Castitas- Castidad
Ve al hombre deslizarse sobre el hielo, la luz nocturna se aposenta bajo su figura, besando cada centímetro del cuerpo. Los pies giran, sus manos se elevan y el polvo cósmico nace de sus palmas para narrar historias sobre el nacimiento del mundo. El corazón tiene ese dulzor astringente que calma el espíritu y Víctor jadea, embelesado. «Este niño es magnífico», piensa conmovido cuando la música brota y retumba en las paredes. Música que solo proviene del bendito cuerpo y hace temblar la tierra. Embriagado de su emoción, lo ve saltar y sonríe cuando el otro aterriza sin ningún titubeo. El chico gira y sus brazos serpentean sus caderas en un acto de diversión y castidad. El hombre de cuarenta años suspira y asiente satisfecho.
Cada vez que ve patinar a Yuuri resulta ser una experiencia inédita. Una historia que habla sobre la creación, el amor, la castidad y la pureza… En definitiva, no fue una mala idea venir a Japón. Sin embargo, el encanto tiene una leve desazón: el hombre que está ante él no es el mismo que en sus recuerdos. Las caderas no parecen invitarle a bailar, los brazos y las piernas no piden ser acariciadas y aquellos labios no piden ser agitados en su propia boca. Las flamas no están y la excitación que surgía en sus entrañas para saciar sus noches de soledad menguó en su vientre. El niño embravecido del banquete ha pasado a ser un cerdito adorable, un cerdito que merece ser castigado por su falta de disciplina.
Los rumores son ciertos, Víctor ofrece un entrenamiento casi espartano. No tiene piedad con nadie, incluso con Yuuri, el hombre que lo hizo masturbarse dos veces en su nombre. Bastó el primer día para mostrar su espíritu exigente y maquiavélico. Con una sonrisa agradable y un aire despreocupado, aniquiló a Yuuri con preguntas que no tenían filtro alguno, desde su situación económica hasta sus relaciones personales. Necesitaba conocer gran parte de ese muchacho si quería construir un plan de entrenamiento, no fue sencillo. Lo único que pudo hacer hasta ahora fue imponer un régimen alimenticio y físico para que el adorable cerdito volviera a su estado normal. No lo dejó solo en eso, lo acompañó de igual forma: corrían juntos, realizaban una dieta similar y practicaban los mismos ejercicios. Descubrió la gran resistencia de Yuuri, una ventaja que podía llevarlo directo al Grand Prix Final.
El escalofrío del recuerdo besa su columna vertebral al evocar la imagen del niño bañado en sudor, deteniéndose un poco para tomar un respiro mientras se limpia las gotas que había en su cara, gotas que se deslizaban divertidas y extasiadas por su cuello hasta perderse en la clavícula. Muchas veces tuvo que desviar la vista, recordando ser objetivo con Yuuri a pesar del cosquilleo acumulado en sus manos. Además, la distancia que impone el japonés no es grata. Ese niño lo sigue tratando como una celebridad y eso le inquieta mucho.
Sabe que para poder entrenarlo necesita bajar de ese pedestal. Desea que ese muchacho lo mire de nuevo sin dudas ni restricciones, desea que Yuuri se percate que muy a parte de su trayectoria y fama es un ser humano, pero los intentos son fallidos.
—Así que el cerdito ha desobedecido a mis órdenes. —irrumpe la calma del lugar y ve con gracia como el muchacho casi tropieza en su giro. Víctor se digna a mirar al hombre, apoyándose en la barrera de la pista—. ¿Tan necesitado estabas en pisar el hielo que decidiste ignorar mi autoridad? —La sonrisa no la esconde cuando el patinador mueve energéticamente las manos, en un acto de disculpa. Víctor se encoge de hombros y mira los cortes de las cuchillas sobre el hielo, los trazos crean galaxias y se emociona al recordar los movimientos del asiático.
Aquella coreografía fue espontánea y hermosa, ¿Cómo es que el mundo no se había dado cuenta del talento de Katsuki?
—¿Qué pensabas? —dice después de un momento. El chico alza su mentón, no entiende la pregunta. Víctor lo mira con curiosidad, un dedo está sobre sus labios, meditando—. En el hielo. —especifica pero Yuuri no parece entender, inclinando su cabeza en un acto infantil. Víctor se deleita con la inocencia que hay en esa mirada y trata de disimular su gusto—. Hace un momento patinaste de una forma curiosa, como si alabaras la belleza de alguien. Dime, ¿en quién pensabas?
El nervio se queda en la garganta y produce un sonido chirriante. Las orejas del patinador se colorean mientras baja la cabeza con premura. Víctor hace un mohín porque sabe que deberá enfrentarse con los muros gigantes que ha construido Yuuri.
—N-no fue nada. No pensé en nada. —trata que la mentira sea convincente mientras Víctor lo mira con detenimiento.
—¿Minako?— El chico sacude la cabeza—, ¿Yuuko?— Esta vez Yuuri sacude la cabeza al igual que sus manos—, ¿una antigua novia?
—¡Absolutamente nadie! —asegura con un tono más fuerte de lo normal. El ruso ríe, cansado y suelta un suspiro que conlleva mil lamentos. Se apoya más en la barrera y deja su cabeza caer en un acto de tedio El silencio es incómodo, ambos lo saben y Víctor está cansado de llenar los espacios con intentos burdos. Desea cooperación, desea que Yuuri se sienta libre con él como en aquel baile, donde ambos reían sin importar la edad o el estatus social.
—Será mejor regresar ahora, es tarde y no quiero que haya retrasos mañana. —Habla con cierta seriedad mientras abriga su cuello con el suéter azulado; las volutas de aliento se desprenden con facilidad—. No hace tanto frío como en Rusia, pero los cambios de temperatura afectan al cuerpo, además estás cansado después de todo lo que has hecho en esta semana. —aclara, recordando que precisamente hoy el nutriólogo ha confirmado que Katsuki volvió a su peso idóneo.
—Sí, entrenador… Nikiforov. —El sonido de su apellido lacera su pecho, confundido alza la vista esperando una explicación. Arruga el ceño y ladea un poco la cabeza, incrédulo por lo que acaba de escuchar. Rápidamente repasa sus palabras en busca de algún agravio, alguna señal que haya provocado tal distancia.
—¿Entrenador… qué? —Trata de preguntar, esperando que sólo haya sido una mala jugada de su audición. Soporta el leve pinchazo cuando Yuuri no está seguro de qué responder. El sentimiento de la desilusión no es lindo en su cuerpo, corre por su sangre y se filtra en sus órganos, burlando sus defensas que construyó a lo largo de los años hasta llegar a su corazón y quedarse ahí, estrujándolo.
No esperaba acostarse con él, tampoco la idea de tener un romance… Lo único que quería era ser libre, ser Víctor nada más. No leyenda, no patrocinador, no entrenador, sólo un amigo, sólo ser Víctor.
—¡Ah! Yo sólo… —comienza el chico, ruborizado mientras se acerca y mueve sus manos en una expresión desarmada.
—No. Está bien. —asiente, cabizbajo—. Si eso es lo que quieres que sea para ti… —deja que su voz muera y fuerza una leve sonrisa—, seré solo tu entrenador, entonces.
—¡No! ¡Yo no quise decir eso! —Alza la voz y Víctor levanta la vista cuando ambas manos del menor sostienen su rostro. Ambos se miran y vuelve el silencio incomodo de antes. El chico suspira y baja la mirada, conteniendo las palabras que se atoran en su pecho. Cuando sus ojos se encuentran Víctor tiene la oportunidad de ver un miedo en las pupilas castañas, uno que prevalece y que impide destruir los muros. Con cuidado, toma la mano enguantada del muchacho, la sostiene con delicadeza y suspira.
—¿Sabes por qué no planeo llevarte a San Petersburgo? —dice después de una larga pausa. El silencio incita a Víctor a continuar—. Porque necesito conocerte Yuuri. Ir a San Petersburgo sólo sería mostrarte mi mundo y estarías atenido a mí. Yo no quiero eso, quiero conocer tu mundo, tus lugares preferidos, lo que te gusta, lo que eres, porque si soy sincero… A veces no sé cómo tratarte.
El rostro del muchacho no parece ofendido ni asustado, está digiriendo las palabras y Víctor espera. Las manos delgadas tiemblan un poco, el muchacho deja caer su cabeza y suspira.
—No quería que vieras mis debilidades —dice con un hilo de voz y siente el corazón que se aloja en la garganta—, no quería que vieras mis fallos y darte un motivo para irte.
—Oh, Yuuri. —Respira el otro, conmovido de escucharlo porque es la primera vez que se abre ante él—. Nunca he creído que fueras débil, creo que nadie lo piensa, —Hace un movimiento con su mano mientras se inclina más en la barra—, de hecho tú me inspiraste. Lo que vi en ese vídeo no fue sólo una copia de mi rutina, sino algo más.
—¿Cómo qué? —susurra el otro, tratando de mirar sus patines.
—¡Yuuri! ¡Fue tu grito de guerra! —alza lo brazos, emocionado—. No te das por vencido, exclamas tu fuerza a través de tu cuerpo. Por eso sé que no eres débil. —Víctor ve la confusión a través del entrecejo que hay en su frente. Suaviza su mirada y besa levemente la mano del chico que aun sostiene su cara. Yuuri se sonroja y Víctor no se arrepiente—. Sal de la pista y vayamos a casa. No pido que lo entiendas ahora, pero será mejor que pienses en ello.
El chico asiente, soltando poco a poco el agarre. El miedo que hay en sus pupilas grita, llamando la atención del ruso. Necesita alejar aquello, de lo contrario Yuuri no podrá continuar ni él tampoco. Antes de que el patinador gire, lo toma de la mano y apoya su frente contra la del muchacho.
—Voy a dejarte algo en claro: yo no pienso dejarte si veo un defecto tuyo, Yuuri. Como entrenador, mi trabajo es que reconozcas tus propias habilidades aún si no crees en ellas. No planeo transformarte en alguien más, el cambio inicia contigo, yo solo te acompaño en el viaje. —Uno a uno, los muros caen y Víctor suspira dichoso al ver la expresión de Yuuri, es única e inigualable. Aprieta el agarre y se atreve a ir más allá: —Yuuri, sinceramente no quiero ser sólo tu entrenador, —habla con calma mientras acerca su mano para apartar algunos cabellos del chico. El patinador contiene el aliento, los ojos azules destellan con cierta esperanza cuando el muchacho no se aparta de su toque—, de hecho, quiero ser más que eso. Sólo quiero ser Víctor para ti. —Ve como Yuuri suelta el aire lentamente—. La verdad he cumplido todo lo que han querido los demás la mayor parte de mi vida, pero contigo sólo quiero ser diferente, sólo quiero ser Víctor, como aquella vez en el banquete.
El niño hermoso parpadea, ruborizado y la urgencia de pasar sus labios por aquel rostro le atormenta. Debe alejarse antes de cometer tal barbaridad, lo suelta y Yuuri frunce levemente el ceño.
—No quiero a nadie más que no seas tú. —La voz del muchacho tiembla, sin embargo, cuando Víctor alza la vista ve el fuego que creyó extinto. ¿Cuántos hombres y mujeres se han perdido en esas llamas? Los envidia. En verdad que sí—. Lamento ser evasivo, trataré de ser mejor. Te lo pagaré patinando. Así que mírame, por favor.
Víctor deja caer sus hombros, aliviado y asiente, porque aquellas pupilas parecer abrirse como puertas y puede ver con precisión la necesidad y la urgencia de ese niño por patinar, por ganar y abrirse al mundo.
—Yuuri, hagas lo que hagas, nunca voy a separar mi vista de ti. —El entrenador promete, sintiendo las miles de cargas de responsabilidad caer en su espalda—. Pero eso no significa que tu entrenamiento sea fácil.
—Lo sé. —responde el otro, sonriendo desafiante. Víctor siente el piso arder—. No he pedido que fuera de otra forma, Víctor.
No es fácil controlar la emoción que burbujea en su pecho al escuchar su nombre. Nunca creyó que el sonido se escuchara tan glorioso en los labios de este niño, El hombre ríe, puede sentir el borde de sus ojos arrugarse porque Yuuri ha vuelto a dirigirle la palabra sin una máscara de por medio y se deleita en cada fonema.
—Tienes problemas con el Toe loop. —Yuuri cierra su chaqueta y frunce levemente el ceño. El ruso sonríe un poco mientras toma su celular y muestra la pantalla con gracia, Yuuri casi se cae.
—¡¿Por qué estás viendo eso?! —Ante él está el fatídico vídeo de su actuación en las Nacionales. Sus ojos viajan al extremo de la pantalla y se da cuenta que hay una lista de reproducción con todos los programas que ha hecho en los últimos dos años— ¡Víctor!
—Es normal que revise tus antiguos programas, Yuuri. ¿Cómo podré entrenarte si no los veo? Además, —coloca una mano en su cintura mientras abre otra pestaña para mostrar una lista de reproducción—, me resulta curioso que la mayoría de tus programas siempre sean similares con respecto al arreglo musical.
—Ah, Celestino solía escoger la música.
—¿No lo hacías tú?
—No es que me afecte demasiado… —El muchacho baja la vista y hace un encogimiento de hombros—. Cualquier música está bien para mí, en verdad. —sonríe tímidamente.
Víctor entrecierra sus ojos y suelta un leve tarareo.
—¿Cualquier música? —repite Nikiforov. Esto puede interpretarse de dos formas según él: si Yuuri dice ser versátil con cualquier música, entonces está dispuesto a salir de su zona de confort, o bien, sólo es conformista y obediente, cuya falta de confianza le impide escoger su propia música.
—¿Eh? Sí. —asiente el otro rápidamente, atento a cualquier indicación.
El entrenador mueve su pulgar y pasa al siguiente vídeo.
—Me he dado cuenta que la mayoría de tus saltos tienden a fallar justo en el despegue, no ajustas bien tu peso y el muslo lo dejas vulnerable, ¿ves? Justo ahí. —El japonés se debe acercar un poco más para distinguir el movimiento, hay una irregularidad al momento de saltar, casi imperceptible sino fuera por la aplicación de slow motion que añadió Víctor—. Esto afecta al momento del aterrizaje. ¿Viste como tiembla tu rodilla de apoyo? Eso no debe suceder.
—No me había dado cuenta, —Víctor lo escucha susurrar mientras el japonés coloca sus lentes en la barra—, mi anterior entrenador decía que lo ejecutaba bien.
—No dudo de las capacidades de Celestino. —Aclara antes de poder generar una controversia. Lo que menos quiere es causar conflicto con las antiguas lecciones del italiano—. Pero es mejor arreglar esas irregularidades, —cierra sus ojos y alza un dedo—, de lo contrario, el salto queda carente de gracia. —Una vez que deja el celular al borde de la pista. Se detiene un momento, mira al techo y dice: — Por cierto, nunca he visto un Salchow tuyo en competencia.
—O-oh, lo he practicado pero, —mueve sus manos con nerviosismo. El ruso hace un leve puchero y ladea la cabeza— ¡puedo intentarlo! ¡Justo ahora! —Víctor aprieta sus manos para detener sus ganas de abrazarlo, ¿cómo un muchacho tan adorable puede esconder esa mirada tan abrasadora?
—Adoro tu entusiasmo, Yuuri. —El tono es suave, amable y risueño. Tiene que respirar con calma porque la miel que brota de aquellos labios delatan toda su ternura —. Sin embargo, quiero que practiques lo básico. Si corregimos aquellos detalles estarás listo para el siguiente paso. — Dice, deslizándose por la pista para calentar sus músculos—. Haré un Toe loop. Necesito que prestes atención en mi posición inicial, ¿de acuerdo?
El muchacho parece satisfecho y concentra su mirada. Víctor le guiña un ojo y ríe cuando el otro se ruboriza hasta las orejas.
—No vayas a apartar la vista de mí, Yuuri. —pide con toda la intención de rememorar la charla de ayer. Yuuri abre la boca e intenta decir algo, sin embargo el ruido estridente de una puerta abierta los distrae.
—¡HEY, VICTOR! —El rugido hace respingar al japonés. Ambos miran el borde de la pista para encontrar a un muchacho agitado con una exuberante maleta. El hombre mayor no tiene oportunidad, apenas ubica los ojos verdes y ya se encuentra en las profundidades de infierno: — ¿Cómo te atreves, anciano? ¡Irte y olvidar tu promesa! —dice en ruso. Las palabras resuenan, embravecidas en las paredes del recinto, casi parecen derrumbar los cimientos.
—Entonces Yakov no estaba bromeando después de todo… —susurra Víctor con cierto suspiro entrecortado. Exactamente hace tres horas había recibido la llamada de su antiguo entrenador, gritándole que Plisetsky se había marchado de Rusia, quizás para ir tras él. No le creyó del todo porque eso era extremo, incluso para un adolescente. No debió subestimar a Plisetsky.
Yuuri no dice nada aunque sus ojos están llenos de dudas. Víctor le toca el hombro con un leve apretón mientras avanza. Fuerza una sonrisa mientras ve al adolescente maldecirlos con la mirada.
— ¡Yura! ¿Qué haces aquí? —pregunta en inglés. La respuesta son gritos en ruso y Víctor tiene que ladear su cabeza levemente para soportar la intensidad de aquella voz.
Yuuri se queda estático en la pista sin entender una palabra. Ve a Víctor alzar sus manos en rendición mientras sale del hielo.
—¿Estás hablando en serio? ¡He venido a llevarte de vuelta! ¡Me prometiste ser mi entrenador y por eso estoy aquí! —El hombre contiene el suspiro mientras su sonrisa se extiende un poco más. A lo lejos ve a Yuuri estar en medio de la pista, indeciso, moviendo sus brazos con nerviosismo sin entender una palabra de Plisetsky.
—Yuuri, —interrumpe la letanía del menor. Su voz calmada contrasta por completo a los gritos estridentes del rubio —, repasa el salto. Tres repeticiones. Presta atención en donde está tu eje para impulsarte. —dice antes de poner toda su atención en los gruñidos del muchacho.
Resulta difícil no querer mirar hacia el japonés cuando escucha el sonido de las cuchillas rasgar el hielo.
—Yakov está bastante molesto. —Comenta cuando el adolescente por fin deja de gritar—. Y dudo que hayas hablado con tu abuelo sobre tu pequeño viaje, ¿no es así?
El chico chasquea la lengua y lo juzga con su dedo.
—Tú me hiciste una promesa. Debes cumplirla, Víctor.
El hombre de cuarenta años cruza sus brazos y alza la vista al techo. Todos los engranes de su cabeza giran rápidamente, evocando el suceso cuando Yuri sólo tenía… ¿trece? ¿Once años?
—Recuerdo… —deja que su voz muera y parpadea, ladeando su cabeza levemente. Por el rabillo del ojo mira a Katsuki realizar el salto, frunce el ceño cuando el muchacho aterriza con el mismo temblor en la rodilla—, haberte dicho que podría hacer una coreografía para tu debut como sénior. Nunca dije ser tu entrenador.
—Es lo mismo.
—No, no lo es. Tu entrenador es Yakov. No veo el problema con él, me entrenó a mí, ¿qué mejor guía que él?
—Necesito que tú me entrenes, así podré ganar el Grand Prix Final. —Aquellos ojos verdes resplandecen con una ambición que muchas veces tuvo Víctor—. Así que regresa a Rusia y deja a ese perdedor de una vez por todas.
—Oh, pequeño Yura. Así no funcionan las cosas. Si elegí a Yuuri como pupilo es porque sé que él no es un perdedor.
—¿Lo prefieres a él que a mí?—cuestiona, ofendido. El adolescente voltea hacia la pista, el asiático realiza otro salto pero tropieza al aterrizar, tiene que tocar el hielo para no caerse. — ¡Ni siquiera sabe aterrizar ese salto! ¿Sabes que lloró en un retrete tras el Grand Prix Final? ¡Deja de desperdiciar tu tiempo, Víctor! —Todo aquello lo dice en un excelente inglés. La intención es clara mientras señala al japonés quien lo mira, sacude su cabeza y da la espalda.
Plisetsky es un adolescente, apenas conoce sus propios sentimientos. La propia falta de madurez lo obliga a actuar tan radicalmente.
La leyenda viviente ve como Katsuki se ubica de nuevo al centro de la pista, exhala, patina un poco y se impulsa para hacer otro salto. Se sorprende cuando el muchacho, al último instante, cambia el ángulo de su pierna para realizar un Salchow. El movimiento no pasa desapercibido para Yura, ambos miran expectantes cuando el muchacho clava el salto sin ningún titubeo. A lo lejos, Víctor logra ver una pequeña molestia en el rostro de Yuuri, sus ojos se dirigen a su muslo más no dice palabra alguna. En términos generales, ese Salchow fue hermoso y la mirada que brindó Yuuri después de su osadía lo dejó muy emocionado.
Escucha el resoplar del adolescente, girando sus ojos en un acto de tedio. Víctor lleva un dedo a sus labios, contemplando al japonés quien da una que otra vuelta por la pista, calentando sus músculos.
Yuuri detesta perder. Eso es lo que le había dicho Yuuko en los primeros días de su llegada y claro que está de acuerdo con ello. Sin duda este salto no fue una coincidencia, ¿De dónde vino esa confianza? ¿Qué otras sorpresas puede dar?
Piensa en Plisetsky, el niño es talentoso, sí, pero nunca se ha esmerado en ir más allá de sus límites. Su falta de iniciativa fue una de las razones por las que no está dispuesto a entrenarlo, sin embargo el que haya venido hasta acá aún con el mundo en contra resulta ser interesante, ¿hasta dónde llegará si lo presiona aún más?
—Pruébalo. —Le dice a Yuri sin despegar su vista del japonés.
—¿Qué?
—Prueba que eres digno de mi entrenamiento. Si me convences, entonces hablaré con Yakov y seré tu nuevo…
—¡Hecho! —Lo interrumpe con una sonrisa mordaz, mientras señala a Víctor para después apuntar al otro patinador—, ¡Hey, idiota!—Llama en inglés—. Voy a vencerte y me llevaré a Víctor de vuelta a Rusia para que me entrene.
«¿Qué?»
Los ojos castaños no temen mostrar su desconcierto, la constante respiración le lastima y con lentitud mira a Víctor esperando una respuesta. Eso no le gustó al ruso, la impulsividad de Yuri asustó a su pupilo porque toda esa confianza que hace un momento tenía se esfumó. Katsuki es competitivo, pero realizar una competencia para ver quién era el mejor no sería lo ideal. Después de la charla de ayer lo único que quiere es fortalecer la confianza del muchacho, presionarlo de esta forma sería un desgaste emocional.
No, no iba a hacer eso. No después de ver el pánico latente en esa mirada.
—Yuuri, acércate por favor.
Yuuri tiembla como un salvaje ante lo desconocido y trata de avanzar hacia esa incertidumbre que le carcome las entrañas. El caos parece desatarse en su vientre y desea con todo su corazón que la conversación de anoche no haya sido un alud de olvido.
Al llegar al borde de la pista observa como el hombre mayor ladea el rostro, risueño.
—Vaya, al parecer tenemos a un gatito bastante imprudente, ¿verdad, Yuuri? —El japonés contiene el aliento y ve por el rabillo del ojo como el adolescente cruza los brazos—. Yura, Yo dije que tendrás que demostrarme si realmente mereces o no mi entrenamiento. Nunca dije que fuera una competencia. —tamborilea sus dedos en la comisura de sus labios en un acto infantil—.Y en caso de que lo fuera, es muy arrogante de tu parte decir que puedes vencer a Yuuri ya que careces de dominio en la secuencia de tus pasos, sin mencionar la falta de emotividad en tus coreografías. —Esta vez alza uno de sus dedos, conserva su sonrisa. Es afilada, sin restricciones—. Ante mí, sólo eres un pequeño gatito que muestra garras y colmillos para demandar mi atención. Yo ya tomé mi decisión: venir a Japón y entrenar a Yuuri. Nadie va contradecir mi palabra. —Víctor mira pacientemente como el japonés contiene el aliento. Priva las ganas de sonreír al ver el alivio en aquellos ojos—. Tu único propósito es convencerme si realmente vale la pena invertir mi tiempo con tu entrenamiento, sólo eso, nada más. Así que no entraremos en este asunto de competencias ni nada por el estilo, ¿sí?
Un viento oscuro azota en la pista, soplando sin descanso. El nervio abandona el cuerpo y una red enfermiza de cristales parece zambullirse en el rostro de Yura. El chico baja la mirada, patea el suelo y la vergüenza lo castiga.
—Y Yuuri, —canta con falsa amabilidad, dirigiéndose a Katsuki—, no creo que ese Salchow fuera una coincidencia, ¿verdad? —Yuuri se endereza, nervioso—. Además vi la tensión de tu pierna izquierda al aterrizar, si hubieras hecho un mal movimiento podrías haberte lastimado el ligamento del muslo y que hubieras hecho entonces, ¿eh? No sólo porque te haya escogido como pupilo significa que hay preferencia. —La miel de su voz es amarga, Yuuri está estático más se obliga a asentir.
Víctor es objetivo, al menos lo intenta. Ve a ambos patinadores moverse, incomodos por el frío que hay en la pista, el silencio dura cinco segundos y finaliza con un aplauso que da Nikiforov,
—Yura, ¿traes tus patines, cierto? —El rubio asiente, malhumorado—. Perfecto, así no habrá problema—concluye. Adopta una postura pensativa, después de unos segundos truena sus dedos, decidido—. ¡Bien! ¡Lo tengo!
—Espera, ¿quieres iniciar ahora?
—Claro, ¿por qué no? —Dice con un encogimiento de hombros—, ¿dónde está el control de las bocinas? Ah, espera, aquí está—Enciende el dispositivo y lo conecta a su celular—. Sal del hielo, Yuuri. Quiero que escuchen esto. —El patinador obedece enseguida con un leve asentimiento.
—Bien, ¿qué quieres que patine? ¿Mi anterior programa? —escupe Yuri mientras se dirige a una de las bancas para quitarse sus zapatos. Katsuki, por su parte, toma sus guardas y limpia el hielo que hay en sus cuchillas.
—Oh, no, no vas a patinar ahora. Solo preguntaba para no conseguirte unos o algo así. —aclara el mayor sin apartar la vista de la pantalla. Sonríe satisfecho a encontrar la lista de reproducción —. Bien, querido Yura, —Voltea con gracia, Yuuri contempla las facciones de Víctor, parece increíble que ese hombre hace unos minutos parecía devorar el mundo entero con su mirada, ahora ríe como un niño emocionado que no puede disimular su travesura—, debes aprender que más allá de la técnica existe la emoción.
—¿Eh?
—Definitivamente siempre estás en tu zona de confort, por eso haces todo de forma mecánica y eso te vuelve predecible. —recita con un ademán.
—¿Y qué planeas que haga? —refunfuña con un ligero tono de sorna en su voz.
—Muy sencillo, vas a patinar el programa corto que tenía preparado para Yuuri.
Las miradas de los dos patinadores se cruzan entre sí hasta llegar a Víctor.
—¿Qué? —preguntan al mismo tiempo.
—Hice diferentes versiones para la melodía. —aclara—. Al inicio no estaba seguro de qué versión le agradaría a Yuuri, pero ahora que estás aquí es la perfecta oportunidad para entregarte Ágape. —Hace un guiño—. Perfeccionaré esa coreografía y tú deberás ejecutarla. Esa es tu prueba, ¿entendido?
Cuando el muchacho asiente, activa la música.
Es una voz blanca, pura completamente. Nikiforov contempla ambas caras, una cierra los ojos por un momento y suspira, la intensidad de esa canción es perfecta, aclama amor sin duda. La otra, respira profundo, arrugando la frente.
Sinceramente esta coreografía la realizó en el avión hacia Japón. Mientras revisaba los antiguos programas de Yuuri notó la gracia e inocencia del chico. Ese lado tierno y puro contrarrestaban los recuerdos flameantes del banquete. Yuuri haría un magnífico trabajo con este programa, lo mira, sumergido con el ritmo y sonríe un poco. La canción habla de agradecimiento, amor y vida eterna, ¿qué pensará ahora?
Respira despacio y siente un poco de pena cuando escucha la arcada fingida del adolescente.
—No voy a patinar eso, Víctor. —sentencia el muchacho con una arruga en su frente.
Hay muchas cosas que uno puede trasmitir con esa canción. Si Víctor fuera competidor, haría un homenaje para Makkachin o un agradecimiento a Dios por todos sus logros.
—Puedes irte entonces. No es muy tarde, puedes conseguir un boleto a Rusia fácilmente. —dice al pausar la música. El muchacho escupe algo en ruso y Yuuri no necesita esforzarse para saber que es un insulto—. Saluda a Yakov de mi parte, por favor —pide Víctor al mismo tiempo que desliza un dedo por la pantalla de su teléfono. En ningún momento se digna a mirar al pequeño ruso quien tiembla, indignado.
—Bien. —escupe el chico con un gesto en la mano. Hay una arruga en su frente y orgulloso, alza el mentón—. Patinaré esa canción, —decide y las palabras son de hierro. Víctor alza una ceja, indolente—, y cuando lo haga, no habrá duda en que tú serás mi entrenador.
—Para eso falta mucho, Yura. Primero debes sorprenderme y muy pocos pueden hacerlo. —Cruza los brazos con una sonrisa cínica—. Para empezar debes sentir la canción, de esa forma podrás apropiarte de ella. Si no lo haces, solo serás un gatito dando vueltas por todo el hielo. —El chico chasquea la lengua. —Yuuri, es tu turno.
Trasciende el sonido como un suspiro apasionado. Es un violín que canta y destruye todo a su paso, incitando a cualquiera a perderse en el universo que crea: sofocante, maduro, con olor a piel. Víctor no deja de mirar a Yuuri, quién respira fuertemente, abochornado. Se emociona cuando el hermoso niño enfrenta la mirada, valiente. La piel le arde por un momento, evocando el recuerdo del baile y el nervio vaga dentro de él, sumergiéndose en sus entrañas, activando de nuevo la excitación perdida.
Contiene el suspiro al sentir que esta mirada penosa lo desnuda con cierta timidez. Víctor no teme y ofrece una sonrisa inigualable. Desearía ver de nuevo aquellos ojos de misterio, desorbitados y custodiando su cuerpo, hambrientos de sudor, saliva y carne.
—¿Qué te parece? —dice Víctor cuando pausa la música. Las pupilas castañas miran a los lados, desubicadas— ¿Yuuri? ¿Prestaste atención?
—E-es diferente a lo que patinado antes. —comienza, nervioso. No quiere mirar el rostro inmaculado de ese hombre—. P-pero es muy… Eh…—Se rasca la cabeza con cierta timidez.
—Se llama Eros. In Regards to Love, Eros. Es la contraparte de Ágape. A simple vista podría ser un tango… —El hombre deja que su voz muera, afila su mirada y hace un guiño—. ¿No te recuerda a algo, Yuuri? —El japonés no sabe cómo interpretar esa pregunta y baja la vista, sonrojado. Víctor suelta una risilla, coqueta.
—¿Él va a patinar eso? ¡Ja! No lo creo. —Se burla el otro, colocando sus manos en sus bolsillos.
—Yuuri estará bien, mencionó que cualquier música estará bien para patinar. —Yuuri contiene la respiración, los ojos azules lo miran con deleite—. Él es versátil en ese sentido, así que puede aprovechar cualquier estilo para resaltar la belleza de sus movimientos, ¿verdad, Yuuri?
El aludido trata de mantener la calma aunque el nudo en su garganta demuestra que es una muy mala señal para contestar, así que sólo logra asentir.
—Ambas coreografías serán presentadas en una semana. Yura, tienes ese tiempo para convencerme, Te apoyarás en Yuuri,
El aludido parpadea, sorprendido. Su desconcierto no pasa desapercibido para el hombre de cuarenta años. Víctor está satisfecho. Una competencia contra Plisetsky no es adecuada para impulsar a Yuuri en estos momentos, sólo lo llenaría de ansiedad al imaginar que él podría abandonarlo por sus fallos y toda la confianza que surgió ayer desaparecería para siempre. Sin embargo, darle esta coreografía y ponerlo como ejemplo, hará que Yuuri aprecie su propio talento y debilidad.
—No dudo de las capacidades de Yuuri, así que él podrá mostrarte en cómo sentir la música y crear maravillas con eso. —guiña un ojo, coqueto y el patinador asiático se eriza—Mañana iniciamos. Ah, y Yuuri, —señala al japonés—, ya que te atreviste a hacer un Salchow, quiero ver uno limpio en ese programa.
Yuuri no dice palabra alguna ya que no ubica su voz y solo asiente. Si habla, probablemente el grito que esconde en su corazón será tan agudo que rompería el mismo hielo. Víctor ríe al imaginar aquello, pero no pierde la fe. Necesita que Yuuri vaya más allá de sus límites. Necesita que Yuuri se sorprenda a sí mismo y que motive con su fuerza a otros patinadores. Sabe que habrá muchas fallas, pero este es el camino que conoce para llevarlo a la victoria.
Notas de autor
Este capítulo es una visión de Víctor ahora que conoce a Yuuri y sus inseguridades. Es un poco dificil meterme en la piel de este ruso, ojalá lo esté haciendo bien n.n
Hola!!!
Llegué al segundo capítulo! XD ¿qué te digo? Me encanta cómo se van dando las cosas de una forma similar al anime y, sin embargo, hay una diferencia muy clara en ma forma de actuar de Víctor y que está sustentada en su edad. Ese detalle me fascina, pues realmente siento que estoy leyendo a un Víctor maduro, que no se va con rodeos y que tiene la experiencia que te va regalando la vida.
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