Lado B
(2000)
Siempre has estado acostumbrado a que las miradas ajenas se vuelquen hacia ti en todo momento, Víctor, no con un sentimiento tímido de repulsión o incomodidad, sino con un deseo absoluto de que estas se mantengan siempre apreciándote para ser testigos de cada uno de tus logros, para que seas capaz de conmoverlas y emocionarlas, de hacerles padecer tantos sentimientos falsos que para ellas se vuelven reales. De hacerlas reír, llorar… y que, dentro de todo ese mar de emociones con que adoras golpearlas, sean capaces de admirarte por provocarles tanto sentir como a nadie más en el mundo.
Siempre te has sabido observado, dueño de un encanto natural que atrae a cualquiera; sin embargo, muy pocas veces te detuviste a contemplar a los demás, a intentar darte cuenta de quiénes eran los que se acercaban a ti, qué buscaban, qué deseaban de tu existencia. Creías que no hacía falta, que más allá de admiración o envidia, no habría nada interesante que encontrar en ellos… Por lo menos no hasta que Yuuri Katsuki apareció.
Notaste su existencia después de que un balde de pintura blanca le cayera encima. Había sido un accidente que no fue su culpa, sino del decorador a quien ayudaba mientras terminaban los arreglos de una escenografía en el programa televisivo en el cual participabas como personaje secundario. Eran tus primeros pasos en la industria y sabías muy bien que debías aprovechar al máximo cualquier oportunidad, pues nunca se sabe con quién se puede conversar, a quién puedes ayudar… quizá a un director que te hará la estrella de su próximo show o película. Te acercaste a Yuuri para apoyarlo con la sola intención de que todos se dieran cuenta de la «buena persona» que eras. Le prestaste algo de tu ropa, le ayudaste a conseguir unos lentes nuevos, pues los suyos se habían estropeado por completo. Incluso lo llevaste a casa. En todo ese tiempo conversaste con él de forma casual, apenas sin mirarlo, lo suficientemente distante como para parecer que lo escuchabas sin tener que recordar ni una sola de sus palabras después. No obstante, la sonrisa que te dedicó cuando bajó de tu automóvil lo cambió todo, no porque te parecía una sonrisa hermosa o perfecta, sino porque fue distante… tan desinteresada como la que tú le habías dedicado instantes antes. Era la primera vez que alguien te sonreía de esa manera, sin la menor pizca de atracción o interés hacia a ti, mucho menos ahora que podías autodenominarte como un actor gracias a que cada vez ganabas más la simpatía de la audiencia del programa y que, por tanto, eras más reconocido. En ese momento, Katsuki te sonrió como a cualquier cosa, como a cualquier otra persona… Y eso te dolió.
No podías dejar las cosas así, por supuesto, y mucho menos fuiste capaz de quitarle los ojos de encima ni pausar los pensamientos en los cuales él se hacía presente. Deseabas con todas tus fuerzas descubrir por qué no eras relevante para él y, sin darte cuenta, terminaste por dar vueltas a su alrededor, atraído por una clase de magnetismo inusual e irresistible. Provocaste tantos acercamientos casuales en los cuales no había más opción que saludarse entre sí, y sus tiempos libres se volvieron espacios en blanco que llenaste con pláticas, con risas bajas, con miradas cómplices y roces que cada vez se volvieron menos accidentales. Fue imposible no notar como su sonrisa cambió de un momento a otro y se volvió especial, genuina. Yuuri Katsuki ya no te sonrió más como a cualquier otro, pero tampoco fue como los demás solían hacerlo: no había admiración ni envidia en ella, sino que era la existencia de todo un mundo nuevo y deslumbrante que pudiste descubrir y sentir como propio. Era como ver en ella esa versión que siempre intentaste ser, pero nunca pudiste conseguir.
Convivieron tanto, conversaron de todas las maneras posibles hasta que, en algún punto, no hubo más que decirse que un «me gustas». El sentimiento siempre fue mutuo y, con el tiempo, te percataste que no era como lo que habías sentido alguna vez por alguien más; que no solo era un gustar, una atracción que se volvía fuego y llamas en la cama, sino que lo querías, lo adorabas… lo amabas. Yuuri Katsuki se convirtió en la única persona a quien valía la pena ver y admirar, sobre todo con esos gestos tan auténticos que más de alguna vez te provocaban envidia y que te encantaban al mismo tiempo. Yuuri era genuino, más genuino que tú, y eso sin duda fue lo que terminó por atarte a él y querer compartir el resto de tus días a su lado.
Todo el mundo lo nota en cuanto te ve: tu sonrisa no puede mentirles, Víctor, mucho menos por ese brillo que parece expandirse de ella hasta llegar a tu mirada. Luces como un hombre soñado, enamorado y feliz… Y vaya que lo eres.
No importa que durante el maquillaje algunas de las chicas encargadas de ello puedan notar los mordiscos y las marcas que tienes sobre la piel de tu cuello, muy cerca de la oreja, esos que Yuuri no se contuvo en hacer la noche anterior y que tú disfrutaste hasta el éxtasis. Seguro murmurarán entre sí, hablarán de ello durante su comida, expecularán sí ha sido a causa de una conquista de una sola noche o mantienes algo duradero con alguien en secreto. Casi quisieras sonreírles con burla pues ellas no serán capaces de imaginar siquiera que esa persona especial es un chico que trabaja en esa misma producción, que de seguro conocen y que muy posiblemente han saludado más de alguna vez.
Apenas llegas a la zona acordonada del set y le deseas buenos días al guardia con una deslumbrante sonrisa. Además, respondes con un excelente humor a aquellos que se acercan a ti para saludarte. Todos notan esa aura cálida, esa felicidad que se desborda de ti en torrentes que contagia a los demás. Cada persona que se acerca, se aleja después de ti con una revigorizante sonrisa sobre sus labios y tú los miras sintiéndote complacido con lo que provoca cada latido en tu pecho, con el dulce sabor de Yuuri que permanece en tu boca, con ese aroma suyo que aún, tras un baño, logras percibir en ti como si todavía lo mantuvieras entre tus brazos. Hay un estela mágica que dejas a tu paso, hay esperanza y añoranza de lo que puedes llegar a disfrutar una vez la película termine y no debas ocultar más en el clóset ese amor que sientes hacia otro hombre. Mueres por presumirlo, por llevarlo contigo y de la mano a cuanta alfombra y fiesta te sea posible, por besarlo frente a las cámaras para que todo el mundo sepa que él es la razón de tu felicidad en esta vida.
Sin embargo, cuando entras a tu camerino, notas de inmediato el cambio abrupto que revienta tu burbuja de alegría y te hace sentir temor sobre lo que ocurre. El ambiente entre las dos personas que se encuentran ahí, esperando por ti, se ensombrece bajo una nube de amargura, enojo… y odio. Yakov ni siquiera te deja saludar o preguntar el motivo de por qué se encuentre ahí junto con Mila, solo te ordena de inmediato que cierras la boca y comienza a recriminarte lo estúpido e irresponsable que has sido y cómo fuiste capaz de arriesgar toda tu carrera por un chico que no lo vale.
Por supuesto, tú no comprendes de qué habla y, aunque buscas explicaciones en Mila, no logras encontrar en ella alguna mirada amiga que logre hacerte entender. Ella te evade, refunfuña y aprieta sus labios como si contuviera otra sarta de insultos que desea volcar también contra ti.
No comprendes… solo escuchas, incapaz de preguntar, hasta que Yakov arroja varias fotografías sobre la mesa que se encuentra frente a ti. Solo hace falta que veas la primera para que no solo todo tenga sentido ahora, sino que tu corazón se encoja y explote en tu pecho, creando un oasis nauseabundo de terror: son Yuuri y tú en su cita de anoche, son Yuuri y tú cuando caminaban juntos por la calle, son Yuuri y tú cuando lo acorralaste contra la pared y lo besaste con todo el deseo que en ese momento te hizo eclipsar sin consciencia.

Arte por Mariv
—Tienes suerte que el encargado de prensa de la revista que compró estas fotos sea mi amigo y le haya pedido que me avisara sobre todo lo que pudiera ir en contra tuya. Tuve que soltar mucho dinero y prometerles otra exclusiva a cambio. ¿Puedes explicarme cómo demonios te has atrevido? ¡Cuando la película está a punto de finalizar! Me prometiste que ustedes dos serían discretos, que nadie iba a enterarse… ¿Pero qué es esto, Víctor? ¿Acaso eres capaz de comprender todo lo que hubieras perdido si estas fotos hubieran salido a la luz? ¿Si Pater las hubiera visto? Sabes que ese hombre es capaz de cancelar toda la película por eso… ¡y hundir en el lodo toda tu maldita carrera!
Te mantienes estático, tembloroso, mientras tus puños se cierran con fuerza entre sí. Claro que lo comprendes, claro que sabes todo lo que se hubiera ido a la mierda por tan solo esas fotos, por tan solo creer que tenías, durante unos segundos, esa libertad de amar que casi todo el mundo disfruta. Sientes las lágrimas picar contra tus ojos, pero te contienes: no es de tristeza o decepción, es de rabia, de impotencia, de toda la desesperación de ver frente a ti eso que podría destruir tu mundo entero… y que al mismo tiempo es lo que lo mantiene en pie.
—Quemalas ahora mismo. —No recuerdas alguna vez que Yakov haya estado tan furioso, al punto de volver a tomar las fotos y arrojártelas en la cara—. Y tú y Mila ahora están en una relación. Saldrán esta noche en una cita y alguien les tomara unas fotos para que la revista tenga su exclusiva.
—¿Qué…? —Es la primera palabra que logras pronunciar en todo ese tiempo, pero más que mirar a Yakov directamente para recriminar su impetuosa decisión, tus ojos se posan en Mila y la observan con miedo. Ahora entiendes mejor que nunca la molestia que padece, esos deseos de arremeter contra ti de todas las maneras posibles.
—¿Por qué tiene que ser ella? Contratemos a una modelo.
Sabes a la perfección que tú ya estás perdido, que no tienes la cara ni el poder para evitar lo que Yakov quiere que hagas, pero no deseas arrastrar a Mila contigo. No más.
—No quiero involucrar a más personas en esto. Entre menos lo sepan, mejor. Ya es suficiente con tener al encargado de la revista acosándome para que le confirme si eres gay o no. —Yakov se levanta de su asiento. De alguna forma parece más tranquilo, seguro de que has comprendido tus errores y que no pretendes oponerte por completo a la idea. Como si tuvieras otra opción—. Además, es algo que ocurre con bastante frecuencia, que te enamores de tu coprotagonista es algo que a nadie le va a sorprender. Mantendrán su relación hasta que la promoción de la película terminé. Incluso eso ayudará. Sacaremos algo bueno de todo esto.
—Mila tiene novio… —murmuras de pronto, como un niño que, asustado, se atreve a replicar contra su estricto padre. Yakov vuelve a enfurecer: te mira con el rostro rojizo y una vena saltando de su frente.
—¡Ya no más! Y ella se encargará de darte las gracias por eso —sus palabras son ácidas y lacerantes, casi como si fuera capaz de sentir el odio hacia ti que seguro burbujea en las venas de Mila—. Y no quiere verte hablando con Katsuki de nuevo aquí en el set. Ni siquiera mirarse a la distancia. Te lo advierto. Si los veo juntos, me voy a encargar de que él sea despedido.
—¡No…! ¡Yakov…!
Pero, ¿para qué reprochar? Si sabes que esa es una amenaza que Yakov cumplirá sin tocarse siquiera el corazón. Después de todo, a él nunca le ha agradado Yuuri. No es que tenga algo personal contra él, es sencillamente que siempre ha temido que algo así pudiera ocurrir, que por su culpa fueras capaz de mandar toda tu carrera a la mierda y con ello las ganancias que él recibe por ella. Sabes que lo preferiría tan lejos de ti como fuera posible, y ahí, a la distancia, poco le importaría lo que hiciera o no con su vida.
Suspiras con un sazón amargo y miras los fotos regadas por el suelo. Te sientes tan estúpido: Yuuri quiso evitarlo, él trató de hacerte esperar hasta llegar a casa, pero tú te dejaste llevar por el calor del momento, por ese deseo de poder tomar su mano en público, de poderlo besar sin que hubiera nadie para juzgarlos, para arrebatarles ese pequeño privilegio.
Te inclinas para recoger las fotos, pero Mila se acerca y comienza a quitártelas bruscamente de la mano. La dejas hacer mientras la observas apenas de reojo y sientes un asfixiante nudo en la garganta cuando notas lágrimas caer por sus mejillas. Le duele tanto como a ti tener que engañar al mundo cuando hay una persona que tanto ama. Tal vez incluso más. Sin embargo, ese pensamiento te exacerba de pronto: ¿por qué ella sufre si es libre de amar a quien desea? Si incluso antes de todo esto, podía gritarlo a los cuatro vientos sin tener que perder nada, sin sentir los dedos apuntando en su dirección para juzgarla con odio.
—¿Por qué aceptaste esto? ¿Qué hay de Otabek? ¿Acaso no has dicho que lo amas demasiado? Si es así, deberías…
Tus palabras son acalladas por una bofetada de su parte. Las fotos vuelven a caer, pero ella se apresura para juntarlas todas de nuevo y crear con ellas una bola amorfa que presiona contra su pecho con rabia, como seguro se encuentra su corazón en ese momento.
—¿Crees que tuve opción? ¿Crees que estoy feliz…? ¡Maldita sea, Víctor! ¡Él acababa de pedirme de matrimonio!
—¡¿Entonces por qué lo haces?! ¿Tu carrera es más importante que él?
Sabes que no estás siendo justo con ella, que es la menos culpable sobre lo que está ocurriendo y, por tanto, no merece ni una sola pizca de tu recriminación. Aun así, te sientes tan celoso de su sufrimiento, porque ella podrá hablar con Otabek, aclarar las cosas y, una vez todo termine, tendrá la oportunidad de anunciar su compromiso, mismo que millones de personas van aplaudir… ¿Y tú? Seguro tú tendrás que seguir ocultándolo todo en un clóset.
Por un momento creíste que te golpearía de nuevo. Cerraste los ojos en espera del impacto, pero este nunca llegó. A cambio, hubo el claro sonido de papel rasgándose en el aire. Ella rompió en cientos de trozos las fotografías y arrojó los pedazos encima, como una suave lluvia invernal que tanto hubieras deseado que te congelara en ese instante. La sonrisa que te dedicó fue amarga, tan hecha trizas que fue difícil encontrar en ella la curvatura completa. No solo se burlaba de ti, sino de ella misma, de ambos… de todos y su maldita suerte.
—Lo mismo digo, Víctor… ¿No amas tanto a Yuuri como para perder tu carrera completa y tu sueño de toda la vida por él?
Bajaste la mirada para observar los fragmentos esparcidos por el suelo, incapaz de sostenerla contra ella. Con qué cara eres capaz de juzgarla, ¿no? Cuando lo entiendes mejor que nadie. Por supuesto, no hay forma alguna en que puedas responderle sin sentirte un completo cretino y el silencio que se blande entre ambos resulta ser la respuesta perfecta.
—Exacto, Víctor.
¿Qué más puedes hacer? ¿De qué otra formas puedes sentirte además de un completo perdedor?