Mischa tuvo que anotar en una libreta todo lo que tendría que reponer de la familia Plisetsky cuando cobrara su primer sueldo. Durante la semana había teñido la ropa interior de la señora de rosado, cuando, sin quererlo, lavó ropa blanca y una prenda roja se coló en la canasta. Le hizo un enorme hueco a la camisa del señor Nicholai al tratar de plancharla, encogió una camiseta del joven Yuri y una de las vasijas más antiguas había caído torpemente de sus manos cuando andaba desempolvando el comedor.
Mischa no entendía cómo funcionaba la plancha, no sabía cómo limpiar una ventana, no sabía llevar el orden en una casa y en un par de días los empleados se habían dado cuenta. Los baños no se habían limpiado en días, los pisos estaban sin barrer y todo andaba patas arriba. Dado que nadie le había querido hacer caso tuvo que hacer muchas de las cosas él mismo, por lo que llegaba a su cuarto en la noche agotado.
Yuuko había tratado de ayudarlo un poco pero él tampoco quería mostrar su incapacidad para las labores hogareñas.
Aún así, había sobrevivido a su primera semana, sintiéndose el peor mayordomo de la historia y decidido a mejorar en ese aspecto hasta tener el control de su reino.
Llegó el viernes en la noche y la señora Plisetsky lo había mandado a llamar para otra sesión de corsé. Victor había conseguido a través de Phichit unos pequeños tapones con los que los gritos de la rubia no lo asustaban tanto y terminó su faena con relativa calma.
― ¿Qué vas a hacer en tu fin de semana?― la señora Plisetsky encendía un cigarro y movía sólo la mitad de la boca y con la otra sostenía aquel objeto lleno de nicotina.
―Pues, no sé si me necesitan por aquí―contestó tímido. Ella le parecía espeluznantemente impredecible.
―Para nada, Mischa. Tus fines de semana deben ser sagrados. No quiero que te enfermes por el estrés.
Después de escuchar eso se retiró a su habitación y buscó el número de Hiroko, conversando alegremente con ella. Era bueno escuchar su voz después de tantos días. La amable mujer de cachetes redondos le dijo que lo esperarían con muchas ansias al día siguiente.

El sábado Mischa se levantó antes de que saliera el sol. Estaba feliz por volver a casa de los Katsuki y en su rostro era evidente.
Se miró al espejo. Seguía más delgado de lo que hubiera querido pero su sonrisa era genuina.
Bajó temprano a tomar un café y recoger el periódico que siempre dejaban en la puerta. Sentarse solo en la cocina era todo un lujo que recién se había podido dar. El sol empezaba a salir con timidez y la cocina tomaba un color tornasolado. Por las ventanas se filtraban haces multicolores que hacían de la cocina un lugar fresco y luminoso.
Miró a su alrededor y se quedó sorprendido de lo rápido que se había acostumbrado a la vida en el castillo. Los demás trabajadores todavía no eran muy conversadores con él, así que sólo conversaba con Yuuko y con Phichit.
El trabajo aún no lo hacía bien y él lo sabía pero estaba seguro que lograría dominarlo con algo de práctica.
Suspiró. Aún no quería reflexionar sobre si era feliz o no, aunque la idea de terminar su labor después de la cena sin tener que «llevar trabajo a casa» le parecía genial. Mischa no tenía que pensar en nada después de las 8 pm. Se ponía a ver televisión o a leer un libro que tomaba prestado de la enorme biblioteca.
Conforme pasaban los días se había dado cuenta de varias cosas sobre sí mismo: cuando veía algo podía imitarlo inmediatamente, su memoria fotográfica era excelente, podía hablar inglés, francés y alemán perfecto y era muy rápido leyendo.
Se preguntaba si es que leía velozmente porque en su vida normal tenía que hacerlo mucho. Quizás en la vida real era traductor o editor de una editorial que publicaba en diversos idiomas.
Mientras revisaba el periódico lo asustó la dama del corsé, quien entró a la cocina haciendo mucho ruido. Al parecer hacer ruido era lo que le gustaba más.
― ¡Ah, Mischa, qué bueno que te encuentro!
El muchacho se levantó cuál resorte y la saludó muy educado.
― ¿Necesita algo, señora Plisetsky?
―¡No, nada! Pero he venido a darte esto antes de que te vayas.
Se acercó a él y le dio un sobre.
― Esta es la paga de tu semana.
Mischa se llenó de temor. ¿No se suponía que su paga era mensual? ¿Por qué entonces la señora Plisetsky le daba dinero? ¿Acaso quería liquidarlo? ¡Pero si sólo había estado una semana allí! Él sentía que recién se estaba acomodando al trabajo y estaba convencido que lo podía hacer eventualmente muy bien.
―Toma el dinero, Mischa―Le dijo la mujer al ver que él no quería recibirlo.
―¿Usted me está liquidando? ¿Ya no quiere que siga trabajando para usted?― el tono preocupado de Mischa no pasó desapercibido para la matriarca del clan Plisetsky.
―¡No, no, no! No me malentiendas. Por supuesto que quiero que sigas trabajando. Lo que pasa es que pensé que necesitarías el dinero para comprar algunas cosas. Después de todo, esperar hasta final de mes debe ser incómodo para ti que empiezas a trabajar así que el primer mes te pagaré por semana. ¿Estás de acuerdo?
Una sonrisa en forma de corazón se formó en sus labios y recién en ese momento se tranquilizó. Aceptó gustoso el dinero y se fue a su dormitorio a saltar feliz sobre la cama.

Phichit condujo a Mischa hacia el centro de Kiritsy. Eran las 8 de la mañana y sólo una panadería y un supermercado estaban abiertos a esa hora.
―Espero que tengas buen fin de semana.
― ¡Gracias, Phichit, tú también!
Mischa entró solo a comprar algunas cosas en ambas tiendas y después salió en rumbo a la casa de los Katsuki.
La familia vivía a la salida del pueblo, así que caminó casi media hora antes de llegar a su destino. El aire fresco de la mañana y la actividad física habían teñido su rostro de un ligero rosa, que lo hacían ver muy saludable.
Su corazón empezó a latir más fuerte cuando divisó la casa de la familia. Aceleró un poco el paso y soltó una bocanada de aire en la puerta, antes de tocar.
―Hola, dígame, ¿en qué le puedo ayudar?
Mischa no supo qué decir. Frente a él se encontraba una mujer joven, de cabellos teñidos a medias, una parte de castaño y la otra de rubio. En la mano sostenía un cigarro y un encendedor que estaban a punto de ser usados.
―Hola―dijo algo ansioso― vengo a visitar a la familia Katsuki, yo soy…
―¡Mischa!―Se escuchó decir a Hiroko, con el tono de voz elevado y alegre. Al verla Victor se emocionó y corrió hacia ella, dándole un fuerte abrazo. Estando allí se daba cuenta que había extrañado a la familia aún más de lo que había pensado.
―¡Ay, hijo, qué bien te ves!―Le dijo con una sonrisa. Luego se acordó de su hija y se la presentó―Mischa, esta es mi hija mayor, Mari. ¿Te acuerdas que te he contado de ella?
―¡Hola, Mischa, por fin nos conocemos!―dijo la chica dándole la mano.
Mari era la hermana mayor de Yuuri y vivía en otra ciudad. Seguro que andaba de visita.
―Un gusto conocerte, Mari― dijo muy educado y formal.
Hiroko acarició con sus manos las mejillas del chico cuando éste le presentó un sencillo ramillete de flores primaverales y el pan recién horneado de la panadería. En la cocina Toshiya lo miró y, antes de abrazarlo con fuerza, le brindó una sonrisa que calentó el corazón de Mischa. Los quería como si fueran de su familia.
Aunque no dijo nada miró por todos lados buscando a Yuuri. Normalmente todos desayunaban juntos y el no verlo le llamó la atención.
―Yuuri no está, ―Le explicó Hiroko, quien había notado que Mischa había estado buscándolo con la mirada―se ha ido a una feria regional desde ayer y regresa recién mañana.
Mischa entristeció un poco. No lo había dicho en voz alta pero también quería ver a su amigo, de quien no había escuchado en toda la semana.
Trató de restarle importancia y siguió desayunando con los demás, a quienes entretuvo con sus anécdotas en el castillo. Obviamente lo único que excluyó en su relato fue el corsé de la señora Plisetsky. Eso iba más acorde con las historias de terror.

Hiroko escuchó muy atenta cuando Mischa le contó lo preocupado que estaba por empezar a cocinar la próxima semana. Estaba aterrado con el hecho de que no sabía ni hervir agua. Si ya de por sí el trabajo del cuidado de la casa le parecía difícil, el trabajo de la cocina le parecía imposible.
―Mischa, no te preocupes. ―Trató de calmarlo Hiroko.― la cocina de cualquier gran chef es en esencia la comida casera pero fusionada o con nombre raro. Tú tranquilo. Hoy y mañana idearemos recetas para la semana. Cocinarás conmigo y vas a ver que te irá muy bien.
Dicho y hecho, Hiroko y Mischa entraron a la cocina para no salir. Mari los apoyó tan sólo para ir conociendo al desconocido.
Cuando su madre le había contado de Mischa, Mari había pensado que debía tener mucho cuidado con él. Era muy extraña la forma que Mischa había sido encontrado y también muy conveniente el que «no se acordara» de su proveniencia ni de su información personal.
Pero mientras lo veía y conocía un poco más se daba cuenta que Mischa era auténtico.Era un chico muy educado y respetuoso y que por momentos parecía ser muy inocente.
No parecía ser timador ni un mitómano. Verdaderamente parecía no saber quién era.
Hiroko se encargó de dividir el día en 3 partes: entradas, platos de fondo y postres.
La doctora decidió crear diversos platos con el mismo tipo de preparación pero con diversos ingredientes.
Al principio comenzaron con un curso básico de reconocimiento de verduras. Hiroko le fue mostrando algunas verduras que el mismo Yuuri había cosechado. Mischa no comprendía la razón por la que Hiroko lo hacía oler cada una de ellas. Sin embargo, al relacionar olores y colores de dichas verduras le fue posible reconocerlas en los platos que prepararon luego.
― Mischa, ahora vamos a empezar con el cortado de verduras. Lava estas zanahorias, por favor.
Mischa se llevó las zanahorias muy curioso con la indicación. En el lavadero observó con atención las verduras y se preguntó si tenía sentido lo que estaba a punto de hacer.
―Mamá, mira― dijo Mari en voz baja al ver que Mischa cogía con la mano izquierda la zanahoria y con la derecha cogía la esponja con líquido lavavajilla.
― Mischa, ¿qué haces?― le preguntó la buena mujer mientras se acercaba rápidamente al lavadero para evitar una tragedia.
―Me dijiste que lavara las zanahorias― le dijo inocentemente― por eso cogí el lavavajillas.
Hiroko y Mari se miraron sorprendidas y luego no pudieron evitar reírse de tal ocurrencia.
Así pasaron una tarde muy amena. Mischa pudo, con mucho esfuerzo, cortar en rodajas y en juliana. Aprendió además que las verduras no se lavaban con detergente. Eso era muy importante.
Con Mischa en la cocina, Toshiya decidió mantenerse alejado del caos.
Se quedó en la sala viendo televisión
Mischa era muy bueno imitando. No necesitaba ver más que una vez cómo se hacía algo para reproducirlo al pie de la letra. Eso hacía que su aprendizaje fuera rápido. Lo que aún le costaba mucho era el cortado de verduras.
Cuando llegó el momento de almorzar, la cocina era un caos. Ollas y sartenes estaban por todos lados, las cucharas de madera y otros utensilios estaban sucios, los rostros de los tres estaban salpicados de harina y el mandil de cocina de Mischa no estaba apto para ser usado nuevamente.
El chico se ofreció para poner la mesa y lo hizo muy bien, dejando impresionada a la familia Katsuki.
Hiroko puso en la mesa el festín y Toshiya no podía estar más feliz. Parecía como si estuviesen celebrando su cumpleaños. El tener tantos platillos de donde probar era para el padre de Yuuri como estar en el paraíso culinario. Mischa se sentía orgulloso de haber ayudado a preparar los platillos y comió con mucho placer de todo un poco.
―Toshiya, mañana va a cocinar únicamente Mischa―dijo Hiroko orgullosa.
―¿En serio?―dijo sonriente― entonces mañana estoy seguro que tendré que ponerme un pantalón con elástico para poder comer el triple y no sentir que me aprieta el pantalón.
Durante el almuerzo rieron y hablaron mucho. Todo con mucho respeto y cariño. Era una familia feliz.
Al terminar, Toshiya se ofreció a recoger los platos mientras los demás procedían con la limpieza. Esa fue la parte más tediosa de todo el día. Era como regresar a la realidad y darse cuenta que cocinar no implicaba solamente disfrutar la comida, sino también ordenar todo el desastre dejado.
Ya anocheciendo prepararon juntos un pie de manzana y disfrutaron nuevamente de una amena conversa con una taza de café y la mejor compañía que podían desear.
Terminaron su jornada con un juego de cartas bastante accidentado por las múltiples intenciones de Toshiya de querer ganar a toda costa.
Mari y Hiroko fueron las defensoras máximas del juego limpio, Mischa trató de mantenerse imparcial pero era adorable ver a la familia tan contenta junta. Verdaderamente disfrutaban el tiempo en familia y se amaban. Él, desde el fondo de su corazón, esperaba tener también una familia así, donde sea que se encontrara, tan unida y feliz.
La noche se cerró cuando Mischa empezó a cabecear por cansancio. Ya eran las 10:30 P.M y él había estado despierto desde la madrugada. Hiroko lo mandó a la habitación y se despidió con una sonrisa cansada.
― ¿Qué te parece Mischa, Mari?―preguntó Hiroko muy perspicaz, luego de que este se retirara.
― Parece ser un buen hombre―expresó―, es muy amable y hasta diría algo inocente.
―Yo sé que es un buen chico―dijo Hiroko―. Lo siento en mi corazón.
―El único problema es que no sabe quién es―replicó Mari.
―Ese no es un problema―contestó Toshiya metiéndose a la conversación―, cuando lo sepa seguirá siendo en esencia el mismo Mischa.
―Sí―dijo Mari, pensativa―. Supongo que así es.

A la mañana siguiente Mischa se levantó como lo había hecho el día anterior. Apenas y el cielo aclaraba cuando se dirigió a la cocina. Se había propuesto que ese día asumiría la responsabilidad de la cocina él solo, para prepararse para la semana terrible que venía.
Seguro lo conseguiría, Hiroko le había mostrado que cocinar no era tan difícil, era cuestión de medidas y de sabores.
Encontró periódicos sobre la mesa de la cocina que Toshiya normalmente dejaba sobre el sofá de la sala y los llevó allá. En vez de darse la vuelta para encarar el mueble arrojó los periódicos por detrás, escuchando de pronto un gemido que lo asustó y lo hizo saltar.
― ¿Qué pasa?―gimió la voz que recibió los periódicos en la cabeza.
―¿Quién está ahí?― dijo Mischa sintiendo como su corazón casi salía por su boca.
―¿Mischa?-Justo en ese momento, reconoció la voz y sonrió.
―¡Yuuri!― exclamó aliviado.
Era el menor de los Katsuki, quien había llegado muy tarde el día anterior y se había quedado dormido en el sofá a falta de una cama.
―Lamento haberme apropiado de tu cama―Se disculpó Mischa algo avergonzado. Sus mejillas rosadas le causaban ternura al otro.
―No te preocupes―contestó con una sonrisa.
Yuuri ayudó a Mischa con la preparación del desayuno. Colocó los platos y observó impresionado los panqueques y los huevos con tocino puestos en la mesa. El olor y la luz del día despertaron pronto a los Katsuki, que poco después acudieron al llamado para comer. Todos se alegraron de ver a Yuuri. Él les contó los pormenores de la feria donde había estado. Al parecer había conseguido nuevos clientes y, por ende, más trabajo, lo que lo alegraba mucho.
―Uno de ellos tiene una gran empresa de alimentos en Moscú. Quizás haciendo negocios con él pueda conseguir más fácilmente un préstamo.
Mischa no pudo pasar mucho más tiempo con Yuuri porque se entretuvo cocinando. De cuando en cuando, el chico de cabellos negros entraba a husmear porque olía delicioso, pero su madre lo expulsaba de la cocina cuando quería probar cada cosa antes del almuerzo.
Durante la comida, todos disfrutaron de los platillos de Mischa. El cocinero lucía muy orgulloso de su obra. Después de una amena y larga conversación se dio por terminado el almuerzo, Yuuri se ofreció para limpiar con Mischa todo el desastre. Hiroko y su esposo aceptaron la oferta muy a gusto y se sentaron en la sala, mientras que Mari se quedó sentada en la cocina leyendo el periódico. Ella encontró esa ocasión perfecta para observar la conducta de ambos.
Adoraba a su hermano menor y Yuuri a ella, y ambos hermanos se cuidaban entre sí.
Lo último que Mari quería era verlo nuevamente sumido en la depresión.
Yuuri se esforzaba por tener un contacto más físico con Mischa. Mientras lavaba la vajilla, el muchacho jugaba por momentos tratando de mojar a Mischa, quién se defendía como podía con una sonrisa. Ambos como dos pequeños niños disfrutando del momento. También trataba de hacerle cosquillas, lo cual Mischa trataba de evitar, moviéndose de un lado a otro.
Los sentimientos de su hermano siempre habían sido muy transparentes. Se notaba que estaba enamorado. Y se lamentaba que se enamorara tan rápido. Eso había resultado en tragedia para él cuando había empezado la relación con Adrik.
No podía evitar suspirar al recordarlo. Phichit había sido una pieza clave para que Yuuri pudiera olvidar a Adrik poco a poco pero Mari lo había derivado a un psicólogo amigo para lidiar con la depresión que tal monstruo había originado en su bello y sensible hermano.
Yuuri había caído en una depresión tal, que había pensado en suicidarse. No lo había intentado pero los pensamientos volaban en su cabeza con mucha facilidad. Fueron momentos desesperantes, en los que todos sus amigos y familia trataban de hacerle entender que tenía que seguir adelante.
Adrik había roto su corazón, su autoestima, su confianza y su identidad. Yuuri se preguntaba si no había sido la culpa de ser homosexual el que lo había llevado a ser despreciado por Adrik. Se negaba como persona y sólo quería llorar. Habían sido tiempos muy oscuros para él.
Pero, con mucho amor y paciencia de parte de todos los que lo querían y mucha determinación de parte de él por levantarse, había superado el dolor y el trauma que Adrik le había dejado.
Nunca más quería Mari ver sufrir a su hermano de esa manera y es por eso que se encontraba ese fin de semana ahí, para «espantar» al tal Mischa si eso era necesario.
Pero se había dado contra la pared. Mischa no era peligroso. Es más, parecía un chico encantador y honesto. Se notaba por su manera de hablar y sus expresiones que había recibido una excelente educación.
Pero algo en él, una mirada, una pronta palidez que denotaba algo de incomodidad, se dejaba entrever cuando sentía que Yuuri se acercaba mucho físicamente y eso también le causaba dolor a Mari, porque veía cuán maravillado lo miraba Yuuri, quien no se daba cuenta de esas pequeñas señales.
Debía hablar con él y debía hacerlo recapacitar. No había luchado durante tanto tiempo para volver a caer en esa dependencia emocional como la que lo había casi destrozado cuatro años atrás.

Llegó la noche demasiado pronto para todos y Mischa tuvo que regresar al castillo. Toshiya se ofreció a llevarlo, ya que Mari le recordó a Yuuri que debía sacar a pasear a su bella Makkachin.
Hiroko abrazó a su hijo adoptivo, le deseó lo mejor para su nuevo reto en la cocina y Mari le dio unas palmadas en la espalda y un beso en la mejilla. Por último Yuuri se quedó con él en la puerta. Se miraron frente a frente, muy cerca uno del otro.
―Me alegra que te esté yendo bien en la casa de los Plisetsky.
― Sí, a mi también me alegra haber sobrevivido esta semana― dijo Mischa, mostrando una sonrisa aliviada.
―No se olvide de nosotros los pobres, su alteza―dijo de broma Yuuri―, ahora que vive en un castillo, no vaya a olvidarse de la plebe que lo quiere y extraña.
―Yo también los extraño, Yuuri. Y los quiero mucho.
Las mejillas de Yuuri y Mischa se encendieron fuertemente. El chico de cabellos plateados quería y extrañaba a los Katsuki. Por eso le había sido imposible dejar de mirar a los ojos a Yuuri mientras lo decía. Su vocecita interna, mientras tanto, no dejaba de patalear «¿Pero qué estás diciendo en voz alta?«
Yuuri no pudo evitar sentir mariposas en el estómago al escuchar eso. Se sentía tan enamorado que podía saltar a la luna y regresar.
Levantó la mano derecha con el único propósito de acariciar la mejilla de Mischa. Pero a mitad de camino detuvo su avance, cerró su puño fuertemente para contenerse y colocó su mano sobre su hombro, dándole unas palmadas muy amicales.
―¡Cuídate, Mischa!―Fue lo que salió de su boca con mucho esfuerzo.
El chico de cabellos plateados entonces lo sorprendió, abrazándolo fuerte e intempestivamente, como una semana atrás cuando él lo había dejado en el castillo. Yuuri amó devolver ese abrazo que se prolongó un buen tiempo. Sintió su cabello con olor a manzanas y sonrió.
Poco después el auto de Toshiya podía verse aún a la distancia.

―Estás tan enamorado que podrían volar corazones alrededor de tu cabeza-La voz de Mari interrumpió los pensamientos de Yuuri, el joven seguía observando a la nada.
― ¿A qué te refieres?―Palideció.
―¡Vamos, Yuuri, soy tu hermana, te conozco desde que naciste!― respondió―Es obvio que estás enamorado de Mischa y sólo un idiota podría no darse cuenta de ello.
Yuuri agachó la cabeza con vergüenza. Le había costado mucho alejarse de Mischa esa semana y de pronto hasta su hermana, que ni siquiera vivía con él, lo notaba.
Sentía como si su esfuerzo no había valido de nada.
―Es un buen chico, no te lo niego―Le dijo Mari―. La verdad, me ha parecido muy agradable.
― En realidad es muy agradable― dijo Yuuri con una media sonrisa.
― Pero estás tomando las cosas con demasiada rapidez, Yuuri― la voz grave de Mari denotó la seriedad de esas últimas palabras― Mischa es un chico confundido. No sabe quién es y vive en medio de una sociedad homofóbica. El tema de la homosexualidad es un tema tabú para él y obviamente no se siente cómodo con ello. No creo que Mischa pudiera sentirse cómodo reconociendo una posible homosexualidad.
Yuuri entendía muy bien a lo que se refería Mari. Rusia era un país muy homofóbico. Si él y sus amigos se declaraban abiertamente homosexuales era porque en Kiritsy todos los conocían. Todos sabían que eran buenos chicos y los aceptaban como cualquiera. Pero en una ciudad como Moscú pululaban muchos homofóbicos hambrientos de agredir y ofender. Probablemente Mischa venía de Moscú.
―No quiero que te vuelva a pasar lo que te pasó con Adrik― siguió su hermana―, empezaste muy enganchado con ese hombre y lo pusiste en un pedestal, para luego tratar de disculpar sus actitudes.
―Mischa no es como Adrik―Espetó Yuuri.
― No. Al menos Mischa no es un gay reprimido con el que te puedas hacer falsas ilusiones.― respondió Mari con mucha seguridad― Por favor, Yuuri. La experiencia con Adrik te ha hecho un hombre fuerte y seguro de ti mismo. Han pasado cuatro años. No le des a ese hombre la satisfacción de volver a verte caer en lo mismo.
Las palabras de Mari llenaron el corazón de Yuuri de preocupación. En el fondo, aunque había tratado de negarlo, lo había sentido él también.
―No quiero perder su amistad―explicó Yuuri―. Me gusta hablar con él, es una persona muy positiva y alegre.
―Bueno esa es otra cosa―replicó Mari―. Nadie dice que no puede ser tu amigo. Pero sólo eso, Yuuri. Sé su amigo, así como lo eres con Phichit.
Yuuri asintió, decidido a mantener una relación constante con Mischa, pero una relación de amigos.
Eso era lo mejor para Yuuri y para su amigo.
Empezaría con él desde cero.