo sobrellevaba demasiado mal. Después del shock inicial, se propuso regresar a su rutina. Estaba acostumbrado a que Victor Nikiforov no fuera parte de su vida, así que no tenía caso añorar algo que nunca había sido suyo para empezar. Era sólo negación, pero por lo pronto, funcionaba de maravilla. Excepto cuando, por las noches, se despertaba sintiendo una añoranza que creía olvidada y un vacío completamente nuevo en el corazón.

Los días pasaban con la misma quietud de siempre y no había cambios significativos en la rutina de Yuuri. Quizá la única diferencia era que ahora charlaba con Phichit más seguido. Desde aquella vez en Tokio, Yuuri decidió que había llegado el momento de dejar un poco el pasado y concentrarse en el presente. Su amigo formaba parte de ese presente, aunque sus caminos hubiesen tomado rumbos distintos, así que charlaba por las noches con Phichit sobre todo aquello que antes no se animaba a preguntar (para sorpresa y agrado de su amigo) y se olvidaba, por un instante, que su alma gemela le había rechazado.

Sólo por las noches era cuando no podía silenciar sus pensamientos. Con frecuencia, Yuuri se encontraba con la mirada fija en el techo de su habitación, cuyos contornos apenas podía distinguir en la oscuridad, repasando mentalmente lo ocurrido durante la visita de Victor. Recordaba cada segundo y cada palabra de aquella conversación y en particular, recordaba la mirada de Nikiforov, vacía y carente de emoción.

Yuuri sabía que, si quisiera, podría ocultarse en el enfado, decidirse por el rencor en vez de la resignación ante lo ocurrido, pero era incapaz de hacerlo por una razón bastante simple: Victor sufría también. Todos los libros que había Yuuri leído sobre las almas gemelas mencionaban que, en ocasiones, era posible usar ese vínculo invisible para hacer llegar al otro las propias emociones. Aquello era más que pura teoría, pues él lo había experimentado en carne propia: los momentos fugaces en los que podía sentir emociones que no eran suyas provenientes de algún lugar lejano. Yuuri aún podía sentir el vínculo que le unía a Victor y sabía que estaba lleno de dudas y remordimientos que lo tenían intranquilo.

Posiblemente los dos tuvieran algo de masoquistas y quizá su situación se resolviera si se sinceraban por completo con el otro y se daban la oportunidad para conocerse mejor, pero la mayor parte del tiempo era mucho más fácil para Yuuri ignorar ese pequeño detalle y concentrarse en la rutina, en los días interminables detrás del mostrador del hotel o en las noches en vela, llenas de recuerdos y emociones ajenas que se mezclaban con las suyas.

Casi un mes después de la visita de Victor, la puerta principal del ryokan se abrió con fuerza. Los pocos clientes que se encontraban dentro, pausaron sus charlas para observar en silencio al recién llegado, quien avanzaba con paso decidido hacia la recepción. Tiraba de una maleta con una mano mientras llevaba la otra dentro del bolsillo derecho de la chaqueta y miraba alrededor como si no pudiera creer que, de todos los lugares del mundo, él se encontrara precisamente ahí.

Yuri Plisetsky avanzó directamente hacia donde Yuuri le miraba sin comprender del todo qué es lo que ocurría en ese momento. Una vez que el chico llegó frente al escritorio de la recepción, permaneció de pie, mirando a Yuuri desde arriba con tanto desdén que Katsuki sintió un escalofrío. Sus miradas se encontraron por unos segundos que se volvieron interminables. Yuuri tragó en seco.

—Bienvenido a Yu-Topia —dijo al fin, en inglés.

Plisetsky entrecerró los ojos y permaneció en silencio, observado. En tan solo unos segundos, Yuuri sintió como si estuviese siendo sometido a algún tipo de prueba, una prueba que, al parecer, no estaba aprobando de la mejor manera. La expresión del muchacho, en vez de relajarse, pareció volverse más severa. Los otros huéspedes y visitantes del ryokan les miraban con curiosidad y el silencio que permanecía en la recepción, más que calmar a Yuuri, sólo lo ponía más nervioso.

—¿Tú eres Katsuki? —preguntó el recién llegado. Yuuri dio un respingo y no respondió de inmediato, lo que ocasionó que el chico le mirara con los ojos entrecerrados—. ¿Yuuri Katsuki?

—¿S-Sí?

Plisetsky lo observó de arriba abajo y arrugó la nariz, como si oliera algo desagradable. Yuuri se sintió extrañamente expuesto ante su escrutinio.  

—No entiendo qué es lo que pensaba ese idiota —murmuró el chico entre dientes—. ¡Oye! —exclamó. Yuuri dio otro respingo—. Soy Yuri Plisetsky.

—¿Oh? ¿Hola?

Plisetsky entornó la mirada y murmuró algo que Yuuri casi podía jurar que sonaba como “idita”, pero no estaba del todo seguro, así que no hizo comentarios al respecto.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó Yuuri una vez más.

—Sí —respondió el adolescente, cruzando los brazos en una actitud amenazante—. Vine desde Rusia para hablar contigo.

—Oh. ¿Sobre algo en especial?

—Sí —espetó Yuri—. Vine a hablar sobre Victor.


Era la segunda vez que Yuuri se encontraba en la sala privada del ryokan junto a un patinador ruso. Y era, también, la segunda vez en la que, estando junto a un patinador ruso, no sabía qué decir. La primera vez, cuando se trató de Victor, había sido incómodo por lo que había entre ambos (ese asunto del que no quería volver a hablar pero que estaba en su mente todo el tiempo). Ahora, junto a Yuri Plisetsky, era igual o peor. Al menos con Victor sabía cuál era el porqué de su visita, y aunque ello no significaba que se había sentido tranquilo a su lado, era menos inquietante. Con Plisetsky ahí, no sabía qué esperar.

Después de la breve charla en la recepción, vinieron unos momentos de incomodidad total mientras caminaban hacia el salón privado. Yuuri podía sentir la mirada de Yuri fija en él al avanzar lentamente por el pasillo. El constante golpeteo de su bastón al caminar era el único sonido que los acompañó hasta que llegaron al salón.

—Toma asiento, por favor —murmuró Yuuri. El chico le miró de mala manera antes de dejarse caer sobre el asiento. Yuuri se acomodó en una de las sillas opuestas a la de Plisetsky.

El silencio cayó sobre ellos de inmediato. Yuri mantenía el ceño fruncido y le miraba de reojo de vez en cuando. Yuuri no tenía idea de si aquello era algo bueno o malo, así que optó por no decir nada al respecto. Se sentía como si estuviese encerrado con un animal salvaje más que junto a un adolescente. De pronto, Yuri se apoyó en la mesa y se irguió hacia el frente, pero las palabras se quedaron en su boca. La puerta del salón se abrió de pronto y la madre de Yuuri entró con el té servido. Plisetsky volvió a acomodarse en su asiento, con los brazos cruzados y una expresión de fastidio.

—Les traje un poco de té —dijo Hiroko dirigiéndose a su hijo. Yuuri le agradeció asintiendo en silencio y ella abandonó el salón, dejándolos solos una vez más.

Quizá sólo pasaron un par de minutos, pero entre el silencio y la tensión evidente, para Yuuri fueron horas enteras.

El té que la madre de Yuuri les había servido permanecía sobre la mesa. Plisetsky no había hecho ni el intento de tomarlo y Yuuri se mantenía estático, como si temiera hacer cualquier movimiento en falso. Finalmente, Yuri tomó su té y lo olfateó antes de darle un sorbo. Lo dejó sobre la mesa y volteó hacia Yuuri.

—Victor vino a verte —dijo al fin. No era una pregunta.

—Sí —contestó Yuuri, aliviado de no tener que comenzar con la conversación cuando no tenía idea de qué decir—. Hace unas dos semanas, creo.

Habían sido exactamente diecisiete días y medio desde aquella visita, Yuuri lo recordaba a la perfección. Nadie tenía que saber que, pese a todo, llevaba la cuenta de los días.

—Actúa raro desde que regresó a Rusia —continuó el chico, sin prestar demasiada atención a Yuuri—. Más raro que de costumbre, y eso ya es mucho decir. Siempre es taciturno y silencioso, pero ahora de verdad me irrita. Debería estar preparando mi programa para el Grand Prix, no mirando al infinito, pensando en no-sé-qué-cosas. Así que investigué y descubrí por qué no regresó con todo el equipo de Rusia después de Tokio—. Su mirada se posó en Yuuri una vez más—. Sé que vino a verte, lo que no entiendo es por qué. Así que, dime, ¿qué fue lo que hiciste para arruinarlo todavía más?

Yuuri sintió como si le dieran un golpe en la boca del estómago.

—¿Y-Yo?

Plisetsky entrecerró los ojos, amenazante.

—Sí, tú. Algo pasó y yo quiero saber qué es.

—¿Para qué quieres saber?

—¿No es obvio? —Gruñó el chico—. Si sé qué es, más pronto podré hacer que Victor lo solucione y podrá concentrarse en mi programa para el GP. Así que habla y hazlo rápido, que no tengo toda la vida para esperar tu respuesta.

Yuuri permaneció en silencio. Lo ocurrido con Victor días antes era un misterio incluso para su familia, pues no tuvo el valor suficiente para explicarlo por completo. Sólo su madre estaba enterada de una parte, y no porque él lo hubiera dicho. En general, Yuuri era muy reservado con su vida, y su familia respetaba esa parte de él, así que tener a un completo extraño frente a él, exigiendo una respuesta a una situación tan personal, era algo tan inesperado, que Yuuri no supo qué decir en ese momento.  

Plisetsky tenía la mirada fija en él; esperaba una respuesta. Yuuri estaba tentado a decirle que aquello era algo que no le incumbía y que sería mejor que se fuera sin hacer preguntas. Hacerlo no sería agradable y seguramente terminaría en una discusión, pues Yuri no tenía cara de ser muy paciente. Sin embargo, por alguna razón, en vez de eso, se decidió a hablar. Tal vez fuera el cansancio por todo lo que llevaba días guardándose para sí o por que el chico era un desconocido y a veces era más fácil hablar con los extraños. Al final, Yuuri se aclaró la garganta y se irguió un poco en su asiento.

Cuando levantó la mirada, vio que Yuri no dejaba de examinarlo con el mismo escrutinio con el que le observó minutos antes, en la recepción del ryokan. Aquello era una locura, pensó Yuuri, y, a pesar de ello, decidió que no había vuelta atrás. Estaba a punto de confesarle a un completo extraño lo que no le había dicho a su familia o a su mejor amigo y aquello debería sentirse como la peor traición hacia ellos, pero, de algún modo, las palabras comenzaron a fluir con más facilidad de la que esperaba.

—¿Crees en las almas gemelas? —preguntó.

Plisetsky entrecerró los ojos y lo miró con recelo.

—¿Eso qué tiene que ver con lo que te pregunté?

Yuuri sonrió un poco.

—Todo.

El muchacho miró a Yuuri con desconfianza, como si aún no terminara de decidir si Yuuri estaba comenzando una charla seria o si sólo se burlaba de él. Eventualmente pareció decidirse por lo primero, pues se relajó visiblemente en su asiento y se encogió de hombros antes de mirar a Yuuri con fastidio que no se preocupó por disimular.

—No lo sé —respondió al fin—. Es decir, sólo sé lo que me enseñaron en la escuela y lo que pasa en las películas. Me parece sólo una cursilería. En mi familia nadie ha encontrado a su alma gemela y creo que no conozco a nadie que tenga una—. Hizo una pausa—. Bueno, Georgi asegura que tiene una, pero honestamente no creo ni la mitad de lo que Popovich suele decir sobre su vida amorosa.

Terminó la frase con una mueca de desagrado y Yuuri sonrió con un poco más de sinceridad.

—Victor tiene una —dijo. Plisetsky le miró con fijamente. Yuuri supo que aquel comentario había llamado su  atención por completo, a juzgar por cómo se inclinó un poco hacia el frente, apoyando ahora ambos codos sobre la mesa.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Lo que escuchaste: Victor tiene un alma gemela —explico Yuuri. Hizo una pausa, tomó aire y continuó—: Y yo también.

Yuri abrió la boca para decir algo pero se detuvo antes de hablar. Sus ojos se abrieron de manera casi cómica cuando ató cabos y entendió lo que Yuuri quiso decir. Lo miró de arriba abajo, aún sin creer del todo lo que Yuuri había dicho de forma indirecta. Yuuri no supo si reír por su expresión o si debía ofenderse por la reacción del chico. No quería decir algo fuera de lugar así que, al final, optó por no hacer comentarios al respecto.

—¿Ustedes?

—Eso parece —asintió Yuuri.

—¿Entonces encontró a su alma gemela? —preguntó Yuri. Había una curiosidad sincera en su voz. Quizá era el momento de mayor sinceridad que Yuuri había notado en él en la media hora que llevaban de conocerse. Plisetsky volvió a fruncir el ceño, confundido y se recargó en el respaldo de su asiento una vez más—. ¿Y por qué si encontró a su alma gemela está siendo más patético de lo que era antes?

—No digas eso.

Yuuri se sorprendió por su propio tono de voz, no era precisamente de enfado, pero sí denotaba una seriedad que no había antes. Yuri se encogió de hombros.  

—Todas las historias de almas gemelas dicen que, si encuentras a la tuya, serás la persona más feliz del mundo. Yo no veo que Victor sea muy feliz. De hecho, está más infeliz que de costumbre.

Yuuri tragó en seco cuando su corazón dio un vuelco. Apretó los puños por debajo de la mesa y, con la mirada fija en el té ahora frío, agregó:

—Supongo que todo se debe a las circunstancias actuales.  

—¿Qué quieres decir?

Yuuri suspiró. Levantó el rostro una vez más para encarar a Yuri.

—Sabes que las almas gemelas comparten un vínculo, ¿cierto? —El chico lo miró como si hubiera hecho la pregunta más estúpida del mundo. Yuuri carraspeó, incómodo—. Sí, claro que lo sabes. Es lo primero que enseñan en todas partes cuando se trata de almas gemelas—. Eso fue algo que Yuuri comprobó en sus años en el extranjero—. Pues bien, ese vínculo existe desde el momento en el que nacen ambas personas y a veces es, digamos, un vínculo muy fuerte.

—He escuchado las historias. Algunos dicen que pueden sentir las emociones del otro.

Yuuri asintió.

—Sí, ocurre de vez en cuando.

—¿Puedes sentir lo que Victor siente?

—A veces —respondió—. Es extraño, en realidad. No sé si podría explicarlo bien porque creo que es de esas cosas que tienes que experimentar por tu cuenta. Hay días en los que siento un poco de lo que él siente. Cuando ocurre es por poco tiempo, pero siempre puedo identificar cuando las emociones no son mías.  

—¿Y él puede sentir lo que tú sientes?

—No lo sé. Realmente no llegué a preguntarle mucho al respecto.

El muchacho permaneció con su mirada fija en él.

—¿Qué más quieres decirme? —Preguntó Yuri—. Porque algo me dice que esto no es realmente lo que quieres decirme. O, al menos, no es todo lo que tienes que decir. Además, aún no has respondido a la pregunta que te hice al principio: ¿qué pasó entre ustedes?

—Hay otro tipo de vínculos —explicó Yuuri—, unos más fuertes.

—¿A qué te refieres?

—Algunas almas gemelas comparten un vínculo que se manifiesta de una manera diferente y más complicada que sólo sentir las emociones del otro. Es, bueno… estadísticamente es poco frecuente que ocurra, pero lo hace en ocasiones.

Yuri lo miró con el ceño fruncido y Yuuri, por su parte sujetó el mango de su bastón con mayor fuerza. La mirada del chico se dirigió a sus manos y si pensó en decir algo, no lo hizo.

—Hay algunos vínculos que superan la barrera emocional y se manifiestan de manera física —explicó al fin, y recordó lo que leyó en algún libro hace mucho tiempo—. Algunos sólo despiertan con el corte de cabello del otro o con un tatuaje que no estaba ahí la noche anterior—. Sin dejar de sonreír, se encogió de hombros—. Supongo que nosotros no tuvimos tanta suerte.  

El salón se quedó en silencio después de aquel comentario. Yuuri le dio tiempo al muchacho para comprender sus palabras. Escuchó a Plisetsky jadear por la sorpresa y vio el momento exacto en el que comprendió la gravedad de la situación.

—Su pierna…

—Sí.

—¿Eso significa…?

—Así es.

Yuri aún se notaba sorprendido por aquellas palabras. Sus ojos estaban bien abiertos y parecía tener dificultad para encontrar las siguientes palabras. Poco a poco, el shock inicial dio paso a una expresión más contemplativa, como si estuviera analizando las palabras de Yuuri, como si quisiera darles un sentido que fuera más allá del literal.

—Tú también eras patinador —dijo en voz baja y, por un segundo, Yuuri pensó que había imaginado aquellas palabras, hasta que el chico carraspeó—. Tú también eras patinador. Investigué un poco sobre ti antes de venir. Había poco en Internet, pero sé que hace unos años tuviste una lesión y te retiraste. En ningún sitio dice que esa lesión es igual a la de Victor.

—Porque nadie sabe que es igual —respondió Yuuri con voz tranquila.

—¿Por qué?

—Porque no tenía caso hablar sobre eso. Entonces no tenía idea de que Victor es… ya sabes. Además, nunca fui demasiado sobresaliente, así que en el mundo del patinaje apenas si lo mencionaron. Era más importante informar sobre el campeón del mundo.

Yuri mantenía la mirada fija en sus manos sobre la mesa, y Yuuri dejó que asimilara sus palabras.

—¿Eso es tener un alma gemela? —preguntó al fin. Yuuri lo miró con simpatía.

—Sí, Yuri, esto es tener un alma gemela.

Yuri se puso de pie.

—Entonces no quiero tener una.

—Estadísticamente podrías no tener una —respondió Yuuri con voz serena sintiéndose más tranquilo que al inicio de aquella conversación—, pero, si la tienes, no es algo que puedas evitar.

—Podría rechazarla como Victor te rechazó a ti.

El silencio que se hizo entre los dos era tan tenso, que Yuuri casi podía sentirlo como una barrera física. El rostro de Plisetsky se coloreó suavemente y se irguió todo lo alto que era antes de mirar a Yuuri una vez más.  

—Mira, no quise decir…

—No, está bien —le interrumpió Yuuri, sintiéndose extrañamente tranquilo—. Tienes razón. Si tienes un alma gemela, podrías rechazar a esa persona. Suele pasar. El hecho de tener un alma gemela no asegura la felicidad. ¿Pero no crees que sería muy cruel de tu parte hacerlo sin darte tiempo para conocerte, ni siquiera como amigos?

Tras esa pregunta, Yuri permaneció en silencio.


Para sorpresa de Yuuri, Plisetsky decidió quedarse más tiempo en Hasetsu. No dio explicaciones a nadie y, a decir verdad, nadie se atrevió a preguntar sus razones. Después de la charla con Yuuri, simplemente fue al mostrador del hotel y dio el dinero correspondiente a dos semanas de hospedaje a una Mari sorprendida quien, además, aprovechó para renombrarlo en ese instante, para desagrado del chico y comodidad del resto de los habitantes de la casa. Nadie preguntó nada, incluso cuando el sentido común les decía que, siendo un menor, quizá deberían hacer una o dos preguntas más antes de aceptar a Yurio en el hotel.

Al día siguiente de aquel encuentro, Yurio apareció en el desayuno. Permaneció en silencio casi todo el tiempo, sólo intercambiando una que otra palabra con Yuuri quien suponía que, en parte, aquello se debía a que él era el único con el que Yurio podía charlar. Sus padres no hablaban inglés y su hermana a veces actuaba de manera extraña junto a él, así que, incluso si Yurio no quería hablar con Yuuri, era el único con el que podía hacerlo. Y quizá incluso un mal compañero de conversación era un mejor prospecto que una tarde en solitario sin nadie con quien hablar aunque fuera un momento.

Después del desayuno, sin decir nada a nadie, salió del hotel. Su postura aún era rígida y las manos volvían a estar dentro de los bolsillos de la chaqueta. Regresó horas más tarde con un par de bolsas que delataban sus compras de aquel día. La cena pasó prácticamente de igual manera y aunque Yuuri no se sentía del todo cómodo con la presencia del chico, su familia no parecía tener problema alguno, así que prefirió no hacer comentarios al respecto.  

El segundo día pasó de la misma manera y quizá la única diferencia fue cuando Yurio agradeció directamente a Hiroko por el desayuno antes de desaparecer durante todo el día. Por la noche, su mal humor pareció disiparse un poco al probar el katsudon que hubo para cenar. Volvió a agradecer a Hiroko por la comida y, sin decir nada más, se dirigió a su habitación. El tercer día, sin embargo, comenzó de forma diferente. Durante el desayuno, pese a su actitud esquiva e irritada de siempre, Yurio se dirigió a Yuuri por primera vez.

—¿Hay algún lugar en donde pueda patinar por aquí?

Yuuri se detuvo a mitad de un bocado antes de responder.

—Sí, Ice Castle —Yurio levantó una ceja, como esperando una explicación más elaborada. Yuuri sentía las miradas de sus padres y su hermana fijas en ellos, así que se aclaró la garganta antes de continuar—. Está cerca de aquí, son unos quince minutos caminando.

Yurio frunció el ceño y se apresuró a comer en relativo silencio. Cuando Yurio terminó su desayuno, agradeció nuevamente por la comida y, contrario a los dos días anteriores, permaneció de pie junto a la mesa, con la mirada fija en Yuuri, hasta que éste volteó a verlo.

—¿Ocurre algo? —Preguntó.

—Llévame al Ice Castle.

—¿Perdón?

—Llévame al Ice Castle —repitió el chico. Después, en voz tan baja que Yuuri apenas pudo escuchar lo que dijo, agregó—: porfavor.

Un escalofrío recorrió a Yuuri de pies a cabeza.

—Perdón, pero tengo trabajo.

—Te cubro en la recepción —intervino Mari.

Yuuri miró a su hermana a los ojos y frunció el ceño ligeramente al ver su sonrisa apacible, en especial porque Mari solía mantenerse al margen de muchas cosas y respetaba lo que Yuuri hacía o dejaba de hacer.

—No tienes que entrar, sólo llevarlo hasta allá —agregó ella encogiéndose de hombros—. Hace tiempo que no sales a caminar.

Yuuri suspiró.

—¿Te veo en diez minutos? —Preguntó a Yurio, quien asintió.

—No tardes.

Sin mucho apetito después de aquella charla, Yuuri también agradeció por la comida y se puso de pie con cuidado. Diez minutos después, esperaba a Yurio en la entrada del ryokan, con su bastón bien sujeto en una mano, la espalda recta y cada músculo de su cuerpo gritando para que regresara al interior y no diera un paso más hacia la calle. Yurio apareció al poco tiempo, con sus patines en la mano, y Yuuri tuvo que resignarse a caminar junto a él.

Los minutos caminando junto al chico se sentían más pesados que su presencia en la mesa o cuando lo encontraba en los pasillos del ryokan, pero Yuuri tenía la impresión de que aquella sensación de pesadez no era por el chico, sino por el lugar al que iban. Los quince minutos mencionados en el desayuno pasaron más rápido de lo esperado y Yuuri observó que aún faltaba un poco para llegar. Esperaba escuchar las quejas de Yurio, pero, al menos respecto a ese detalle, el chico optó por guardar silencio.

—¿Puedes sentir lo mismo que Victor siente ahora mismo?

La pregunta tomó a Yuuri por sorpresa, quien trastabilló un poco y posiblemente habría tropezado de no ser por Yurio, quien lo sujetó del brazo antes de que ocurriera. El chico lo soltó casi de inmediato y se alejó un paso.

—Gracias. ¿Por qué la pregunta?

Yurio metió las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta y se encogió de hombros.

—Curiosidad.

Yuuri frunció el ceño ligeramente. El vínculo que le unía con Victor era algo que estaba presente todo el tiempo y estaba tan acostumbrado a él que a veces olvidaba que había muchas otras personas que no tenían ni la más remota idea de lo que se sentía tener un alma gemela, ser consciente de su presencia a pesar de la distancia y percibir algunas de sus emociones más intensas. Tuvo que concentrarse un poco antes de responder a la pregunta de Yurio.

—Justo ahora, no —respondió.

—Aún no es de día en San Petersburgo —agregó Yurio—. Tal vez no puedes sentir sus emociones porque está durmiendo.

—Tal vez —asintió Yuuri. Se sentía extraño hablando del vínculo con su alma gemela, en especial porque no era un tema recurrente en sus conversaciones con las otras personas—. Nunca me he puesto a pensar en ello. Es aquí —agregó al detenerse frente a las escaleras que llevaban al edificio.

Yurio observó el lugar con expresión de aburrimiento pero, a pesar de ello, se adelantó unos pasos para comenzar a subir las escaleras. Cuando se dio cuenta de que Yuuri no lo seguía, se detuvo y volteó a verlo.

—¿No vienes?

Yuuri negó con la cabeza.

—No tengo nada que hacer ahí. —Yurio parecía a punto de decir algo más, así que Yuuri se adelantó para agregar—: Pregunta por Yuuko o Takeshi Nishigori, seguro te dejarán usar la pista por más tiempo del que usualmente lo hacen con los visitantes comunes.

Hizo una ligera reverencia y dio media vuelta para regresar a casa.

—¡Oye, Katsudon!  

Yuuri se detuvo de golpe y volteó a ver a Yurio. El chico estaba a media escalera y le miraba con la misma ferocidad con la que lo hizo al llegar a Yu-Topia días atrás. El intercambio de miradas no duró más que unos segundos durante los cuales, ninguno dijo nada. Yurio volvía a examinar a Yuuri detenidamente y éste permanecía en silencio, esperando el veredicto de aquel escrutinio.

—No me agradas, ¿sabes? Pero tengo muchas preguntas y espero respuestas.

Sin decir más, dio media vuelta para continuar con su camino. Yuuri permaneció al pie de la escalera, con la mirada fija en el chico hasta que se perdió de vista. Sólo entonces decidió regresar a casa, a la rutina y al lugar que le esperaba detrás de la recepción del ryokan.


A pesar de haber dicho que no le agradaba, Yurio pasaba mucho tiempo alrededor de Yuuri. Todas las tardes, después de su regreso al ryokan, solía permanecer hasta la hora de la cena en el área común, a unos metros de donde Yuuri se encontraba. La primera vez que Yurio se sentó en tan cerca de él,  Yuuri esperaba algún tipo de confrontación, pero ésta nunca llegó. Con el paso de los días incluso se acostumbró a su presencia y hasta solía responder a algunos de sus comentarios. Cuando esto ocurría, Yurio entornaba la mirada y murmuraba algo que Yuuri no alcanzaba a entender. También había días en los que simplemente ignoraba las intervenciones de Yuuri y hablaba sin parar durante minutos, tanto que, al final, su conversación se volvía más bien un monólogo.

A veces, Yurio hablaba de lo que había hecho en el Ice Castle, sobre las «extrañas trillizas» (como solía referirse a ellas), sobre lo amable que era Yuuko, o sobre lo extraño que era el esposo de ésta. También se quejaba porque en Hasetsu no pasaba absolutamente nada y porque en media semana había recorrido toda la zona turística, lo que significaba que no había nada más por observar, y visitar las mismas tiendas de ropa se había vuelto aburrido después de tres días. Para sorpresa de Yuuri, en una o dos ocasiones había hecho comentarios sobre su entrenamiento informal de aquellos días y sobre cómo era refrescante no hacer ciertos ejercicios básicos que le aburría realizar porque hacer ejercicios básicos es para principiantes.

Yuuri había estado a punto de decirle que, en su experiencia, a veces era bueno regresar a lo básico para poder perfeccionar lo avanzado, pero se abstuvo de hacerlo. Yurio era capaz de responder que alguien como él no merecía hacer esa clase de comentarios y Yuuri no quería hablar de ello, así que prefirió guardar silencio.

—¿Alguna vez has intentado comunicarte con Victor a través de su vínculo telepático?

Y claro, también estaba la insistencia de Yurio por hablar del tema de Victor cada que podía y cuando Yuuri menos se lo esperaba.

Yuuri levantó la mirada del libro que tenía en sus manos y la dirigió hacia el chico, quien mantenía la vista fija en la pantalla de su móvil. De no ser porque había observado esa tendencia suya a fingir desinterés por las cosas que más le interesaban, habría jurado que la pregunta había sido producto de su imaginación. Aunque Yurio hizo la pregunta sin voltear a verlo, su rostro estaba ligeramente inclinado en la dirección en la que se encontraba Yuuri. Fiel a su palabra de aquella mañana en la que Yuuri lo acompañó por primera vez al Ice Castle, Yurio solía hacer tantas preguntas sobre las almas gemelas que a veces Yuuri se preguntaba cuál era el motivo detrás de su curiosidad.

—Creo que “vínculo telepático” no es la forma correcta para definirlo —respondió después de unos segundos.

Yurio levantó la mirada por un momento antes de regresar su atención al móvil, mientras tecleaba a una velocidad sobrehumana. Como no daba muestras de continuar con su conversación, Yuuri bajó la mirada al libro en sus manos y buscó la línea en la que se había quedado antes de la interrupción.

—¿Pero has intentado usar el vínculo para hablar con él? —Preguntó Yurio.

Yuuri suspiró. No se sentía particularmente cómodo hablando de aquel tema, pero a esas alturas sabía que ignorar al chico sería prácticamente imposible, por no decir contraproducente. Además, así como ocurrió el día en que lo conoció, algo le impulsó a hablar. Quizá se debió al hecho de que Plisetsky aún fuera un extraño a quien seguramente no volvería a ver una vez que desapareciera la novedad de pasar un tiempo escondido en Hasetsu o tal vez por ser la única persona con la que Yuuri había hablado sobre su alma gemela. Al final, optó por marcar la página en la que dejaba su lectura y colocar el libro sobre el escritorio.

—No, no lo he intentado —dijo.

—¿Por qué?

—No creo que eso sea posible.

Yurio frunció el ceño y dejó el móvil sobre la mesa antes de encarar a Yuuri. La curiosidad era evidente en su rostro y en su lenguaje corporal. Yuuri no lo diría en voz alta, porque prefería evitar una confrontación con el muchacho, pero Yurio era más transparente de lo que seguramente se imaginaba. Por un momento Yuuri pensó en sí mismo, a la misma edad que Plisetsky, cuando la curiosidad por las almas gemelas aún estaba presente en él y en la mayoría de los chicos en la escuela.  

—¿No se supone que puedes sentir lo mismo que él?

Yuuri no respondió de inmediato. Guardó silencio por unos segundos, intentando encontrar las palabras exactas para explicar cómo era el vínculo que, a pesar de todo, aún lo mantenía unido a Victor. Era la primera vez que intentaba explicar lo que sentía al percibir emociones ajenas de vez en cuando. ¿Cómo explicarle a otro aquella sensación de saber las emociones que veces aparecían de la nada no eran completamente suyas? ¿Cómo decir que podía identificar a su alma gemela en ellas? Se dio cuenta de que era más complicado de explicar de lo que pensó que sería.

—A veces siento algunas de sus emociones —murmuró, luchando aún con la forma correcta para expresar su idea—, pero no es como si mantuviéramos una conversación. El vínculo no es una especie de radio, ¿sabes? No puedo escuchar los pensamientos de… No puedo escuchar sus pensamientos. Creo que esto te parecerá ridículo, porque es de esas cosas que sólo se entienden una vez que las experimentas por ti mismo, pero lo que mi vínculo me permite sentir es cuando él tiene alguna emoción realmente fuerte.

—¿No puedes controlarlo? —preguntó el chico. Su postura había cambiado por completo. Se había reacomodado sobre el zabuton de manera que ahora miraba a Yuuri de frente.

—No sé si “controlar” sea la forma correcta para llamarlo —siguió Yuuri—, porque la mayor parte del tiempo es algo involuntario. Al menos así es para mí. A veces, cuando alguna de sus emociones es muy fuerte, intento responder de alguna manera. En realidad no sé si funcione, pero la única forma que se me ocurre para hacerle saber que no está solo es pensar eso precisamente, repetir en mi mente una y otra vez que no está solo.

Yuuri hizo una pausa nuevamente y mantuvo la mirada fija en el libro que yacía sobre su escritorio. En su rostro apareció una sonrisa forzada.

—Aunque supongo que no será necesario hacer algo así la próxima vez que lo sienta —agregó.

Cuando se dio cuenta de lo que había dicho (un pensamiento que se escapó de su boca mucho antes de percatarse de sus propias palabras), notó que Yurio le miraba de forma diferente. En los ojos del muchacho no había el enfado que parecía haberse instalado ahí de forma permanente ni aquella mirada de superioridad con la que le había visto en más de una ocasión. Yuuri no quería ponerle nombre, porque describir la mirada de Yurio en aquel momento sería volver real lo que sentía, pero era imposible no entender que, con aquel gesto, aquel chico le había demostrado la pena que sentía por él.

Incómodo, Yuuri volvió a tomar su libro y lo abrió en la página en la que se quedó antes de aquella conversación. Sentía que Yurio tenía su vista fija en él, insistente, así que aguardó por un rato, fingiendo leer su libro, leyendo la misma línea una y otra vez. Había llegado al límite de respuestas que podía dar relacionadas con Victor y tenía la esperanza de que Yurio fuera tan cruel como para continuar preguntando cuando era evidente que Yuuri no quería hablar más.

Pero si en algo era bueno el chico era en hacer lo contrario de lo que se esperaba de él, aunque esto a veces se tratara de algo inapropiado.

—¿Cuál ha sido la emoción más fuerte de Victor?

El tono de voz que Yurio usó para formular aquella pregunta indicaba un interés genuino, quizá un poco de preocupación por Victor, aunque eso era algo que Yuuri no se atrevía a afirmar.

Por el pasillo se escucharon algunos pasos y voces acercándose hasta donde ellos se encontraban. Yuuri reconoció la voz de su hermana y aprovechó para ponerse de pie con cuidado. Sujetó con fuerza su bastón mientras se acostumbraba a la nueva posición y miró a Yurio.

—No me corresponde a mí responderte esa pregunta, Yuri.

Antes de que el chico pudiera responder, Mari y Hiroko se acercaron a Yuuri y los tres comenzaron a hablar en un rápido japonés totalmente incomprensible para él. Cuando Yuuri se dio cuenta, Yurio se alejaba por el pasillo que llevaba directamente a su habitación. No apareció durante la cena, para extrañeza de Toshiya y Hiroko, quienes se habían acostumbrado a su presencia, y para tristeza de Mari. Cuando esta última preguntó a Yuuri si sabía por qué Yurio no los acompañaba a cenar aquella noche, él simplemente se encogió de hombros.

—Creo que tenía muchas cosas en qué pensar —respondió y nadie hizo más preguntas durante aquella noche.


Cuando Hiroko llamó a la puerta de su habitación para avisarle que alguien quería hablar con él nuevamente, Yuuri sintió que aquella escena no ocurría por segunda ocasión en el mismo mes sólo por simple casualidad. En los ojos de su madre encontró la misma preocupación de días atrás y Yuuri supo, sin necesidad de que se dijera en voz alta, quién era la persona que preguntaba por él. Salió de su habitación y recorrió lentamente el pasillo que lo llevaba hasta el salón de las últimas conversaciones importantes, en donde ya podía escuchar la voz de Yurio mientras hablaba con alguien más.

El corazón de Yuuri dio un vuelco al ver a Victor tan cerca por tercera ocasión. Los recuerdos de lo ocurrido pocos días atrás llegaron a su mente de golpe y terminó el camino que lo llevaba hacia donde se encontraban los otros dos mientras sujetaba su bastón con más fuerza de la acostumbrada. El golpeteo en el piso que acompañaba sus pasos llamó la atención de los otros dos, quienes guardaron silencio de inmediato. Yurio giró a verlo y guardó sus manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, como solía hacerlo cuando se encontraba de mal humor.

Al estar frente a Victor, Yuuri hizo una reverencia a modo de saludo. Lo hizo con la seriedad que tendría al estar frente a personas desconocidas que llegaran por primera vez al ryokan, porque eso era lo que Victor quería que fueran: un par de desconocidos. Sentía que la tensión en el ambiente era tanto o más palpable que la última vez que vio a su alma gemela y, por un momento, estuvo tentado a dar media vuelta y emprender una retirada estratégica que lo llevara al lugar seguro que era su habitación. Al final, con una calma que no pensó que tuviera, encaró a Victor.

—Buen día —dijo—. ¿Puedo ayudarle en algo?

Victor le miró confundido, como si aquella formalidad fuera algo que no esperaba. Incluso Yurio relajó un poco su expresión para mirarle con algo de sorpresa. Fue sólo un instante, pero algo en la expresión de Victor daba la impresión de que aquel trato formal y lejano le incomodaba un poco viniendo de él. Aunque parecía que no era aquello lo que quería decir, al final Victor se aclaró la garganta y asintió.

—Sí, vine a recoger a Yura.

—Ya te dije que no voy a irme y que no tienes ninguna autoridad para obligarme a que me vaya —exclamó Yurio, mirando a Victor con fastidio. Yuuri supuso que la discusión que mantenían antes de su llegada giraba alrededor de aquel mismo tema.

—Tal vez no —respondió Victor—, pero por indicaciones de tu madre, tú eres mi responsabilidad mientras estés en San Petersburgo.

—Qué bueno que no estamos en San Petersburgo —agregó Yurio, sonriendo con toda la saña del mundo.

—Yura —dijo Victor con voz seria—. Saliste de Rusia sin decirle a nadie hace una semana y media. Dijiste que te tomarías unos días de descanso y por eso no te molestamos, pero de no ser porque Mila nos dijo, ayer por la mañana, que tus redes sociales estaban llenas de tus fotografías…

—Sabía que de alguien era la culpa —murmuró Yuri—. Aunque me sorprende que haya tardado una semana en decirles.

Victor frunció el ceño y se dirigió a Yuuri.

—Lamento la molestia que ha ocasionado.

—No ha sido ninguna molestia —respondió Yuuri, ganándose una mirada de enfado por parte del adolescente.

Ambos se miraron en silencio hasta que Yurio se aclaró la garganta. Yuuri sintió que el color se subía a sus mejillas y prefirió mirar al chico, quien continuaba con el ceño fruncido y las manos dentro de sus bolsillos.

—Sólo para que sepas —musitó—, no voy a regresar a Rusia aún. Estamos fuera de temporada y no tengo nada más que hacer allá.

—Estar fuera de temporada no significa que no tengas entrenamiento por hacer —agregó Victor—. No te puedes dar el lujo de perder el tiempo.

—Puedo entrenar en el Ice Castle—. Yuri se encogió de hombros, como si cambiar la pista de San Petersburgo por la de Hasetsu, más pequeña y definitivamente más precaria, fuera algo que haría cualquier persona en cualquier momento—. Si el problema es mi entrenamiento, la solución es muy simple: ya estás aquí y puedes entrenarme como siempre.

Yuuri observaba todo en silencio, decidido a pasar tan desapercibido como fuera posible. Suponía que su presencia no era necesaria si entre Yuri y Victor parecía que comenzaban a llegar a una especie de acuerdo y se preguntó si sería demasiado evidente dar media vuelta y dejarlos para que continuaran sin él.

—Además, ya pagué por dos semanas —agregó Yurio, ignorando por completo la intención de Victor por comenzar a hablar—, y en este lugar no existen los rembolsos, ¿verdad?

La última pregunta fue dirigida a Yuuri, quien iba a responder que, si lo necesitaba, podían hacer una devolución que correspondía al tiempo que no estaría hospedado, pero la mirada de Yurio le hizo callar y asentir en silencio, sin mucha convicción. No quiso ver la reacción en el rostro de Victor. En realidad, durante los dos últimos minutos de aquella discusión, evitó mirar hacia donde se encontraba Victor. Sabía que, si lo veía, la tranquilidad que había demostrado hasta entonces se perdería por completo.

—Eso no arregla la situación de que saliste de Rusia sin decirle a nadie —dijo Victor con voz cansada.

—¿Oh?

Yuuri supo, por la sonrisa que apareció en el rostro del chico, que aquella conversación no iba a terminar del todo bien para Victor. Aparentemente, éste presintió lo mismo, y algo que se acercaba peligrosamente a la resignación apareció en su rostro.

—¿Y eso qué importa? —Preguntó Yurio sin borrar la sonrisa de su rostro—. Si mi familia sabe que los dos vinimos a Japón y que regresaremos a Rusia en unas semanas más.

—Yuri —murmuró Victor. Sonaba tan serio que Yuuri tuvo que esforzarse por no voltear a verlo directamente, en especial por cómo sonaba su nombre en los labios del hombre al que, a pesar de todo, aún consideraba importante.

No había vuelta de hoja y Yuuri lo sabía. Yuri Plisetsky iba a salirse con la suya y eso significaba que se quedaría por más tiempo en Hasetsu. Eso no era del todo malo, Yuuri comenzaba a acostumbrarse a su presencia, a su actitud malhumorada y sus preguntas inoportunas, pero todo en aquella conversación indicaba que, si Yuri se quedaba en Hasetsu, no lo haría solo y eso era algo que no sabía si sería capaz de soportar.

Aún sin dirigir la mirada a Victor, Yuuri se aclaró la garganta y habló una vez más:

—Los dejaré solos un momento para que puedan hablar tranquilamente.

Hizo una pequeña reverencia y dio media vuelta. Sentía la mirada de Victor fija en él y evitó voltear mientras se alejaba por el pasillo. Escuchó la voz de Yurio decir algo, ahora en ruso, y a Victor respondiéndole de la misma manera. Notó que la voz de ambos sonaba diferente con esos nuevos sonidos. Quiso detenerse, esperar unos segundos y escuchar un poco de aquella conversación, aunque no entendiera nada de ella, pero no lo hizo. Se alejó por el pasillo hasta llegar a su habitación y se encerró dentro de ella.

Quizá fue la sensación de estar, al fin, en un lugar en el que se sentía completamente seguro, pero al poner un pie dentro de ella, sintió que al fin podía respirar como era debido. Con una dificultad que no había sentido en los últimos años, caminó hasta su cama y se sentó en ella. Permaneció en la misma posición por unos minutos, en silencio, hasta que, casi de manera automática, sacó su móvil del bolsillo de la chaqueta y buscó la aplicación necesaria.

Phichit contestó a su llamada después de unos segundos.

¡Yuuri! —Exclamó Phichit con la energía de siempre—. ¿Cómo estás? Pensé que hablaríamos más tarde.

Yuuri no respondió de inmediato. Tal vez fue su silencio o la intuición de su amigo, pero Phichit cambió el tono de voz casi de inmediato.

¿Yuuri? ¿Está todo bien?

—Está aquí —murmuró Yuuri.

¿Yuuri? —preguntó Phichit. Yuuri percibió la preocupación en su voz—. ¿Quién está ahí?

—Victor.

¿Victor? ¿Qué Victor? —Una pausa y, tras un par de segundos, Phichit jadeó con sorpresa—. ¿Victor Nikiforov?

Un largo silencio.

¿Yuuri? ¿Sigues ahí?

—Sí.

¿Quieres contarme qué pasa?

—Es él —respondió Yuuri con un hilo de voz.

¿Yuuri? ¿De qué hablas?

—Victor es mi alma gemela.

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Publicado por cydalima10

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