
3. Lavanda
Victor busca a Yuuri con la mirada, mas no lo encuentra; está solo… tan solo. Se queda calmo en la oscuridad de su habitación, esperando a que Yuuri aparezca. Los minutos pasan, quizá rápido, quizá lento; el tiempo se extiende, estirándose de manera insufrible, haciendo del aburrimiento algo insoportable.
Enciende la luz de la lámpara y toma un libro que está junto a esta con la intención de leerlo. En ese preciso momento, se abre la puerta al fin, revelando al sujeto de su adoración.
—¡Victor! —exclama Yuuri al verlo y se acerca apresurado, con el ceño fruncido—. ¡¿Qué haces?! ¡¿Por qué encendiste la luz?!
—¿Ah? —Victor no entiende su actitud, se siente desubicado y no sabe qué responder. Se pregunta a sí mismo si habrá hecho algo mal.
—¿Acaso no sabes que eso atrae a las polillas? —Yuuri habla y luce nervioso, mirando en todas direcciones—. ¿Por qué no me llamaste?
—¡¿Qué?! —A Victor se le escapa una risotada, logrando que Yuuri lo mire con enojo.
—Eres como un niño, Yuuri. Las polillas no hacen nada. ¿Es por eso que siempre hueles a lavanda? ¿Te dan miedo las polillas?
Yuuri no le contesta y le mira incómodo, pero se sienta en la silla y comienza a leer el libro que le ha arrebatado. Al principio las palabras salen duras y Victor no logra concentrarse; aunque admira el rostro fruncido del otro, porque aun así le parece hermoso. Sin darse cuenta, se va adentrando en la lectura del mismo modo que Yuuri, cuya voz suena ahora más relajada. Poco a poco, tras cada verso leído y saboreado con el alma, la tensión se aleja de ambos. Poco a poco vuelven las sonrisas tímidas, los suspiros y las gentiles caricias.
—Te adoro, Yuuri —dice Victor tomando su mano para besarla una y mil veces, queriendo borrar el mal rato pasado.

