Miras su cabello esparcido por la almohada, Otabek, y no puedes evitar que ese sentimiento de incongruencia dañe cada latido de tu corazón. Quisieras tanto sentirte dueño de ese momento, inclinarte sobre él y besar cada hebra dorada de su cabello largo por el cual tanto cariño sientes. Después continuar por su cuello, subir por su barbilla y posarte en sus labios en un intento de retener su calor más en ti. Quisieras estrecharlo, dejar que tus brazos se enreden en su delgada cintura, deslizar los dedos por su desnudo vientre y juguetear una vez más con su vello púbico. Te encanta tanto su suavidad, sentir como se enreda entre tus dedos, como si los atrapara y quisiera retenerlos por siempre ahí. Sabes que con algo así él lograría despertar y te reclamaría con un gruñido bajo como un gatito molesto… Pero, de la misma forma, sabes que pronto esos gruñidos se convertirían en ronroneos suaves antes de que sus piernas terminen por apresarse a ti y exigirte, cual mínimo, un poco más de caricias y atención.
Te encantaría hacerlo… Te encantaría tomarlo por completo entre tus brazos y estrecharlo tanto mientras una sonrisa juguetona y felina lograría escaparse de sus labios. Es así como a ambos más les gusta estar: cuando Yuri es capaz de verte por encima y su cabello cae sobre ti como una cascada de oro que se agita con su respiración. Su sonrisa salpica, te tienta, y logra encender cientos de partes tuyas que de ninguna otra manera lograrían tener respuesta.
Es en ese punto donde sueles perder el control de tus manos, donde estas presionan la piel de sus caderas y la maltratan, donde los rasguños se vuelven marcas tácticas que desearías permanecieran siempre ahí. Yuri suele reír sobre ti, decir tu nombre con ese tono en el cual no sabes si hay cariño, diversión, excitación o deseo, o es todo un combo que explota en su pecho y lo hace degustarte tan suyo.
El resto es biología básica e instintos que los guían con plenitud en los siguientes pasos: no hay partes que no terminen por ser exploradas, húmedas de sudor y saliva. Sin embargo, más allá de todo lo que puedas llegar a percibir, con todo lo que explota contra tus sentidos, te encanta mucho más lo que siempre logras ver: como los gestos de Yuri se distorsionan en una sintonía distinta, de otro mundo, mostrándolo al mismo tiempo como un ángel y un demonio que ha caído hasta para condenarte a un infierno dulce y miserable. Notas sus mejillas sonrojar, escuchas sus jadeos que se acompasan al propio ritmo de los latidos de tu corazón. Por un segundo logras creer que ambos sienten las cosas en el mismo sentido, que no son dos extremos dispares que fingen algunas noches al mes que pueden lograr complementarse, sino que son dos piezas genuinas capaces de encajarse entre sí. Eres capaz de verlo y creerlo hermoso, que más allá de sus gestos llenos de lujuria y placer, se ve adorable y logra calentar mucho más tu alma que tu cuerpo. Y así, mientras cabalga sobre ti, mientras sientes como la eternidad te absorbe en sus entrañas y te aprisiona, te quema, te encantaría decirle que lo adoras y que cada segundo sin él se torna una tortura irremediable.
No obstante, esa parte consciente tuya te recuerda que su compañía tampoco es precisamente un campo de rosas, que incluso su presencia aislada puede llegar a doler mucho más que su ausencia. Porque sabes que ese corazón que late no te siente de la misma forma que el tuyo hace por él; que mientras tus dedos y todo de ti se derriten ante el más mínimo tacto, él se derrite pero en deseo, uno que no sobrepasa lo carnal y la insistencia de que sus cuerpos se unan, no para sentirse complementados, sino para gozar la sensación de sentirse lleno por alguien más.
Sabes que Yuri tiene demasiados huecos que desean ser llenados… Y tú no eres suficiente para lo que él necesita.
¿Qué queda entonces para ti? Solo un título de «amigo» que te indigna algunas ocasiones, que te duele muchas más, con el que tantas veces has tenido que conformarte mientras lo escuchabas hablar sobre otros hombres, sobre otras mujeres, sobre la fantástica u horrible noche que ha pasado con alguien que no eras tú.
No obstante, sabes que dolería mucho menos si las cosas tan solo fueran así, si él no se encargara de expandir tu esperanza cada vez que viene a ti y te busca cuando tampoco en otros encuentra eso que tanto desea. Cuando piensa que eres la mejor opción por el momento. Cuando tiene ganas de ti. Cuando te extraña. Cuando te necesita. Pero sus ganas nunca serán iguales a las tuyas.
Sus besos siempre terminan por tener un sabor dulce que se evapora de tus labios con facilidad, sobre todo los finales, sobre todo cuando se despide de una de esas noches donde comparten juntos y te hace notar ese vacío ponzoñoso que se queda con su ausencia. Cuántas veces ha logrado asesinarte tan tiernamente solo con uno de esos besos; en cuántas ocasiones, solo con su mirada, ha logrado disparar hacia ti tanto cariño, tanto encanto, tanto deseo que te intoxica hasta dejarte sin respirar. Porque sabes que cada vez que él se despide, te está dando tu libertad, una que testarudamente te niegas a tomar. Eres capaz de retener su mano en consideración de que él nunca se aleje de ti, porque ese es tu mayor miedo… Que te dispare, que te destroce el pecho y el corazón, y al final nunca vuelva para juntar las piezas una vez más.
Sigues apreciando su cabello en silencio, mientras no permites que tus manos se muevan según los deseos que hierven en ellas. Sin embargo, Yuri se remueve un poco entre las sábanas y se gira hacia ti. Sus ojos felinos se clavan en los tuyos y logran absorberte en su interior hasta que el roce de sus manos en tus mejillas logran desencajarte de ellos.
Entonces sonríe… y te dispara una vez… Dos cuando sus piernas se mueven y se monta en ti. Tres cuando la sábana cae de su cuerpo desnudo, ese que ya ostenta tus rasguños, tus marcas, esas mismas que terminarán por desaparecer y ser reemplazadas por las de alguien más. Cuatro cuando te das cuenta que te tienta, que de alguna forma supo adivinar ese deseo que tus dedos se negaron a complacer. Cinco cuando sus labios se tornan dulces, vaporosos, casi metálicos como si un rastro de sangre se mantuviera sobre ellos… tal vez sangre tuya, tal vez toda esa que se esparce de tu corazón, el cual late doloroso y al mismo tiempo lleno de un deseo y éxtasis que incluso hace que duela más. Ojalá pudieras negarte, ojalá tantas veces pudieras tener el valor de rogarle que se detenga. Pero siempre caes, siempre terminas derretido ante los deseos de Yuri, ante esa necesidad suya de buscar en ti cosas que puedan llenarlo. Te preguntas por qué él sigue insistiendo contigo si ya no sabes que más entregarle, qué trozo, qué parte, qué sentimiento, qué razón… No sabes que él solo vuelve a ti una y otra vez porque desea que tú, y solo tú, seas ese alguien que por fin tenga la parte suya que tanto desea.
Muchas veces se preguntan si todo eso significa amar a alguien… pero ninguno de los dos ha aprendido a hacerlo de la forma correcta.