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Díselo con Flores


Notas especiales:

Este es un One-Shot que escribí para la fanzine de Grand Fanfic Final. El proceso, desde el envío, la revisión y la edición de mi trabajo, fue muy divertido y enriquecedor. En verdad, le estaré eternamente agradecida a mi correctora y editora. Todas sus correcciones y mejoras a mi one-shot me parecieron muy puntuales y adecuadas. 

Después de pensarlo un poco, decidí integrarlo a la recopilación de OS que tengo en aquí (ya que su autora es re meca para hacer portadas). 

-Personajes principales: Viktor Nikiforov, Yuuri Katsuki

-Advertencia: por petición de la fanzine, el nombre de Víctor está escrito con «k», para respetar este parámetro, se dejará escrito así el nombre de Viktor.

Resumen: Un encuentro casual en una cafetería, la «imposibilidad» de comunicarse y la creatividad de las personas para hacerlo.

Shibuya, uno de los principales y más aglomerados distritos en la ciudad de Tokio, transitado cada día por cientos transeúntes ya sea en el metro, por las calles o paradas de autobuses a un lado de la estatua del famoso Hachiko; siempre en un ambiente de armonía característico de Japón.

Aunque, decir que el 100 % del tiempo los ciudadanos japoneses tienden a guardar la compostura es un pensamiento errado. Hay días en los que esas reglas no aplican, por ejemplo: Halloween, día en el cual, el Scramble Kousaten más que crucero parecía hormiguero; y es que la gran mayoría de personas se encontraban ataviadas de todo tipo de disfraces. Desde los más tradicionales como vampiros o brujas; cosplays alusivos a personajes de moda; hasta los más raros y estrafalarios, como el grupo de bananas que un chico de cabello plateado observaba divertido a la distancia.

Viktor Nikiforov era uno de los pocos transeúntes que vestía lo que podía considerarse un atuendo normal. Pantalones vaqueros y zapatos negros con un suéter fino color hueso; el muchacho se cubría de la lluvia otoñal con un paraguas transparente recién comprado en una tienda de conveniencia ubicada al lado de la salida de la estación del metro.

A poco menos de dos meses de residir en Japón y dueño de una pequeña florería en el distrito de Ginza, el ruso tenía la idea de presenciar esta celebración desde su llegada al país. Los disfraces y la algarabía eran dos cosas que él siempre disfrutaba.

Por lo tanto, después de haber cerrado su florería un poco más temprano y de haber viajado unas cuantas estaciones por el subterráneo, por fin Viktor podía ser testigo del espectáculo en vivo y en directo.

Más las circunstancias no eran las más favorecedoras. El clima (consecuencia de un tifón que azotó la costa este del país) provocaba que la multitud se movilizara entre paraguas e impermeables.

Viktor se colocó en posición al cruce más cercano esperando su turno para pasar mientras seguía admirando el colorido escenario que Shibuya presentaba esa tarde.

La pantalla gigante del Scramble Kousaten marcó las 6:30 p. m., las gotas de lluvia atravesaban las luces artificiales que, por la oscuridad del cielo, simulaban caer en cámara lenta desde el cielo hasta llegar al pavimento.

El semáforo cambió de rojo a verde y la pequeña multitud donde se encontraba el ruso avanzó apremiada por las voces de los más de 20 policías que se encontraban cercando el lugar para prevenir cualquier percance.

De puro milagro, Viktor llegó al lado correcto en una sola pieza pues, si bien su privilegiada altura le ayudaba a observar el panorama por encima de las cabezas de la mayoría de los japoneses, tenía que esquivar el río de paraguas a la altura de su cuello.

¿Quién decía que en Japón siempre prevalecía el orden y la armonía?

Después de 20 minutos de caminata nocturna y habiéndose mojado hasta los calcetines, Viktor decidió que lo mejor era buscar una cafetería y calentar un poco su sexy ser con una bebida caliente.

Caminó otros 15 minutos más esquivando gente, disfraces, accesorios (por demás extraños) y paraguas. Al final, Viktor visualizó la entrada a una cafetería ubicada en el segundo piso, encima de un McDonald’s. Con la energía renovada, el ruso subió por las escaleras para adentrarse al negocio y embriagarse con el exquisito aroma a café que inundó sus fosas nasales nada más poner un pie dentro de la cafetería.

El lugar era bonito y acogedor, sillas y mesas de madera apostadas ordenadamente dentro de todo el perímetro y ocupadas por algunos transeúntes que, como Viktor, buscaron un lugar tranquilo lejos del barullo mojado de la calle. Pintada de colores pastel y con algunos cuadros de paisajes, la cafetería ofrecía un ambiente tranquilo y agradable, ideal para trabajar, platicar o simplemente perder el tiempo revisando las redes sociales mientras se admiraba la vista del Scramble Kousaten a través del enorme ventanal paralelo al mostrador del local.

Viktor dejó su paraguas en un compartimiento especial. Se acercó al mostrador y observó un momento el menú exhibido en la pared sobre las máquinas cafeteras.

メニュー

モカチーノ…………………………… 3,000 ¥

エスプレッソコーヒー…………… 5,000 ¥

アメリカンコーヒー………………. 5,000 ¥

チョコレート………………………… 4,000 ¥

お茶……………………………………… 3,500 ¥

綠茶………………………………………… 5,000 ¥

El ruso sintió caer un balde de agua fría sobre su cabeza, con su poco tiempo residiendo en Japón aún no lograba dominar del todo el idioma. Claro que lo había estudiado y, comprendía cosas básicas, sin embargo, había cosas a las que aún no estaba acostumbrado. Vivir en Tokio suponía una ventaja: al menos la mayoría de gente hablaba inglés.

Sin perder la calma, Viktor leyó lentamente cada uno de los caracteres. Sus ojos azules se iluminaron con alivio al descubrir que, efectivamente, entendía todo el menú y ya había decidido qué tomar para matar el tiempo la próxima hora.

Tranquilamente el florista se acercó a la caja y observó que no había nadie, así que optó por tocar la pequeña campanilla de servicio que servía de alarma para aquellas ocasiones.

¡Bienvenido!

Una enorme caja de cartón hizo su aparición. Viktor ladeó el rostro confundido, sin embargo, detrás de la caja surgió el rostro de un muchacho. Viktor se quedó en una pieza al observarlo.

Desordenado cabello negro, suave a la vista, piel tersa y nívea seguramente deliciosa al tacto, ojos grandes color café enmarcados por unas gafas de montura azul, con una sonrisa amable coronada por un par de mejillas rojas carmesí. Decir que el muchacho era hermoso sería quedarse corto. El cerebro de Viktor había dejado de funcionar, prevaleciendo solo la función: admirar al lindo barista.

¿Qué desea ordenar? —dijo el barista rápidamente. Viktor lo miró sin entender, su swicht del japonés no daba para tanto.

¿Se encuentra bien? —repitió el chico de cabello azabache y Viktor se apuró a contestar con ligera torpeza.

Sí, sí, lo siento, estoy bien. Un café americano y un «keik» de chocolate, por favor.

¿Keik? —repitió el chico japonés sin comprender. Viktor volvió a repetir el pedido lentamente, pero el barista continuaba confundido mirando alternativamente a Viktor y la caja registradora.

El barista realizó otra pregunta que Viktor tampoco pudo responder, el chico japonés comenzaba a ponerse nervioso y antes de que Viktor le pudiera mencionar que no había problema y no importaba si él no entendía, el barista sonó la campanilla de servicio y, de inmediato, un chico moreno apareció junto al de lentes.

De piel acanelada y cabello oscuro, el chico vestía uniforme color azul claro a juego con el otro barista. Los chicos platicaron rápidamente en japonés y después de un parpadeo, el tímido barista de lentes se retiró del lugar sin pasar desapercibida su cara de tristeza y contrariedad para Viktor.

El chico moreno, cuya etiqueta en su nombre rezaba Phichit, se disculpó en lugar de su compañero y se dispuso a tomar la orden de Viktor. Una vez aclarado el asunto, Viktor encontró una mesa pegada al ventanal de la cafetería en donde podría admirar un poco más de la vista nocturna de Shibuya, la lluvia al fin había menguado así que el paisaje ya no se componía solo de paraguas y gente corriendo.

Minutos más tarde, Phichit se acercó al lugar de Viktor y le entregó su orden. El platinado, quien no había dejado de pensar en la mirada achocolatada que lo había atendido antes, tenía en mente disculparse con el aludido por el inconveniente ocurrido minutos atrás.

—Disculpa, ¿se encuentra bien tu compañero?

—¿Yuuri? —preguntó Phichit abrazando su charola mientras hablaba—, como le mencioné hace unos momentos, mi compañero es nuevo en Tokio y no domina el inglés. Él se encuentra bien, solo un poco contrariado por el malentendido.

—¿Podría hablar con él? —agregó Viktor con mirada preocupada—, me gustaría disculparme.

—Le preguntaré si puede venir un momento.

Phichit realizó una rápida y pequeña reverencia y se apresuró a pasar por la puerta de servicio. Sin embargo, Yuuri no volvió a aparecer en todo el tiempo en el que Viktor permaneció en el local. El florista, terco como siempre, quería pedirle disculpas personalmente al chico, aún no podía olvidar la tristeza reflejada en esos grandes y expresivos ojos.

El problema ahora era, ¿cómo decirle «lo siento» a alguien que no te entiende?

Viktor dirigió su mirada una vez más al ventanal, algún ocurrente había estacionado un auto modificado con una enorme bocina detrás y ahora varios jóvenes bailaban emocionados alrededor de él. El ruso recordó una famosa película de acción y se preguntó en qué momento comenzarían los arrancones. Al lado, un letrero fluorescente mostraba a una pareja abrazada y feliz sosteniendo un ramo de rosas:

Díselo con flores.

—¡Por supuesto! —exclamó emocionado Viktor en voz alta asustando a los clientes que se encontraban a su alrededor, el ruso, al reconocer su indiscreción, se apresuró a cubrir su boca con las manos y disculparse con un par de reverencias.

Yuuri era un chico demasiado tímido. Le era difícil hablar con la gente y socializar. De hecho, a Yuuri le asombraba incluso que Phichit fuera su amigo, pues el chico moreno, proveniente de Tailandia, solía ser amable y parlanchín, muy contrario al casi siempre callado y reservado Yuuri, quien además solía meter la pata en situaciones que él consideraba por demás vergonzosas.

Por ejemplo, la noche anterior, cuando un apuesto extranjero con llamativo color plateado y hechizantes ojos azul cielo entró a la cafetería y ordenó un par de cosas. Por supuesto, Yuuri sabía hablar inglés; sus padres administraban un onsen en Hasetsu, por lo tanto, él y su hermana mayor, Mari, sabían comunicarse y darse a entender. No obstante, los nervios a veces le ganaban a Yuuri quien solía confundir y olvidar palabras. ¿El resultado? Un momento súper incómodo entre el guapo cliente y Yuuri tratando de entenderse mutuamente sin éxito alguno.

Todo comenzó desde el instante en que Yuuri olvidó que a un cliente extranjero, por ley, debía hablarle en inglés. Distraído por los orbes azules del cliente que lo miraban atento, Yuuri comenzó a hablar en japonés lo más rápido que pudo.

Afortunadamente, el cliente sabía un poco de japonés y entre señas y algunos ademanes, Yuuri inquirió que el sexy hombre frente a él quería un americano. Sin embargo, ninguna palabra (que no fuera de origen japonesa), seguía sin salir de su boca.

¿Qué le pasaba?, ¿por qué no podía formular ninguna oración coherente?

El desagradable momento empeoró cuando Yuuri no supo identificar el último pedido del cliente. Al escuchar la palabra keik, Yuuri, ni por asomo, pudo relacionarlo con la palabra «pastel o cake». Un error enorme y garrafal… ¡deshonor!, ¡deshonra para Yuuri y su pequeño caniche Vicchan!

Yuuri pensó que el percance no podía empeorar cuando, desde su escondite detrás de la puerta de servicio, reconoció la voz profunda del cliente extranjero y la de Phichit, quien intentando defender a Yuuri le argumentó al cliente que Yuuri no entendía nada de inglés.

«¡Qué la tierra me tragué y nunca me escupa!», pensó el japonés resignado.

Por eso ahora, Yuuri estaba recargado en el mostrador con semblante derrotado y suspirando cada dos minutos.

—Siento mucho lo de ayer, Yuuri —dijo Phichit observando el semblante triste de su amigo mientras limpiaba las mesas. La cafetería se encontraba vacía así que podían chismear a su antojo.

—¿Por qué me pasan estas cosas a mí, Phichit-kun?

—Te ahogas en un vaso de agua. Sabes hablar inglés, pero siempre te pones muy nervioso. Además, los chicos de ojos bonitos son tu debilidad.

¡Phichito-kun! —exclamó alarmado Yuuri, más rojo que un tomate—. No es momento para…

La puerta de la cafetería se abrió igual que los ojos de ambos baristas. El apuesto cliente extranjero de la noche anterior entró a la cafetería sonriendo con alegría al identificar a los chicos que lo atendieron el día de ayer. Su mirada azul se dirigió sin demora a los orbes cafés de Yuuri quien no atinaba a reaccionar.

¡Hola!, esto es un regalo para ti.

Yuuri se quedó estático en su lugar. El sexy ruso sostenía un ramo de flores de pétalos pequeños color carmesí, combinado con blanco en sus raíces, verde al centro y delgados pistilos color blanco: un amarillis.

El ruso miraba con nerviosismo al joven barista, quien aún seguía sorprendido, ¿qué haría Viktor si el chico no aceptaba su regalo?

—¡Qué hermosas flores! —interrumpió Phichit para romper el tenso silencio—, ¿son amarillis?

—Así es —contestó Viktor un poco nervioso. Cambiando el semblante de su voz a uno más decidido el platinado agregó—: son para Yuuri, espero pueda aceptarlas. Como compensación por el malentendido de ayer.

—Wao, ¿escuchaste, Yuuri? —dijo Phichit dirigiéndose a su amigo quien no sabía en dónde meter la cabeza por la vergüenza, ¡claro que había escuchado!, Yuuri entendía lo que el sexy ruso y su mejor amigo hablaban pero aun así, su cerebro se negaba a funcionar y articular una simple oración.

Phichit se adelantó y se acercó a Nikiforov, tomó el ramo de amarillis y se las entregó al estático Yuuri que seguía parado enfrente del mostrador.

—¡Vaya, parece que Yuuri-kun tiene un admirador! —exclamó con ligereza Phichit mirando alternativamente la reacción tanto del barista como del atractivo cliente.

Viktor se sonrojó al instante y qué decir de Yuuri quien estaba igual o más sonrojado que el florista.

—Yo… debo irme… —Viktor dio la vuelta dispuesto a salir del lugar. Sin embargo, antes de traspasar la salida, una vocecilla llamó su atención, Yuuri, con todo el esfuerzo posible estaba batallando por emitir al menos un sonido coherente proveniente de su boca.

—Gra… gracias —susurró Yuuri en inglés—. ¿Cu… cuál es tu nombre?

Algo básico, conciso y sencillo. Aun así, para Viktor el escuchar a Yuuri pronunciar esas simples palabras en un idioma que el ruso conocía a la perfección fue, en su opinión, lo más maravilloso que le pudo haber pasado al florista ese día. La voz de Yuuri no era muy grave, tampoco muy aguda, tenía el tono perfecto para una persona de su complexión, era incluso melódica. Viktor deseo poder hablar más con el barista de los ojos cafés.

—Viktor, Viktor Nikiforov —sonrió radiante Viktor al contestar.

Y de esa forma comenzó la amistad entre Viktor Nikiforov, el atractivo florista ruso que tenía muy poco de residir en Japón y Yuuri Katsuki, el tierno universitario que trabajaba de barista a medio tiempo en la acogedora cafetería con una espectacular vista al Scramble Kousaten.

Al menos una vez por semana Viktor aprovechaba para visitar a Yuuri y platicar un poco con él. Grande fue la sorpresa de Viktor al averiguar que Yuuri dominaba el idioma anglosajón, de esa forma sus conversaciones se tornaron más fluidas e interesantes.

Sin importar que el canal de comunicación entre ambos jóvenes hubo presentado una mejoría, el hábito del platinado de llevar un ramo de flores en cada una de sus visitas fue un detalle que prevaleció.

La siguiente semana, Viktor llegó con un ramo de begonias amarillas, el mensaje oculto en ellas era una amistad que comienza.

Ahora, los ramos siempre eran una combinación de geranios, gladiolos y lirios. Phichit a estas alturas sabía, por el significado de cada flor, que a Viktor le gustaba Yuuri y, aunque también le constaba al tailandés que Yuuri gustaba de Viktor, le preocupaba al moreno el hecho de que su mejor amigo fuera un distraído de primera.

—¡Qué bonito color! —admiró Phichit observando el ramo que Yuuri acomodaba en un florero —Son lilas, ¿cierto?

—Creo que sí —contestó Yuuri acomodando unas flores color azul más pequeñas.

—¿Esas son nomeolvides? —Phichit se acercó a ver las pequeñas motas azules que destacaban en el ramo.

—¿Ese es su nombre? —Phichit asintió y el moreno observó cómo el sonrojo de su amigo viajó hasta sus orejas—. ¡Pensé que Viktor me estaba diciendo que…!

Yuuri no terminó la frase, pues se cubrió la cara con sus manos avergonzado. Phichit rio con soltura, sí, su mejor amigo era un distraído de primera.

El chico de piel canela estaba dispuesto a explicarle a su amigo que regalar lilas significaba algo así como: «mi amor por ti está despertando». Sin embargo, al ver las azules nomeolvides la intriga invadió la mente del pelinegro. ¿Por qué Viktor decía que temía no poder ser correspondido?

En una linda florería ubicada en el distrito de Ginza, Viktor Nikiforov preparaba con entusiasmo un ramo multicolor de pensamientos. El ruso sabía que Yuuri entendía poco o nada del lenguaje de las flores así que, hasta que reuniera el valor suficiente para confesarse, le mandaría esas sutiles señales por medio de coloridos ramos esperando conseguir a cambio una sonrisa o un sonrojo por parte del barista.

—Pensamientos multicolores —una grave y sexy voz se escuchó dentro de la florería. Viktor volteó para descubrir a un apuesto rubio de ojos verdes y sonrisa coqueta—. Lo veo y no lo creo. ¿Será que alguien conquistó el corazón del inalcanzable Viktor Nikiforov?

Viktor sonrió y se sonrojó un poco observando el ramo con anhelo e ilusión, reflejadas ambas emociones en sus transparentes ojos azules.

—Es una larga historia. Me alegra mucho verte de nuevo, Chris.

—No te creo —atajó Chris acercándose al ramo para examinarlo a detalle—, si así fuera me habrías esperado en el aeropuerto.

—Olvidé que tu vuelo llegaba hoy —se disculpó con sinceridad Viktor, rascándose la nuca.

—¿Y así le pides a esta persona que piense en ti tanto como tú lo haces por ella? — preguntó divertido Chris—. ¿Ese es su significado, cierto?

Viktor asintió con la cabeza y, después de un abrazo de bienvenida y la preparación apresurada de un café, le contó a su mejor amigo los pormenores de su primer encuentro con Yuuri, sus pláticas, lo mucho que tenían en común, cómo parecía que el tiempo se detenía cuando platicaba largas horas con él, ya sea por chat o en persona, sus visitas semanales a la cafetería y lo hermoso que era el chico, su cabello negro, sus expresivos ojos cafés y su sonrisa tímida y sincera.

Por su parte, Chris estaba sorprendido, conocía a Viktor de toda la vida y, hasta este día, nunca lo había visto tan enamorado de alguien.

Porque Chris aseguraba que eso era amor.

Sin embargo, en toda la ecuación y por la personalidad extrovertida del ruso, había algo que a Chris no le cuadraba.

—¿Y supongo que ya te acostaste con él? —un comentario sin rodeos y de tintes sexuales, típicos del ojiverde.

—No —aceptó Viktor bajando la mirada algo incómodo. Luego, con un susurro agregó—: ni siquiera me he declarado.

—¡¿QUÉ TÚ QUÉ?! —gritó Chris alarmado jalando el delantal violeta que lucía Viktor, provocando que el platinado se inclinara hacia adelante, agitando sus manos cual ave emprendiendo el vuelo evitando así una caída del banquito alto en donde ambos estaban sentados—. Pero, entonces, ¿las flores?

—El no entiende prácticamente nada de su significado. Me ha preguntado por ello y debo admitir que le he explicado solo algunos conceptos.

—¿Por qué? —preguntó con sincera curiosidad Chris.

—Tengo miedo —confesó Viktor y poniendo una mano sobre su pecho continuó—: Esto que siento es muy intenso. Yo tengo miedo de no ser correspondido con la misma intensidad.

—¿Y entonces prefieres seguir mandando pistas indetectables hasta para un radar en vez de arriesgarte y tomar al toro por los cuernos? —preguntó con tono ácido Chris, ¿qué le pasaba a su amigo?—. ¿Tiene pareja acaso?

—No creo… no sé, vive con un amigo, pero…

—¿Él está interesado en ti, al menos? —exclamó exasperado el suizo.

—Sonríe cuando me ve y sus ojos se iluminan y así pero…

Chris se llevó una mano a su rostro, frustrado, ¿quién era el tipo frente a él y qué había hecho con el verdadero Viktor Nikiforov?

—Vamos a arreglar esto.

Sin agregar nada más, Chris tomó el ramo de pensamientos y confiando en su memoria se dirigió a Shibuya siendo perseguido muy de cerca por Viktor quien intentaría evitar una tragedia.

Phichit quería despabilarse, ya que hace días un pensamiento no dejaba de cruzar por su mente, y ese era acerca de su mejor amigo y su reciente admirador.

Si bien, desde que se conocieron, Viktor acudía al menos una vez por semana a la cafetería a regalarle a Yuuri un ramo de flores, Phichit se había percatado que su amigo japonés no conocía todos los tipos de flores que el platinado le hubo regalado, pero vaya que el tailandés sí que estaba al corriente con el tema.

Los padres de Phichit eran dueños de una florería en Tailandia y por lo tanto, el muchacho de piel bronceada conocía los mensajes que se podían transmitir a través de ellas.

Los pensamientos del pequeño barista regresaban al significado de cada flor regalada por Viktor, había algo que no cuadraba en el asunto y era deber Phichit el averiguarlo. O al menos eso él pensaba.

Fue por eso que el moreno no notó cuando un suizo de cabello rubio ingresó al negocio. El tailandés daba vueltas y repetía animado los coros del Rey y el Patinador imitando con magistral perfección los pasos efectuados en la cinta cinematográfica.

Chris sonrió divertido ante el espectáculo. Si esta era la cafetería que Viktor había mencionado entonces entendía el interés del ruso en ella. Era peculiar, por describirla con una palabra.

Al terminar la pieza musical, Phichit, siendo un poco más consciente de su entorno, sintió en su nuca esa incómoda sensación de ser observado. Grande fue su sorpresa al descubrir a un despampanante extranjero, flores en mano, sonriendo divertido porque seguramente había visto gran parte del espectáculo montado por Phichit. El tailandés se quitó los audífonos e, intentando no sonar molesto, anunció:

—Disculpe, la cafetería aún se encuentra cerrada.

—No vengo a tomar café. Al menos hoy no —dijo Chris acercándose a Phichit—, y me disculpo por la intromisión. Estoy buscando a un chico llamado Yuuri, ¿trabaja aquí?

Phichit examinó al extranjero, la ropa estilizada y casual que usaba acentuaba su atractivo y la barba semiafeitada le confería al rubio un aura despreocupada y sensual. Buscaba a Yuuri, ¡su amigo, sin duda, tenía mucha suerte!

—Él trabaja aquí —explicó Phichit—, sin embargo, tuvo una emergencia en la universidad y no podrá venir hoy a trabajar.

—Ya veo —el suizo le entregó el ramo de pensamientos a Phichit quien lo siguió observando con curiosidad—. ¿Eres su amigo?

Phichit asintió con la cabeza, comenzaba a incomodarse, tal vez era momento de llamar a Celestino.

—Por favor, entrégale las flores. Son importantes.

comenzó a caminar hacia la salida, se detuvo antes de salir ya que escuchó la voz de Phichit preguntando acerca de su nombre.

—Chris Giacometti. Soy amigo de Viktor. Él es la razón de mi visita.

Diez minutos después de la retirada de Chris, ingresó cual bólido a la cafetería la alta figura de Viktor Nikiforov. La campanilla que anunciaba la entrada de un cliente nuevo sonó rompiendo el silencio en que se hallaba la única persona presente en el lugar: Phichit.

Los ojos azul cielo de Nikiforov recorrieron la cafetería. Viktor maldecía al metro y la asombrosa habilidad de Chris para esquivar multitudes y escabullirse entre la gente, razón por la cual, el florista había perdido pista de su mejor amigo.

—¡Phichit, me alegra verte! —Viktor caminó rápidamente al lugar donde estaba sentado el tailandés, cerca del ventanal— ¿Se encuentra Yuuri?, necesito hablar con él.

Phichit no contestó enseguida, Viktor lo observó un momento y notó que sus ojos, normalmente alegres, se transformaron en un gesto de enojo e ira.

El ruso, extrañado por la reacción del moreno, se dio cuenta de lo que el chico tenía sobre la mesa el ramo de pensamientos que Chris le había arrebatado hace no más de una hora.

Algo había pasado y Viktor tenía que averiguar qué.

—Quisiera pedirte un favor —Phichit miró decidido a Viktor, quien no salía de su asombro al ver la expresión molesta del tailandés—. Te pido salgas de la cafetería y de la vida de Yuuri.

— ¡¿Pero por qué?! —preguntó confundido Viktor—. ¡No puedes pedirme eso

—Sí que puedo —comenzó Phichit arrastrando las palabras—, quizá Yuuri no entienda un ápice del lenguaje y significado de las flores, sin embargo, yo sí que lo hago. He visto todo este tiempo el tipo de flores que le has regalado a mi amigo y, por un momento, llegué a pensar que en verdad estabas interesado en él.

Phichit posó una mano sobre la mesa, provocando un ruido sordo al azotar su mano contra la madera.

—Pero hace un rato, llegó un sexy extranjero diciendo que es tu amigo y exige hablar con Yuuri. No tengo idea de quién sea, pero si él es el motivo para que tú temas que Yuuri no puede corresponderte, entonces ¡deberías poner las cosas en claro de una vez!

—¡¿De qué estás hablando?!

—Todos tus ramos tenían nomeolvides en ellos. ¿Entiendes o te lo explico con manzanas?

Viktor calló pues entendió el punto que quería expresar Phichit. Había sido un tonto, como Chris le había dicho, se había complicado la vida con algo que debía ser simple y de fácil resolución. Era hora poner las cartas sobre la mesa y esperar el mejor resultado.

Yuuri estaba sentado cerca de la estatua de Hachiko viendo a la gente pasar. Había sido un día pesado. Uno de sus profesores les había adelantado la entrega de un proyecto, razón por la cual el chico de cabello azabache había pedido permiso a Celestino para faltar al trabajo. Celestino, sabiendo lo importante que son los estudios y los proyectos escolares, sin problema aprobó tal permiso.

Así que, aprovechando el tiempo libre, Yuuri acudió a la biblioteca de su universidad y buscó entre la bibliografía un libro relacionado con el significado de las flores y su lenguaje.

Si bien, Yuuri desconocía ese mundo, le daba curiosidad el hecho de que Viktor siempre le regalaba un ramo diferente cada vez que se veían. Yuuri no era tonto, le gustaba Viktor e intuía que el sentimiento era recíproco, debía vivir con la cabeza en otro planeta para no darse cuenta que regalar flores iba más allá de una simple amistad. Sin embargo, Yuuri seguía teniendo curiosidad.

Al fin, después de un rato de búsqueda, el nipón halló un libro. Con rapidez hojeo el mismo, recordando algunas de las flores que Viktor le regaló a lo largo de esos seis meses.

Begonias blancas: mi amistad contigo es sincera.

Geranios: soy feliz contigo.

Gladiolos: me has llegado al corazón.

Lirios: alegras mis días.

Yuuri sintió una linda calidez recorrer su cuerpo al descubrir el significado de cada una de las flores que Viktor le hubo regalado. Era muy lindo y romántico de su parte.

Lilas: mi amor por ti está despertando.

Nomeolvides: amor sincero. Inquietud por no ser correspondido.

Yuuri observó un rato la última oración que leyó acerca de la nomeolvides. Dependía ahora de Yuuri responder a esas declaraciones.

Fue por eso que ahora, el nipón esperaba pacientemente vislumbrar una cabellera plateada entre la acostumbrada aglomeración de la calle más transitada de Shibuya. Sabía que el día de hoy Viktor acudiría sin falta a la cafetería a visitarlo como de costumbre. Yuuri quería sorprenderlo de la misma forma que el platinado había llevado haciéndolo desde el día que se conocieron.

Con un ramo de flores en mano Yuuri corrió emocionado al reconocer la llamativa cabellera de Viktor Nikiforov resplandeciendo junto con el sol rojo que indicaba el atardecer.

Madreselva, crisantemo y dalias componían el hermoso arreglo que Yuuri había comprado camino a la cafetería.

—¡Viktor! —gritó Yuuri llamando la atención de aludido, quien lo miró sorprendido al verlo acercarse a través de la multitud.

Viktor devolvió el saludo sin comprender el porqué de la repentina aparición del chico de sus sueños.

—Yo… quisiera entregarte esto.

Yuuri extendió el ramo hacia Viktor mostrando las hermosas flores que el chico había elegido. Viktor las reconoció así que, feliz y emocionado atrapó a Yuuri en un emotivo abrazo, el cual fue rápidamente correspondido por el japonés.

—Mi Yuuri, gracias —exclamó Viktor entre lágrimas, aliviado de que su mensaje hubiera llegado a esa persona especial.

Madreselva: estamos hechos el uno para el otro.

Crisantemo: ningún amor será comparable al nuestro.

Dalia: gracias por tu ayuda, por estar siempre a mi lado.

—Viktor —susurró Yuuri acunando las mejillas del platinado entre sus manos y mirándolo con todo el amor posible a través de sus ojos cafés—, quédate a mi lado y nunca me dejes.

Yuuri observó la sonrisa plena de Viktor antes de sentir sus labios sellando esa promesa con el primero de muchos besos que ambos se darían a partir de ese momento. Quizás a veces la comunicación fuera un problema, sin embargo, ambos habían encontrado la forma de expresarse, y en esta ocasión decirlo con flores había sido la solución.

¡Muchas gracias por leer!

Por cierto, ¿sabían que los alcatraces son mis flores favoritas? Nada que ver el comentario, lo sé, pero quería decirlo.

¡Muchas gracias por leer!

xoxo

Sam.

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Publicado por salemayuzawa

Me gusta leer, escribir, ver películas, anime y platicar con mis amigas. ¡Adoro imaginar historias!

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