Preludio
Sentado de forma descuidada sobre la arena, Victor contemplaba el anillo en su dedo. Aquello se había vuelto una costumbre: reflexionar sobre su vida frente al mar, sintiendo la brisa marina en su cara, meditando sobre el amor que Yuuri trajo a su vida y aquel obsequio que, en su momento, no era más que un simple amuleto de buena suerte para que ambos tuvieran la seguridad necesaria para cumplir sus objetivos como pupilo y entrenador; pero ahora significaba mucho más, ya que con el paso del tiempo esa vida y amor envolvió cada espacio en su corazón, a través de su dedo. Pensar que después de que Yuuri dijera que todo acabaría tras esa primera temporada juntos, después de creer que dejarían la camaradería que se había forjado en base a tantos días de ensayos, dietas y juegos varios, después de todo eso, ahora iban a casarse. Pensar que su broma en esa reunión en Barcelona realmente se cumpliría, y luego de solo un par de temporadas. Si alguien le hubiera dicho que esto ocurriría, él no lo habría creído posible, pero aquí estaba, a punto de tener una ceremonia de boda adoptiva(1) en Japón. Ah, Japón, la tierra del sol naciente, tan encantadora como la vida llena de luz que le esperaba junto a Yuuri. Claro, no sería una vida sin problemas, pero todos los resolverían juntos.
Mirando el mar, Victor recordó a Hasetsu y esos primeros días junto a Yuuri. Cada vez que veía el mar se sentía tan nostálgico. ¿Cuántos días habían pasado ya sin verse por culpa de las competencias nacionales? Era un alivio que esta fuera la última, así podrían pasar más tiempo juntos. Makkachin también lo agradecería.
Lástima que hubiera un retraso entre escalas debido a un desperfecto en el avión, aunque tampoco era como si no fuera a llegar a su propia boda, después de todo serían un par de días de varios ritos preparatorios a realizar de acuerdo a la cultura de su amado. Aunque no recordaba los detalles, Victor haría lo que hiciera falta para complacer a Yuuri. La ceremonia de boda adoptiva era para las cuestiones legales y lo demás para la familia y los dioses. Para Victor, todo daba igual, su corazón ya estaba con Yuuri… si tan solo no tuviera que esperar más tiempo.
Divisó a lo lejos un pescador que hacía el mantenimiento de su embarcación y tuvo una idea. Caminó hacia el hombre y le pidió en un japonés decente, que lo llevara hasta su destino por vía marina, ofreciéndole una buena suma de dinero. Al principio el hombre lo miró extrañado, seguramente por el hecho de que un extranjero lograra defenderse con el idioma. Aún así, le respondió modulando de forma muy exagerada, como si creyera que Victor no podría comprenderlo de otro modo, que no llegaría mucho antes y lo exhortó a esperar su avión. Sin embargo, Victor estaba muy ansioso y se sentía incapaz de esperar, por lo que insistió hasta que el pescador aceptó y partieron en seguida.
La embarcación avanzaba con lentitud y Victor se sentía demasiado ansioso, por lo que comenzó a tener dudas sobre su decisión de viajar de ese modo. Al parecer, el pescador lo percibió y comenzó a hacerle preguntas, como el motivo de su viaje y cómo había aprendido el idioma. El hombre se sorprendió al enterarse de que Victor iba a su propia boda.
—¿Por qué escogieron un lugar tan lejano para casarse? Bueno, los extranjeros suelen buscar destinos extraños, ¿no? Para hacerlo más interesante…
—La familia de mi pareja es de ese lugar.
—Ah. Entonces viven ahí. Es bastante alejado. ¿Llegaron hace mucho? ¿Son mestizos?
—Japoneses. Nativos de la zona.
—Ah, ya veo, ya veo. ¿Y su novia tiene la aprobación de su familia? ¿No prefieren un esposo japonés?
Victor sonrió de la misma forma que sonreiría para las cámaras. El hombre sonrió en respuesta, algo avergonzado. ¿Qué más necesitaba Victor? En todas partes era lo mismo, en todas las naciones los nativos se creían superiores a los demás, era algo cultural, casi intrínseco del ser humano. Solo necesitaban compartir un tiempo con él para darse cuenta de lo mediocres que eran y caer ante su encanto. Las palabras no hacían falta.
Al atardecer, comenzaron a sentir frío. El pescador, Mizushima, sacó un termo y compartió con Victor el contenido. Bebieron y conversaron sobre la carrera de Victor. El hombre comentó que su hija practicaba patinaje, aunque aún era muy pequeña como para participar en competencias y le pidió un autógrafo para ella. Mizushima se relajó y comenzó a dejar de hablarle de forma exagerada y le contó más detalles de su propia vida, además de darle consejos para su vida de casado.
Poco a poco, con el movimiento de las olas, Victor comenzó a sentir sueño y el pescador le ofreció un espacio en la cabina para descansar. Le prometió despertarlo cuando llegaran.
Victor cerró sus ojos pensando en Yuuri. Tenía tantos deseos de verlo.


Despierta debido a un olor repugnante, una podredumbre demasiado insoportable. Mira en todas direcciones, desorientado, y pronto descubre que está solo en la cabina. Extrae su teléfono y se sorprende al ver que ya es medio día. «¡No puede ser, Yuuri me va a matar!», piensa angustiado. Se levanta del suelo con dificultad, tiene un fuerte dolor de cabeza y náuseas, y percibe como si el suelo estuviera inclinado. Revisa su equipo ignorando su malestar y se sorprende al no encontrar ninguna llamada o mensaje. Escribe a Yuuri, pero los mensajes no le llegan, no tiene señal, lo cual le parece extraño. «Yuuri debe estar muy preocupado». Se muerde el labio entre nervioso e irritado y abre la puerta para buscar a Mizushima, pero al hacerlo, el brillo del sol es tan potente que le impide abrir los ojos y el fuerte olor lo golpea en el estómago, causándole vomitar con tanta violencia que debe sujetarse del umbral. Durante una pausa, descubre que no hay señales del pescador y no solo eso, la embarcación está varada.
Vuelve a ingresar a la cabina y cierra la puerta mientras se cubre la boca y nariz con su ropa, para dejar de sentir el hedor, calmarse y analizar la situación. Tras esperar un largo tiempo y no encontrar más opción, finalmente, decide ir al exterior. Amarra una bufanda alrededor de su cabeza para tener las manos desocupadas y vuelve a abrir la puerta. Armándose de valor, avanza unos pasos, usando una mano como visera mientras se sujeta con la otra al contemplar el panorama al que se enfrenta; todo el suelo a lo ancho, hasta donde alcanza a ver, está cubierto por lo que parece un légamo negruzco, formado por barro y seres descompuestos, además de moscas y aves que han sido atraídas por el hedor.
«Parece que se elevó el fondo marino», piensa al reconocer los peces en aquella especie de pantano. «Tal vez hubo un terremoto», se dice al recordar que Japón es zona sísmica. Supone que debido al movimiento telúrico se elevó el fondo marino y, al quedar por sobre el nivel del mar de forma tan abrupta, la fauna marina quedó atrapada al igual que él y expuesta a la muerte.
«El agua estancada debe tener poca profundidad y por eso han muerto estas cosas. Por el estado tan avanzado de descomposición, pareciera que llevan varias horas bajo el sol. ¿Hace cuánto ocurrió esto?».
A pesar de la inquietud que siente, logra mantenerse en control. Su única preocupación es llegar al lado de Yuuri, quien debe estar angustiado por no tener noticias suyas. Victor solo espera que Yuuri esté a salvo. Sin embargo, no tiene cómo saberlo. Ni siquiera sabe dónde se encuentra en este momento, a qué distancia de la civilización o dónde está el pescador que lo llevaba.
«Seguramente, Mizushima fue por ayuda y al no lograrme despertar, me dejó solo. Si ha pasado tanto tiempo como para que se formara esta podredumbre, quiere decir que él ha tenido mucho tiempo para caminar… pero si aún no ha vuelto, quizá no ha encontrado ayuda, tal vez las cosas estén mal en todas partes, tal vez Yuuri me necesite».
Entonces, piensa que no puede seguir esperando en ese lugar, debe asegurarse de que su amado esté bien, por lo que desciende con cuidado de la embarcación, a pesar del asco que siente. La humedad fría, viscosa y pestilente se adhiere a su ropa y su piel en cuanto entra en contacto con aquellas aguas residuales, produciéndole arcadas que casi no logra soportar. Sin embargo, la necesidad de encontrarse con su amado es superior.
Aun con su nariz y boca cubiertos con la bufanda puede sentir el hedor acariciando sus mucosas, pero, decidido, comienza a caminar, intentando no resbalar ni mirar demasiado los ojos y figuras desconocidas que lo rozan.
Ve a lo lejos lo que parece un cerro y decide ir hacia él, para ver si desde lo alto logra divisar algún puerto o señales de vida. Avanza durante lo que parece una eternidad entera bajo el sol, rodeado de los peces y cadáveres de creaturas(2) marinas que nunca antes había visto, algunas tan espantosas y enormes que se le hace muy difícil seguir su recorrido. Al menos, a estas alturas ya se ha acostumbrado un poco al olor.
Victor se siente angustiado, pero no se atreve a perder la fe de volver al lado de Yuuri y asegurarse de que esté bien. Alcanza la elevación de tierra y, a medida que asciende, nota que la tierra está más seca y puede caminar con mayor facilidad. Piensa que tal vez arriba encuentre lo que busca y sube con gran alivio en su corazón. Sin embargo, tras alcanzar la cima del cerro se olvida de ello por completo, estupefacto ante la presencia de esculturas pertenecientes a otros tiempos, las cuales debieron quedar ocultas bajo el mar durante siglos debido a algún movimiento anterior de las tierras. Las figuras y grabados que ha descubierto son impresionantes, todos llenos de detalles que las aguas no lograron borrar en su totalidad y parecen representar a dioses desconocidos, dioses enormes; algunos con figura semihumana y otros con las formas más extrañas y terroríficas que pudiera imaginar, pero aún así maravillosas. Mientras las contempla anonadado, se detiene a pensar en la evolución humana, en especies y otras posibles razas.
«Tal vez provengan de evoluciones anteriores a los ancestros que caminaron sobre la tierra». El pensamiento le parece maravilloso y espeluznante a la vez. Se siente eufórico; camina entre los resquicios de aquella cultura perdida hasta llegar a un monolito, el cual posee un arte tan cuidado y lujoso que le hace pensar que debe ser el más importante; y distraído, mientras lo rodea, descubre restos humanos frescos.
Se le escapa un grito.
Se cubre la boca con las manos como reflejo y retrocede impactado, pálido y tembloroso, y pronto reconoce las ropas entre los trozos de carne, hueso y sangre de lo que solía ser un humano: aquel es o era Mizushima.
En medio del horror de semejante panorama, un fuerte ruido irrumpe de entre una acumulación de aguas, donde no notó que había ingresado. Entonces voltea y presencia como emerge una bestia gigante, con largos y poderosos tentáculos que se mueven amenazantes, causándole la sensación de terror más fuerte que hubiera experimentado y dejándolo paralizado por un instante. Pero antes de que el monstruo emerja por completo, Victor reacciona e inicia su huida desesperada. Prácticamente se lanza por el cerro y resbala varias veces, hundiéndose en el légamo, escuchando los golpes que da la bestia al moverse. Esa bestia intenta alcanzarlo. Victor percibe el peligro en su espalda; la muerte rodeándolo, al igual que las creaturas en el légamo, entre las que se abre paso entre nadando y corriendo, sin importarle el horror y el asco que aún siente por ellas, no cuando su vida está en juego.
Sigue su carrera sin mirar atrás, ahogado debido al esfuerzo y la falta de aire, sintiendo los latidos de su corazón en la cabeza. Se quita la bufanda para poder respirar y continúa con todas sus fuerzas, hasta alcanzar la embarcación que sigue varada. Sube, ingresa a la cabina, cierra la puerta y se queda ahí escondido, esperando que aparezca la enorme creatura para destrozarlo, para comerlo y acabar con su vida y todos sus sueños.
Desesperado, sabiéndose perdido, saca su teléfono y envía mensajes a Yuuri contándole lo ocurrido de la forma más hilarante, pero no le importa perder la compostura en ese momento; sabe que los mensajes no van a llegarle, pero quiere decirle, necesita decirle sus últimas palabras al hombre de su vida. Le dice con infinita angustia y tristeza, casi sin poder ver lo que escribe debido a las lágrimas, cuánto lo ama y que lamenta no llegar a su lado. Finalmente, a punto de perder la cabeza por el terror tras escuchar un ruido afuera, escribe como una súplica en tono de broma que, si se salva de esto, será menos impulsivo y se mantendrá siempre a su lado, adorando el suelo que pisa hasta su último día.
«Yuuri, mi Yuuri… tengo tanto miedo».
Se queda oculto en un rincón junto a su maleta de mano, apretando el teléfono contra su boca, ahogándose en llanto.
De pronto despierta. Está saliendo el sol y todo está bien. Mizushima sostiene el timón, ajeno a las emociones que experimenta. Victor ríe como loco; feliz, pero loco. El pescador se voltea preocupado y Victor le cuenta su sueño, omitiendo la parte donde lo encontraba muerto y destrozado.
El viaje continúa en calma y llegan sin más inconvenientes a su destino. Victor desciende sin prestar atención a lo que el pescador le dice para animarlo; no consigue quitarse la sensación de irrealidad. Mira su teléfono, ha entrado una llamada.

Nota de autor
Muchas gracias por leer. ¿Qué opinas? ¿Te gustó? ¿Te dio miedo?
Esta historia está inspirada en el cuento «Dagón» de Lovecraft. El cambio de tiempo verbal fue para producir una sensación más chocante en el lector al «cambiar de plano».
Vocabulario
(1) Boda Adoptiva: En Japón no está previsto el matrimonio entre personas del mismo sexo, por lo que las parejas homosexuales tienen un truco para quedar vinculados legalmente como familia, lo cual consiste en que uno de los miembros adopte al otro como hijo, dándole su apellido y derechos legales. Por lo tanto, una ceremonia de boda adoptiva vendría siendo una celebración tradicional de boda, pero con documentos de adopción.
(2) Creatura: Antiguamente se hacía distinción en la lengua entre creaturas y criaturas. La primera se utilizaba para referirse a «seres creados» (con connotación mitológica) y criaturas, para referirse a crías o bebés. Yo mantengo esta costumbre debido a que no me gusta mezclar estos conceptos.
De acuerdo a la RAE:
criatura. ‘Niño pequeño’ y ‘ser creado’. Esta es la forma más extendida hoy en el habla general culta: «No ha sido una máquina dotada de respiración la que ha inventado el lenguaje, sino una criatura reflexiva» (Lledó Días [Esp. 1994]); no obstante, con el sentido filosófico de ‘ser creado’, la variante creatura, más cercana al étimo latino, sigue vigente en el uso, especialmente en América: «Si Locke puede afirmar una absoluta igualdad entre los hombres […] es porque todos […] son por igual creaturas hechas por el soberano de los cielos» (Marcos Fantasma [Méx. 1986]); «La crueldad, banalidad, morbosidad y extravagancia que denotan sus creaturas son tales que abren un abismo difícilmente franqueable por el lector» (VLlosa Verdad [Perú 2002]).