🌙⭐️El misterio de Mycticias🌙⭐️
En el reino de Albul vivía un niño, tal vez pequeño, pero con un gran sueño: ser el ser más deseable del reino que sedujera a quien se interpusiera en su camino. Queriendo con todas sus fuerzas lograr ese sueño, a escondidas de sus progenitores, danzaba con su maestra Minako la cual impartía clases en una academia para bailarinas eróticas, la determinación de aquel pequeño hizo que se ganara el respeto de todas las señoritas que también practicaban ahí.
El nombre del pequeño chico era Yuuri Katsuki, un niño de tan solo nueve años quien cada día asistía a sus clases cuando terminaba de ayudar a sus padres en su posada «Yutopia». Sus prácticas eran duras y acababan hasta muy noche, pero a él eso no le significaba un reto, amaba lo que hacía y simplemente se dejaba llevar por la música. Su maestra Minako, una mujer muy hermosa, pero estéril, se enorgullecía mucho de los grandes avances que el joven azabache demostraba; lo quería tanto como si se tratara de su propio hijo, ya que, inconscientemente, con él rellenaba el espacio que faltaba en su vida.
Con el paso del tiempo Yuuri fue creciendo al igual que su habilidad y elegancia para la danza. Gracias a las constantes prácticas adquirió una figura incluso más envidiable del que de una mujer bien dotada: poseía un redondo y bien formado trasero, una cintura envidiable, unas largas y esbeltas piernas bien contorneadas y un torax, que, aunque no fuera como el pecho de una mujer, era apetecible desde donde lo vieran.
Sus compañeras no pudieron evitar sentir celos del joven Katsuki, pues a sus cortos dieciséis años era el mejor de la academia no solo en la danza, sino también en el aspecto físico e incluso en esencia, pues las señoritas eran doncellas frívolas y orgullosas que solo acudían a la academia con el propósito de ir al castillo del reino Mycticias —conocido por sus apuestos descendientes que la dinastía Nikiforov poseía— ya que ellas deseaban ser parte de la corte de doncellas del joven Viktor Nikiforov quien era el rey de la nación.
Los deseos del joven no iban más allá de superación, de querer ser ese alguien en la vida y también de dejar de ser llamado cerdito o Katsudon. Cuando era niño sufrió de insultos por parte de sus «amigos» quienes se burlaban incesantemente de su aspecto que había adoptado forma de lechoncito causando que Yuuri se escabullera por las calles tratando de ocultarse. Justamente había sido uno de esos días cuando el pequeño Yuuri se topó con la academia de baile la cual estaba presentando un baile grupal de las mejores jóvenes para llamar así la atención del público y más clientela; en ese entonces el sueño había brotado como los hermosos botones de los rosales en plena primavera.
Después de haber cumplido los dieciocho años Yuuri tomó la decisión de decirle a sus padres sobre sus furtivas clases de danza que había estado siguiendo casi durante nueve años, ellos no tomaron nada bien aquella revelación causándoles un gran enojo y decepción por lo que la familia Katsuki lo vendió como esclavo a un mercader que venía de paso con destino al reino Mycticias; los señores Katsuki sin culpa y remordimiento habían vendido a Yuuri por cien piezas de oro.
El pobre bailarín sufrió demasiado con el hecho de que su familia lo había intercambiado por oro al decirle su mayor deseo y aspiración. El día en el que fue entregado al mercader, Yuuri perdió todo sentimiento hacia ellos, pues se sentía traicionado y olvidado; con la mirada perdida y carente de sentimiento se fue alejando entre la arena del desierto que se alborotaba a la par de las escasas palmeras que se alzaban entre el suelo caliente como si supieran lo que sufría el pequeño bailarín en su interior.
Cada día que pasaba el joven caminaba bajo el furioso calor del sol, su cuerpo apenas y se podía sostener pues la decepción que estaba sufriendo era muy grave, la arena ardía bajo sus pies descalzos llenos de ampollas y lo único que lo cubría era un velo de tela.
Caminó así día y noche atado de las manos a un camello el cual llevaba a los lados bolsas echas de pieles que guardaban agua, al joven Yuuri solo le quedaba observar cómo las bolsas se movían al compás del paso del cuadrúpedo emitiendo el característico sonido del agua cuando chocaba entre sí. Era el séptimo día cuando su peregrinaje se detuvo en un pequeño oasis donde el mercader se detuvo para asearse y Yuuri, al igual que el camello, se detuvieron para tomar agua.
Después de un rato el mercader instaló un campamento improvisado para él solo e hizo una fogata en la cual calentó la cena, Yuuri estaba hecho un ovillo recargado contra el camello. Su llanto caía como pequeños trozos de cristales impactándose en la arena, pero sus pequeñas lágrimas se detuvieron cuando vio que el mercader le tendió un plato que al parecer contenía un poco de sopa, el bailarín tomó sin chistar el plato y agradeció al hombre por darle alimento.
El ambiente entre ellos dos era incómodo, el mercader sentía lástima del pobre joven que había adquirido ya que se la pasaba llorando silenciosamente cuando caminaban en las noches, muchas veces quiso entablar una conversación con él, pero sentía que no debía interrumpir el momento de desahogo del joven.
Sin embargo, en esos momentos, el mercader tenía curiosidad por el joven pues le había agarrado afecto al joven Yuuri, algo diferente que no sabía como interpretarlo, nunca antes había sentido algo así y no sabía como llamarlo.
—¿Cómo te llamas muchacho? —habló rompiendo el silencio de aquél momento.
—Yuuri… señor.
Katsuki pensaba que su nuevo «amo» lo había adquirido para complacer sus más bajos instintos pues de lo poco que veía en su ciudad la gente acostumbraba a comprar personas para el trabajo pesado, sembrar los terrenos, cuidar el ganado y, la última opción, para el sexo.
El frío de la noche hacia que el cuerpo delgado del joven tiritara y sus dientes castañearan al compás del sonido de la leña siendo consumida por el fuego, el mercader al ver el estado en el que se encontraba Yuuri sacó de entre sus pertenencias una túnica de color rojo, se la entregó junto a un lazo para atarla y unas sandalias.
—Gracias —le contestó en un susurro el pobre muchacho al hombre.
—No es nada, chico.
Yuuri volvió a su posición inicial y dejó que el ambiente lo envolviera en los brazos de Morfeo. Pasada la noche el improvisado campamento fue levantado con los primeros rayos del sol, el primero en despertarse fue el pequeño Yuuri seguido del camello y al último fue el mercader, el silencio y la incomodidad seguía reinando y la angustia de Yuuri al no saber a dónde se dirigía era predominante en él.
—Discúlpeme, pero ¿a dónde nos dirigimos? —exclamó Katsuki con voz temblorosa.
—Nos dirigimos al reino Mycticias, ahí me encargaré de ponerte a trabajar en uno de mis cabarés, por lo que tu madre me ha contado sabes bailar así que sabrás hacer un gran trabajo allí.
—¿Ah…? Esta bien.
Al oír eso la mirada Yuuri se dirigió hacia el suelo tratando de aguantarse las ganas de llorar al saber que sería usado de esa manera, a pesar de que amaba el baile no soportaba la idea de ser utilizado como una muñequita para desfilar a un montón de personas.
Después de aquello los días pasaron y el viaje llegó a su fin, el mercader se acentó en una gran mansión que parecía de alguien perteneciente a la realeza, ellos entraron por un portón trasero en donde fueron recibidos por una fila de sirvientas y sirvientes quienes ayudaron al mercader a despojarse de las pertenencias que había adquirido en el hogar de Yuuri.
El pobre joven estaba impresionado por lo hermosa que era la casa, esta poseía hermosos jardines con una selección de flores que jamás en su vida imaginó ver, animales exóticos recorrían la casa y el ambiente era sumamente amigable.
Luego de un rato Yuuri fue llevado a un cuarto en donde fue bañado y arreglado por sirvientas; estas lo vistieron con exquisitas prendas y lo llenaron de esencias, el azabache estada desorientado, no sabía porque motivo estaban haciendo todo eso, sin embargo, no protestó.
Cuando lo terminaron de arreglar fue llamado por el mercader al salón de la casa, este lucía diferente a cuando se habían conocido pues llevaba prendas finas y su cabello estaba pulcramente arreglado.
Luce impresionante, pensó el bailarín al observar al hombre que estaba frente a él con una sonrisa de satisfacción plasmada en su rostro al verlo a él. Es hermoso.
Al igual que Yuuri, el mercader estaba impresionado por la belleza andrógina que el joven podía adquirir con sólo un cambio de ropa.
—Acércate, muchacho —llamó con voz potente.
Yuuri con suma timidez se acercó lentamente haciendo que sus caderas se menearan delicadamente, en seguida se escuchó el sonido de las monedas chocando entre sí al ser movidas producto del contoneo delicado.
—Luces muy diferente, muchacho. Estás realmente hermoso, eres una joya en bruto entre un montón de carbón comparado con las demás, pagarán mucho por verte, traerás riquezas y honor a este lugar —las mejillas de Yuuri se tiñeron de rubor ofreciendo una vista más hermosa al mercader.
—Prepárate para esta noche, Yuuri, porque hoy te presentaremos como «Eros, el misterio de Mycticias». Le encantarás a la gente, los enamorarás como lo hiciste conmigo.
Al decir estas palabras el mercader se acercó peligrosamente al rostro de Yuuri llegando casi a sus labios, puso su mano en la cadera del contrario y lo acercó a su cuerpo, estaba a punto de estampar sus labios contra los de Yuuri cuando uno de los sirvientes entró al salón interrumpiendo la escena estrepitosamente, se dirijo a su jefe y le susurró unas palabras al oído, Yuuri seguía en shock por lo que había estado a punto de suceder.
El semblante del mercader, que era de molestia al haber sido interrumpido, pasó a ser de una felicidad desbordante.
—¡Yuuri! Tienes la suerte de los dioses, es inesperado, pero hoy en la noche va a estar presente el rey de este lugar, nuestro soberano Viktor Nikiforov. Debes lucirte hoy, serás el más hermoso de todos, deslúmbralos con tu baile, Yuuri.
El mercader lo había levantado de las caderas y había girado con él sobre el aire, las manos de Yuuri se dirigieron instintivamente a los hombros de su amo para evitar caerse y por impulso se fueron juntado quedando a escasos centímetros. Al percatarse de esto, Yuuri intentó alejarse de aquél hombre, pero entre el forcejeo el mercader aprovechó la situación y término besando pasionalmente a Yuuri.
Cuando finalmente lo hubo puesto en el suelo de nuevo, sus labios se separaron dejando como rastro un hilo de saliva, sus respiraciones entrecortadas hacían pareja, el rostro del bailarín se volvió a teñir y ante esto el mercader acarició la mejilla de Yuuri con cariño.
—Serás mi mejor joya, Yuuri. Aquí te trataré como una reina, nada te faltará si me das riquezas y poder.
La proposición del mercader era tentadora y bastante complaciente, pero Yuuri dudaba, no sabía si tomaba la decisión correcta, se sentía confundido por todas las cosas por las que había pasado: el abandono de sus padres, el cansado camino por el desierto, el ser tratado de esa manera y ser vestido con hermosas joyas y ropas, el beso que su amo le había dado… El pobre estaba asustado y no sabía qué hacer.
He incluso después de todo eso, había algo que Yuuri desconocía: el destino era incierto. Y Yuuri tenía preparado uno bastante peculiar para ser hijo de personas humildes, no sabía que el causante de tal destino sería justamente un hombre de ojos color mar y cabellera como la luna.
Nota de Autor: Los separadores y la portada fueron hecho por la hermosa Alexa Berenice AE y la ilustración fue hecha por Iv Novoa ¡Muchas gracias a ambas por el dibujo y por los separadores y portada! ❤️