A pesar de que eran ya tres años desde que Yuuri regresó a Hasetsu, aún había días en los que se sentía completamente fuera de lugar. Después de tanto tiempo y si fuera otra persona, quizá habría logrado acostumbrarse a la calma de su ciudad natal y a las interminables horas detrás del mostrador del hotel. Yuuri, no obstante, no era otra persona. Amaba a su familia y el lugar en el que había crecido, pero no terminaba de acostumbrarse a aquella vida tan sedentaria y tranquila. Solía dar paseos cortos por los alrededores y a veces pasaba algo de tiempo con Minako o con los Nishigori, pero aún sentía que algo le hacía falta a su vida. Y era evidente, después de todo en sus planes de vida no se encontraba regresar tan pronto a Hasetsu ni asentarse en él, mucho menos de la manera como lo había hecho.
Su rutina no tenía nada de especial. Todos los días salía a dar un paseo por las mañanas (una costumbre que no había querido olvidar después de la muerte de Vicchan) y, al regresar, desayunaba junto a su familia. Después, ayudaba con algunas cosas en el hotel, aunque la mayor parte del trabajo lo hacían sus padres o su hermana. Él, en realidad, pasaba gran parte del día detrás del mostrador. En ocasiones recibía a Yuko y su familia y charlaba con ellos un rato. Si le apetecía, por las tardes o en las noches iba a ver a Minako. Su nueva vida no era muy interesante, a decir verdad, y su núcleo social se resumía a unas cuantas personas.
Respecto a su alma gemela, la verdad era que Yuuri no quería pensar demasiado en ello. En tres años no había hecho el intento por buscarle y no es como si aquella persona hubiera hecho lo mismo. Yuuri sólo sabía que aún estaba en algún lugar, porque podía sentirle a la distancia. En ocasiones, Yuuri despertaba bruscamente al sentir una pena que no era suya del todo y que, aun así, era tan intensa que a veces no lo dejaba respirar. Al principio, solía cerrar los ojos y esperar a que la sensación desapareciera por sí sola, pero eventualmente comenzó a aceptar aquellas emociones y hacerlas propias. Cuando hacía eso, la pena disminuía poco a poco y daba paso a una emoción distinta, que no era precisamente alivio, pero sí algo que se le acercaba.
A veces, Yuuri se imaginaba hablando con aquella persona desconocida. Pese a todo y aunque muchas personas no pudieran entenderlo, Yuuri no le guardaba rencor. Entendía su frustración y su pena ante la realidad que ambos compartían al no poder caminar como era debido. Aún era solitario, aún era una sensación agridulce saber que su alma gemela estaba en algún lugar, sufriendo pero sin atreverse a buscarlo, pero en ocasiones era mejor que nada. En todo caso, no es como si él hubiera hecho mucho esfuerzo para encontrarle también.
Phichit: Yuuri, ¿entonces crees que podríamos vernos en el evento?
El mensaje de Phichit seguía sin tener una respuesta y el email con el boleto, si bien estaba marcado como importante, tampoco tenía una. Yuuri sabía que, a esas alturas, para Phichit sería más que evidente que estaba evitando darle una respuesta concreta, y aunque se sentía mal por ello, había otra parte suya (la egoísta y quizá un poco aterrada), que sentía que aquello era lo mejor.
Un golpe en su puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Adelante.
Mari abrió y se recargó en el marco, con los brazos cruzados. Yuuri percibió el ligero aroma a tabaco que desprendía la ropa de su hermana y supo que ella regresaba después de haber salido por un momento a echar el último cigarrillo del día. O el primero, dependiendo de cómo se viera.
—Vi la luz por el pasillo —dijo ella con su voz serena de siempre—, ¿todo bien?
—Sí, sólo no puedo dormir.
—Está bien —agregó ella—. No olvides que mañana no estaré durante casi todo el día y que tendrás que cubrir mi turno también.
—Lo recuerdo.
Mari permaneció en la entrada por un momento antes de enderezarse y entrar en la habitación. Caminó hasta llegar junto a Yuuri y se sentó a su lado en la cama.
—Algo te preocupa —dijo ella. Yuuri le sonrió. Ocultarle algo a su hermana era casi imposible, aunque la mayor parte del tiempo no insistiera en saber lo que ocurría.
—Va a ser el World Team Trophy —respondió—, en Tokio. Phichit va a participar.
—¿Oh?
—Me invitó a verlo y quiere saber si podríamos, ya sabes, salir a pasear después de su presentación.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Quieres ir?
—Yo… No lo sé. Una parte de mí quiere ver a Phichit después de todos estos años, pero la otra… Es complicado.
Mari asintió en silencio.
—¿Cuándo es el evento? —preguntó ella.
—En dos semanas.
—Algo me dice que no te hizo la invitación hoy, ¿verdad?
Yuuri suspiró.
—No, fue el mes pasado. Me envió el boleto por email.
—Sabes que nunca me ha gustado decirte qué puedes o qué no puedes hacer —dijo su hermana después de unos segundos—, a mamá y a papá tampoco.
—Lo sé —murmuró Yuuri.
—Sé que lo sabes —continuó ella—. Así que sólo haz lo que creas que es mejor. Si no quieres ir, no vayas; si decides ir, hazlo. Pero toma una decisión; no es agradable dejar a las personas esperando por una respuesta.
Cuando Mari se puso de pie y salió de la habitación, Yuuri se dejó caer en la cama. Permaneció recostado y con la mirada fija en el techo por un rato. Unos minutos después, tomó el celular y buscó el mensaje de Phichit. La pantalla brillaba con las palabras de su amigo. Yuuri releyó la invitación en tres ocasiones antes de decidirse a responder.
Yuuri: De acuerdo, nos vemos allá.
Leído
01:21 a. m.
No tardó en recibir una respuesta que le hizo sonreír.
Phichit: (ノ´ヮ´)ノ*:・゚ʸᵉᵃʰ✧
Lo primero que pensó Yuuri al poner un pie en la pista de Tokio, fue que aquello definitivamente no había sido una buena idea. La cacofonía de voces en el interior de aquel lugar, los colores y, en particular, la sensación de estar ahí, lejos de emocionarle, hicieron que el corazón le diera un vuelco. Cerró los ojos por un momento, intentando recordar la última vez que estuvo en aquel lugar, no como espectador, sino del lado de los atletas. Habían pasado unos seis años desde aquello.
Lo segundo que pensó al estar en la pista de Tokio, mientras avanzaba por el pasillo hasta el lugar en el que se encontraba su asiento, fue que definitivamente era algo distinto ir como espectador. A lo lejos, Yuuri podía ver el camino reservado para los competidores, sus respectivos entrenadores y el staff. Le invadió una nostalgia inesperada, acompañada de un deseo por estar en los vestidores y no en el camino contrario.
Aún pensaba en eso cuando, su lado, un par de adolescentes pasaron corriendo tan rápido que lograron hacerle perder el equilibrio por un momento. Apenas tuvo tiempo de afirmar el bastón en el suelo antes de que las dos desaparecieran por el camino, soltando chillidos que parecían inhumanos. Pronto, más adolescentes se unieron a ellas y se acercaron hacia el paso reservado para los competidores. Con curiosidad, Yuuri dirigió la mirada hacia el lugar al que se dirigieron y alcanzó a ver la figura de un chico con las manos dentro de los bolsillos de la sudadera y la capucha echada sobre la cabeza. El chico ignoraba deliberadamente los gritos de sus fans mientras avanzaba con paso decidido hacia la puerta que le llevaría a los vestidores. Por un momento Yuuri pensó que era un poco descuidado aparecer cuando faltaba escasa media hora para comenzar el evento, pero pronto desechó la idea: ¿quién era él para juzgar lo que otros, no, lo que los patinadores decidieran hacer con su tiempo?
Con calma, caminó hasta el elevador más cercano. Tenía que subir un par de pisos y el viaje desde Hasetsu le había dejado más cansado de lo que pensó; odiaba tener que admitirlo, pero su pierna lo resentía más que cualquier otra parte de su cuerpo.
No tardó mucho en estar en su lugar. Aunque Phichit le había ofrecido un pase VIP para poder estar juntos más tiempo, Yuuri lo había rechazado y, por su cuenta, había comprado un boleto en la parte más alta de las gradas. No era, en definitiva, el mejor lugar para presenciar todo, pero entre más cerca de la pista, habría más conmoción, y Yuuri prefería tener la ilusión de un poco más de espacio.
En su bolsillo, su móvil emitió un pitido.
Phichit: ¡Menos de media hora para comenzar! Dime que ya estás aquí.
Yuuri sonrió para sí al ver la selfie de su amigo. En ella podía apreciar el rostro de Phichit y, detrás de él, el perfil de Celestino. Aunque no se sentía completamente cómodo en aquel lugar, sabía lo mucho que su presencia significaba para Phichit y con calma, escribió su respuesta.
Yuuri: Llegué hace unos minutos.
Leído
13:32 p. m.
Phichit: ( ≧∇≦ )/
Phichit: ¡Genial!
Phichit: ¡No puedo esperar para verte por fin! O ( ≧∇≦ ) O
Phichit: Ciao Ciao te manda saludos.
Yuuri volvió a sonreír.
Yuuri: Deberías estar preparándote.
Leído
13:35 p. m.
Yuuri: Envíale mis saludos a Celestino. Y gracias.
Leído
13:35 p. m.
Phichit: ฅ (*°ω°* ฅ )
Dos minutos antes de las 2 de la tarde se apagaron las luces de la pista. Un coro de gritos y vítores inundó el espacio, y cuando la música de inicio del World Team Trophy dio pie a la bienvenida, Yuuri se acomodó en el asiento. Vio a los patinadores entrar de uno en uno a la pista y hacer una pequeña coreografía entre todos. En una de las pantallas auxiliares, vio la sonrisa radiante de Phichit y aplaudió junto con el público cuando mencionaron su nombre.
Después de aquella introducción, comenzaron las presentaciones de todos los patinadores.
Por un momento, Yuuri se imaginó en aquella pista, realizando alguna de las rutinas que había ideado incluso después de su retiro forzado. Casi podía sentir el aire frío acariciar sus mejillas mientras se preparaba para dar un salto o hacer una pirueta; era como si, pese a la distancia que le separaba de la pista, pudiera escuchar el sonido de los patines al deslizarse y cortar el hielo. Los aplausos de la audiencia lo trajeron de regreso a la realidad. Inconscientemente, se hundió en su asiento y observó, no sin envidia, la participación de los primeros patinadores.
Algunos nombres le eran familiares; otros, a decir verdad, eran completamente desconocidos para él. Quizá no había sido lo mejor ni lo más maduro, pero Yuuri había decidido cortar de tajo su relación con el patinaje y a excepción de Phichit y lo relacionado a los logros de su amigo, realmente no se preocupaba por indagar qué era lo que pasaba con aquel deporte.
Cuando llegó el turno de Phichit, Yuuri miró con atención. La música alegre lo relajó de inmediato (era tan Phichit aquella selección), y mientras la rutina avanzaba, se notó sonriendo ante la alegría de su amigo, evidente no sólo por su sonrisa, sino por la fluidez con la que se deslizaba por el hielo. Phichit tenía una manera muy especial de involucrar a la audiencia en sus participaciones al iluminar la pista con su presencia. Siempre había sido de esa manera. Así era él, después de todo, como un rayo de luz. En ese momento, Yuuri se dio cuenta de lo mucho que extrañaba ver a su amigo patinar y, más aún, cuánto extrañaba practicar con él.
El tiempo que compartió junto a Phichit en Detroit había sido increíble. Yuuri no era muy dado a hacer amigos, pero en Phichit había encontrado a uno de los mejores, y lo extrañaba. Extrañaba las noches interminables de charlas que se sentían tan naturales, incluso para alguien como él; extrañaba escuchar a su amigo hablar de un lugar o una comida o alguna persona con tanto entusiasmo que era contagioso; incluso extrañaba los regaños de Celestino que venían después de escaparse de un entrenamiento para ir a turistear. En los cuatro años que habían pasado desde lo de su pierna, Yuuri sólo había visto a Phichit en dos ocasiones y ninguna había involucrado patinaje. Aquél era un tema casi tabú del cual apenas recientemente se sentía cómodo hablando con él.
Verlo patinar con la alegría de siempre y con una técnica mucho mejor de la que tenía años atrás, le hizo sentir profundamente orgulloso por él.
Phichit salió de la pista y el maestro de ceremonia llamó al equipo ruso. Los aplausos de alegría y diversión que se escucharon antes en la pista dieron paso a una verdadera explosión de euforia. Yuuri observó, con creciente fascinación, a los patinadores rusos hacer su aparición y dio un brinco cuando el público gritó su nombre.
Sólo que no era él a quien aclamaban.
En las pantallas apareció la imagen de un patinador joven, tan joven que seguramente apenas había dado el salto desde la categoría Junior. Debajo de su imagen apareció su nombre: Yuri Plisetsky. Era el primero en participar. Los aplausos dirigidos al chico continuaron por unos segundos y Yuuri incluso escuchó a las personas que estaban sentadas junto él hablar sobre el muchacho.
—Apenas pasó a la categoría Sénior.
—Desde que empezó a patinar en serio, ha estado en el pódium más veces que muchos otros patinadores.
—Es increíble que tenga sólo quince años.
—Escuché que Victor será su entrenador a partir de este año.
—¿Victor? ¿Victor Nikiforov?
Yuuri tragó en seco. Las voces del público cesaron lentamente hasta que sólo permaneció un murmullo apenas audible. Yuri Plisetsky se colocó en su posición a mitad de la pista y comenzó su rutina.
Todas las miradas estaban fijas en él y cada movimiento, cada salto suyo estaba enmarcado en un aura etérea. Era casi irreal. Yuuri se dio cuenta de que había aguantado la respiración en el primer salto que hizo e intentó relajarse en su asiento, sin lograrlo del todo. Minutos después, la melodía llegó a su fin y, con ella, la participación del chico. Hubo un momento de silencio después de que terminó. De pronto, como impulsados por la misma energía, todos en el público aclamaron al chico. Éste hizo un par de reverencias de agradecimiento y salió de la pista.
Yuuri tardó unos segundos en salir de su estupor. Su mirada permaneció fija en las pantallas auxiliares, que presentaban una repetición de los mejores saltos realizados por el chico. Un escalofrío recorrió a Yuuri de pies a cabeza, una emoción que sólo había sentido, años atrás, cuando vio patinar a Victor Nikiforov por primera vez. Se formó un nudo en su garganta. Con cuidado se puso de pie y, sujetándose al barandal de la escalera, subió lentamente los escalones hasta llegar a la salida. Escuchaba los vítores de la audiencia, los gritos y los aplausos cuando algún otro patinador salía a la pista. Nada importaba. Necesitaba salir de ahí.
Cuando estuvo fuera, caminó hasta encontrar un lugar donde sentarse. A lo lejos aún podía escuchar el furor proveniente de la pista, pero era un eco distante, algo que no tardó en bloquear de su mente. Suspiró mientras recordaba la participación de aquel chico. Yuri Plisetsky. Tenía una energía única en la pista y sus saltos, Dios, sus saltos eran maravillosos. No era necesario ser un experto para saber que aquel chico llegaría lejos, tan lejos que posiblemente superaría las marcas de Nikiforov, si es que no lo había hecho ya. Por un momento, Yuuri estuvo tentado a buscar información sobre aquel chico, pero se detuvo antes de hacerlo. No valía la pena reabrir viejas heridas sólo por un poco de curiosidad.
No fue consciente de paso del tiempo hasta que la gente comenzó a llenar los pasillos. Escuchaba las charlas animadas de las personas e identificó algunos nombres que decían. No hizo ademán alguno por salir: prefería hacerlo cuando la mayoría se hubiera ido y él pudiera caminar a su ritmo, sin retrasar a los demás como solía hacerlo cuando caminaba en lugares concurridos.
El sonido del celular lo sacó de su letargo.
Phichit: ¡Yuuri, voy saliendo de la ducha!
Phichit: Tenemos que vernos ahora. ¿Viste toda la presentación? ¡Fue increíble!
Phichit: ¿Qué te pareció? Tienes que contarme todo.
Phichit: ¿Lograste ver desde donde estabas sentado?
Phichit: ¿Estás muy lejos de la entrada para participantes?
Phichit: No tardo en salir, dame unos minutos.
Phichit: ¿En dónde estás?
Phichit: ¿Yuuri?
Phichit: ¿Estás bien?
Yuuri: Lo siento, necesito un poco de tiempo.
Leído
17:35 p. m.
Phichit: ¿Te encuentras bien? ¿Es tu pierna?
Yuuri: Algo así.
Leído
17:39 p. m.
Phichit: ¿Quieres que vaya contigo?
Yuuri: No. Lo siento.
Leído
17:44 p. m.
Yuuri: Tardaré un poco en llegar. Hay mucha gente aún
Leído
17:44 p. m.
Phichit: Está bien, puedo esperar.
Phichit: Háblame si me necesitas, ¿sí?
Yuuri: Gracias.
Leído
17:45 p. m.
Phichit: Somos amigos, ¿no? No hay nada que agradecer.
Yuuri: …
Escribiendo.
Phichit: Y no digas que lo sientes.
Yuuri: …
Escribiendo.
Yuuri: …
Escribiendo.
Yuuri: Okay.
Leído
17:46 p. m.
Una parte de Yuuri se sentía terrible por no ir con Phichit en ese momento. Otra, no obstante, necesitaba un poco de tiempo para sí mismo. Esa otra parte era la que había resultado ser más fuerte, porque eran ya casi diez minutos desde el último mensaje de Phichit y él seguía en el mismo lugar. A su lado habían dejado de pasar personas; los pasillos y las escaleras estaban completamente vacíos. Era muy probable que el elevador lo estuviera también.
Cuando pasó suficiente tiempo como para irse sin molestar a nadie, se puso de pie, tomó el bastón y caminó hacia el elevador más cercano. Realizó el camino hacia la entrada de los participantes con la misma calma de antes. De la multitud de aficionados que habían acudido aquella tarde al evento, sólo quedaban unos cuantos que, seguramente, esperaban a alguien en particular. Podía ver un par de grupos reunidos cerca de la salida, con pancartas y todo.
Metió la mano dentro del bolsillo para tomar su celular y escribirle a Phichit que estaba a punto de llegar. Sabía que no le dejarían entrar a aquella área restringida y quería evitar a otras personas tanto como fuera posible. Por un momento pensó en Phichit y en su mente comenzó a formular el discurso para ofrecerle una disculpa por hacerle esperar por tanto tiempo. Estaba por sacar el móvil cuando se abrió la puerta de la zona VIP y Yuri Plisetsky salió por ella. Incluso fuera del hielo irradiaba un aura de determinación (y quizá un poco de agresividad) que no pasó desapercibida por Yuuri.
Detrás de él, otros patinadores del equipo ruso hablaban animadamente y, por un momento, los gritos de uno de los grupos de fans sobresaltaron a Yuuri, quien volteó a verlas con sorpresa. Una de las chicas del equipo ruso se adelantó y abrazó a Plisetsky con un brazo mientras le murmuraba algo al oído. El adolescente se alejó de ella con un movimiento brusco y siguió con su camino sin voltear hacia donde estaban las chicas que gritaban su nombre.
Su camino hacia la salida estaba en la misma dirección que la de Yuuri, y cuando estuvo frente a él, el adolescente le miró con indiferencia. Yuuri dio un paso a un lado y dejó que el muchacho pasara junto a él. Sintió la mirada del chico en él y fue consciente del momento en el que éste observó su bastón quizá por más tiempo del que la mayoría de los extraños solían hacerlo. Después de eso, Plisetsky regresó la mirada al frente y continuó con su camino en dirección al club de fans, cuyos gritos podrían sofocar cualquier conversación que hubiera en unos cuantos metros a la redonda.
El resto de los patinadores pasaron junto a él también, sin que ninguno le dedicara especial atención.
Yuuri siguió con su camino hacia la puerta VIP. Sujetó su bastón con fuerza, apoyándolo en el suelo para asegurar que sus piernas no flaqueaban en ese momento y sintió un escalofrío recorrerle cuando vio a Victor Nikiforov salir por la misma puerta a la que él se dirigía.
Victor caminaba junto a Yakov Feltsman, ambos charlaban en voz baja mientras Yakov fruncía el entrecejo y Victor mantenía la mirada fija en el camino delante de él.
Yuuri aún recordaba la última vez que vio a Victor en la TV, después de que anunciara su retiro oficial como patinador, al mismo tiempo que anunciaba su nueva etapa como entrenador en el equipo ruso de patinaje. Llevaba un tiempo viviendo en Hasetsu y había visto la conferencia de prensa junto a Phichit, quien estaba al otro lado de la línea. Una parte suya se había derrumbado en ese momento, porque sabía muy bien la razón por la que Victor había tenido un retiro prematuro. Ahora, años después, no lucía muy diferente, aunque quizá las líneas de su rostro se marcaban más ahora. Aún tenía ese aire elegante alrededor suyo y, aunque cojeaba al andar, su porte era como el de sus años de patinador.
La mirada de Yuuri se dirigió, inevitablemente, hacia el bastón. Victor lo sujetaba con la misma mano con la que Yuuri lo hacía, y si bien sus pasos eran un poco más largos, su andar era igual de pausado. Quizá no era tan evidente para otras personas, pero notó que Yakov pausaba sus propios pasos para ir al ritmo de Victor y no perderse en la conversación (de la misma manera como a veces lo hacían sus padres, Mari o Minako, si caminaban juntos). Por un momento, Yuuri estuvo tentado a dar media vuelta y regresar, pero antes de poder hacerlo, Victor dirigió la mirada hacia él y no tuvo oportunidad de huir.
Yuuri había leído sobre ello en muchas ocasiones, lo hizo mucho más después de lo ocurrido en Detroit mientras los médicos intentaban ayudarle lo más que podían a pesar de su extraña condición, pero ningún libro y nada en la teoría podrían explicar lo que sintió en aquel momento, cuando vio a su alma gemela a los ojos por primera vez.
Cuando sus ojos se encontraron, Yuuri sintió que le faltaba el aliento. De pronto, fue como si todo a su alrededor callara: no podía escuchar los gritos de las fans que se encontraban solo a unos metros y una parte suya era consciente de la mirada confundida de Yakov porque Victor se detuvo de pronto (y posiblemente las palabras que decía, sin que Yuuri entendiera su significado, tenían el mismo tono). Se estremeció ante la mirada de Victor y permaneció en silencio, sin poder moverse ni mirar a otro lado, mientras Victor abría los ojos cada vez más, sorprendido. Yuuri sintió que su corazón latía con violencia en el pecho y el mundo se redujo a él y a Victor Nikiforov, alejados por un par de pasos y sin dejar de mirarse el uno al otro.
Fue sólo cuestión de segundos, pero Yuuri sintió que duraba toda la vida. Dio unos pasos al frente y, de pronto, fue como si Victor despertara del trance. Su mirada bajó hasta los pies de Yuuri y su ceño se frunció de pronto. En menos de un segundo, la mirada de Victor se dirigió hacia el bastón de Yuuri y éste casi pudo ver el momento en el que algo en él hizo clic. Cuando Victor volvió a mirarlo a los ojos, Yuuri se detuvo de golpe y sintió que se quedaba sin aliento cuando una sensación de culpa lo llenó por completo.
Yakov puso una mano en el hombro de Victor y éste volteó a verlo, cortando el contacto visual con Yuuri. Yakov dijo algo y Victor le respondió en voz baja antes de seguir andando, dejando al otro entrenador detrás momentáneamente. Cuando Victor pasó junto a Yuuri y éste abrió la boca para decir algo, Victor regresó la mirada al frente una vez más y siguió sin decir nada, como si no existiera, como si segundos atrás no hubiera sentido la conexión entre ambos ni hubiera sentido el mismo temblor en el cuerpo, como si no hubiese deducido, con sólo una mirada, que eran almas gemelas.
Yuuri lo confirmó desde el momento en el que sus ojos se encontraron con los de Victor, y sabía que Victor lo había sentido también. ¿Por qué otra razón se había detenido de golpe y le había visto como si lo reconociera de pronto? Sin embargo, la expresión de Victor después de verle caminar era una mezcla entre sorpresa y dolor.
Yakov pasó junto a él y a Yuuri no le importó su mirada curiosa cuando él se giró para ver a Victor alejarse por el camino y detenerse junto a Yuri y el resto de los patinadores rusos. Tampoco le importó que otras personas lo miraran fijamente, seguramente preguntándose qué había sido aquel intercambio de miradas entre él y Victor Nikiforov; y sólo reaccionó cuando uno de los guardias de seguridad del edificio puso una mano en su hombro, sobresaltándolo.
—Disculpe, señor, ¿se encuentra bien?
Yuuri asintió en silencio.
—Se dirige hacia un área restringida —continuó—, ¿desea usted algo? —Al ver que Yuuri no respondía, volvió a preguntar—. ¿Señor?
—Phichit Chulanont —dijo Yuuri. El guardia frunció el ceño.
—¿Disculpe?
—Mi amigo —continuó Yuuri—, Phichit Chulanont. Él me espera.
El hombre no parecía muy convencido por su respuesta, pero antes de que pudiera hacer otra pregunta, la puerta de la zona restringida volvió a abrirse y por ella salieron Phichit y Celestino.
—¡Yuuri!
El guardia dirigió la mirada a Phichit y después a Yuuri y asintió antes de alejarse por el pasillo.
—¡Yuuri, cuánto tiempo sin verte!
—De verdad es mucho tiempo, Yuuri —agregó Celestino con una sonrisa.
Aunque Yuuri podía escuchar la voz de Phichit y aunque sabía que, de alguna manera, respondía a los comentarios de su amigo y a los de su antiguo entrenador, realmente no era consciente de lo que decía. Era como si no fuera el mismo y sólo podía pensar en el momento en el que Victor le dio la espalda y se alejó por el pasillo.
—¿Qué opinas, Yuuri?
Yuuri se sobresaltó y miró a Phichit y a Celestino, quienes esperaban una respuesta a una pregunta que Yuuri no podía recordar. Se sonrojó por un momento y, un tanto cohibido, respondió:
—Lo siento, ¿cuál fue la pregunta?
—Yuuri, ¿te encuentras bien?
La pregunta de Celestino lo tomó por sorpresa. Yuuri pensó que podría decirles lo que acababa de suceder (había visto a su alma gemela a los ojos y éste le había rechazado sin darle oportunidad de hablar), pero recordar ese momento le ponía incómodo. No quería hablar de ello en ese momento. Celestino tenía la mirada fija en él y Yuuri se sintió como la primera vez que lo vio, cuando tenía 18 años, y Celestino le parecía más intimidante de lo que era en realidad. Desvió la mirada con nerviosismo y antes de que pudiera hablar, Phichit rodeó sus hombros Yuuri con un brazo.
—¿Qué te parece si vamos a cenar algo? —preguntó—. Podrías recomendarnos algún restaurante.
—Oh —murmuró Yuuri—, realmente no conozco ninguno de los que hay por aquí. Lo siento.
Phichit sonrió.
—No importa, así es mejor esta aventura. ¿No les encanta descubrir nuevos lugares cuando salen de paseo?
Aunque Yuuri sabía que el cambio en la conversación no había agradado a Celestino, también sabía que su antiguo entrenador entendía cuándo dejar de hacer preguntas, así que caminó junto a ellos hacia la salida.
—Gracias —murmuró de manera que sólo Phichit pudiera escucharlo. Su amigo le miró con una sonrisa en el rostro.
—No hay de qué. ¿Quieres hablar de ello?
Yuuri negó con la cabeza.
—Tal vez después.
Phichit no volvió a preguntar, sólo le dio un apretón con el brazo y lo soltó para poder caminar a su lado. Mencionó algo sobre los lugares que quería visitar mientras estuvieran en Tokio y Celestino lo reprendió recordándole que necesitaba descansar antes de ir a jugar al turista. Yuuri recordó momentos similares, años atrás, y lejos de sentir el vacío de antes, sintió algo más cercano a la nostalgia. Aquella sensación nueva lo tomó por sorpresa, pero dejó que lo llenara por completo mientras algo cercano a una sonrisa verdadera (pequeña y apenas visible, pero sonrisa, a fin de cuentas) aparecía en su rostro.
Mientras se alejaba por el pasillo junto a Phichit y Celestino, Yuuri sintió una mirada fija en él. Aunque quería voltear, algo le decía que, si su mirada se cruzaba con la de Victor por segunda ocasión, no sería capaz de soportarlo, así que se alejó renqueando mientras dejaba a su alma gemela atrás.
Cuando Yuuri salió del hospital en Detroit, un par de días después del incidente en la pista de entrenamiento, permaneció encerrado en su habitación. Después de una única charla vía telefónica con su familia y tras hablar con Celestino sobre necesitar un momento consigo mismo, se rodeó de silencio. Cortó su contacto con el exterior. Incluso Phichit lo dejó solo los primeros días y respetó su mutismo, hasta que el silencio amenazó con volverse permanente, y entonces se convirtió en la única voz en la vida de Yuuri.
Los temas de conversación se volvieron escasos. Phichit no hablaba sobre sus entrenamientos y Yuuri no preguntaba sobre el patinaje artístico. No fue sino hasta casi un mes después, cuando Celestino prácticamente lo arrastró hacia el hospital para recibir una segunda opinión, que Yuuri supo lo que había ocurrido en su ausencia.
Con sólo veinticuatro años, Victor Nikiforov se veía forzado a terminar su carrera cuando se encontraba en uno de sus momentos más importantes. Un accidente lo había dejado con la pierna izquierda en condiciones terribles y no podría volver a patinar. Quizá la movilidad regresaría poco a poco, después de algunas cirugías y terapia, pero el patinaje artístico estaba descartado completamente. La conferencia de prensa que hubo meses después, cuando Nikiforov estuvo en condiciones de presentarse ante los medios, fue la última confirmación de que Victor Nikiforov ya no era una leyenda viviente, sino algo más bien del pasado.
Los médicos determinaron que la lesión de Yuuri se debía al vínculo que compartía con su alma gemela y, Yuuri mentiría si dijera que la idea no pasó por su mente. Eran demasiadas coincidencias. El accidente de Victor ocurrió el mismo día que el suyo. Su lesión más grave había sido en su pierna izquierda. No podría volver a patinar. Pero pronto desechó la idea. Las coincidencias ocurrían todo el tiempo, además, ¿cuál era la probabilidad de que su alma gemela fuera la misma persona a quien había admirado toda su vida?
Así que, con el tiempo, Yuuri dejó de pensar en la lesión de Victor Nikiforov, dejó de buscar información sobre él de manera obsesiva y, poco a poco, olvidó que la idea de ser el alma gemela de Victor pasó por su mente en uno de esos días de mayor dolor.
Hasta el momento en el que se vieron por primera vez.
Era ya una semana desde aquel encuentro en Tokio y Yuuri aún podía sentir el mismo temblor en su cuerpo y las mismas palpitaciones en su pecho. Sentía un impulso casi incontrolable de salir en busca de Victor y acortar la distancia entre ambos. Yuuri tenía la certeza de lo que significaba aquello, lo supo cuando sus miradas se encontraron. Lo había leído miles de veces, incluso había soñado con el momento en el que le ocurriría algo así, sabía lo que la teoría decía respecto al primer encuentro con una alma gemela, y lo había experimentado en carne propia también. No había duda: ante toda probabilidad, Victor era su alma gemela.
Victor era su alma gemela y, a pesar de eso, le había dado la espalda.
Los días después de Tokio pasaron como en un sueño. Había momentos en los que su mirada se perdía a la distancia, al recordar el estremecimiento de su cuerpo al cruzar la mirada con Victor. Sabía que su actitud extrañaba a su familia y amigos, pero no tenía energías para contar lo que había ocurrido. No habló con nadie sobre lo que ocurrió en Tokio. No mencionó siquiera el nombre de Victor y, evidentemente, nadie supo que había encontrado a su alma gemela.
—Yuuri.
Yuuri levantó la mirada. Su madre se encontraba en el marco de la puerta de su habitación y le sonreía mientras mantenía su expresión tranquila de siempre, aunque había algo en su mirada, una preocupación que Yuuri no estaba acostumbrado a ver en ella. Yuuri se irguió un poco en su asiento.
—¿Sí?
—Hay alguien que quiere hablar contigo.
Yuuri frunció el ceño. La gente con la que solía hablar se limitaba a sus padres, a su hermana, Minako, la familia Nishigori y Phichit (y Celestino, por añadidura). Habían pasado años desde la última vez que alguien ajeno a ese círculo quiso hablar con él. La gente de Hasetsu sabía de su situación y solía respetar su soledad, algo que a Yuuri no le importaba si era por lástima o comprensión.
—¿Quién es? —preguntó mientras tomaba su bastón para ponerse de pie.
—Aquel muchacho que veías antes en la tele —dijo su madre—. Victor Nikiforov.
Hubo momentos, durante la adolescencia de Yuuri, en los que imaginó que Victor y él mantenían largas conversaciones. En sus fantasías, él y Victor descubrían tener muchas cosas en común y pasaban horas hablando de lo que más les apasionaba, conociéndose, volviéndose amigos cercanos. En sus sueños, Victor tenía una mirada juguetona y una sonrisa deslumbrante, justo como lo era al hablar con la prensa.
El Victor Nikiforov que Yuuri tenía frente a él era completamente diferente al de sus ensoñaciones.
Se encontraban en uno de los salones privados que se reservaban en ocasiones especiales y que tenía asientos de estilo occidental. Enfundado en su traje, con un vaso de té frente a él, la espalda rígida y la mirada fija en su bebida, el hombre frente a él lucía como todo lo contrario al Victor de sus sueños. Incluso era diferente al Victor Nikiforov que entrenaba al equipo ruso de patinaje y que, de vez en cuando, hacía apariciones en la prensa especializada.
Ambos permanecían en silencio y sólo habían pasado unos cinco minutos desde que los dejaron a solas, pero era como si hubiese pasado un día entero.
—Si no te gusta el té, puedo pedir que te preparen otra cosa —dijo Yuuri.
Victor dio un respingo en ese momento. Fijó la mira en Yuuri durante un par de segundos, mirándole con sorpresa, como si hubiera olvidado su presencia por un instante.
—¿Qué? —preguntó. Yuuri tragó en seco y señaló el vaso que se encontraba frente a Victor.
—Es que no dejas de ver el té —explicó—. Si no te gusta, puedo pedir que preparen algo distinto. Aunque quizá sólo pueda ofrecerte café. Creo que tenemos café. Nuestros huéspedes no suelen pedirnos algo que no sea té, así que posiblemente no tengamos mucha variedad de bebidas. ¿A menos que quieras un poco de sake? O cerveza, pero no…
—El té está bien —dijo Victor al fin.
—Oh. De acuerdo.
Volvieron a quedarse en silencio.
Yuuri dio un trago a su propio té mientras observaba a Victor tan discretamente como podía. Era la segunda vez que lo veía tan de cerca. No pudo evitar compararlo con el Victor Nikiforov de años atrás, aquel que se encontraba en su mejor época, el mejor patinador de Rusia y, hasta ese momento, también el mejor de todo el mundo. Su mirada se posó en el bastón que Victor dejó apoyado junto a él en la mesa. Dio otro trago a su bebida en un esfuerzo por deshacer el nudo de su garganta. Los minutos se alargaban cada vez más y el ambiente en el interior de aquel salón se sentía tan pesado, que Yuuri se sentía a punto de explotar.
—Entiendo cómo te sientes —murmuró.
Yuuri sintió que su rostro se coloreaba cuando Victor le miró directamente a los ojos.
—Perdón —dijo—. Es sólo que. Bueno. Nos encontramos en una situación similar —agregó mientras señalaba el bastón de Victor.
—¿Cómo te lesionaste? —preguntó Victor.
Su mirada estaba fija en Yuuri, expectante. Era claro que quería saber los detalles de lo ocurrido. Yuuri dudó por un momento. Había pasado mucho tiempo intentando olvidar lo ocurrido, ¿no sería mejor evitar hablar de ello? Nada le obligaba a responder. En realidad, habría sido tan fácil decir que no quería hablar de ello, justo como lo había hecho en muchas ocasiones, pero una opresión en el pecho, producto de alguna emoción de la que Yuuri no había sido consciente hasta ese instante, le hizo cambiar de opinión. Dio un sorbo más a su té y, pasados unos segundos, carraspeó para aclarar su garganta. Victor no despegó la mirada de él en ningún momento.
—Fue hace tres años —dijo Yuuri al fin—. Estaba en Detroit, entrenando.
El hecho de que Victor no preguntase qué era lo que entrenaba antes de su lesión parecía indicar que él sabía que Yuuri había sido patinador también. No sería extraño, pues todos en Hasetsu conocían su historia y si Victor había llegado a Yu-Topia seguramente habría encontrado a más de alguien en el camino dispuesto a contarle la historia del ex patinador del pueblo que ahora vivía recluso en su propia casa.
Quizá no era el mejor momento para pensar en ello.
—Faltaban cerca de dos meses para Cuatro Continentes —continuó, manteniendo la mirada fija en cualquier lugar menos en el rostro de Victor—. Era la segunda vez que iba a participar, así que intentaba perfeccionar algunos saltos. Nunca fui muy bueno para aterrizar la mayoría de ellos, ¿sabes? —agregó y bajó la mirada—. Así que ahí estaba yo, en la pista, practicando, y di un salto para realizar un axel triple.
—¿Un accidente?
Yuuri negó en silencio.
—No fue precisamente un accidente.
—¿Qué ocurrió?
El recuerdo estaba tan presente en la memoria de Yuuri que las palabras siguientes salieron de él sin que tuviera que pensar demasiado en ellas.
—Sentí dolor en mi rodilla izquierda, perdí el equilibrio y caí. Quedé inconsciente casi al instante y desperté en el hospital horas después. No sufrí ningún golpe delicado y físicamente no había nada que indicara que otra cosa además de un cuerpo sano, pero aquel día me dijeron que no podría volver a patinar. Y no lo he hecho desde entonces.
Cuando Yuuri levantó la mirada una vez más, se dio cuenta de la expresión de Victor. Tenía el ceño ligeramente fruncido y su vista estaba clavada en la mesa, pensativo. Aquella era la expresión de alguien que intentaba resolver un misterio y Yuuri no estaba seguro de estar preparado para saber qué ocurriría cuando Victor se diera cuenta de lo que ocurría.
—¿Dices que fue hace tres años? —preguntó Victor. Yuuri asintió.
—Sí.
—¿Y los médicos…? —Victor hizo una pausa. Tomó aire y, mirando a Yuuri a los ojos, continuó—. ¿Los médicos te explicaron por qué?
Yuuri desvió la mirada, incapaz de mantener los ojos fijos en los de Victor.
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque tengo… —Yuuri guardó silencio nuevamente. Por alguna razón, decir las palabras “alma gemela” en voz alta le aterraba un poco. Tragó en seco—. Porque tengo un vínculo con mi alma gemela.
Victor lo miró con atención, casi como si lo estudiara. Yuuri agachó la mirada, incómodo. Había mucho más que quería decir, pero el silencio de Victor y su postura rígida lo desalentaron de pronto.
—¿Fue mi culpa?
Yuuri levantó el rostro con rapidez. Victor aún lo miraba, pero su expresión seria había cambiado por completo. Yuuri había visto esa mira en él antes: fue la misma que le dedicó cuando Yuuri quiso caminar hacia él y Victor notó su cojera. Yuuri lo miró con sorpresa.
—¿Por qué dices…?
—Somos almas gemelas, ¿verdad?
Yuuri tragó en seco, después asintió.
—S-Sí —murmuró.
—Entonces sí fue mi culpa
—No, no es…
—No tienes que negarlo —interrumpió Victor—. Imaginé que esa era la razón por la que tampoco puedes caminar bien. Creo que, en realidad, lo supe desde el momento en que te vi, hace unos días, ¿recuerdas?
Yuuri se sentía incapaz de olvidar aquel encuentro, pero no lo mencionó.
—Lo recuerdo.
—Hace tres años, después del accidente —continuó Victor—, pasé mucho tiempo en cama. Entre cirugías y las terapias de rehabilitación, mi vida se desarrolló dentro de los hospitales. Fue terrible. Había días en los que no podía soportarlo más, en los que quería gritar y decirle a todo el mundo que me dejaran en paz, que quizá lo mejor sería quedar lisiado para toda la vida. ¿De qué servían todas esas cirugías y las horas de terapia, fallando en algo tan simple como caminar por mi propio pie? Ni hablar de volver a patinar.
—Victor…
—Fueron días muy malos. Los peores en mi vida. Pero había momentos en los que todo lo que sentía se atenuaba un poco. Por momentos, era como si mi dolor no fuera solo mío, como si alguien me ayudara a llevarlo a cuestas. Siempre intuí que se trataba de mi alma gemela, pero no pensé… Jamás pensé…
Victor guardó silencio de golpe y bajó la mirada.
—Lo siento mucho —murmuró.
—No tienes por qué hacerlo.
—No, Yuuri, lo siento de verdad.
Victor levantó el rostro una vez más. En su rostro se veía la misma seriedad con la que había llegado a Hasetsu. Era como si toda la emoción de los últimos minutos hubiera abandonado su expresión por completo, pues no quedaba rastro de la mirada de horror ni la de dolor. Yuuri sintió un escalofrío.
—Será mejor que me vaya.
—¿Qué?
Victor se apoyó en el respaldo de la silla para ponerse de pie y tomó su bastón.
—No volveré a molestarte, Yuuri.
—¿Victor? —Con dificultad, Yuuri también se puso de pie—. No lo entiendo. ¿De qué hablas?
—Estoy roto, Yuuri. No podría hacer feliz a nadie siendo quien soy ahora. No puedo hacerme feliz ni a mí mismo, mucho menos podría hacer feliz a mi alma gemela. Además, si no fuera por mí, tú no te encontrarías en esta situación también. Lo siento.
—Victor.
—Gracias por aceptar verme. Y gracias también por el té.
Cuando Yuuri despertó en una cama de hospital, hacía ya tres años, y descubrió que no podría volver a patinar, sintió que perdía una parte de su ser. Y, sin embargo, aquel dolor no se acercó en lo más mínimo al que sintió cuando Victor le dio la espalda y se alejó lentamente por el pasillo, rechazándolo por segunda ocasión y convirtiéndose en un extraño una vez más.
NOTA DE LA AUTORA: En fin, así va esta historia. Nos leemos en unos días con la siguiente parte. Recuerden que me encuentran en Twitter como @cy_nogitsune y en Facebook como Cydalima Nogistune.