Voluptas- Placer
El corazón le rebota loco entre las sienes mientras ve el cuerpo arder. Jadea, extasiado y ansioso mientras las flamas consumen las piernas, los muslos, los brazos, la cadera… ¿Desde cuándo la Tierra se ha vuelto tan roja y caliente? El sentimiento es sofocante y adictivo. Sus ojos no pueden apartarse de él, cada músculo se remarca a cada movimiento y las gotas de sudor se deslizan en la piel, trazando un camino pecaminoso. Víctor Nikiforov contiene el suspiro y aleja la terrible necesidad de pasar su lengua en la piel salada, tersa y caliente. «Aquí no», piensa, ignorando la excitación que palpita en sus entrañas mientras aprieta con más fuerza la cintura del hombre que baila. Las puntas de sus dedos cosquillean, la camisa está húmeda por el sudor y la calidez que emana el chico lo enloquece. Escucha la carcajada escandalosa y alza su mirada, los ojos rasgados del joven están vidriosos por el alcohol; la risa es contagiosa y lo hace olvidar por un segundo en dónde está, qué hace, quién es y qué edad tiene.
—¡Victoru, te estoy ganando!—grita el bailarín, ebrio y eufórico. El hombre de cuarenta años se muerde el interior de la mejilla porque, Dios, la mala pronunciación de su nombre resulta muy estimulante—. Si yo gano vas a hacer mi entrenador —dice el japonés, repitiendo la apuesta de hace unos momentos cuando abrazó a la leyenda del patinaje artístico mientras contoneaba una y otra vez sus caderas. Las manos del más joven suben hasta empujar el torso de Nikiforov y hace una pose retadora. —. Así que no voy a perder. —Víctor sonríe, el fuego de hace unos momentos está ahí: en la mirada de ese insensato hombre.
Víctor no es un hombre conformista, a sus cuarenta años ha logrado lo que muy pocos se han atrevido: tener su propia pista de patinaje, ser patrocinador, coreógrafo y muy raras veces entrenador. Aún recuerda las miradas atónitas de los invitados ante tal desafío, ¿ser pupilo de Víctor Nikiforov? Eso sí que era otro nivel. La popularidad del ruso no sólo era por su victoriosa trayectoria del patinaje artístico ni por su gran fortuna, sino por ser muy selectivo con respecto a sus estudiantes. Había hecho coreografías que muy pocos se atrevían a ejecutar y era por la gran dificultad que había en los pasos y giros ¡¿Si esa disciplina era sólo con ser coreógrafo qué tan estricto debía ser como entrenador?! Hasta ahora nadie había soportado tan riguroso entrenamiento, si acaso media temporada, nada más. Y no es que fuera un mal entrenador, al contrario, lo buscaban pero él rechazaba humildemente. Actualmente era más un patrocinador que entrenador sin embargo la petición de este niño resultaba ser tentadora.
Se quita el saco y lo extiende, fingiendo ser un capote lo alza y torea, el chico ríe, bobalicón y finge ser un toro, colocando sus dedos como si fueran cuernos y embiste. Ambos carcajean cuando casi se caen por el compás desigual, Víctor ríe tanto que casi se ahoga con su propia saliva y aquel chico tiene que golpearlo unas cuantas veces para hacerlo reaccionar, luego, es él quien se ahoga y ambos vuelven a reír. Víctor, se sorprende, estrena una sonrisa cada mañana, ya programada, siempre estática y forzada, pero hoy, hoy ríe.
Su mente se queda en blanco cuando el japonés lo toma de la cintura y lo obliga a seguir un paso irregular y apresurado. Lo sigue, ansioso, ya que el brazo joven le rodea su cintura y la excitación vuelve a surgir mientras escucha una música muy diferente a la que se reproduce en los equipos de sonido, es distinta, atrayente y se regocija al descubrir que ese joven es el que produce tal sonido, rápido, cautivante y sensual, ¿un tango? Contiene la respiración al ser inclinado y apenas tiene tiempo de aferrarse a la espalda y en un arranque de adrenalina extiende una pierna mientras la mano firme del japonés acaricia su cabeza.
Por mucho, esta noche ha sido una de la mejores de su vida.
Ambos terminan jadeando, simplemente bailando cualquier paso que se les ocurra, el desafío se convirtió en nada más que un pretexto para seguir brincoteando y riendo a carcajadas. Olvida que es un señor respetable, olvida que se está extinguiendo ante el tedio y la hipocresía, olvida y vive, eufórico.
—¡Quiero una foto contigo!—exclama y el chico asiente, emocionado. El más joven le quita la corbata y la coloca sobre su cabeza
—¡Ahora estamos a juego!—grita y Víctor tiene que ladear la cabeza para soportar la voz estruendosa. Ríe y asiente, feliz. Juntan sus cabezas, el chico roza su mejilla sudada en la piel del otro y sonríe—. Victoru es genial, muy genial. Será mi entrenador…—dice para sí y Víctor sacude sus hombros, risueño cuando mira la foto.
—No lo sé. Nadie dijo quién ganó—Tiene que controlar su risa al ver la cara del chico.
—¡Yo gané!—dice, hincando su dedo índice en su pecho.
—¿Y si fui yo?—Se acerca un poco más y el chico abre sus ojos, espantado. Luego, en un parpadeo, los brazos del japonés se enroscan en el cuerpo del ruso.
—Si yo ganaba, serías mi entrenador, pero si perdía ¿qué ibas hacerme?
—Oh—Contiene el suspiro cuando una de las piernas del japonés se meten entre las suyas. El roce lo desarma. Las palabras mueren en su boca porque sabe, en lo más profundo de su ser, que este hermoso niño no está en sus cinco sentidos e intimidar así siempre termina con una devastación emocional. Lo sabe, años de experiencia lo atestiguan. Además, ¿qué tan prudente sería eso? No es que le importe mucho lo que digan de él, hace años que ha olvidado ese asunto, pero ¿qué pasará con la mente de este joven? Sabe que es un patinador, aunque no lo vio en el podio ni tampoco recuerda su nombre, ¿en qué lugar habrá quedado?
—Victoru, dime—Siente un tirón en el cuello de su camisa—, ¿qué ibas a hacerme?—Esta vez la pupila mostró un sentimiento oculto, hambriento y latente. Víctor sonríe y pasa sus dedos por el cabello húmedo del chico.
—Si me preguntas así, ¿cómo voy a contenerme, eh?—Los ojos del joven resplandecieron con emoción y cerró sus ojos, disfrutando el toque. —. Dime, ¿cómo?
—¡Katsuki Yuuri!—La voz potente de Celestino Cialdini lo hace volver a la realidad. Se aparta del joven y toma conciencia que está en un banquete, que ha bailado tanto que sus piernas le duelen y que el niño hermoso apenas puede mantenerse en pie porque está apoyándose en su pecho. Al parecer ese es el nombre de este niño hermoso, Víctor siente un cosquilleo en sus caderas cuando las manos del japonés pasan por ahí, sosteniéndolo con fuerza, intentando no alejar al ruso y acercarlo a su cuerpo. Si Víctor tuviera veinte años menos, ¿quizás la edad que tiene este chico ahora? Hubiera interpretado esa caricia como una invitación, tal vez lo sea, no lo sabe con exactitud. La presencia de este hombre le ha causado cierta necesidad que había ignorado por meses y es que, ¿quién no ha querido, alguna vez, olvidar los prejuicios y entregarse a la lujuria de un momento? ¿Dejar la moral esperando afuera de una habitación de hotel?
—Yuuri—Los ojos castaños lo buscan con una sonrisa perdida, las manos ásperas de Víctor acunan su cara—, ¿realmente deseas eso?—La emoción e incertidumbre se engendra en su vientre porque las manos de Yuuri vuelven a apretar sus caderas, juntando sus sexos y Víctor, realmente, realmente quiere saber qué significa ese embiste. Hay una sensualidad en los movimientos de este hombre, ingenua e inexperta, ¿será virgen? Duda un poco, los movimientos pélvicos y el baile de pole dance dicen todo lo contrario. Bien podría sacarlo de aquí y llevarlo a su habitación, sería sencillo ahora que ha visto a Cialdini perderse en la multitud de personas que bailan. —, Yuuri, contéstame—pide, pasando sus dedos en la patilla sudada. El chico ladea su cabeza y se acerca un poco más, toma el rostro de Víctor en sus manos y su dedo pulgar acaricia la carne de su labio inferior. Víctor deja de respirar porque los ojos castaños se entrecierran, coquetos y audaces.
—¿Entonces si gané?—pregunta y el aliento a alcohol lo aturde un poco. Definitivamente este hombre no está en sus cinco sentidos. Resopla, resignado y delicadamente aparta las manos del más joven. —. ¿Víctor?
—Vamos a llevarte con tu entrenador ¿sí?—El otro asiente, Víctor suspira. Es fácil guiar a Yuuri a donde sea, ya sea en un baño, un pasillo, una habitación de hotel… Pero Víctor desea que lo miren estando consciente, no le apetece yacer con un cuerpo que apenas sabe dónde está y con quién. El hombre suspira y comienza a balbucear algo en japonés, su voz se pierde con la música de fondo. Víctor se acerca casi pegando su oreja en la boca del chico. No entiende del todo, sólo palabras como «mamá», «lo siento», y ¿Vicchan? Niega con la cabeza y saca una pequeña tarjetita de su bolsillo izquierdo. —Yuuri—El chico lo mira y el ruso se extraña cuando hay lágrimas en sus ojos, no resiste y limpia sus lágrimas con su pulgar. Lo contempla por un segundo y habla despacio: —Si realmente quieres que te entrene, ten esto y hablamos, ¿sí? Incluso podemos bailar otra vez. —Yuuri asiente con una sonrisa pequeña y fatigada, mientras toma la tarjeta. —. Me encantaría volverte a ver.
No fue difícil ubicar a Celestino, sólo fue cuestión de alzar su mentón y hacer una señal con su mano. Yuuri ya no podía mantenerse en pie, prácticamente bostezaba y hablaba incoherencias en japonés.
—Cuando dije que te despejaras no me refería a esto—murmura el italiano conteniendo su preocupación. Mira de reojo a Víctor y este alza los hombros sin ánimo de contestar todas las interrogantes que hay en el rostro del entrenador. —. Madre mía, cómo va a estar mañana.—Yuuri exclama algo intangible y enrolla sus brazos a Celestino, cual koala buscando calor.
Víctor espera que nada se filtre en las redes sociales, al menos no el baile del Pole dance contra Christophe Giacometti. Inquieto, revisa su celular y suspira al saber que las fotografías que hay tanto en Instagram como Twitter no tienen evidencia de la espontaneidad ni los escándalos de Yuuri. No hay un trending topic del banquete del Grand Prix, nada de qué preocuparse. Respira aliviado, dudaba que lo hicieran. La recepción es bastante cerrada, si alguien subía algo inapropiado costaría no sólo reputación de los patinadores, sino de los entrenadores y los encargados de la recepción. Había mucho que perder.
Cuando alza de nuevo su mirada ya no hay rastro de Celestino y del chico japonés, voltea a todos lados y los ve a lo lejos, saliendo del recinto a trompicones. Suspira de nuevo, ahora nostálgico ante la falta de compañía y diversión. Revisa nuevamente su teléfono y va a galería. Víctor trata de ignorar la terrible arruga que se muestra en su propio rostro, ni qué decir de lo poco estético que se ve por la luz y los colores brillantes. Sin embargo, no puede eliminarla ya que ahí está el rostro de ese adorable chico: la sonrisa es sincera, divertida, con el rostro sudado y guiñando un ojo, el hilo de baba está en la comisura de los labios delgados y no puede evitar sonreír porque ambos se ven horribles y al mismo tiempo tan reales y felices.
Si algo debía agradecer esta noche fue la presencia de ese japonés, realmente le había hecho olvidar que era Victor Nikiforov, un hombre de cuarenta años aclamado en el deporte de patinaje artístico, y sólo ser… Víctor.
Decide irse, ya suficiente ha tenido por esta noche y aunque quisiera no podría divertirse igual. Yakov ya se ha llevado a Mila y a Yuri, duda que alguien más esté para charlar, tan sólo Giacometti pero no hay señales de él. Suspira, vistiendo de nuevo su saco y se aleja del lugar sin saber que la tarjeta que le había dado Yuuri yacía en el suelo.
Cierra sus ojos mientras su mente viaja, recordando lo que vivió esta noche. El japonés hace presencia en su subconsciente, a veces sonriendo, en otras jadeando, y es ahí cuando despierta. «Quizás sea el deseo reprimido», medita, mirando el techo. Mueve su pie, intranquilo, dejando la sabana a un lado. La necesidad de yacer con ese cuerpo se vuelve más lacerante que antes y se aterra porque ese hermoso niño es mucho más joven que él… ¿Cuántos años de diferencia? ¿Dieciséis? ¿Diecisiete? ¿Veinte? No le intimidaba tanto la idea de acostarse con él en el calor del banquete, pero ahora, ahora mira sus manos, leves marcas hay en ellas, recordándole que no es joven como aquel patinador. Suspira, irritado porque realmente no sabe qué hacer ahora… La fiebre sube y la necesidad de satisfacer su libido es persistente.
No podrá conciliar el sueño si sigue así, lo sabe. Se destapa por completo y pasa sus manos por su cabello rubio platinado.
Katsuki Yuuri, ese es el nombre del patinador japonés. No ha buscado el nombre en internet y no quiere hacerlo ahora, duda que la imagen que le den los medios no sea la misma que evoca su mente una y otra vez. Sonríe sin poder evitar al recordar la risa escandalosa de Yuuri, o su pelea con el mesero para arrebatarle otra botella de champagne, ni qué decir de su baile o los sensuales movimientos de cadera… Ese joven es cautivante, sin duda. Recuerda su toque, el cosquilleo que sintió en su cadera y el leve tirón que Yuuri ofreció. Recuerda la mirada vidriosa y alegre, la textura de su mejilla con la suya o sus dedos acariciando su rostro.
Víctor sabe perfectamente que lo que siente es lujuria, nada más… Tal vez nacida por la curiosidad de intimar con alguien más joven que él. Sí, se ha acostado con muchas personas a lo largo de su vida, sí, ha experimentado cosas que nunca creyó hacer, pero esto realmente es diferente porque nunca había sentido tal necesidad por alguien, ni siquiera en su juventud.
Juventud. Cuando estuvo con Yuuri no se sintió vacío o viejo, ni muerto como suele decir Plisetsky. Se sintió vivo, feliz, apreciado y libre. Si así se sentía estar con Yuuri en un simple baile, ¿cómo sería en la cama? Suspira pesadamente y cierra sus ojos, entregándose a la fantasía.
Sus manos se deslizan por su pecho desnudo, respinga al sentir las yemas de sus dedos en la aureola de un pezón. Sonríe, incrédulo, porque ha pasado tiempo desde la última vez que se provocó placer. Respira profundo y vuelve a pasar los dedos de su mano izquierda en sus pectorales mientras la derecha viaja por su estómago, orgulloso de saber que ha conservado su fuerte figura gracias a la dieta y la disciplina atlética. Siente los vellos erizarse en sus brazos y piernas mientras sus uñas repasan la piel de su vientre. Tiembla ante la sensación y jadea, abriendo más sus piernas y olvidándose del pudor para apretar su miembro a través de la tela negra de su trusa, siseando por la ola de placer. No le toma mucho tiempo endurecerse, sus manos juguetean por ahí, a cada rincón de su piel y al mismo tiempo alejándose, privándose un poco.
Se imagina un mundo paralelo donde Yuuri estaba más coherente y sobrio, se imagina que está ahí, sonriendo con esa actitud tan erótica y fresca, ¿se besarían? Oh, claro. Víctor no le gusta besar en los labios a las parejas casuales, pero con Yuuri definitivamente lo haría. Se pierde en la fantasía mientras sus uñas repasan su erección a través de la tela, el cosquilleo lo excita más y empuja sus caderas adelante para recibir mejor la caricia. Su lengua juguetea adentro de su boca, imaginando los movimientos de un beso pasional. ¿Sería rudo o lento el ambiente? A él no le importa, en verdad. Los dos escenarios resulta ser tan emocionantes de cualquier forma: un Yuuri paciente, besando sus pectorales y lamiendo despacio, pasando su lengua una y otra vez en sus pezones con calma es tan placentero como un Yuuri masturbándolo con fuerza mientras muerde el pezón, tirándolo con sus dientes y estirando la carne. Suspira, ante las dos imágenes mentales y sus manos suben hasta acariciar su cuello y torso. Comienza con un vaivén en sus caderas, apoyándose con la planta de sus pies, arriba, abajo. Su pene erecto se roza con la tela negra de su ropa interior y la sensación es agradable.
Sus manos juguetean, acariciando sus muslos e imaginando a un Yuuri que los besa. Dios, ¿ese niño sería pasivo o activo? ¿Le gusta el sexo oral? Bueno, ¿a quién no le gusta? Sus manos vuelven a tomar su erección a través de la ropa y la vuelve apretar, simulando ser una boca pequeña, cálida y húmeda. Imagina al japonés, besando con premura su ombligo y el vientre, lo ve descender hasta su trusa, besando la tela negra y bridando el calor de su boca para su miembro. Anhela a Yuuri, Anhela que éste haga un lado la prenda y coma con avidez el pene; respinga excitado cuando su mano derecha toma el miembro con la punta humedecida por el líquido preseminal. Suspira fascinado y comienza bombear al mismo tiempo que imagina a ese niño hacer lo mismo; imagina los dientes jóvenes rozar su glande y trata de simularlo con sus propias uñas, se siente increíble.
Sus mejillas están acaloradas, tal vez ya esté sonrojado del rostro así como el pecho. ¿Así también se sonrojara Yuuri? Lo recuerda, con el rostro bobalicón y extasiado, así como los cabellos húmedos por el sudor, aprieta su miembro añorando ser los cabellos negros del japonés, indicándole cómo hacer sus succiones para llevarlo a la locura. Suspira el nombre mientras se masturba más y más rápido. Su carne con el líquido preseminal hacen un chasquido pecaminoso, abre más sus piernas y sigue repitiendo el nombre de ese patinador. El escalofrío le recorre todo el cuerpo al proyectar su fantasía con antiguos recuerdos de otras experiencias, se imagina que Yuuri es más diligente en su mamada, casi llevándolo al borde del orgasmo y al último instante para sin misericordia. Se imagina que se sube en su cintura, a horcadas, mirándolo con burla mientras su dedo índice viaja desde su estómago hasta su cuello, jugueteando con sus lunares y pecas mientras repite ese bendito meneo de caderas cuando estaba en el banquete. Percibe la calidez de su piel, suave, joven y tersa, con la cintura estrecha pero firme, ¿Podría rodearla con un brazo? Oh, claro. Yuuri en aquel baile era tan femenino como masculino y amaba eso.
Su mano no deja moverse en su miembro a pesar de la leve incomodidad en su muñeca. Su respiración se vuelve algo agitada y levanta su cadera para tener un mejor dominio.
—Yuuri—respira, cuando el joven de sus fantasías abre sus carnes para hundirse en él—. Sí, así—Su muñeca hace unos leves giros y la palma estimula el glande haciéndolo temblar. Suelta un gemido entrecortado e involuntariamente su rodilla derecha se sacude. ¿Realmente Yuuri sería pasivo? Se lo imagina, montando de arriba y abajo o de forma circular, de forma lenta, rápida, sin piedad ¿Cómo sería su cara en éxtasis? Intenta recordar el calor del cuerpo sudado y suspira. Echa su cabeza hacia atrás, abriendo sus ojos y encontrándose con la cabecera de la cama y gime. Los dedos de sus pies se curvean y puede jurar a Cristo que el orgasmo que vendrá será potente. Meses de trabajo e indiferencia han calado en su ser, lo sabe, sabe que ya no tiene la estamina y que casi llega, casi. —. Oh, Yuuri, Yuuri, Yuuri…—Su fantasía sigue montando, quizás apoyándose con las palmas de sus manos en el pectoral de Víctor, casi sacándole el aire. Víctor se sigue masturbando, mientras ladea la cabeza una y otra vez en busca de algo con que aferrarse, aprieta la sabana que hay a un lado, temblando, ya casi al borde. —. Sí, así, ya casi. Yuuri, ya casi.
¿Qué no daría para tenerlo aquí y pasar su lengua por esa piel salada y caliente? En su lengua hay un cosquilleo ante la ausencia de no tener un pezón con el qué jugar. Arruga el entrecejo cuando la tensión se acumula en su vientre, talla su pulgar en la carne de sus testículos y respinga porque ama eso. Poco a poco sube la tensión de su vientre hasta extenderse por todo su pene y perineo, involuntariamente tiembla y aunque la sensación es aguda no para de bombear. Trata de decir el nombre del chico y ya no puede, el orgasmo lo acaba, haciéndole gemir y enterrar la planta de sus pies en el colchón mientras se viene. Siente la salpicadura de su semen en su estómago y pecho, su mano tiembla mientras contrae el ano, aún se sigue viniendo, las gotas blancas se deslizan por el glande mientras el pene se menea, involuntariamente. Deja que su mente divague, imagina que todo aquello que quedó esparcido en su cuerpo se haya quedado en el interior de Yuuri. Es irresponsable hacerlo, pero la idea de practicar sexo sin condón es atrayente, sobre todo al imaginar como escurre el semen en el cuerpo del otro, como testigo de que ambos disfrutaron ese encuentro. Víctor suspira, cada tensión de su ser se ha relajado lo suficiente. Recoge sus fluidos con los dedos y los mira, una idea tentadora viaja por su mente y sonríe.
¿Yuuri sería versátil como él? Víctor nunca ha sido de aquellos que tiene un rol permanente. Ama guiar y penetrar al otro, pero también le gusta ser el que recibe, no hay nada como eso. La idea de que ese cuerpo tan jovial que tiene Yuuri lo penetre le resulta encantadora. Así que sin más, lubrica bien sus dedos con su propio semen y los guía hasta su ano. Trata de hacerlo despacio, el último encuentro sexual fue hace ¿ocho meses? La vida profesional y el tedio logran desequilibrarte en ese sentido.
Arruga el ceño al sentir el ardor del primer digito. No está mal, de alguna manera se esperaba esa protesta de sus músculos. Vuelve a respirar y con lentitud se masturba de nuevo para ver si hay más fluido con que lubricarse, sus dedos acarician la punta y recoge los restos del semen para llevárselos a su entrada. Respira continuamente, disfrutando la intromisión de su ser hasta tener a dos… tres dígitos moviéndose en su interior.
Su vientre tiembla al imaginarse a Yuuri, con esa mirada tan voraz y seductora, similar a cuando bailaron ese tango improvisado. Recuerda que los dedos de Yuuri eran largos y delgados, perfectos para estimular su próstata. Echa la cabeza hacia atrás, gustoso, cuando encuentra el punto deseado. No tiene piedad, mueve sus dedos con maestría y el placer le recorre el cuerpo. En sus ensoñaciones, es Yuuri quien mueve sus dedos de una forma espectacular que le saca el alma. Mientras su mano derecha está inmersa en esa parte de su cuerpo, la izquierda ataca su pene, jalándolo y Víctor sonríe porque ama las sensaciones. Sería perfecto si en verdad ese joven estuviera aquí, ¿acaso Yuuri podría hacerle un oral al mismo tiempo que estimulaba sus entrañas? Arruga el rostro por el placer. Olvida su pene y se concentra en sentir cada caricia. Comienza a bombear sus dedos, son pequeñas embestidas pero certeras, muerde el interior de su mejilla por la falta de lubricante, pero el placer es el mismo, ahora más real por el ardor necesario.
—Sí—suspira de nuevo. Sus dedos no pueden compararse a un pene normal, aunque no se queja. La proyección de un Yuuri que lo penetra hasta sacarle unas cuantas lágrimas es suficiente. Mueve sus caderas para profundizar sus dedos y respinga porque tenía tanto tiempo que no se consentía de esta forma. Su mano vuelve a buscar su pene, ahora erecto y lo bombea sin piedad, la construcción del orgasmo es más rápida esta vez; el cuerpo se estremece, aprieta los dedos de sus pies cuando el calor sube mientras el palpitar está en sus sienes. —. Yuuri, más, más, más—Se lo imagina, imagina unos brazos que levantan sus piernas hasta llevarlo a los hombros y doblarlo para sentir el embiste más profundo, imagina que ahora es él quien lo monta, disfrutando cada escalofrío, o imagina estar de espaldas, donde Yuuri le besa el cuello y las pecas de sus hombros, lamiendo su oreja.
No le da tiempo de prever el orgasmo, sólo sucede como una caída libre. Las líneas de semen vuelven a cubrir su pecho mientras sus dedos son ahorcados por sus propias contracciones. Gruñe esta vez, gruñe, cerrando sus ojos, dichoso. Lentamente, retira sus dedos y se voltea de lado. El bienestar después de su éxtasis cubre cada parte de su cuerpo, arrullándolo; desearía abrazar a alguien en estos momentos pero se conforma con la sabana. La fiebre baja y antes de caer dormido, busca sin darse cuenta su teléfono, abriendo la fotografía, contempla el rostro sonriente de ese niño hermoso y suspira como un idiota.
Los meses pasan y no recibe llamada alguna, no es que le preocupe demasiado, sabe perfectamente que este tipo de encuentros sólo son efímeros y únicos, nada de qué aferrarse. A lo largo de su vida se ha acostumbrado a que las personas se vayan, nadie se queda. Si hubiese sido de mente infantil e inexperta estaría con el corazón desilusionado y lamentándose del suceso, pero Víctor Nikiforov ha tenido sus años de dolor para aprender, bastantes debe admitir.
—¡Anciano, se mi entrenador!—La voz de Plisetsky resuena en la pista. Víctor deja sus auriculares y suspira.
—No.
—¡Me hiciste una promesa! Dijiste que me ibas a entrenar si ganaba el Grand Prix Junior.
—Yo nunca dije eso…—Deja que su voz muera porque no sabe si lo prometió. Siempre olvida las cosas que menos le interesan, tal vez lo dijo sólo con el afán de apaciguar el terrible carácter del niño—, creo.
—¡Se te olvidó!
—¡Yura! Deja de gritar y sigue practicando. Vitya, si no vas ayudarme con el entrenamiento, vete.—Víctor arruga el ceño porque la molestia de Yakov es verdadera. En todo el día no ha tenido ánimo de ayudar a su antiguo entrenador con los estudiantes primerizos o experimentados. Su actitud no es grosera sino despistada, frustrada, tal vez.
Chasquea la lengua y recoge sus guardas, abandona el hielo con un mal sabor de boca. Por primera vez en su vida el hielo no lo reconforta.
Suspira, mirando el lugar. Aún no sé explica cómo su pequeño proyecto de construir una pista de patinaje creció tanto hasta convertirse en esto: una prestigiosa escuela de patinaje en todo San Petersburgo. Pareciera que fue hace sólo doce años cuando empezó, debería sentirse satisfecho, puede que lo esté, pero algo falta.
Ama el hielo, ama su trabajo como cuando era un niño, sin embargo el tedio visita a su puerta más seguido de lo que quisiera. De hecho no hay inspiración en estos meses, vaya, ni siquiera tiene el ánimo de instruir a los jóvenes ni construir una nueva coreografía por diversión, se siente vacío y cansado. Pensaba que hoy sería el día donde por fin el bloqueo se disolviera, quizás si probaba otras actividades alcanzaría su meta y haría algo diferente. No fue así.
—¡¿Acaso es ese tipo otra vez?! ¡¿Y está copiando el programa del anciano?!—La voz de Yuri resuena en el lugar y Víctor cuenta hasta tres porque los gritos del muchacho lo aturden.
—Realmente estoy en shock. Es una copia perfecta—susurra Mila junto al chico que ahora bufa. Cuando la mirada de ésta se posa en Víctor, sonríe, malévola—. ¡Víctor! ¡Ven aquí! Quiero que mires esto.
El hombre se acerca sin mucho ánimo, esperando que no sea otro vídeo de gatitos que tanto le encantan a Mila. Se queda sin respiración cuando reconoce la figura en el teléfono: Yuuri Katsuki.
El vídeo es casero y no enfoca muy bien a la figura ya que está a la distancia, pero ahí está: el chico japonés que lo hizo reír a carcajadas como nunca en una noche. Lo primero que nota Víctor es que ese muchacho subió de peso, bastante. Segundo, lo que está patinando es la última coreografía que realizó el ruso en el ámbito competitivo: Stammi vicino, non te ne andaré. No hay música, pero puede escucharla, justo como aquella vez con el tango. Sin darse cuenta, toma el celular de Mila para acercárselo más a su cara y ver con detalle los movimientos, son perfectos. Los saltos son deficientes, debe admitir, pero todo lo demás es arte. La cámara enfoca el rostro del niño y lo que ve allí le deja sin aliento.
No lo entiende. Este patinador debió estar en World Championships, debió estar en el podio del Grand Prix, debe estar preparándose para la nueva temporada, ¿por qué está tan descuidado? Aprieta el teléfono y contiene la respiración. Más allá de aquella belleza natural, Yuuri tiene una belleza en sus movimientos de patinaje. La expresión que tiene no es la de un hombre seductor, tampoco de un chico tímido o ansioso, sino la de un niño que vuelve a amar el hielo como si fuera la primera vez, una reconciliación con el mundo y al mismo tiempo una llamada de auxilio.
«¡Sé mi entrenador, Víctor!»
¿Es por eso que Yuuri pedía que lo entrenara? ¿No tenía un buen entrenamiento? ¿Por qué nunca lo llamó? ¿Perdió la tarjeta? Respira pesadamente, arrugando el ceño.
—Y ya tiene miles de visitas—señala la chica, apuntando la cifra debajo del vídeo. Yuri rola los ojos, exclamando qué tan perdedor debe ser ese japonés para no hacer sus propias coreografías y sí copiar otras. Víctor lo ignora, lo ignora porque Plisetsky no entiende lo que hay en ese japonés, no ve el fuego en su mirada. —. Bueno, perdió las nacionales en su país y al parecer no tuvo un excelente lugar en el último Grand Prix.
¿Acaso nadie está ayudando a este chico? ¿Quién lo ha abandonado? No. No acepta esto. No puede dejar esto así. Mira de nuevo el vídeo, observando las capacidades de ese hombre con más detalle. Lo pausa unas cuantas veces mientras desbloquea su propio teléfono y teclea rápidamente, vuelve a mirarlo de nuevo y esta vez abre un pequeño cuaderno que lleva en su bolsillo para anotar nombres de algunos saltos y dibuja pequeñas siluetas. Los ojos de Mila están pegados en la cara del ruso, el hombre está serio, concentrado.
—¿Qué haces?
La muchacha entrecierra los ojos cuando no recibe respuesta. Víctor le devuelve su teléfono con un leve apretón en su hombro y un guiño coqueto.
—Me voy.
Y así, Víctor Nikiforov escogió a su nuevo pupilo.
Notas de autor:
Siempre tuve una curiosidad en qué hubiese pasado si nuestro Víctor fuese mayor que Yuuri, ¿cómo se desarrollaría la relación de ambos? Mi intención no es hacer muchos cambios en la versión canónica, sin embargo quiero centrarme en los sentimientos de Víctor y la evolución de Yuuri hasta convertirse en una persona que no teme mostrar su erotismo hacia su pareja sin importar la edad o los comentarios que suelen decir terceras personas sobre su relación entrenador-pupilo.
Obviamente mi intención es tener escenas eróticas en cada capítulo y soy fiel a la versatilidad. Espero que aún así puedan apoyarme en eso<3
Hola!!!
Me propuse releer las historias que se están subiendo en el blog y dejar un comentario.
Solo puedo decir que recuerdo a la perfección el día que comencé a leer este fic. Las imágenes en mi cabeza fueron demasiado claras con cada descripción… y que me imaginé un Víctor maduro demasiado sexy jajajaja no puedo evitarlo. La verdad es que este fic me gusta mucho, ansio por leer u nuevo capítulo ❤
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