
Era una noche más oscura que las habituales. Como en todas las madrugadas, no había sonido que interfiriera con el descanso de los habitantes del tranquilo y tradicional pueblo de Hasetsu.
Las viviendas, todas ellas construidas de madera y decoradas en su techo con tejas cafés, mantenían sus velas apagadas, pues sus inquilinos dormían apaciblemente recuperando las energías que necesitarían en unas cuantas horas, cuando al amanecer su rutina volviera a comenzar en los campos de arroz que reposaban por debajo del agua, al fondo del pequeño poblado.
De pronto, un ruido de cascos interrumpió la acostumbrada quietud del lugar. Con prisa, un caballo negro galopaba sin descanso llevando sobre su lomo a una figura encapuchada quien tiraba de las riendas del animal, deseoso de llegar pronto a su destino.
Al fin, en la parte más recóndita del pequeño pueblo, caballo y jinete se detuvieron. Ágilmente, el jinete bajó de la silla, acarició a su caballo con gratitud y procedió a amarrarlo contra un poste que solía fungir como caballeriza improvisada.
Las ondas de la capa oscura se movían al compás de los pasos del jinete al subir las escaleras. Sus pasos eran audibles aun a la distancia. Sin embargo, ese último detalle al parecer, no era importante para él, pues la oscura figura encapuchada no se detuvo con solo llegar al final de la escalera, en donde imponentes, frondosos árboles custodiaban una antigua pero bella morada, la cual como las demás residencias del lugar, permanecían en completa calma. Inconsciente a este hecho, el jinete caminó hasta la casita y con su mano derecha enfundada en un grueso guante de piel, tocó sin miramientos en espera de la respuesta del inquilino que descansaba en su interior.
No pasó mucho tiempo para que el constante sonido despertara al habitante de la morada. Con un kimono atado con premura, una mujer, que a pesar de lo desaliñada se notaba era hermosa aun con su cabello castaño revuelto y despeinado, se asomó con cara de pocos amigos.
—Espero que sepas a quién estás despertando, jovencito —el gesto adusto de la mujer cambió a uno de asombro y expectación al reconocer el cabello rubio junto al mechón color carmín que quedaron al descubierto una vez que el viajero bajó la capucha de su cabeza.
—Minako-sama —un dejo de emoción se escuchó en la voz del muchacho, la sonrisa radiante de alguien que traía consigo buenas noticias—: ¡Lo encontramos!
Minako se llevó ambas manos a la boca en señal de sorpresa, los ojos abiertos cuan grandes eran, dejaron salir un par de lágrimas de felicidad de ellos. Después de tanto tiempo, de años de búsqueda y de haber perdido la esperanza incontables veces, por fin la exhaustiva odisea había rendido sus frutos. Aquel pequeño que había escapado de niño seguramente ahora sería todo un jovencito; no obstante, saber que él seguía con vida, ponía en alto las esperanzas de Minako.
Minako miró cielo, a estas alturas de la madrugada más oscuro que de costumbre somo siempre suele ser el preámbulo de cada amanecer. Se dirigió a una de las constelaciones más lejanas, ese cúmulo de estrellas donde, según una leyenda, descansan en paz las almas de aquellas personas que nos han dejado atrás y de las cuales, solo nos quedan sus recuerdos para mantenerlos cerca de nuestros corazones.
—Hiroko —exclamó con vehemencia la mujer—. Como te lo prometí, traeré a Yuuri a casa.

La nieve cae sin saber cuál es su destino final. Cada copo de nieve es una existencia efímera. Su tiempo de vida es insignificante para el vasto universo. Hermosos y breves, así son los copos de nieve.
Como esos copos que caían sin cesar, el pequeño niño que los observaba caer llegaba a la conclusión de que los seres humanos son similares a los copos de nieve. Después de perderlo todo, el niño se preguntaba si estaba bien seguir adelante y vivir una nueva vida lejos de casa y de su familia, de esa familia que llegó al final de su recorrido y, en una jugarreta del destino, se empecinó en que él continuara su camino como el copo de nieve solitario que se precipitaba por el barranco cayendo al fondo lejos, muy lejos de todo lo que él conocía.
El infante suspiró y bajó su mirada color avellana hacía el cascabel que sostenía en sus manitas. El recuerdo de la hermosa mujer de cabello plateado volvió a su mente. ¿Había sido real o una simple alucinación? Fuera lo que fuera, de lo único que estaba seguro el infante era que no quería regresar a su pueblo, pero ahora también sabía que tampoco quería morir.
El pequeño caminó por la carretera abrazando su cuerpecito. Constante vaho salía de su boca, pues el inclemente clima frío de la temporada invernal se negaba a irse aún sin importar que la primavera estuviera próxima a llegar. La nariz fría y roja, sus dientes castañeando, sus piececitos lastimados y doloridos. Las fuerzas de ese pequeño cuerpo no dieron para más, provocando una caída de bruces al suelo. El niño se volteó y observó el cielo nublado, del cual caía más y más nieve. Lágrimas frías de alguien que reprimió tanto tiempo su tristeza hasta convertirla en elaborados copos de nieve estancados en su belleza y breve existencia. El pequeño volteó su mirada a la mano que aún sostenía el cascabel y observó un pequeño punto brilloso en él que poco a poco fue creciendo, proveniente de la tenue luz de una carreta que se acercaba con lentitud al lugar. Sin un ápice de curiosidad, el pequeño cerró los ojos y se entregó a los brazos de Morfeo.
Al volverle la consciencia, lo primero que notó el niño fue un calor reconfortante alrededor de su persona y el movimiento constante de su cuerpo, como si el lugar donde se encontraba estuviese en constante movimiento. Un par de ojos negros lo miraban curioso y emocionado, un chiquillo no mucho menor que él.
—¡Vaya, has despertado! —exclamó emocionado, luego maniobrando en medio del estrecho lugar, el niño gritó con toda la potencia que su infantil voz le permitía—: ¡Papá, el muerto revivió!
El espacio reducido donde se encontraban se detuvo, se oyeron un par de caballos relinchar, algunas voces y, segundos después, una versión mayor del niño que gritara momentos antes apareció después de hacer a un lado las cortinas que tapaban el exterior.
—Phichit, ¿cuántas veces tengo que decirte que no está muerto?
—Es que no se movía —replicó el pequeño sin inmutarse por el regaño obtenido—. Ahora que ya despertó, ¿puedo jugar con él?
El hombre observó al pequeño que intentaba pasar desapercibido, como si con solo no moverse pasaran de su presencia. El hombre sonrió, pues por un momento se vió a sí mismo en una situación similar algunos años atrás.
—Tranquilo, estás a salvo —argumentó el hombre observando el nerviosismo creciente en los grandes y expresivos ojos del chiquillo—. Es una suerte que sigas con vida, ¿sabes? Aún no llegamos al pueblo más cercano, estamos a dos horas de allí. Por qué no te recuestas un rato más y descansas un poco. Phichit puede darte algo de comer, si quieres.
Phichit, el pequeño de ojos negros y vivarachos, sonrió y exclamó que él estaría a cargo. El papá del pequeño desapareció una vez más detrás de las cortinas y, momentos después, el carruaje volvió a moverse.
Minutos más tarde, y debido a su conducta hiperactiva, Phichit comenzó a hablar:
—Siento mucho decirte que estabas muerto, es solo que llevas mucho tiempo dormido y pensé que no despertarías. El otro día mi papá y yo recogimos un cachorro de lobo, era muy bonito, pero tampoco se movía y murió. Papá no quiere aceptar que él también lloró por el lobito…
—¿Cuánto tiempo? —preguntó el aludido.
—¿Qué?
—¿Cuánto tiempo dormí? —Phichit se sorprendió de escuchar esa suave y tímida voz, pero animado por tener a alguien con quien platicar, no dudo en contestar.
—¡Mucho tiempo! Dos largas y eternas horas.
A pesar de la conmoción y su timidez, el pequeño de cabello negro no pudo evitar hacer una mueca de descontento.
—Eso no es mucho tiempo.
—Para mi, sí —continuó Phichit—. ¡No me gusta estar solito y sin nadie con quien hablar!
—Te entiendo —contestó el mayor, abrazándose a sí mismo por debajo de la cobija—. Estar solito da miedo.
Phichit observó el gesto de su compañero, un par de lágrimas amenazaban con salir de sus lindos ojos. Aunque a Phichit no le gustaba estar solo, tampoco había pensando mucho en lo atemorizante que podía significar la soledad. Con sus escasos años de vida, el pequeño reflexionó un poco, entendiendo el temor de ese niño al estar solo en una carretera en medio de la nada.
Eso definitivamente daba mucho miedo.
—Bueno, ya no tienes que temer —exclamó con alegría Phichit, quien en un arrebato de amabilidad, extendió su mano hacía su interlocutor—. Si te quedas con nosotros te prometo que nunca más estarás solo. Mi nombre es Phichit, Phichit Chulanont. ¡Estoy muy feliz de conocerte!
El chiquillo observó un momento la mano de Phichit, levantó la mirada y el rostro más feliz y amable que hubiera visto en días hizo su aparición. Tal vez, el pequeño había encontrado una señal. Sacó su mano de entre la cobija y estrechó esa mano cálida que Phichit mantenía extendida hacía él.
—Soy Yuuri.
—¿Solo Yuuri? —se confundió Phichit.
—Es que yo ya no tengo un hogar —argumentó Yuuri, desviando apenado la mirada.
—Eso es lo menos importante —dijo Phichit, para sacar de su ensimismamiento a Yuuri—. ¡A partir de ahora, nosotros seremos tu hogar!
Phichit no aguantó más y se abalanzó sobre Yuuri para darle un abrazo fuerte y espontáneo, como solo los niños saben hacerlo. Yuuri correspondió el abrazo y un poco de felicidad hizo aparición en ese pequeño y solitario corazón.
Sin proponérselo siquiera, Yuuri había encontrado la familia que necesitaba.
La luz de un nuevo día se colaba por la ventana del pequeño y humilde carruaje. Un halo de luz centraba su energía en el rostro sereno que descansaba plácidamente sobre el catre amontonado dentro modesto medio de transporte. Sin querer despertar aún, el joven de cabello oscuro se dio la vuelta para de esa forma esconder su pálido rostro de la molesta luz que interrumpía su bien merecido descanso. Dicho plan hubiese dado resultado si no fuera por un montón de toquidos insistentes llamando del otro lado de su puerta.
—¡Hora de levantarse, bello durmiente!
Después de cinco minutos de insistencia, al fin el pobre Yuuri se levantó de la cama. Aún restregándose los ojos, el joven somnoliento se dirigió a la puerta y la abrió un poco. La animada y alegre figura de Phichit Chulanont hizo su aparición.
—No recuerdo haber ordenado un despertador tan insistente —comentó Yuuri entre bostezos.
—Yo no sería tan insistente si mi querido hermano no fuera tan flojo —sonrió Phichit.
Yuuri, a pesar de su estado de pesadez postsueño, sonrió con calidez al escuchar esas palabras. El muchacho en verdad se sentía honrado cada vez que Phichit lo llamaba hermano.
Por otra parte, Yuuri sabía que cuando Phichit hacía eso, había algún chantaje de por medio.
—Ya que logré levantarte, ¿sería mucho pedir si te encargas de la limpieza de los caballos el día de hoy? —Y ahí estaba el chantaje.
Yuuri torció la boca en señal de desacuerdo, por lo tanto, Phichit, entre pucheros y sobornos intentaba convencer a Yuuri de tomar su tarea el día de hoy.
—No lo haré —replicó Yuuri—. Hoy es mi día libre y quería pasarlo con…
—Con Víctor —completó Phichit con esa sonrisa pícara de últimamente le daba dolores de cabeza al joven bailarín—. No pasará nada si no ejercitan la boca el día de hoy.
—¡Phichit, no digas eso! —exclamó Yuuri más rojo que un tomate—. Las cosas entre Víctor y yo no son así.
—¿No lo son? ¡Vaya!, ustedes sí que son lentos…
—¡Phichit!
—En fin, eso no importa. ¡Por favor, Yuuri! Mila me pidió de favor que la ayudara a escoger unas flores en el monte. Quiere mi opinión de experto para escoger las mejores.
—¿Experto? —Yuuri levantó la ceja—. Según yo, solo eres experto en sobornarme para hacer tus tareas.
—¡Y por eso te adoro! ¡Por favor, por favor! —Yuuri y Phichit no eran hermanos de sangre, pero definitivamente su lazo era tan fuerte como el de cualquier par de hermanos. Yuuri suspiró rendido ante el poder de convencimiento del maestro de ceremonias de la caravana.
—Está bien —cedió—, pero tendrás que pagarme esto con creces.
Phichit pegó un gritito agudo de la emoción y, en seguida, abrazó a Yuuri con todas sus fuerzas, Yuuri escuchó cómo le agradecía constantemente mientras lo estrechaba en sus brazos.
—¡Gracias, Yuuri! —gritó Phichit cuando se encontraba al final de la calle. Yuuri no entendía cómo a veces el moreno podía ser tan veloz—. ¡Definitivamente tengo el mejor hermano del mundo! Claro, eso es obvio, ¡yo lo escogí!
Phichit desapareció en medio antes de que los demás miembros de la caravana asomaran sus cabezas al ver quién hablaba tan alto a esas horas de la mañana. Todos, despeinados, movían la cabeza en desaprobación, al entender quién los había despertado.
—Siempre un paso adelante de todos —sonrió Yuuri al percatarse de la hora, lo mejor sería poner manos a la obra.

Las Tierras Heladas del Nortes eran un gran valle circundado por majestuosas montañas cubiertas la mayor parte del año de nieve; no obstante, al pie de la montaña, el clima era ideal para que algunas flores florecieran: narcisos, violetas y crisantemos eran un paisaje común en esas tierras nevadas.
Phichit se abrazó un poco a sí mismo, el chico no estaba acostumbrado a climas tan fríos como el actual. Por lo regular, al caer el invierno, era común que la caravana se dirigiera al sur, donde el clima solía ser cálido en esa temporada.
No obstante, debido a lo acontecido hace algunos meses con Yuuri y el rey Nikiforov, la caravana había aceptado quedarse un tiempo extra, aceptando pasar el invierno en las gélidas tierras del norte.
Sin embargo, el tiempo apremia y Phichit lo sabía. Muy pronto Yuuri tendría que tomar una decisión que quizás cambie para siempre su estilo de vida. Phichit sólo quería lo mejor para su hermano; sin embargo, la cercanía de la inminente despedida lo ponía un poco nostálgico. Aún recordaba al tímido chico que recogieron a los costados de la desierta carretera y que, con el tiempo, se transformó en el amable y apuesto muchacho que hoy quería como un miembro más de la familia.
Era de tontos pensar que Phichit no sentía una revoltura de sentimientos al ver a Yuuri cada vez más enamorado.
“Algún día nuestros caminos se tenían que separar, ¿no es así?”. Pensó Phichit al reconocer un mechón rojo que contrastaba contra la blanca nieve que adornaba el suelo. Mila, sonriente y animada como siempre, se acercaba con rapidez a su encuentro. Phichit dejó de lado sus pensamientos y decidió lidiar con ellos en otro momento.
—Disculpa la tardanza —saludó Mila haciendo una breve reverencia. Sus rostro se adivinaba rojo por el frío de la montaña.
—Pierde cuidado —comentó Phichit—. ¿Qué tesoro venimos a buscar?
—¡Oh, eso!, disculpa el pedirte este favor con tanta premura, es solo que Víctor especificó que fueras tú quien me ayudara.
—¿El Rey? ¿Por qué?
Mila caminó tranquilamente entre el campo de flores, distintas tonalidades de violeta resaltaban sobre el blanco impoluto de la nieve. Phichit escuchó el cascabel que poseía la chica atado en su muñeca izquierda, el símbolo de ese pueblo de quienes habían encontrado a su alma gemela.
—Se acerca el día de los enamorados —comentó ella—. Víctor quiere darle una sorpresa a Yuuri, y seguramente también quiere formalizar su relación.
—Oh, ya veo —una sensación de vacío se formó en el estómago del muchacho; sin embargo, no queriendo perder su espíritu alegre formuló otra pregunta—: ¿entonces quieres que te ayude a buscar flores para Yuuri?
—No precisamente —contestó Mila, quien escogió un par de hortensias y las admiró por un rato—. En realidad, me gustaría atacarte con un par de preguntas.
Phichit miró intrigado a la muchacha, mientras ella comenzaba a cortar algunas flores del suelo. El viento arreciaba, provocando una potente sensación fría en el rostro descubierto del chico de cabello oscuro. En su apreciación, Mila estaba muy acostumbrada a ese inhóspito clima, Phichit apenas la veía inmutarse ante él.
—Es la primera vez que te veo callado por tanto tiempo —bromeó la chica—. No tienes nada de qué preocuparte, lo que te voy a preguntar es solo información básica acerca de Yuuri. Información que él no le ha mencionado a Víctor.
—Si no la ha mencionado —comentó Phichit, tomó las flores y caminó junto con Mila de regreso al pueblo—. Es porque él no considera que sea el momento de hacerlo. Yuuri siempre ha sido muy reservado, ¿sabes?
Mila se detuvo antes de llegar al sendero que los conduciría al reino, se posicionó enfrente del chico y con una tierna sonrisa, enmarcada por su cabello color fuego, preguntó:
—¿Se conocen de hace mucho tiempo, cierto?
Phichit parpadeó un par de veces, ¿estaba empezando una especie de interrogatorio? Afirmó a la pregunta sin estar totalmente convencido.
A continuación, Mila inclinó un poco la cabeza, si Phichit no erraba el gesto parecía que la chica le estaba pidiendo disculpas.
—No quisiera sonar muy indiscreta. Sin embargo, siempre he tenido curiosidad. He notado que a veces te refieres a Yuuri como tu hermano. Eso me llevó a entender que llevan mucho tiempo conociéndose y que su lazo va más allá de una amistad común.
Phichit suspiró y observó las flores que llevaba en brazos, un ligero rocío las bañaba ahora que la nieve se iba derritiendo.
—No es necesario compartir lazos de sangre para considerar a alguien como parte de la familia. En nuestro caso, nos conocemos desde la niñez. Él fue un regalo que le pedí a las estrellas. Un deseo del corazón.
Mila abrió los ojos con sorpresa, llevando sus manos enguantadas a la boca, su rostro, levemente sonrojado por el frío denotaba ternura y mucha admiración para con el moreno. Phichit desvió la mirada, aún con su forma de ser tan extrovertida, el chico solía avergonzarse ante los cumplidos persistenten de una muchacha tan bonita.
—¡Ustedes dos son demasiado tiernos! —exclamó Mila emocionada—. Bueno, creo que eso es todo, ahora será mejor que vayamos al castillo, el rey debe darle el visto bueno a estas hermosas flores.
Aun después de llegar al castillo y caminar por los largos y suntuosos pasillos decorados con pinturas antiguas y estatuas de madera, Phichit seguía preguntándose qué demonios había pasado en su pequeña excursión al valle, y si no había cometido alguna indiscreción sin proponérselo.
—¡Me alegra verlos de regreso tan pronto! —saludó Víctor, después de que él y Mila se hubieron inclinado ligeramente en señal de respeto, Víctor tomó las flores que Mila le ofreció, sonrió ante ellas, encantado—. Las flores son hermosas, Mila, como siempre logras superar mis expectativas.
La chica sonrió encantada, y ofreció una reverencia en señal de agradecimiento. Ante la sorpresa de Phichit, el rey Nikiforov hizo un puchero con la boca y se cruzó de brazos realizando un berrinche.
—¿Seguirás fingiendo solemnidad? ¡Estamos en confianza! ¿Verdad, Phichit?
Phichit sabía que Mila era cercana al rey (algo así como primos, si no se equivocaba); sin embargo, no estaba consciente de cuán cercanos eran, quizás como en otros reinos que él hubo visitado con anterioridad, los parientes que no pertenecían a la rama principal de la familia solían fungir como sirvientes o ayudantes del rey.
Ahora quedaba claro que ese no era el supuesto en este reino.
—Ahora tienes tus flores. Me retiro a planear mis cosas. —Mila se encaminó a la puerta, dejando al rey junto al maestro de ceremonias solos en el recibidor real.
Phichit, ajeno a la cercanía que el rey Nikiforov sí tenía para con Yuuri, optó por adoptar una actitud reservada, conservó la reverencia, y con el mejor tono solemne de su haber ofreció:
—Me encuentro ante usted porque ha solicitado mi presencia, su Alteza.
—Phichit, no me gustan las formalidades, por favor, dime Víctor.
—De acuerdo, Víctor —sonrió Phichit—. ¿Me llamabas?
—Así es —concedió el rey—. Me gustaría platicar de algo muy importante contigo.
Phichit sonrió y pidió le explicara cuál era la duda que inundaba la mente del soberano.

El reino de las Tierras Heladas del Norte se caracterizaba por ser un lugar tranquilo, sin conflictos con otras naciones, donde sus habitantes podían vivir en armonía y disfrutar incluso de los placeres sencillos de la vida, ya que cada habitante cumplía su función en perfecta sincronía.
Yuuri opinaba que, de todos los lugares que había visitado a lo largo de su vida, este reino era uno de los más prósperos y tranquilos. Hermoso con sus paisajes cubiertos la mayor parte del año con blanca nieve, ahora que la temperatura estaba ascendiendo, se podía apreciar el color alegre del pasto y, Yuuri estaba seguro que con el tiempo, crecerían de él hermosas flores que llenarían el paisaje de colores formando, de esta forma, un paisaje por demás armónico.
La mañana había pasado sin contratiempos y, aunque el bailarín se había levantado más temprano de lo acostumbrado, Yuuri se sentía con energías y mucha alegría, como solía sentirse últimamente desde que conoció a Víctor.
Y no lo malinterpreten, Yuuri ya era feliz con el estilo de vida que llevaban. La caravana ambulante de la que era miembro representaban para Yuuri una familia unida por algo más fuerte que un simple lazo de sangre; por lo tanto, ese tipo de cariño fue algo que Yuuri jamás volvió a extrañar después de lo sucedido con su familia, años atrás. El bailarín siempre recordaría con nostalgia a sus padres y hermana; sin embargo, los miembros de la caravana también tenían un lugar muy importante en su corazón.
No obstante, la presencia de Víctor en su vida representaba para Yuuri algo muy diferente a lo antes sentido por todos sus allegados, incluso por Phichit. Era un sentimiento cálido y abrasante que le llenaba el corazón y le instaba a pasar el resto de sus días junto a esa persona tan especial. El sentimiento crecía día con día, y Yuuri, aunque era feliz de saberse correspondido, se encontraba en una pequeña encrucijada, al saber de la próxima e inminente partida de su querida caravana.
¿Estaría bien quedarse en el Reino de las Tierras Heladas y dejar de lado su acostumbrado estilo de vida? ¿Phichit estaría bien con eso? ¿Era justo, para los miembros de la caravana, abandonarlos así nada más?
Yuuri pensaba en esas posibilidades mientras distraído, cepillaba al último caballo de la improvisada caballeriza. Sus pensamientos perdidos en medio del brilloso pelo café del animal.
—De seguir cepillando ese caballo va a brillar más que mi corona.
Yuuri dió un salto del susto y soltó, en su acción, el cepillo, el cual cayó directo a la cabeza del rey. Los demás miembros de la caravana ahogaron un grito asustados, solo interrumpidos por la estridente y divertida risa de Phichit.
—¡Pérdón, Víctor! —exclamó Yuuri, horrorizado—. ¡No fue mi intención, lo juro!
—No te preocupes. —dijo Víctor sobando el lugar donde hubo caído el cepillo—. Los accidentes suceden.
—Yuuri tiene un imán para los desastres, debes saberlo cuanto antes, Víctor —comentó Phichit aún aguantando la risa—. Así que prepárate para un par de accidentes en tu vida. ¡Nada grave, por supuesto! —agregó el moreno al ver la mirada asesina que le dedicaba su hermano—, sin embargo, tendrás que lidiar con un par de moretones y contusiones.
Yuuri escuchó algo así como “no hay problema, por Yuuri aguantaría hasta una tormenta de nieve”, y se sonrojó, pues él mismo soportaría lo que fuera por el rey de cabello plateado que se encontraba frente a él.
Phichit observó la escena, y ese sentimiento de vacío en su estómago regresó. No queriendo contrariar a los presentes y anteponiendo su deseo de no ser una molestia, el maestro de ceremonias se dirigió, sin hacer mucho ruido, a su carreta, lejos de esa escena que achicaban poco a poco su alegre corazón.
—¡En verdad lo siento mucho, Víctor! —exclamó por enésima vez Yuuri. Él y Víctor estaban dentro del carruaje personal del bailarín. El rey reposaba su cabeza sobre el regazo del menor, disfrutaba del contacto de esas bellas manos en su cabello, las cuales lo peinaban con delicadeza.
Víctor tomó con ternura una de las manos del bailarín y la dirigió a sus labios, dejó un pequeño beso en ellas y, aún sosteniéndola, se volteó para tener contacto directo con la mirada color castaño del joven bailarín.
Al dejar ambas manos por encima de su pecho, Yuuri pudo sentir el pausado latido del corazón del rey. Hipnotizado, el bailarín no pudo apartar la mirada de los ojos azul cielo del monarca.
—Como dije, aguantaría lo que sea por ti —la mirada de Víctor era seria, decidida. Era una mirada que quemaba. Yuuri apretó la mano que sostenía, juntando todas sus fuerzas para contestar a ese hermoso sentimiento.
—Yo también —contestó Yuuri, sonrojado hasta las orejas—. Por ti, lo que sea.
Víctor sonrió y con la mano libre que tenía, atrajo a Yuuri hacia su rostro. Sellando ambos esas palabras con un beso lento y tierno, solo disfrutando del contacto de los labios del otro, deleitándose de cada movimiento, del contacto de sus lenguas, compartiendo el aliento, construyendo poco a poco ese sincero amor que iba tomando forma. Después de separarse, ambos, príncipe y bailarín, se dedicaron a admirarse, cruzando sus miradas enamoradas, felices de encontrarse juntos y compartir estos bellos momentos.
Víctor decidió romper el reconfortante silencio. Acariciando la mejilla redonda de su amado Yuuri, susurró:
—Ya que mencionas eso, me gustaría pedirte un favor.
Yuuri parpadeo confundido un par de veces; sin embargo, sonrió ligeramente y asintió con la cabeza. Como lo había dicho, él también haría lo que fuera Víctor.

—¿Cuánto tiempo más tardaremos en llegar? —preguntó Minako, la pequeña comitiva que había salido del pueblo de Hasetsu tomaba un descanso para recuperar energías de este largo viaje. Los caballo tomaban agua y los jinetes preparaban comida o simplemente descansaban echados en ese claro del bosque. El frío se iba intensificando conforme avanzaban en su travesía.
—Estamos a un par de días de camino —corroboró el jinete rubio, su mechón de tonalidades carmín jugaba con el viento.
—Si dices que se encuentra en una caravana ambulante —continuó Minako de forma perpicaz—, ¿entonces cómo aseguras que lo encontraremos en ese reino cuando lleguemos, Minami-kun?
—Tengo contactos, Minako-sama —argumentó Minami, con confianza—. Cuando visité al monarca de las Tierras Cálidas del Oeste, me comentó con pesar que su amigo, el Rey de las Tierras Heladas del Norte, estaba encandilado con un joven y apuesto bailarín que, por su descripción podía jurar que venía de mi tierra natal. No queriendo perder la pista, le insté al Rey Giacometti que me explicará más al respecto. Su alteza estaba contrariado, ya que me comentó que le ofreció mucho a ese bailarín para quedarse en sus tierras; sin embargo, al parecer el chico optó por quedarse con el huraño y solitario rey de las Tierras del Norte.
—Si Yuuri es tan famoso —interrumpió Minako —, ¿por qué no habían dado antes con él?
Minami se removió incómodo y con un dejo de culpabilidad en la voz agregó:
—Yuuri-kun no suele usar su nombre real en público —comentó Minami, su mirada fija en el suelo—. Tampoco usa el apellido que heredó de sus padres.
—¿Y cómo supiste de ese detalle?
********
—¿El chico de la descripción? —preguntó el monarca, jugando con su copa de vino—. ¿Por qué la insistencia con ese muchacho?
—Es un familiar perdido —mintió Minami, un tanto incómodo por la cercanía del rey.
El rey Giacometti tomó con delicadeza la barbilla del muchacho y examinó su rostro, provocando el sonrojo tenue en esas lindas facciones del joven jinete. Una risa sensual reinó en la atmósfera. De inmediato, el rey volvió a su postura original.
—Tienes razón, es la misma reacción —Minami suspiró aliviado, él chico nunca pensó que su alteza, Christophe Giacometti, fuese tan confianzudo—. Verás, hace tiempo que esa caravana hace un parada anual en mi territorio. Siempre son bienvenidos y cada visita nos deleitan con un espectáculo sin igual. Mi gente los adora, y sería hipócrita decir de mi parte que no me fijé en el atractivo sensual e inocente de ese joven bailarín que siempre estaba al lado de Phichit. Sin embargo, el hermoso bailarín de cabello oscuro y mirada seductora nunca dirigió su mirada hacía mí más que para agradecerme. Aún así me alegro que al menos me considere su amigo.
—¿Agradecerle? ¿Por qué? —inquirió curioso Minami, la mirada del monarca estaba perdida entre el vino y sus recuerdos del hermoso bailarín.
—Porque yo lo bauticé, cuando se presentó por primera vez en mi coronación hace dos años, me dio el honor de otorgarle su nombre artístico.
“¿Yuuri-kun no usa su nombre?” pensó Minami, entendiendo al momento el largo retraso de la búsqueda. Entendió porque los sirvientes de Minako regresaron sin resultados y porque cada tanto, algunos incluso renunciaban enojados. Todos ellos habían buscando al pequeño Yuuri, sirviéndose de su nombre real, sin considerar la posibilidad de que quizás el muchacho no portaba el mismo nombre que le vio nacer.
—Eros, el sensual bailarín de la caravana ambulante. ¡Ese amargado de Víctor siempre se queda con los mejores premios!
Minami sopesó la idea de que tal vez, Yuuri-kun no quisiera ser encontrado.
*******
—Fue más sencillo encontrar a Yuuri-kun después de saber ese detalle. Investigué un tiempo y descubrí que la famosa caravana era un espectáculo liderado hasta hace un par de años por Khalan Chulanont; sin embargo, después de su muerte, sus hijos se hicieron cargo de la caravana. Viajaban de un lado a otro, enamorando a los pueblos y reinos con cada función.
—¿Y eso qué tiene que ver con Yuuri? —preguntó Minako, confundida.
—Cuando averigüé el nombre de los hijos de Khalan Chulanont, todo cobró sentido —continuó Minami—. Su hijo menor, Phichit, es el actual maestro de ceremonias en la caravana, y el bailarín principal el bailarín principal de la misma es su hermano mayor: Yuuri Chulanont o Eros, como es mejor conocido. Si mis sospechas eran correctas, Yuuri-kun fue adoptado por la familia Chulanont y viajaba junto a ellos en esa caravana por todo el mundo.
—Entiendo. —Comentó Minako, regresando al carruaje—. Eres increible, Minami-kun. A pesar de tu juventud, descubriste algo que muchos investigadores más experimentados que tú pasaron por alto. Me pesa saber que no puedo pagarte mucho.
—No lo hago por el dinero, Minako-sama —agregó Minami, inclinándose en señal de respeto—. Yo solo busco lo mejor para el pueblo de Hasetsu.
—Coincidimos en el sentimiento —concedió Minako, disponiéndose a subir a su carruaje para continuar el viaje, sin embargo, fue interrumpida por el llamado de su subordinado.
—Y no ha pensado, Minako-sama —agregó Minami, preocupado—, ¿que quizás Yuuri-kun no quiere ser encontrado?
—No seas ridículo, Minami —arrebató Minako, antes de subir al carruaje—. ¿Quién quisiera vivir sin una familia?
No queriendo agregar más a la discusión, la mujer se acomodó en el carruaje y ordenó a la pequeña comitiva a seguir. A pesar de saber que lo que hacía era lo correcto, el joven Minami no podía evitar pensar en ese detalle que ha atravesado su mente desde que se dio enterado del paradero de Yuuri-kun.
“Probablemente Yuuri-kun ya tiene una familia”. Pensó el joven jinete mientras jalaba las riendas de su caballo y emprendía una vez más el camino a las Tierras Heladas del Norte.

—Pasaré por ti por la mañana, ¿está bien? —Víctor bajó del carruaje y feliz, presumiendo su boca en forma de corazón, se dispuso a despedirse de su lindo y tierno bailarín.
—Estaré al pendiente —contestó Yuuri, también sonriente—. Nos vemos mañana, Víctor.
—Nos vemos mañana, mi Yuuri —Víctor dio la espalda y caminó cual caballero galante por las calles adoquinadas de su reino.
—¡Víctor! —ante el llamado del bailarín, el rey volteó curioso—. ¡Gracias por confiar en mi!
Víctor observó al bailarín, sus gestos se observaban hermosos enmarcados por la puesta del sol.
—No, gracias a ti.
Con un gesto de la mano, Víctor envío un beso hacía su amado. Sin querer retrasar más el momento, el rey emprendió su camino de regreso al castillo. Yuuri se quedó observando esa ancha espalda alejarse, el cabello plateado que tanto le gustaba acariciar ondeaba al compás del viento.
No había forma de negarlo y no había razón alguna para hacerlo: Yuuri estaba perdidamente enamorado de Víctor Nikiforov.
Solo de formarse esa idea en su mente, el joven bailarín se sonrojó a niveles inesperados.
—Si sigues así, derretirás la nieve a tu alrededor.
—¡Phichit, ¿nos estabas espiando?!
—No es necesario, ya sé que siempre terminan como un par de tórtolos haciéndose arrumacos.
Yuuri miró a su hermano y componiendo un puchero con su cara, exclamó algo parecido a “no es gracioso, Phichit”, luego se dispuso a entrar a su carruaje y alistarse para dormir. Sin embargo, tal acción se vio interrumpida por el mismo Phichit:
—¿Podemos hablar un momento? —preguntó el chico, la mirada seria que le dirigió, preocupó al bailarín en ese momento.
Sin más tiempo que perder, Yuuri dejó pasar a Phichit al carruaje, ambos se acomodaron frente a frente en el pequeño catre del bailarín. Una vez que ambos jóvenes se pusieron cómodos, fue Phichit quien comenzó la conversación.
—Te ves radiante —comentó sinceramente. Yuuri solo atinó a bajar la mirada y sonrojarse un poco por el comentario.
—Si solo vienes a burlarte…
—No es así —se corrigió Phichit—. Me encanta verte feliz, y lo sabes. También te conozco y sé que nunca antes te habías sentido así, es por eso que quiero hablar contigo.
Phichit observó la mirada seria que le dirigió su hermano. Como siempre, esos ojos color café eran como lagos cristalinos en los que el moreno podía ver claramente las emociones del bailarín, por lo que no fue raro para Phichit ver sincera curiosidad reflejada en ambos orbes.
—Hoy en la mañana, además de ir con Mila al monte, fui al palacio a hablar con Víctor —comenzó Phichit, ante la atenta mirada de Yuuri—. Platicamos un poco y, sé que no debería decirte esto, pero te conozco y sé lo ansioso que te pondría no saber nada, así que te lo diré: se acerca el día de los enamorados en este reino.
La cara de sorpresa del bailarín fue épica, de inmediato Yuuri se levantó y comenzó a caminar cual león encerrado, dentro del carruaje. Las palabras no se hicieron esperar, desde un ¿qué puedo regalarle a Víctor? Hasta un, ni siquiera sé si azul es su color preferido, llegaron a oídos de Phichit. El moreno sonrió y con paciencia, instó al bailarín a tranquilizarse, lo volvió a sentar junto a él sobre el catre y tomó sus manos para transmitirle paz.
—Lamento mucho no enterarme antes —argumentó Phichit apretando un poco el contacto de sus manos—. No pensé que en este reino se celebrara esta festividad. Temo que solo tenemos dos días para buscar algo.
Yuuri sonrió, y le indicó a Phichit que no había problema, al contrario, le agradecía que el moreno siempre estuviera atento a esos detalles, de esa forma él tenía tiempo para entregarle un presente a su querido Víctor. Phichit sonrió y, decidiendo que era todo por el momento, procedió a salir del pequeño lugar para dejar descansar al joven bailarín. No obstante, antes de abrir la puerta, Phichit volteó y, curioso, hizo una pregunta que no había formulado hacia mucho tiempo:
—¿Sigues sin recordar tu apellido?
Yuuri meditó un poco, negó con la cabeza y contestó:
—Soy Chunalont, como tú.
—Y si fuera indispensable, no sé, usar tu apellido por algún asunto de vida o muerte y no pudiera ser Chunalont, ¿podrías recordarlo?
Yuuri entrecerró la mirada y observó a Phichit con suspicacia.
—¿Insinúas que he mentido todo este tiempo? Phichit, en verdad no lo recuerdo.
—Entiendo, disculpa el atrevimiento. No es mi intención molestar.
Phichit salió, cerrando la puerta tras de sí. Yuuri observó por un tiempo el lugar donde su hermano menor se encontrase momentos atrás. El bailarín dudaba que esa pregunta la hiciera Phichit sin dobles intenciones, es más, había notado algo raro en el comportamiento de su hermano últimamente. Tal vez lo mejor sería hablar con él al respecto.
Con ese pensamiento en mente, el apuesto bailarín se acomodó en el estrecho catre y se propuso a viajar al país de los sueños.

Un día es nostálgico cuando las nubes se tornan grises y el viento sopla tratando de alejar los malos recuerdos. Un día se torna nostálgico, cuando el sol brilla detrás de esas nubes grises intentando extinguir tristes momentos. Un día se vuelve nostálgico cuando avanzas en medio de ese hermoso y colorido mar de flores mientras ellas se mecen al compás del viento, esperando con ello limpiar las memorias menos gratas. La nostalgia se cierne sobre tí cada vez que la naturaleza intenta apartar los rastros de las reminiscencias oscuras en tu mente, para dejarte con los mejores recuerdos.
Víctor y Yuuri se habrían paso entre el campo de flores, ambos con hermosas flores color violeta en sus brazos. El cementerio del reino les dio la bienvenida en medio de hermosa vegetación y un frondoso bosque.
—¿Este es el cementerio? —preguntó un curioso y asombrado Yuuri.
—Sí, lo es —contestó Víctor, de inmediato—. Cada vez que alguien deja este mundo, al realizar su tumba, solemos sembrar un árbol alrededor del lugar, de esta forma su vida continua a través de la naturaleza.
—Es un hermoso pensamiento —expresó Yuuri con voz solemne—, y un pacífico lugar para descansar.
Víctor sonrió, tomó a Yuuri de la mano y juntos continuaron con su camino hasta un lugar algo apartado de las demás tumbas. El lugar del eterno descanso de la reina Yelena: un sepulcro blanco con algunos detalles dorados en él. En las letras, del mismo color, se leía el nombre completo de la reina y su fecha de nacimiento junto a la del deceso como en cualquier tumba normal. Nada muy exagerado ni exuberante de hecho, ni siquiera sobresalía de los demás mausoleos allí presentes. Tal como Víctor recordaba a su madre: una mujer sencilla, devota a su deber.
Víctor dejó las flores violetas en la tumba, sonrió con nostalgia y agregó:
—Hola, mamá. Vengo a dejarte estas flores hoy que se cumple un año más de tu partida. ¿Sabes? Sigo extrañándote mucho, y creo que siempre lo haré. Admito que una parte de mi partió contigo el día que me dejaste. Te pido una disculpa por no volver aquí después de tu fallecimiento. —Víctor suspiró, sin embargo, al sentir el suave contacto de la mano de Yuuri contra su mano, se armó de valor y volvió a continuar—: Pensé que me habías dejado solo, que me habías abandonado, cuando nunca fue así. Perdóname por haber sido demasiado egoísta y encerrarme en mi dolor. Ahora que soy el rey, te prometo que eso nunca más volverá a pasar. Gracias por todo tu amor, mamá. Te amo, te amo mucho.
Víctor sintió a Yuuri cubrirlo con un cálido abrazo, el rey se inclinó un poco para llorar sobre el hombro del bailarín, pues hacía mucho no lloraba y un desahogo era necesario para continuar hacia adelante. Era claro, el dolor lo abandonaría, la pérdida sufrida nunca se recuperaría, pero se podía tomar fuerza de ese dolor, a final de cuentas, las personas que nos aman jamás no dejan. El amor perdura, y la persona que abrazaba al rey, era la prueba de ello.
Pasado unos minutos, Víctor se recompuso, Yuuri sonrió con ternura al rey y, con delicadeza, limpió aquellas lágrimas que, cual diamantes, brillaban sobre el rostro más bonito que Yuuri hubiera visto en toda su vida. Antes de dirigirse al hermoso sepulcro blanco, Yuuri susurró al oído de Víctor las palabras: “eres muy valiente, lo hiciste bien”.
Después de dejar su ramo de flores frente a la tumba, Yuuri se paró al lado de Víctor, tomó su mano y dijo:
—Su alteza, muchas gracias por traerme hasta aquí. Cumpliré mi promesa.
Es increíble el peso que puedes quitarte de encima al expresar las palabras que has callado por tanto tiempo en el corazón. Aún cuando parece que las dices al aire, el sentimiento de libertad experimentado es alentador. Eso pensaba Víctor, mientras caminaba de regreso al reino junto a Yuuri, ambos aún tomados de la mano. Después del incidente de los cascabeles, Yuuri le había contado ese extraño sueño, en donde una hermosa mujer de cabello plateado, le había regalado el misterioso y “averiado” cascabel.
“Fue por eso que llamaste mi atención cuando te vi por primera vez. Tu cabello me recordó un poco a ese sueño”. Comentó Yuuri, en su momento.
No había mucho que pensar, había sido la reina Yelena la responsable de esta unión. Víctor agradecía al infinito amor de su madre ya que el esmero por cuidarlo y ser parte de su felicidad había traspasado las barreras de lo inimaginable. Fue por eso que el monarca había decidido darse valor y visitar, por primera vez, la tumba de su madre.
Había cosas que no tenían explicación, eso lo sabía muy bien Víctor; sin embargo, aún con toda la magia involucrada, había algo que a él le llamaba la atención.
—Yuuri, ¿sabes lo que es un deseo del corazón?
******
Un pequeño niño se encontraba sentado al lado de un sencillo carruaje. Su personalidad alegre y juguetona brillaba por su ausencia en ese momento. Una tras otra lágrima se iban haciendo paso por sus regordetas mejillas. Entre hipidos y lamentos el chiquillo se quitaba de vez en cuando el llanto que nublaba su vista. Sus ojos se encontraban fijos en la puerta de madera que aún permanecía cerrada, en donde horas atrás habían ingresado sus padres. El chiquillo prometió ser un niño bueno y no moverse de ahí, así que Phichit cumpliría su promesa, de una u otra forma.
Finalmente, unas cuantas horas después, su padre, Khalan Chulanont se abrió paso por la puerta, y caminó con pesadez hasta llegar a donde se encontraba el pequeño Phichit.
—¿Y mamá? —preguntó el pequeño.
Khalan observó a su retoño y se puso en cuclillas para quedar a su altura. Lo que iba a decir a continuación era muy importante y delicado, pero no podría ocultarle una verdad así a su querido hijo. Khalan debía ser sincero, aunque le doliera a él y a su amado niño.
—Mamá ya no está con nosotros —el hombre acarició el cabello oscuro de su hijo, con ternura y paciencia, esperó por la siguiente pregunta del pequeño.
—¿Y mi hermanito? —Khalan suspiró e indició la misma respuesta: su hermanito tampoco se encontraba con ellos. Ya no más.
—Ahora solo somos tú y yo, Phichit. ¿Entiendes? —preguntó el mayor, aguantando con todas sus fuerzas las lágrimas que furiosas trataban de salir, clamando su dolor.
—Pero era mi deseo, ¡yo desee un hermanito! Mamá dijo que si lo deseaba con el corazón, mi deseo se cumpliría —exclamaba el niño entre hipidos, en su mente infantil, no acababa de entender la situación.
Khalan sonrió muy a su pesar, pues así no funcionaban las cosas. Un deseo del corazón solo se cumplía cuando, al presentarse ante los dioses antes de morir, el alma buena dispuesta a partir pide un deseo y este se ve cumplido por las buenas acciones de esta alma en vida.
Era algo así como una última voluntad.
Sin embargo, los pequeños no suelen entender estas razones, fue por ello que Khalan le contestó a su hijo que seguro su deseo se vería cumplido, ya que lo había deseado con el corazón.
Grande fue la sorpresa del hombre al encontrar al pequeño Yuuri en esa carretera desierta y ver la alegría en la carita de su hijo al ver su deseo cumplido. Esa noche, cuando el hombre decidió adoptar al pequeño de cabello negro y ojos de tonalidades avellana, agradeció a las estrellas, pues su amada había partido de este mundo no sin antes velar por su familia.
—Gracias por regalarle un hermano a Phichit, mi amada Mali.

El público se regocijaba al final de otra maravillosa función, Yuuri y Phichit saludaban al público y lo reverenciaban en agradecimiento tomados de la mano, junto a los demás miembros de la caravana. Entre aplausos, gritos y dos que tres chiflidos, Mila y Otabek se unían a la algarabía, sumando a esta su alegría.
—¡Ese fue el mejor espectáculo de todos! —exclamó Mila, emocionada—. ¡Fue mi favorito!
—¡Todos son tus favoritos! —recordó Otabek con ternura. Yuuri y Phichit reían ante las ocurrencias de la pelirroja.
—Lo admito, pero en verdad, este es mi favorito —argumentó Mila, y con tono soñador agregó—. Debe ser muy emocionante vivir en una caravana y viajar por el mundo.
—Tiene sus desventajas —admitió Phichit—. Aunque conoces muchos lugares, también aprendes a sobrellevar carencias.
—Me imagino —agregó Mila, la gente del pueblo comenzaba a marcharse a sus moradas, dejando solos a los presentes. Otabek observó el cielo, el atardecer pronto terminaría y con ello, la noche se daría paso.
—Será mejor que vayamos al castillo, el rey Nikiforov quería venir a la función; sin embargo, una visita inesperada provocó el cambio de planes —explicó Otabek mientras los cuatro emprendían el camino hacia el castillo.
—El rey no debe estar contento —suspiró Phichit.
—¡Y que lo digas! —intervino Mila—. Víctor quería evitar a toda costa recibir a las visitas. Me reí mucho cuando intentó abdicar al trono y darle su título a Georgie.
—Su alteza, es imposible que abdique al trono en este momento —en una estupenda imitación de Georgie, Otabek continuó el hilo de la conversación—. No nos haga esto, por favor, es la primera vez que recibimos visitas, ¡compórtese como la situación lo amerita!
—¿Y qué hizo Víctor? —Yuuri reía divertido, podía visualizar claramente la escena. La desesperación y dramatismo de Georgie combinadas con la tenacidad y terquedad de Víctor, sin duda era material para reirse.
—Se encerró en la habitación real y se negó a salir en un buen rato. Dijo que si no era capaz de ver a Yuuri bailar en la función de hoy, no tenía caso recibir ninguna visita.
Todos volvieron a reír, imaginando la escena. Otabek explicó que se necesitaron 4 guardias reales y la persuasión natural de Mila para convencer al rey de faltar a la función.
—Solo era cuestión de decirle que podíamos invitar a Yuuri a cenar esta noche, una especie de reunión entre nosotros. —Argumento Mila—. Y es por eso que ahora están aquí.
Los cuatro jóvenes se detuvieron a las puertas del castillo, en donde un par de guardias reales les dieron la bienvenida.
—Y a todo esto, —cuestionó Phichit—. ¿Quiénes son las visitas que arribaron?
—¿Yuuri-kun?
La voz que llamó al bailarín no era de ninguno de los presentes, alguien ajeno a la conversación los venía siguiendo desde que los cuatro habían traspasado las puertas del castillo. En el jardín, junto a las caballerías un hermoso corcel negro descansaba de su largo viaje, junto a un gastado y a la vez elegante carruaje. La persona que había hablado, era un muchacho de ojos color ámbar y un curioso mechón rojo en el cabello.
Yuuri solo pudo observarlo un momento, pues el muchacho, en un arrebato de alegría, se abalanzó sobre el bailarín y lo abrazó con todas sus fuerzas.
—¡En verdad eres tú! ¡En verdad eres Yuuri-kun! ¡No puedo creerlo!
Con un poco de fuerza, Yuuri se libró del abrazo que lo tenía aprisionado, sostuvo al chico por los hombros para, de esta forma, separarlo un poco de su persona.
—Disculpa, yo no te conozco. No sé quién eres —se disculpó el bailarín. El chico del mechón rojo lloraba de la emoción.
—No te preocupes —repuso—. Es lógico, éramos muy pequeños cuando te marchaste. ¡Soy Minami, Kenjirou Minami! ¡Nosotros somos familia!
Los cuatro presentes ahogaron un grito ante la confesión del más pequeño. Phichit observó a Minami, la sorpresa de Yuuri reflejada en su rostro sin creer en las palabras del jinete, y ese hueco en el estómago del moreno volvió más pesado que en días anteriores.
Ese hueco representaba el preludio de un difícil camino llamado despedida.
Fin de la primera parte.

¡Hola!
Como pueden ver, este relato tomó más espacio del que esperaba y fue por eso que decidí dividirlo en dos partes. Espero les guste esta primera parte tanto como a mi me ha gustado escribirla, poco a poco se van revelando el pasado de dos de los personajes principales de esta historia. ¿Qué hará Yuuri al descubrir su origen? Esperen muy pronto la segunda parte. De antemano muchas gracias si has leído hasta aquí.
Nos vemos pronto.
xoxo
Sam.